Revista Nos Disparan Desde el Campanario. Edición especial. Latinoamérica, el vector de la guerra EE.UU – China por Alejandro Marcó del Pont
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Sitio El Tábano Economista:
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Aunque
no hay un amo nuevo todavía, las reglas siguen siendo las viejas
Desde
hace un tiempo China se convirtió en una preocupación para los Estados Unidos,
pero se figuraba un problema relativamente lejano. La crisis del 2008 y la
pandemia del Covid-19 aceleraron la posición de China en el centro de la
disputa por la hegemonía mundial.
Durante
la administración Trump se modificó el enfoque que se tenía del país asiático.
China pasó a ser un “competidor estratégico”, y se convirtió en el objetivo de
una política de agresión y contención. De igual forma, su presencia en América Latina,
considerada hasta no hace muchos años inofensiva, o incluso beneficiosa, pasó a
ser percibida como una amenaza desde la Estrategia de Seguridad Nacional de
2017 norteamericana.
En
el apogeo del crecimiento anterior a la crisis del 2008 los observadores
comenzaron a alertar con respecto a lo que parecía una tendencia preocupante
hacia la desindustrialización y la reprimarización de las economías
latinoamericanas. Dejando a un lado las divergencias de la crisis mundial y la
desaceleración del crecimiento de China, esta produjo dos efectos nocivos para
las economías latinoamericanas: el fin del boom de las materias
primas y la inactividad industrial.
Hoy,
ante el advenimiento de un renovado ciclo de commodities con precios
altos, en un escenario de pandemia y guerra comercial, vuelve a ponerse en duda
qué lugar y rol debe ocupar América Latina en la disputa mundial del comercio,
dadas las características estructurales de crecimiento de la economía china,
con fuerte dependencia de la importación de recursos naturales y bienes
primarios. El dilema es mayor cuando nos damos cuenta que cada estado
latinoamericano reacciona independientemente y no en bloque frente a los
estímulos del entorno internacional. Entonces se entiende fácilmente la
fragmentación regional y la necesidad de reeditar una narrativa de Patria
Grande, que se encuentra en franco retroceso, sin la cual se comprometen aún
más los desafíos económico, financiero, tecnológico y comercial futuros.
América
Latina ha sido históricamente la región más desigual del mundo, con un débil
desempeño económico y en la actualidad con niveles de deuda que acentúan los
lazos de dependencia que siempre han marcado su condición en el escenario
global. La idea es descifrar cómo afrontar los riegos de un mundo en el cual se
percibe un monumental desorden, un alto grado de incertidumbre, una fuerte
entropía. Anteriormente se trataba de regular el futuro, hoy la incertidumbre
es más transversal y los diseños de política tienden a mitigar las
consecuencias como el calentamiento global, el fraude o robo de datos, los
ciberataques, entre otros, agregándoles problemas geoeconómicos, geopolíticos,
socioespaciales y geotecnológicos, excelentemente descrito en el artículo “Las
políticas exteriores de América Latina en tiempos de autonomía líquida”
Los
autores de dicho artículo entienden que, en el marco de la disputa comercial
sino–estadounidense, la contienda en AL se lleva a cabo, por un lado, en el
marco de los estados, y por otro, en el de la mundialización (globalización).
Los primeros “ponen el acento en los Estados-nación, las fronteras, el
territorio, la soberanía y el control de los flujos transnacionales. La
Mundialización diluye la noción de fronteras, dejando traslucir el papel de los
actores no gubernamentales, las grandes corporaciones digitales, la banca financiera
multinacional, las organizaciones criminales y los movimientos sociales
transnacionales de ambientalistas, feministas o de derechos humanos, entre
otros”.
Esta
competencia viaja en medio de una disputa por la hegemonía global dentro de un
continente que ha perdido peso de todo tipo. Cuando se creó la Organización de
las Naciones Unidas (ONU) en 1945, 20 de los 51 miembros iniciales eran países
latinoamericanos. Hoy, son 193 países miembros perdiendo peso político
específico del Grupo Regional de América Latina y el Caribe (GRULAC). En lo
económico, el continuo declive en la colaboración de América Latina en las
cadenas globales de valor. “De una participación en el total de exportaciones
mundiales de 12% en 1955, la región pasó a 6% en 2016, para llegar a su peor
performance de 4,7% en 2018. Las solicitudes de nuevas patentes tecnológicas provenientes
de la región equivalían a 3% del total global en 2006, bajaron a 2% en 2016 y
llegaron a un insignificante 0,62% en 2018.”
Todo
este quebranto, en un escenario políticamente fragmentado, en el que las
iniciativas de integración regional, como el Mercado Común del Sur (Mercosur),
la Comunidad Andina de Naciones (CAN), la Alianza del Pacífico (AP), la Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión de Naciones Suramericanas
(UNASUR) atraviesan situaciones de irrelevancia, estancamiento o
desmantelamiento, según el caso.
Además,
por cierto, en la cuarta revolución industrial la geografía de la economía
digital está liderada de manera sistemática por un país desarrollado y otro en
desarrollo: los Estados Unidos y China.
