Revista Nos Disparan Desde el Campanario Año II Nro. 32 El Capitalismo Corrosivo.. por Alejandro Marcó del Pont
Fuente: Sitio El Tábano Ecomonista
https://eltabanoeconomista.wordpress.com/
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de Origen: AQUÍ
La
dificultad no reside en las nuevas ideas, sino en escapar de las viejas
(John
M. Keynes)
Fruto
de la pandemia, los países del mundo echaron andar lo que el FMI dio en llamar
“el gran confinamiento”, una suspensión de las interacciones sociales que
componen gran parte de la vida comercial y productiva de las naciones. El fin
de esta iniciativa apuntaba a aliviar los contagios, y evitar de esta manera la
congestión y el colapso de los sistemas sanitarios.
Si
bien resulta difícil calibrar el impacto final de la pandemia, sus actuales
consecuencias son enormes, llevando la conmoción a los niveles de la crisis de
1930 en lo que respecta a producción, desempleo, comercio y pobreza, entre
otros. La confianza en la reactivación mundial se encuentra centrada en la
esperanza científica de vacunas eficaces y ampliamente difundidas a nivel mundial,
propósito, este último, rápidamente contravenido por la lógica de beneficios de
los grandes laboratorios y la influencia geopolítica de la inmunización.
Al
parecer, hay varias ramificaciones en el abordaje de los efectos de este
capitalismo corrosivo. En principio, el neoliberalismo ha activado sabiamente
la amnesia social con respecto a las consecuencias generadas por la aplicación
de sus políticas económicas, antes de la pandemia. El resultado de estas
medidas económicas ha sido tan devastador que ha vuelto inviable casi cualquier
acción para moderar las consecuencias de la segunda ola de la depresión. El
legado resulta un mundo económicamente desmembrado y con mínimos márgenes de
acción para amortiguar sus impactos negativos.
La
amenaza de tratar de recomponer la economía posterior a la pandemia es una
tarea realmente compleja. Aun así, debemos dejar constancia del punto de
partida en el que nos encontrábamos con anterioridad al COVID-19, producto del
inventario heredado de las políticas neoliberales que aún hoy se quieren poner
en práctica.
Como
muestra en cuadro, el mundo previo a la pandemia venía con una tasa de
crecimiento del producto aceptable, hasta el afianzamiento del neoliberalismo,
que lo redujo a la mitad. América Latina creció a una tasa razonable de
1970 a 2000, incluso con la década perdida jugando en su contra, al soportar la
carga de un magro crecimiento del 1.2%.
Fuente:
El Tábano Economista en base a datos oficiales
Para
la OIT, 500
millones de personas trabajaban en el 2019 menos horas que las que
hubieran querido; el motivo, la desaceleración del crecimiento económico. Unos
370 millones personas se encuentras desempleados, nivel estándar en los últimos
diez años, aunque habría que agregarle 122 millones que no están catalogados
como desempleados. Unos 270 millones de jóvenes entre 15 y 24 años no trabaja
ni estudia, 2.000 millones viven con menos de U$S 3.50 por día.
De
las 5.700 millones de personas en el mundo mayores de 15 años en edad de trabajar
solo están empleadas 3.300 millones, el 57%. Padecían hambre en el 2019 unas
690 millones de personas y 750 millones, es decir, uno de cada 10
seres humanos que habitan el planeta está expuesto a la inseguridad
alimentaria. Si tomamos en cuenta las necesidades de una dieta balanceada, unas
2.000 millones de personas, el 27% de la población mundial, no dispone del
acceso a los nutrientes necesarios por sus niveles de ingresos. Ya en el 2019 se
conjeturaba, sin pandemia a la vista, que de seguir así la distribución del
ingreso y la falta de empleo, se podría arribar antes del 2030 a 850 millones
de personas que sufran hambre; la pandemia ya se encargó de hacerlo realidad.
De
acuerdo con Oxfam,
el 82% de la riqueza mundial generada durante 2018 fue a parar a manos
del 1% más rico de la población mundial, mientras el 50% más pobre, 3.700
millones de personas, no se benefició en lo más mínimo de dicho
crecimiento. De hecho,
tan solo 8 personas (8 hombres, en realidad) poseen la misma riqueza
que 3.600 millones de seres humanos, la mitad más pobre de la humanidad.
La
deuda mundial, por su parte, alcanzó en 2019 los 255 billones de dólares,
superado en 322% el PIB anual del planeta, lo que supone 40 puntos porcentuales
(87 billones de dólares) más que la acumulada al inicio de la anterior crisis
económica, en 2008. Todo esta calamidad sin pandemia.
