Revista Nos Disparan Desde el Campanario Año II Nro. 31 Políticas de Estado con amnesia de mercado… por Alejandro Marcó del Pont
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Sitio El Tábano Economista
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La
realidad ha mostrado que la mano invisible del mercado necesita la mano visible
del Estado cuando conviene
Hay
relatos que pasan inadvertidos a fuerza de parecer ocurrentes y, en realidad,
son aterradores. Para exponerlo en un ejemplo tomaremos a los opositores
matutinos argentinos que dejaron entrever que, ante una solidaria orden del
presidente de Estados Unidos, llegarán al país 900 mil dosis de vacunas de la
empresa británico-sueca AstraZeneca. Lo que no explicaron, y nadie entiende
aún, es porque decena de millones de dosis de esta vacuna que no ha sido
aprobadas por Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) de los EE.UU se
encuentran inmovilizadas en Estados Unidos cuando un gran número de países las
necesitan urgentemente.
Se
supo, además, que Estados Unidos “prestó” a México unos dos millones y
medio de vacunas mientras que a Canadá le entregó un millón y medio. Se conoció
también que la condición del préstamos para de la entrega de vacunas estaba
sujeta a la aplicación de severas
medidas para reducir la afluencia récord de adolescentes y
niños centroamericanos y que México se comprometía a acoger a más familias
centroamericanas “expulsadas” por orden de la emergencia sanitaria de Estados
Unidos. Se desconoce las solicitudes a Canadá y Argentina, pero las mieles de
los favores suelen ser muy amargas.
Las
musas del libre comercio parecen haberse extraviado con la cuarentena mundial,
dando lugar a un nuevo significado llamado, de forma graciosa, “proteccionismo
inverso” (el neoliberalismo es una fuente inagotable de manipulación de
palabras). Esta idea trata de una custodia interna de suministros de los países
centrales, que no impiden la entrada de importaciones, sino que limitan la
salida de suministros cruciales, en este caso, vacunas.
El
Reino Unido y los Estados Unidos fueron los primeros en adoptar esta nueva y
despiadada política comercial: los ciudadanos querían vacunas y sus gobiernos
se propusieron proporcionárselas por cualquier medio. Londres y Washington
se basaron en contratos confidenciales con fabricantes de vacunas y, en el caso
de Washington, los poderes otorgados por la Ley de Producción de Defensa.
Para
ser un poco más claros, no es necesario limitar las exportaciones, es decir,
poner aranceles, cupos, restricciones de cualquier tipo, es más fácil hacer
contratos confidenciales donde se obliga a dejar la producción en sus países, y
el mercado ni se entera. Primero bajo Donald Trump, y luego bajo el presidente
Joe Biden, se acordó comprar toda la producción disponible de las vacunas
de Pfizer y Moderna durante
2020-2021, asegurando cientos de millones de dosis. Si con precios elevados de
pedidos por anticipado no alcanza, hay una treta más, los bienes estratégicos y
la vendita Seguridad Nacional, para evita su exportación de facto. Esto se
suele llamar política de Estado con amnesia de mercado.
Aquí
comienza una parte del juego del olvido del mercado por la guerra de las
vacunas. Durante décadas, y aún ahora, la gente creyó que podían delegar de
manera segura decisiones económicas cruciales sobre la oferta y la demanda a
los mercados globales y tecnócratas internacionales, de hecho la postura
estadunidense que ha dominado desde la época de Reagan, es que “el gobierno no
es la solución a nuestro problema, el gobierno es el problema”. No es que
la idea se haya modificado en profundidad, pero los gobiernos establecieron
estándares de seguridad para los productos farmacéuticos de manera que se
pudiera regular el mercado. Los europeos dejaron en manos de su Comisión la
negociación con las compañías farmacéuticas en nombre de todos sus miembros con
la vacuna del Covid-19, y los resultados fueron desastrosos. No recibió
vacunas, porque se exportaban, y el precio no resultó el pactado, elevado en
extremo.
La
geopolítica de la vacuna no solo está sepultando al libre mercado, peor aún,
está exponiendo su inexistencia. Mientras el proteccionismo inverso juega su
papel, hay países ricos que pueden sobrevivir, e incluso prosperar, en este
nuevo mundo, y los Estados más débiles y más pobres deben decidir cuál es la
mejor manera de proteger sus intereses.
