Revista Nos Disparan Desde el Campanario Año II Nro. 28 En el nombre del déficit fiscal.. por Alejandro Marcó del Pont
Fuente
de Origen Sitio El Tábano Economista
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“Las políticas económicas de
Argentina están dando resultados”
(FMI, 5 junio de 2019)
Cuando
los gobiernos hacen hincapié en las desgracias y pestes que caerán con todo el
peso divino sobre las economías que tengan un abultado déficit fiscal, uno se
pregunta ¿a qué se refieren exactamente? ¿Cuál fue el pecado cometido y quién
el invidente que no detectó semejante falta? ¿A quién le dimos qué?, ¿en qué
despilfarramos tanto para recibir semejante represalia?, porque a simple vista,
los indicadores de pobreza solo han aumentado.
Comencemos
por las consecuencias de no haber hecho lo necesario para el bienestar de la
gente, pero si aumentar esta perturbación, del déficit, en el caso que
realmente exista. Los datos y algunas de las consecuencias del Covid-19 están
publicados, pero quizás valga la pena recordarlos. Alrededor de 120 millones
más de personas se vieron empujadas a la pobreza extrema en 2020, una cifra que
podría aumentar a 150 millones en 2021. Se estima que se han perdido 255
millones de puestos de trabajo en todo el mundo, y que el número de personas
afectadas por la inseguridad alimentaria aguda se duplicó a 272 millones a
fines del año pasado. Una década de raquítico progreso en los países
pobres se ha esfumado en un año.
Según
la Organización
Internacional del Trabajo, se perdieron en promedio en 2020 el 8.8% de las
horas trabajadas. Esta merma de horas de trabajo (en relación con el cuarto
trimestre de 2019) equivalen a 255 millones de puestos de trabajo a tiempo
completo y, aproximadamente, resulta cuatro veces mayor que la alcanzada
durante la crisis financiera mundial de 2009.
Como
consecuencia, los ingresos laborales de las personas registradas cayeron un
8.3% La disminución de los ingresos laborales mundiales asciende a 3,7 billones
de dólares, o el 4,4% del producto interno bruto mundial. El aumento de las
personas fuera de la población activa fue de 8.1 millones. Las pérdidas de
empleo en 2020 se tradujeron principalmente en un aumento de la inactividad más
que en desempleo. La inactividad, que representa el 71% de las pérdidas de
empleo a nivel mundial, dio como resultado una reducción de la tasa de
participación de la fuerza laboral mundial de 2,2 puntos porcentuales en 2020,
ubicándose en el 58,4 %.
Como
muestran los datos, durante la pandemia la pérdida de empleo, o la disminución
de las horas laborales, condujo a la inevitable caída en los ingresos. En
consecuencia, la demanda de muchos bienes y servicios no esenciales se
desplomó. La caída inicial de la demanda provocó una disminución de los precios
de algunos artículos, como el combustible o algunos de la canasta de bienes y
servicios que se utilizan para calcular el índice de precios al consumidor
(IPC). Como resultado, la inflación de los precios al consumidor se
desaceleró a nivel mundial en alrededor del 4% en el primer trimestre de 2020,
y fue de alrededor del 2,5% en el segundo trimestre.
Por
otro lado, a medida que transcurría el tiempo, y debido a las interrupciones de
suministro relacionadas con el COVID-19 y la fuerte demanda de los consumidores
que almacenan alimentos, suministros médicos, así como la especulación, los
precios de estos bienes comenzaron a aumentar sustancialmente. A nivel mundial,
en agosto de 2020, los precios de los productos alimenticios fueron, en promedio,
un 5,5% más altos que en agosto de 2019.
El
aumento de los precios de los alimentos puede tener un impacto desmedido en el
nivel de vida de los hogares de menores ingresos, que generalmente gastan la
mayor parte de sus ganancias en alimentos. Incluso un pequeño aumento
puede hacer que los miembros de esos hogares tengan que tomar decisiones
difíciles. El incremento de los precios de los alimentos y la pérdida de
puestos de trabajo provocados por la pandemia de COVID-19 son un combo
devastador.
Los
países en general intervinieron fuertemente en el mercado interno, regulando y
subsidiando con el fin de preservar la oferta. Es decir, durante el año 2020,
los estados tomatro medidas económicas extraordinarias o, al menos, no
ortodoxas con acuerdo del establishment, tratando de mitigar los efectos de la
pandemia y disminuir a futuro las consecuencias de la misma. En general, como
muestra el cuadro, los países desarrollados implementaron paquetes de estímulos
como media entre un 15 y 20% de su PBI, según el FMI, mientras que la media de
los países pobres no alcanzó el 2%.
Los
problemas con el déficit fiscal, el crecimiento, la deuda y el financiamiento
no son nuevos para los países en vías de desarrollo, y su capacidad de asistir
a sus economías queda demostrado en los paquetes de incentivos y su peso con
respecto al PBI. Según el periódico Pagina
12, “en el año de la peor crisis económica, social, laboral y
sanitaria mundial de los últimos cien años, el FMI entregó asistencia a 85
países por un monto global de 105.529 millones de dólares. Y a la Argentina
solamente por 45.000 millones. Más allá de lo insólito del préstamo, los
organismos internaciones en general no han aportado nada.