Ahora,
con pandemia, los números expuestos se agravan. El PBI, que ronda un 2 o 2.5%,
retrocedió en el mundo un -4.5%, el empleo perdió hasta ahora unos 255 millones
de puestos de trabajo, el empleo, que alcanzaba un 57% de la población
económicamente activa, se retrajo 51%, y la participación del trabajo en la
renta nacional, que venía cayendo desde el 2004, no presenta piso conocido, al
igual que las deudas, el déficit, la expansión de los niveles de pobreza. Así,
al menos 166 millones de personas caerá en la pobreza y sobre las heridas de
esta desigualdad aterradora, el coronavirus amplió la brecha.
La
recuperación de la crisis del 2008 fue magra, lenta e intensamente
desequilibrada. La desproporción tuvo su lógica en el rescate de los grandes
bancos, y las enormes compañías, en contraposición con el empleo, el salario y
la obvia consecuencia de una mayor desigualdad. Una política monetaria laxa,
sobre el estandarte de la flexibilidad cuantitativa, tipos de interés bajos,
estímulos fiscales para los beneficiarios de siempre, no terminaron por
equilibrar nada, pero dejaron a su paso un incremento del valor de los activos,
empresas más fuertes, flexibilización laboral, déficit fiscal y, sobre todo, un
monumental endeudamiento estatal, producto del rescate y los estímulos
fiscales.
Cuando
los vientos se asentaron, la concentración del ingreso se consolidó y los
gobiernos del mundo internalizaron sus deudas, el brutal desequilibrio fiscal
dibujó la nueva etapa, la de las “reformas estructurales”, o mejor
llamada austeridad. Este eufemismo, que se encargó de desbaratar las redes de
contención social, los mínimos preceptos de la seguridad social, manteniendo
deprimidos los salarios, inventando nuevas formas de contratación laboral más
flexibles, menos costosas, con la esperanza que estos ajustes favorecieran un
crecimientos del producto, el empleo y los ingresos en el mediano plazo.
Los
cierto es que el resultado de estas políticas se pueden sintetizar en Grecia.
El país helénico comenzó con una deuda en 2008 de unos 264 mil millones de
dólares, algo así como el 109% de su PBI, le prestaron 320 MM, y ahora debe U$S
341 MM (205% de su PBI) con una economía extranjerizada y completamente
demolida.
El
enorme agujero en las cuentas públicas creado por la crisis financiera dio
lugar a interminables tandas de austeridad siempre con la falsa promesa de que
el recorte del gasto público liberaría recursos productivos para el sector
privado y reactivaría el crecimiento. Este desmembramiento económico fue el
factor preponderante de la falta de preparación para una situación de crisis
como la ocasionada por la COVID-19, principalmente en el área de la salud
pública.
Los
portavoces del status quo comienzan al unísono a tocar la misma melodía de
austeridad para salir de la pandemia. El confinamiento llevó a los economistas
portavoces del poder real a moverse en terreno cenagoso, poco conocido,
complicando su discurso hasta que el establishment invariablemente fijo la
lógica a seguir, esta vez se trata de profundizar el odio.
En
el artículo anterior, “La
sombra del poder” describimos una reunión llevada a cabo en 1933 entre los
24 hombres más poderosos de Alemania para llevar a Hitler al poder y levantar
la economía teutona. Las consecuencias son conocidas, pero partes de este
relato, que bien puede ocuparse en la actualidad, quedaron en el camino. La
mayoría de estos empresarios sacaron ventajas de los inexistentes salarios de
los trabajadores de los campos de concentración.
Gustav
Krupp, empresario de la industria del acero alemán, gestor del grupo de
industria pesada Krupp AG desde 1909 hasta 1941, fue procesado en los Juicios
de Núremberg por prácticas esclavistas producto de las personas que la SS
suministró para sus fábricas. Seguir a un demente, apoyarlo en el poder y hasta
avalar una guerra, resultó rentable, porque las ganancias por los inexistentes
costos laborales no fueron propiedad exclusiva de Krupp. Bayer utilizó gente
del campo de concentración de Mauthausen, Agfa del campo de Dachau, y casi
todos los de Auschwitz. Se cuenta que de los seiscientos deportados que llegaron
a las fábricas de Krupp, un año después solo quedaban veinte.
