Revista Nos Disparan Desde el Campanario Año II Nro. 31 La ola de pulsión totalitaria nos acecha y a su impulso el Estado de Derecho se derrumba, la República cruje, la democracia se pervierte… por Dr. E. Raúl Zaffaroni
Por E. Raúl Zaffaroni para La Tecl@ Eñe
Fuente:
http://www.lateclaene.com/e-ral-zaffaroni-macrismo-justicia
Se
despliegan sobre el mundo fuertes pulsiones de totalitarismo corporativo, en
que los gerentes de masas de dinero inexistente en billetes y de las que
tampoco son los dueños, están ocupando el lugar de la política (o tomando a los
políticos como rehenes), mientras acumulan riquezas que los erigen en la nueva
aristocracia planetaria.
América
Latina, dada su posición geopolítica subordinada, sufre este nuevo embate del
colonialismo en su versión correspondiente a las primeras décadas del siglo XXI
y, por ende, su “ceocracia” también es de menor nivel, como lo fueron otrora
los colonizadores originarios provenientes del sur español,
“cristianizados” a golpes poco antes.
Por
ende, nuestra “ceocracia” es mucho más desprolija que las de los países-sede de
las corporaciones transnacionales. También es mucho menos informada que nuestra
vieja oligarquía que, al menos dio lugar a un “gorilismo ilustrado”. La
decadencia salta a la vista incluso en los tradicionales medios herederos de
esa oligarquía, que mentían desde el siglo XIX con la elegancia propia de
la época, pero que últimamente imitan los modos torpes de los mentirosos del
siglo XXI.
Se
cierra el círculo de control monopólico de la comunicación masiva acallando las
voces opositoras, invocando una libertad de empresa que en realidad es
posibilidad de monopolio y que se rebautiza como “libertad de expresión”. El
estigmatizado “6,7,8” era una voz en un contexto plural, pero hoy se impone una
sola voz: la del oficialismo. Quien pretenda alzar una voz diferente, cada vez
más carecerá en el futuro de cámaras y micrófonos, todo en nombre de la
“libertad de información”.
No
es nueva la táctica de invocar discursivamente un valor positivo para negarlo
fácticamente. Es la vieja táctica de todos los vendepatrias, que siempre
invocaron la democracia, la libertad, la República, la Constitución, el
derecho, etc., y en nombre de estos valores cometieron las peores atrocidades
de nuestra historia, coronadas con el bombardeo a la Plaza de Mayo en 1955 y
los crímenes de lesa humanidad en la última dictadura.
Ahora,
en nombre de la sagrada libertad de expresión no vemos más el
despreciable “6,7,8”, porque a partir de este momento todos debemos creer lo
que dice Macri: estamos viviendo el mejor momento de nuestra historia. ¿Acaso
no se vivía en el “paraíso socialista” con Stalin? ¿Acaso no estaba Hitler
ganando la guerra? ¿Acaso no estábamos echando a los ingleses de las Malvinas?
¿Los desaparecidos no estaban en París? ¿Maldonado no paseaba por el borde de
un río y decidió zambullirse? ¿Milagro Sala no tiene una mansión? ¿Las “off
shore”, la información privilegiada para comprar dólares a término, los
blanqueos millonarios no son acaso vulgares mentiras?
La
ola de pulsión totalitaria nos acecha y a su impulso el Estado de Derecho se
derrumba, la República cruje, la democracia se pervierte. Todo para llevar a
cabo un programa propio de vendepatrias: bajar salarios para aumentar ganancias
y renta financiera, reducir carga fiscal a los que más tienen, malvender lo
poco que otrora no se vendió, contraer deuda astronómica con celeridad, celebrar
tratados que aseguren nuestra dependencia del poder financiero mundial, reducir
universidades, no malgastar en investigación. Sólo falta cambiar el Preámbulo:
“para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los ricos del mundo que
quieran explotar el suelo argentino”.
