Revista Nos Disparan Desde el Campanario Año II Nro. 28 Pequeño y humilde diagnóstico de los primeros esbozos de Post-pandemia... Por Javier M. Miró
Hace solo un año muchos anunciaban, quizás inocentemente,
seguramente un poco apresurados, posiblemente sin un análisis profundo, pero con
rimbombantes bombos y platillos “El fin del capitalismo”. Otros, para estar un
poco del lado seguro nombraban al fin “El fin del capitalismo tal como lo hemos
conocido”. Hoy por hoy, al despuntar el segundo mes del 2021 podemos afirmar
que coletazos más, banca rotas menos, sanciones a China, y cambio de payasos en
el gran Circo, el capital fluye siguiendo las leyes de la hidráulica comportándose
como un fluido pasando de un lado al otro, de la aviación a la farmacéutica, de
la petroquímica a energía renovable, del turismo al comercio “on line” y su
transporte aéreo, pero más temprano que tarde se acomodarán todos los grandes
jugadores en sus sillas; se cerró el libro de pases, cualesquiera sean sus camisetas.
De los esbozos de cooperación, empatía, distribución,
estimulación, acción de los estados correspondientes siguió un comienzo de
extinción de la llama sagrada del entusiasmo que quizás voló detrás de los
cisnes del canal de San Marcos, anunciando un futuro de reducción de subsidios,
y disminución de intervención para tomar de a poco el Estado el rol de
vacunador.
De alguna forma podemos ilustrar al capitalismo como
un gordo con muchísimo dinero en una mesa de póker, no importa la habilidad o
la astucia del jugador que lo enfrente en pocas manos quedara fuera de juego,
fundamentalmente por no cubrir el monto de la apuesta del poderoso.
Muy diferente es la cosa si ponemos límites de
apuesta, ahí el jugador comienza a tener cierta chance. Volviendo entonces a
nuestro juego ¿Quién será el que pone las reglas? Obviamente los gobiernos, el poder, nuestros
representantes, a través de un Sistema en que hemos depositado nuestra fe y
denominamos democracia.
Basta dar un pequeño paseo por la aldea global para
percibir con cierta preocupación síntomas y señales contundentes de que
aquellos jueces de la partida de póker están como si fuera poco bombeando y pasando
señas al gordo poderoso, también vemos que el Sistema que tendría que utilizar
para hacer el juego legítimo está debilitado. Digamos que la última década vio
un incremento agudo de agrupaciones intolerantes en número de adherentes y
mayor acceso a puestos y porciones de poder. Las manifestaciones de ésta anti
tolerancia y la falta de respeto tuvieron su Woodstock en las recientes “riots”
de Washington con intento de toma del Capitolio, hecho que se repitió en varias
ocasiones con manifestantes fuertemente armados en varios palacios de gobiernos
de distintos Estados, que si bien han pasado, han dejado un símbolo y una
serie de imágenes difíciles de olvidar.
Al mismo tiempo ciertas fuerzas políticas responden a
grupos religiosos que adquieren un poder y protagonismo que excede su representación
en las sociedades. El desencanto en general en diversas partes del mundo busca
culpables en sectores vulnerables (mujeres, niños, inmigrantes, ancianos,
grupos minoritarios) y justifica acciones delictivas, decisiones irresponsables,
o acciones absolutistas con consecuencias irreparables a largo plazo. Hecho
demostrado, contundentemente, en el pobre manejo de la respuesta a la actual
pandemia en numerosos países desarrollados, por ejemplo.
