Revista Nos Disparan Desde el Campanario Año II Nro. 30 Relato.... "El Arquitecto" por Eduardo De Vincenzi

 

Ignacio Saint Patrick apretó un botón, y diez segundos después entró su secretaria desde hacía treinta años, vestida con un tailleur azul de falda larga, camisa blanca y tocada con un perfecto rodete. Usaba gafas redondas, con mucho aumento. Si no las llevara puestas, su parecido con Eva Perón, era notable... si Evita hubiese vivido treinta años más. Su mano izquierda, sostenía una carpeta.

-  Permiso señor

- Adelante Edith...

La mujer caminó los diez metros que la separaban, del escritorio de su jefe...

- ¿Quedó algo para firmar?... - El arquitecto Saint Patrick, sin levantar la vista de su notebook, preguntó informalmente

Edith Sofía Fainstein abrió la carpeta sobre el amplio escritorio de roble, muy ocupado. Libros, papeles, y rollos de planos, dejaban poco espacio para intercomunicadores, teléfonos y una gran lámpara redonda situada muy abajo, que iluminaba todo el espacio de la mesa. El resto del estudio ahora, casi las siete de la noche en abril, aparecía en una semi-penumbra.

Hombre robusto de calvicie incipiente, sacó la vista de la pantalla, girando el gran sillón de cuero negro, y alto respaldo. Con la lapicera, que su secretaria le extendía, presionó sus pequeños anteojos hacia el entrecejo. ..

-          ¿Está todo chequeado, Edith?...

-          Sí señor, el contrato de Goldberg que tanto esperamos, también

-          ¡Perfecto... muy bien ... por fin ! .... se hizo esperar...

Saint Patrick, paseó la vista rápidamente sobre los folios. Confiaba en su personal. Había logrado con los años formar un gran equipo. Meritorio. No era fácil, en los tiempos que corren. Su firma era admirada por todos los que la conocían. Dos grandes arabescos, uno al principio y otro al final, trazado con amplitud para luego extenderse muy legible, su nombre y apellido, y por debajo una línea ascendente. La firma de un tipo próspero, diría alguien en el tema. Él mismo estaba orgulloso. Adquiría además una suerte de gesto afectado, con su torso y brazo derecho apoyando delicadamente sobre el papel su mano izquierda en la que lucía, una gruesa alianza de oro El contrato aludido fue leído en cambio, en su totalidad antes de firmarlo.

-          ¡ Muy bien ! ... ¿algo más?

-          No señor, es todo... no olvide retirar sus estudios mañana, antes de venir...

-          Si claro ... gracias ...

Por un instantes su rostro se tensó, mirando fijamente a la secretaria...

-          Vaya nomás Edith, yo cierro ...

-          Gracias señor, hasta mañana.-

El arquitecto dejó caer sus anteojos, que colgaron de un cordón. Se tomó el rostro con ambas manos, acodado en el escritorio. Así estuvo unos minutos, bajo la lámpara. Con un suspiro se levantó, y se sirvió un vaso de agua. Será mañana, murmuró. Descolgó el auricular de un rojo brillante.

-  Evangelina ¿cómo estás amor?

(pausa)...

-          Aquí estoy, esperando que éste día terrible, termine de una puta vez ...

(pausa)...

-          ¡No!... ni hablar... solo quiero... ¡necesito llegar a casa! ... ¡cómo nunca lo necesité!

El arquitecto se tomó el bajo vientre, con un gesto de dolor muy marcado...

Mañana almorzamos juntos... ¿te parece? ... te llamo, beso... si eso haré, te amo...

(- ¡Dios ... ni pedir por Él ya podría, pero sin ella, todo hubiera sido peor . Evangelina... Gracias! )

Alineadas a su vista tres fotos de su familia, encuadradas finamente en cuero. Tomó la de su hija, y la besó largamente. Cuando la puso en su lugar, tenía los ojos llenos de lágrimas, tomó un llavero de cuero muy completo con su inicial, apagó la luz y descolgando el abrigo, se encaminó hacia la puerta. Recorrió con la vista por un largo instante el estudio, antes de cerrar. Ya en la calle llamó un taxi.

-          Paraná y Arenales, por favor...

Felicitas Ibarguren de Saint Patrick, hablaba por teléfono cuando el arquitecto entró a su casa...

- ¡Llegó tu padre Mariana ¡ ... ¿están lejos?... bueno, bueno, los esperamos ...

-  Hola Ignacio - Se puso en puntas de pie, para besar a su esposo -

Era una mujer pequeña que sujetaba con un broche, el pelo rubio. Vestía una larga pollera escocesa, un suéter de cuello V beige, y un pañuelo de seda anudado al cuello de costado, se dejaba ver debajo de la camisa celeste...

- ¡Enseguida llegan los chicos querido... el tránsito está infernal!...

- Muy bien servime algo, voy al baño...

El arquitecto entró al dormitorio, se quitó el saco y la corbata, y se puso una robe bordó con solapas azules, que tenía su nombre bordado sobre el bolsillo. Miró la puerta que había cerrado, y tomó un envoltorio que sacó del estante más alto del gran placard de puertas espejadas. Lo abrió sobre la cama, apareciendo un Smith & Wesson 38 Special cromado, y con cachas de nácar. Volteando la mirada con insistencia a la puerta, lo colocó, en el cajón de la mesa de luz, de su lado. Anudando la robe, volvió al living. Felicitas le entregó un scotch, con hielo. Buscó su sillón. Bebió un largo trago, sintiendo que el licor lo recorría, con gran placer. En un segundo sorbo observó con marcado desdén, como Felicitas se movía presurosa, alrededor de la mesa cuidándolo todo. Ni una sola curva se podía sospechar, debajo de su austero atuendo. (Siempre fue así, pensó Saint Patrick... también aquél día) . Pero era una mujer honesta y buena madre.