El
libre comercio siempre va acompañado de reglas sobre disputas entre inversores
y propiedad intelectual que rara vez benefician a los Estados menos poderosos,
por lo que aparecieron en escena los rusos y los chinos. Ni la vacuna rusa
Sputnik V ni la china Sinopharm han sido aprobadas todavía por la Agencia
Europea de Medicamentos, pero dada la urgencia, algunos del grupo de Visegrado
(Eslovaquia, Hungría, Polonia y la República Checa) no tienen problema en
salirse del guion de Bruselas alegando la defensa del interés nacional. Mientras
que la discusión sobre el pasaporte de vacunas se agudiza, China permite el
ingreso a su país a quienes estén vacunados con su vacuna. Y ambos venden
vacunas en la UE, África y América Latina.
Poco
tiene que ver con las bondades del mercado cuando el Estado intervine o
enmienda las fallas del mismo, manteniendo compañías en ruinas, por ejemplo.
Esta intervención encubierta es especial de algunos partidos políticos, como el
Republicano, que se pasaron décadas alineándose con la comunidad empresarial y
sus preferencias por impuestos más bajos, menores regulaciones y exenciones,
como durante la reforma fiscal del 2017, que redujo el impuesto a las
corporaciones del 35 al 21%. Esto es un ida y vuelta de favores entre
empresas y gobierno, sin mercado, por supuesto, y evitando contabilizar los
costos impositivos para la población.
Resulta
que los queridos republicanos de Georgia, para ser más exactos, el gobernador
Brian Kemp, promulgó una ley general que apunta a penalizar a los votantes
afroamericanos de manera que no asistan a sufragar con una precisión racial
asombrosa. Algunas empresas, como Coca-Cola, Delta Air Lines, las mayores
contratistas del Estado, condenaron públicamente la aprobación de la ley. La
respuesta del partido republicano fue votar en contra de la exención fiscal de
U$S 35 millones sobre combustibles de la empresa aérea, por oponerse a la ley
de votación.
Esta
justificación fue encubierta con otra nueva acepción de “empresas que
despertaron”, o que comenzaron a funcionar y, por lo tanto, no necesitarían
ayuda estatal, apropiándose los republicanos de una responsabilidad fiscal
desconocida en su historia. Ante esta ensalada en la que a nadie le interesa el
déficit fiscal, solo a los que están bajo la órbita del FMI, los demócratas
presentaron la propuesta de aumentar los impuestos a las corporaciones
multinacionales para financiar el paquete de infraestructura del presidente Joe
Biden.
El
presidente norteamericano propuso cambiar la forma en que las empresas calculan
el impuesto, sobre todo sus operaciones en el extranjero, lo que tiende a
reducir sus facturas tributarias. Propuso exigir a las empresas que
calculen el impuesto país por país, cosa que ya hacen para evadir. Los
senadores sugieren permitir que las empresas dividan sus facturas entre países
con impuestos altos y países con impuestos bajos, bajo la teoría de que sería
más fácil de administrar.
“El
sistema tributario internacional debería centrarse
en recompensar a las empresas que invierten en Estados Unidos y en sus
trabajadores, dejar de incentivar a las corporaciones para trasladar empleos e
inversiones al extranjero”. “Estas reformas no solo mejorarían nuestro
sistema fiscal internacional, sino que también pueden generar los ingresos
necesarios para invertir en Estados Unidos”. Bienvenidos a quienes pagarán los
gastos de infraestructura de Norteamérica. Adiós al libre mercado y a los
incentivos a la inversión. Todas esas cosas quedaron para subdesarrollo.
Cobrarle
más impuestos a las multinacionales y que el mundo pague la reactivación
americana forma parte del nacionalismo
económico, la propuesta de campaña de Elizabeth Warren. Para
ella, las empresas americanas tienen como única lealtad a sus accionistas, de
los cuales un tercio son
inversores extranjeros. Si pueden cerrar una fábrica estadounidense y
enviar trabajos al extranjero para ahorrar un centavo, eso es exactamente lo
que harán: abandonar a los trabajadores estadounidenses leales y vaciar las
ciudades estadounidenses en el camino.
La
mirada de Biden no es tan agresiva porque las compañías globalizadas y
maximizadoras de beneficios, con ayuda pública, fueron las que lo depositaron
en la presidencia. Entendió también que el mercado no solo es un pésimo
asignador de recursos estratégicos, necesarios para que el proteccionista
Estados Unidos, en este caso, pueda dar pelea. Según el presidente demócrata,
“nadie debería poder quejarse de elevar la tasa de impuestos al 28%, que sigue
siendo más baja que la tasa entre la Segunda Guerra Mundial y 2017″.
Parece
que, después de 50 años de caída de las tasas de impuestos corporativos, esta
tendencia finalmente podría estar llegando a su fin, al menos en los EE. UU.
Sin mercado, como cuando las tasas fueron reducidas, la idea es poner a
Norteamérica de vuelta en el centro del mundo y las competencias, libertades y
el mercado, no pueden hacerlo.
*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista.
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