Podríamos concluir entonces que no ha sido el capitalismo
sino la democracia la que ha sufrido las mayores heridas, la que ha salido más
debilitada en los últimos años. Para el lector superficial le parecerá
irresponsable mi diagnóstico, podrá nombrar listas de países democráticos y un número
de elecciones que validan su refutación. Personalmente una democracia debería
parecerse a lo que yo recuerdo de algunos viejos buenos restaurantes, me
refiero a aquellos que solía frecuentar guiado por mi viejo, no estoy hablando
de lugares ostentosos, caros, con recetas complicadas innecesariamente y platos
escuetos. Estoy refiriéndome a aquellos buenos que había en algunos barrios o
pueblos, de esos menús bastante completos con variedad de entradas, pastas,
carnes, minutas, postres, esos lugares con jamones colgando y colección de
vinos en estanterías. Esos lugares de donde salíamos pipones y satisfechos
pensando en volver. Cuál era el secreto, muy simple, una selección bastante
amplia y la seguridad de que uno conseguía lo que pedía, digamos una suprema
Maryland con puré, coincidía con la idea que teníamos del plato, sabíamos
exactamente cómo luciría, qué sabores brindaría a nuestro paladar, y más o
menos cuánto tardaría en llegar a la mesa. Aquellos canelones a la Rossini eran
un cuento de hadas y el bife con papas y huevos fritos a caballo constituía un
ganador total en materia de satisfacción. Nuestras democracias, por H o por B,
se han ido transformando en estos lugares donde cambian frecuente de dueño, de cocinero,
de decoración y de menú, donde uno no la pega con lo que quiere pedir. Si va
por milanesas, “hoy no tenemos”, si deseas pescado el mozo dice “‘no se lo
recomiendo”, la carne tarda mucho, y las pastas parecen fideos de paquete con
salsa Pomarola. Incluso a veces parece uno de esos lugares disfuncionales donde
si uno pide pasta le traen pescado y si pide risotto, le toca tiramisú. A veces
parece uno de esos comedores a la carta donde te traen directamente el bife que
no querés y te dicen “bueno eso es lo que hay”. Esto genera una creciente
bronca, descontento y por supuesto uno deja de concurrir a esos lugares. En
términos de mi humilde comparación caemos en menor participación real y activa,
menos incumbencia y más pseudo-participación a través de marchas de la bronca,
indignación y exabruptos. La solución (se cae de maduro) viene con receta fácil
que nunca se implementa: “Hay que democratizar más, hay que democratizarse, hay
que hacer que las decisiones, las acciones políticas los planes se parezcan un
poco más a nuestros deseos, necesidades, aspiraciones” (parece fácil pero no lo
es). Es cierto que si queremos implementar esto en las grandes estructuras queda
en la nada tragado por los propios malos actores de esta novela sin fin. Sería
necesario entender que esta dicotomía salvaje con fuertes dosis de incongruencias
e hipocresía: alimenta odios irreconciliables e interminables y estériles
disputas que dragan la sociedad hacia un vórtice profundo y oscuro. Quizás el
inminente problema que presentaría una mayor participación en propuestas y
participación sería el número extenso de las poblaciones actuales y el costo de
presentar propuestas en un marco democrático.
Siempre que se habla de ejemplos de democracia es
inevitable el estudio de la Grecia antigua, iniciada por Solón y Clístenes reformada
por Efialtes y Pericles, la cual le permitió a los estamentos más pobres de la población ateniense
a dar su opinión y querer más derechos, exigiendo una mayor participación en el
poder político. Similares sistemas se fueron implantando en numerosas metrópolis
griegas. Si consideramos que Atenas tenía una población de 250000 habitantes
una asamblea podía llegar a 60000 personas, distribuidas en los distintos
poderes y tribunales tales como la ekklesia, el boule y la dikateria. Otros
poblados menores tenían un menor número de participantes, pero siempre llegaban
a los miles, número que aun hoy es realmente inimaginable. Qué es lo que impide
que pueblos y ciudades pequeñas empiecen a discutir los temas importantes mediante
debates y análisis, informes de expertos y votaciones se llegue a resultados al
menos que contengan cierta realidad tangencial con sus deseos y necesidades. Si
pensamos que durante este periodo se establecieron las bases del pensamiento crítico
de la humanidad, los principios fundamentales de los experimentos científicos,
de la aritmética, la geometría, la hidráulica, las artes la arquitectura y el
teatro, creo que vale la pena tratar de encontrar ese camino para empezar a
transitarlo. Sin lugar a dudas vale la pena hacer un pequeño desvío en la ruta
y recargar energía en aquel viejo restaurant donde salíamos pipones y contentos
y la milanesa con puré era exactamente como la deseábamos. Entonces recién ahí
con la panza y el espíritu lleno podremos contemplar como implantar las reglas
por las cuales tengamos una chance cuando nos sentamos a jugar una mano de póker
con el gordo tramposo. ”Ojo no soy ignorante de aquella sociedad era menos que
perfecta y en aquella democracia no integraba a las mujeres y aún tenía un
número considerable de esclavos”…
*Javier Martín Miró. Ingeniero agrónomo, autor del libro Javier, Paco y el Loco y otros cuentos. En 1991 emigró a Sydney, Australia, en donde desarrolla su actividad profesional como Biosecurity Officer
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