El
programa se complementa haciendo gala de poder represivo, inventando
procesamientos, estigmatizando opositores, exponiendo algunos a la picota,
injuriando a pueblos originarios, amenazando y persiguiendo a jueces (por
primera vez en la historia el propio Presidente reclama la necesidad de jueces
“propios”), desacreditando y debilitando al sindicalismo por cualquier medio,
maniobrando horarios para impedir la incorporación de senadores al Consejo,
clonando procesos (algunos inverosímiles), manteniendo presos políticos
(Milagro y sus compañeros), invirtiendo el principio de inocencia (todo
ex-funcionario es sospechoso), encubriendo con argumentos pseudojurídicos
conmutaciones de penas a condenados por delitos de lesa humanidad (2 x 1), desconociendo
tratados internacionales (Fontevecchia), pretendiendo nombrar jueces máximos
sin acuerdo del Senado, proyectando reformas al Consejo de la Magistratura para
garantizar mayoría oficialista, violando la autonomía del Ministerio Público
para manejar la impunidad, echando a todo el personal del Ministerio Público
para nombrar a los amigos, aumentar las tarifas esquivando todo control
público, desacreditando a los laboralistas como mafiosos. Y podríamos seguir,
quizá con el “blanqueo” y otras maniobras.
Todo
esto se lleva a cabo con un nivel de omnipotencia que se acompaña con una
paralela pretensión de “eternidad”. Como es sabido, esto es normal en la
infancia y hasta cierto punto en la adolescencia, por la inmadurez propio de
esa etapa evolutiva, pero en los adultos se llama “alienación” y es patológico:
sólo los locos pueden creer que el poder (político o económico) es eterno. En
este mundo nada es eterno, e incluso la “eternidad” es algo anterior al tiempo,
porque el tiempo mismo siempre es finito.
“Todo
fluye” decía el viejo Heráclito, y el poder político –y más en nuestro país-
fluye rápido, demasiado rápido a veces, aunque la impaciencia y la depresión se
apoderen de algunos conciudadanos. Esta pesadilla pasará, sin duda, pero hay un
daño que puede perdurar y no es sólo el económico (de por sí arduo pero no
imposible de remontar), sino el cultural, el que hace a nuestros hábitos,
costumbres, pautas de comportamiento, tolerancia, prudencia, respeto al otro.
En una palabra: esto daña nuestra cultura de convivencia, lesiona nuestra
co-existencia.
En
efecto: todo esto va a pasar, como pasaron otros momentos peores. Hoy estamos
en una etapa de resistencia, pero cuando esto pase, el problema es cómo queda
nuestra confianza en el derecho. Nuestro pueblo, precisamente por la perversa
invocación de valores positivos para pisotearlos y pasarlos por las cloacas de
los peores intereses plutocráticos, desconfía históricamente del derecho. No
obstante, fue posible crear una incipiente cultura jurídica, pero estos hechos
la debilitan.
Esto
es particularmente grave, pues cuando una sociedad pierde la confianza en el
derecho y en las instituciones, los arroja lejos como una herramienta
inservible, como un martillo sin mango o una tijera sin filo, pero en ese caso
la alternativa al derecho es la violencia, en la que siempre pierden los más
humildes, aunque triunfen, porque aún en ese caso habrán puesto el mayor número
de vidas e integridad física.
Es
momento de resistir defendiendo nuestra cultura jurídica, reafirmando que esto
no es más que la perversión del derecho pero no el derecho. Es posible que esto
funcione, pese a la histórica desconfianza, pero nada garantiza que cuando esto
pase se neutralicen todas las pulsiones antijurídicas que se están sembrando,
o sea, que el daño se pueda revertir por completo. Esperemos que eso sea
posible y que los esfuerzos de contención tengan éxito, pero de cualquier modo,
no olvidemos nunca que esas pulsiones serán en resultado indeseable de la
alienación de quienes hoy se consideran “eternos”, y cuya inmadurez patológica
lesiona nuestra cultura jurídica.
Noviembre del año 2017
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