Dicen
que nunca se cae dos veces en el mismo abismo, pero siempre se cae de la misma
manera, con mezcla de ridículo y pavor. ¿Hay alguna diferencia en buscar en
campos de concentración trabajadores que localizarlos en países que paguen
salarios de miseria con la globalización? Sí hay: no existe un nazi que lo
mate, es verdad. Hay alguna diferencia sobre quiénes recae el peso de la
pandemia o la carga de crisis 2008, no. La diferencia es la profundización y el
afianzamiento del modelo, el desembozado ataque racista a las minorías, pobres,
o el inusual despliegue de la insensatez meritocrática.
Los
que mantienen presidentes, ministros, parlamentarios, son lo que ganan con sus
favores. Los mismos que mantuvieron a Hitler ganaron con sus negocios, lo que
mantiene a Bolsonaro también, y los que endeudaron a los Estados, son los
dueños de bonos emitidos, de los intereses por pagar y de los dólares fugados a
paraísos fiscales. La disputa vuelve a ser superávit fiscal para pagar la
deuda, o déficit para reconstruir la destrucción de la economía mundial o
nacional.
Brasil
hace doce años vacunaba 3 millones de personas por día y hoy su sistema está
desarmado. Michel Temer tuvo que congelar en gasto público por 20 años para
poder pagar los intereses de la deuda. ¿Cómo haría Bolsonaro para mantener a
los privilegiados de estos negocios, que lo llevaron a la presidencia, si no es
negando la pandemia? Si hay que incrementar el gasto en salud, se saca del
mismo lugar que el pago de intereses. La grieta, o la profundización de
diferencias, necesariamente se tiene que ampliar, no se puede sacar del mismo
fondo.
Los
estímulos fiscales en los países en desarrollo comenzaron a disminuir, en un
mundo cuyo PBI se cree que retrocederá un 4.5%, unos 6 billones de dólares. En
Latinoamérica seguramente los daños económicos y sociales serán mayores que en
el mundo desarrollado. Los niveles de informalidad son elevados, existe una
dependencia permanente de unos pocos productos básicos o del turismo como
fuente de divisas y el espacio fiscal y de políticas es limitado. Nadie quiere
pagar por ser rico, menos aún por sus beneficios en dólares con productos
primarios. ¿A quién habría que cobrarle impuestos, entonces?
Muchos
piensan que el FMI se volvió “progresista”’ hasta en el
Financial Times están entusiasmados con este cambio de actitud y
política. “En los años 90, era una perogrullada que el consenso de
Washington reflejaba las prioridades alineadas de dos instituciones en
Washington DC: las instituciones internacionales con sede allí y el gobierno de
los Estados Unidos, que empujaba a las primeras … pero es difícil argumentar
hoy que el FMI y el Banco Mundial simplemente repiten las opciones de Estados
Unidos”. Novedosa mirada que no tuvieron en los noventa.
Aun
así, el FMI, el Banco Mundial, la Organización del Comercio, forman parte
actual de los 24 alemanes que se sentaban a la mesa a mantener el establishment
antes de la segunda guerra mundial. ¿Realmente cambiaron? Al igual que las
políticas de endeudamiento y beneficios fiscales que endeudaron y sepultaron a
los Estados, el relato pasó, después que se salvaran a bancos, empresas, etc.,
a la doctrina del horror de la emisión. Los organismos suenan diferentes, pero
actúan igual.
Según Michael
Roberts, durante la recesión de COVID la generosidad del FMI no ha sido
realmente significativa. “De la asistencia comprometida, la mayor parte es
en forma de líneas de crédito pre-aprobadas que se ofrecen a Perú, Chile y
Colombia. Hasta ahora, solo Colombia ha utilizado su línea de crédito. Los
desembolsos a través de préstamos rápidos de emergencia, que comprenden el
apoyo ofrecido a casi 70 países, solo ascienden a unos 30.000 millones de
dólares. En combinación con los acuerdos crediticios tradicionales, el FMI
desembolsó alrededor de 50.000 millones de dólares a 81 países en 2020. Los
desembolsos para 2020 son solo un poco mayores que en años anteriores, cuando
la asistencia del FMI se destinó a un número mucho menor de países”.
Si
hay un nuevo consenso se parece al nuevo mundo imaginado con posterioridad a la
crisis del 2008, nadie se va portar más mal, siempre y cuando, los que mandan
sigan recibiendo, al menos, la gran concentración que ya obtuvieron. Equiparar
los tantos, eso sí que no. Tenemos todo tipo de voceros que prometen que la
rigidez fiscal nos llevará a buen puerto.
*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista.
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