Ciriaco Pérez Ortiz, allá a principios de los setenta festejaba su cumpleaños, en la casona de Acassuso. Eran tiempos de Isabel, y Ciriaco y sus amigos, eran también, conspiradores. Como a medianoche se reunieron varios en el gran despacho del padre. Y los brindis por dios y la Patria se sucedían, a grandes voces.

-          ¡Los vamos a hacer mierda carajo, todo esto acabará

-          Lo veré en la tapa de los diarios, al día siguiente

-          ¡Acabemos de una vez, con éstos negros de mierda!

El joven estudiante de arquitectura, siempre se sintió fuera de éstas cuestiones, y elegía alegremente unos saladitos, en la gran mesa del salón cubierta con un impecable mantel blanco, bordado. Felicitas Ibarguren recién egresada de Bellas Artes, con una copa de champagne en la mano, se paró delante de la torta de tres pisos, en la cabecera de la mesa.

-          ¡Me quedaré hasta que la corten!

Se dirigía al joven rubio, que se había llevado un sándwich de pavita inolvidable a la boca, viendo como los ojos más verdes y grandes que hubiera visto, le sonreían.

(Por allí entré, sin duda...) La chicharra del portero eléctrico. Llegaron Ignacio... la mujer fue hasta la cocina...

-          ¡Mariana adelante!

En un par de minutos, Mariana y su novio saludaban a Ignacio, que los abrazó a la vez.

- Siéntense chicos, en un ratito comemos

-Yo voy a ayudar a mamá - Mariana fue tras su madre –

- Matías y su suegro se quedaron solos ...

- ¿Cómo va Ignacio ... el estudio ?

Saint Patrick charló en buen tono con el chico, lo consideraba, le gustaba. Matías, trabajaba, y estaba en el último año de la carrera de abogacía.Todo estaría bien seguramente. Era medianoche cuando Mariana y Matías, saludaban a sus padres en la vereda. Estaba fresco. Enseguida llamaron al primer taxi que pasaba.Con las manos alzadas, Ignacio y Felicitas cerraron rápidamente. Se acostaron enseguida. Tuvieron un rato de sexo oral que en los últimos años, era lo único que se permitían. El vaginismo de su mujer y su propia obesidad, no les permitían más variantes. Además, estaba Evangelina. Otro puntazo como aquél en el estudio, no lo dejó disfrutar de su eyaculación. Felicitas se durmió enseguida él, estuvo un rato despierto. Cuando se disponía a dormir, echó un vistazo dentro del cajón de su mesa de luz... allí estaba...Apagó su velador, y sintió que el sueño llegaba...

La mañana apareció lluviosa. Le costó encontrar un taxi

- Marcelo T. y Junín, anunció cuando consiguió uno...  Luego indicó: por Junín antes de llegar a Marcelo T. chofer, me espera un instante retiro algo y seguimos... ¿sí? ...

El chofer asintió con la cabeza. No estaban lejos, en diez minutos llegaron.

-          Un segundo chofer- Saint Patrick desapareció tras la puerta de vidrio del laboratorio

En cinco minutos bajó corriendo, los pocos escalones de la entrada, con un sobre blanco de buen tamaño, en la mano. Cruzó velozmente Junín. Aún llovía suavemente. Se sentó jadeando...

-  Cerrito y Viamonte por favor...

Estuvo unos minutos recuperando el aire sentado, mirando por la ventanilla. Habían cruzado Callao cuando tomó el sobre, que había dejado sobre el asiento. Lo abrió y extrajo una hoja despaciosamente. No había pasado un minuto, cuando Elías el chofer, lo escuchó decir en voz alta...

-          ¡Yo sabía... yo sabía... por Dios!

Elías Vázquez, el chofer, lo vio por el espejo, meterse el revolver en la boca... disparó. Su cuerpo se movió hacia adelante y hacia atrás violentamente, al tiempo que la luneta trasera explotaba. El taxista clavó, y se tiró del auto, gritando. El arquitecto aún tenía en su mano el sobre del laboratorio, cuando todo se llenó de curiosos, policías, y aullidos de ambulancias.

Montoya, oficial a cargo, hizo una seña al sargento Sidirack que arrodillado junto al cuerpo deslizó el cierre de la bolsa, ocultando la cabeza destrozada del arquitecto de la vista de todos. Dos policías subieron con gran esfuerzo el cuerpo a la morguera policial, cerraron las puertas y quitándose los guantes de látex treparon a la camioneta que salió a buena marcha, eludiendo a los curiosos. El médico de la segunda ambulancia se acercó a Montoya, que tomaba apuntes, sobre una tablita con hojas membretadas...

-          Tenía cáncer el gordo ¿ no doctor ?

-          ¡ Ajah ! ...  - el policía no levantó la vista –

-          Pobre tipo, sesenta y seis años... ¡ En fin ! ... el tachero tiene una crisis nerviosa, me lo llevo al Fernández... ¿Ud. nos acompaña oficial?

-          Por supuesto, sígannos. ¡ Sidirack ! ... es hora, vamos...

El patrullero precediendo a la ambulancia partió, con baliza y sirena, prendidos. En Paraguay antes de llegar a Cerrito quedaban: un taxi a 45 grados con las cuatro puertas abiertas, y vidrios dispersos llenos de sangre a su alrededor. Dos policías en sus motos cortaban la calle, con grandes ademanes y a los pitazos.

Circulen... circulen...

 


*Original de Eduardo De Vincenzi


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