Revista Nos Disparan desde el Campanario Año II Nro. 31 - Arquitectura: La Catedral de Buenos Aires… por Guillermo F. Sala

 

ACLARACIÓN PRELIMINAR

En la búsqueda de generar un descanso, para mí en lo anímico, que espero sea aceptado generosamente, cambiaré la temática en el enfoque de ese espacio duro y riguroso, enfocado en la ciencia y la tecnología, por otro un tanto más leve, como es el del patrimonio arquitectónico nacional.   Reviviré así mis tiempos de novel arquitecto  que buscaba una identidad profesional, la que fue absolutamente malograda en la necesidad de enfocarme en un contexto laboral ingenieril. Esperemos que el lector encuentre atractiva la mudanza transitoria de rubro.

 


LA CATEDRAL DE BUENOS AIRES


Empezaremos revelando y entendiendo varios de los íconos arquitectónicos nacionales, alrededor de la Plaza de Mayo en Buenos Aires, sitio desde donde se ubica el más importante emplazamiento en nuestro país. Y en particular empezaremos por la Catedral Metropolitana.

El actual edificio de la iglesia metropolitana de la Santísima Trinidad de Buenos Aires, consagrada catedral en 1836, es la sexta construcción que se levanta en el terreno que Juan de Garay, le asignara al trazar la ciudad en 1580.  

"Hago y fundo en el asiento una ciudad la cual pueblo con los soldados y gente que al presente he traído para ello, la iglesia de la cual pongo por advocación de la Santísima Trinidad, la cual sea y ha de ser iglesia mayor parroquial", dejó dicho por escrito, Garay en 1580.

Se sabe que el quinto de los templos se construyó en 1682, pero su factura era tan precaria que en 1727 debió rehacerse la fachada, obra que se atribuye al arquitecto jesuita Andrés Blanqui. Tras un derrumbe total en 1752, la iglesia definitiva fue proyectada en 1754 por el arquitecto Antonio Masella.

Tiene tres naves e importantes capillas laterales; la cúpula, obra de Manuel Álvarez de Rocha (1770), se eleva en el crucero sobre un alto tambor. El profundo presbiterio –bajo el que se encuentra el Panteón de los Canónigos en el que son enterrados los dignatarios de la Catedral– termina en un muro testero recto. En el templo se guardan, entre otros, los sepulcros históricos del obispo Manuel Azamor y Ramírez; los canónigos José Eusebio de Agüero, Julián Segundo Agüero y Diego Estanislao Zavaleta; el deán Saturnino Segurola y el general Manuel Guillermo Pinto. La fachada neoclásica con su amplio pórtico dodecástilo –posiblemente inspirada en la del Palacio Borbón de París– fue diseñada en 1822 por el francés Próspero Catelin, uno de los técnicos europeos contratados por Rivadavia para trabajar en el país.



Las doce columnas, que representan los doce apóstoles, se concluyeron en 1823, aunque sin capiteles, y recién se revocan en 1862 cuando José Dubourdieu realizó las esculturas. Las columnas son de orden corintio.

 

La ornamentación del frontispicio, que representa el reencuentro del patriarca Jacob con su hijo José, fue realizada entre 1860 y 1863 por el mencionado Dubourdieu. La connotación era obvia: Buenos Aires, la hermana próspera y segregada, se reconciliaba con la Confederación Argentina en fraterno pacto de unión (San José de Flores, 1859).

 



El relato bíblico está contenido en el capítulo 45 del Génesis, la comparación entre hermandad de las doce tribus de Israel y la unión de las catorce provincias argentinas, surge de una relación entre la historia sagrada y la profana que es coherente con el doble rol del monumento, pues si por su antigüedad y jerarquía, la Catedral de Buenos Aires es el templo con mayor significación en el orden eclesiástico, también su emplazamiento, su historia y su mérito arquitectónico le confieren un alto valor emblemático en el patrimonio civil.

En 1877, el arquitecto Enrique Aberg reformó la capilla lateral para dar lugar al mausoleo del Libertador general José de San Martín, obra del escultor Carrier-Belleuse. Entre las valiosas obras de arte que se conservan en su interior, se destacan el altar mayor de Isidro Lorea; la sillería del presbiterio y las bellas imágenes de la Virgen de los Dolores, en la capilla dedicada a su advocación, y del Santo Cristo de Buenos Aires, talla del siglo XVII.

Los restos mortales del general José de San Martín fueron repatriados desde Francia en 1880, en cumplimiento de su deseo póstumo de reposar eternamente en Buenos Aires, siendo depositados en una capilla abierta para tal fin en la nave derecha, fuera del ámbito de la Catedral Metropolitana, por la pública filiación masónica del Libertador, cofundador de la Logia Lautaro. El recinto, de planta circular y cúpula semiesférica, es de pura y simbólica geometría, alojando en su centro el monumento funerario de estilo neoclásico sobre cuyo sarcófago de granito negro reposan, inmortalizados en el bronce, la capa y el sable del héroe. El mausoleo, custodiado simbólicamente por las figuras femeninas de la Argentina, Chile y Perú, fue ejecutado con maestría por el gran escultor académico francés Albert-Ernest Carrier-Belleuse, quien se inspirara en el espíritu heroico del féretro napoleónico en Les Inválides, más allá de las diferencias en magnitud.

 



El tamaño del cajón era grande para el espacio asignado en el mausoleo. Por ese motivo, el féretro que contiene el cuerpo embalsamado del prócer, y que hoy reclaman las ciudades de Yapeyú y Mendoza, fue colocado en forma inclinada.  Así se mantiene desde el 29 de mayo de 1880.

El glorioso perfil militar del Libertador general San Martín –inscripto en los estudios técnicos de estrategia junto a Alejandro, Julio César o Napoleón– sirvió durante casi un siglo para neutralizar la excepcional dimensión política de su figura.

Se disimulaba así su casi permanente disidencia ideológica con la élite porteña –y muy especialmente con su declarado enemigo Rivadavia–, que había retardado todo lo posible la declaración de la Independencia y boicoteado la campaña libertadora sudamericana que liderara junto a Bolívar, O’Higgins y Sucre.

 


*Guillermo F. Sala. Arquitecto


 

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