El
G20 condonó temporalmente la deuda de los países pobres, que deberán comenzar a
pagar este año intereses más el principal. Mientras tanto, el FMI anunció que
pondría a disposición US$50.000 millones para sus 189 países miembros y el
Banco Mundial dice haber aumentado la disponibilidad de recursos de la
Asociación Internacional de Fomento, su fondo para los países más pobres,
comprometiéndose hasta $55 mil millones para estos países durante el período de
abril de 2020 a junio de 2021, y aseguró estar preparado para distribuir hasta
US$ 160.000 millones en los próximos 15 meses, esa es toda la ayuda que estos
organismos pueden brindar. Los anuncios que han hecho parecen una burla después
del préstamo a Argentina.
Ante
la pandemia y emergencia mundiales, la respuesta internacional es realmente
desmoralizadora. Concentración del ingreso, concentración de adquisición de
vacunas y falta de financiamiento para los países pobres son solo algunas
señales del proceder hegemónico que ninguno de los organismos internacionales
ha podido modificar. Pero todavía queda una desavenencia en el tintero. La
preocupación por el déficit fiscal, o sea, la intranquilidad por el pago de la
deuda.
Ante
la calamidad y el infortunio económico social mundial por las consecuencias de
la pandemia y ante la falta de equidad en las vacunas, en la posibilidad de
afrontar las pérdidas de trabajo, ingreso y salud, el mundo se preocupa por el
déficit fiscal, pero solo en los países en vías de desarrollo, no en los
centrales. El último tsunami económico que sufrió la región fue hace más de una
década, cuando se desató la gran recesión en 2008, para entonces la deuda
pública de América Latina giraba en torno al 40% del Producto Interno Bruto
(PIB). Hoy, en medio de la pandemia de coronavirus, la región está en una
situación mucho peor que en ese momento: la deuda promedio es de 72% del PIB,
según las estimaciones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Por
lo tanto, el riesgo de impago ante las necesidades sociales acuciantes se
vuelve realmente preocupante. Así que todo el arsenal mediático está dirigido a
alertar a la población de las medidas populistas de emisión monetaria en el
financiamiento del gasto y el continuo despilfarro de planes de ayuda a los
pobres, los ancianos y los jóvenes, que reducirían el superávit operativo e
invalidarían el pago de las acreencias a Organismo Internaciones o a inversores
privados que tengan bonos del país. Si no se afrontan estas responsabilidades,
las siete plagas de Egipto serán una bendición ante la ira de los mercados.
Pongamos
el ejemplo de Argentina para entender esta alarmante profecía. Desde el retorno
a la democracia en 1983, y hasta el año 2020, en estos 37 penosos años el país
ha tenido como muestra el cuadro solo 5 años de superávit, ha crecido en todos
estos año en promedio a una tasa raquítica y endeble del 1.8%. Cualquiera
distraído podría pensar que el déficit fiscal es el problema, pero el que
mostramos es el déficit financiero, el que incorpora los pagos de intereses de
la deuda, ahí está en núcleo del asunto.
En
todos esos años ocurrieron algunas cosas llamativas. Durante casi el 40% de ese
periodo el país tuvo tasas de crecimiento fuertemente negativas. Durante el
mismo periodo, su deuda externa pasó de U$S 45.000 millones a U$S 412.566
millones, es decir, se multiplicó casi 9.15 veces. O sea, todos los ajustes
realizados en el déficit primario (antes de intereses) fueron con el fin que
poder afrontar los pagos de la deuda a expensas del desarrollo, la
concentración y del empobrecimiento general. Con el macrismo la cantinela de la
emisión monetaria ya fue cero, la maquina se apagó, la inflación fue 100% y el
déficit más del 10%, la fuga de capitales de 100 millones de dólares y la deuda
se incrementó en U$S 142.500 millones.
Cuando
se reducen los haberes de las pensionados, las ayudas a los desprotegidos, los
aportes a la sanidad o a la educación, todas las medidas de austeridad están
destinados a reducir ese déficit, que deberá volverse superávit para poder
pagar las deudas, postergando la ayudar a los más necesitados en la pandemia, o
tratar de enderezar el carro del desarrollo. ¿Saben quiénes fueron los grandes
endeudadores del país, los que aumentaron la deuda y tuvieron que realizar
políticas de austeridad para afrontar sus desastres? Solo de la caída de
Alfonsín al neoliberalismo de Carlos Menen, representante del mismo
establishment actual y de los mismo organismos, la deuda pasó de U$S 45.000
millones a U$S 150.000 millones, con déficit, y regalando las empresas del
Estado. ¡¡¡Realmente hay que volver a discutir sobre el déficit!!!
*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNL. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista.
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