Esos dos países representan, por ejemplo, el 75% de todas las patentes
relacionadas con las tecnologías de cadenas de bloques, el 50% del
gasto mundial en la internet de las cosas y más del 75% del mercado mundial de
la computación en la nube dirigida al público. Además, lo que es quizá más
extraordinario, representan el 90% de la capitalización de mercado de las 70
plataformas digitales más grandes del mundo. La cuota de Europa es del 4% y la
de África y América Latina juntas es solo del 1%. Siete “superplataformas”,
Microsoft, seguida de Apple, Amazon, Google, Facebook, Tencent y Alibaba,
representan dos tercios.
Como
dijimos, en fechas relativamente cercanas AL cobró relevancia para China en
todos los aspectos y en esta disputa comercial en particular. AL tiene cerca de
650 millones de habitantes, un promedio de edad de 29 años, por lo que el
futuro es prometedor. La naturaleza ha sido pródiga, dotándola de vastos
recursos, desde poseer la mayor biodiversidad del planeta hasta explotación
ganadera, agrícola y minera que evidencian su riqueza. Destacan entre estos
últimos el litio, la plata y el cobre, con porcentajes superiores al 50% de las
reservas probadas a nivel mundial, y estaño, níquel, zinc, con reservas
cercanas al 25%, todos necesario para el desarrollo chino. Con un PBI que
representa el 8% del producto mundial, es una región atractiva, tan solo superada
por en su PBI por la UE, Estados
Unidos y China, y por delante de India y Japón.
Las
naciones latinoamericanas tienen poco peso específico en el intercambio
comercial con China, algo que resulta importante considerar cuando se toma cada
país de manera individual. El único país que tiene un peso relevante en el
comercio con China es Brasil, los demás países latinoamericanos no son
determinantes de manera aislada, pero sí en conjunto y por diversidad de
exportaciones. En cuanto a las inversiones, la incursión china también se ha
ido modificando, de fusiones y adquisiciones a infraestructura. En un
principio, respondiendo a una estrategia de expansión económica acelerada
tratando de asegurar el suministro de materias primas y de otros insumos. En
esta etapa las empresas estatales tenían un papel protagónico en muchas de las
inversiones directas en el extranjero. Tras importantes errores y fricciones
con las autoridades locales de diversos países, las compañías estatales chinas
abrieron paso a otro tipo de organizaciones, empresas privadas de gran tamaño,
pero desconocidas en Occidente.
Entonces,
entre los años 2000 a 2018 la centralización fue evidente en materias
primas (60%), servicios (31%) y manufactura (9%). La concentración
también ocurre en los países receptores: de 2000 a 2019, Brasil atrajo U$S
48.701 millones, Perú U$S 24.655 millones, Chile U$S 14.900 millones, Argentina
U$S 12.884 y México U$S 7.924 millones. Entre los años 2015 y 2019 la inversión
directa de China en América Latina sufrió una transformación. El rubro de
infraestructura alcanzó el 40% del total y aumentó en una miscelánea de áreas,
principalmente a costa de la minería.
Como
queda expresado, las necesidades chinas juegan un papel fundamental en su
desarrollo estratégico, por lo que la idea asiática de hegemonía y los
instrumentos utilizados no son diferente a los ideados por los acuerdos de
Bretton Woods de 1944 y los organismos internacionales que lo sustentan, FMI,
BM, y hasta el Plan Marshall. La idea del “asenso pacífico” y el “sueño de
China”, el modelo oficial basado en la cooperación, la armonía y el entendimiento
como ejes rectores de su política exterior, se apoyan en el New Development
Bank (NDB) y el Asian Infrastucture Investment Bank (AIIB), el Banco de los
BRICS como organizaciones gemelas a Bretton Woods. Y podría decirse
naturalmente que la Nueva Ruta de la Seda sería la zanahoria equivalente al
Plan Marshall.
El soft
power garantizar una presencia estable en la región, haciendo uso de la
llamada diplomacia de negocios, acercamiento que siguió las directrices
contenidas en el Plan
de Cooperación China-Estados latinoamericanos y caribeños (2015-2019). El
plan también se conoció como 1+3+6, en alusión a la planificación, a los tres
motores, comercio, inversión y finanzas, y a las seis áreas estratégicas de
colaboración, que comprendían recursos, comercio, infraestructura, cultura,
industria y tecnología.
Mediante
ese tipo de convenios multilaterales China se aproxima a la región en su
conjunto, generalmente con compromisos de buena voluntad. Algo similar ocurre
con los acuerdos en el marco de la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda con
algunos acuerdos formales de adhesión, que incentivan los préstamos blandos y
hasta inspiran ideas de mayores movimientos de comercio, ya que más de 60
países están adheridos a la iniciativa. El Banco Mundial atribuye a esta
iniciativa “el 30% del PIB mundial, el 62% de la población y el 75% de las
reservas energéticas conocidas”, un imán sumamente atractivo para
Latinoamérica, si es que la membresía aporta privilegios.
En
el comercio los barcos siguieron la ruta marítima transpacífica, conocida como
La Nao o el Galeón de Manila, que transportaban mercancías desde los puertos
marítimos mexicanos, y que entre 1565 y 1724 cruzó el océano en su travesía
cuasi anual, transportando especies, seda, porcelana y otros productos chinos
para abastecer a la población de las colonias españolas en América, y no
tendría que cambiar nada ahora. Quedan en el tintero el comercio digital, la
tecnología 5G, sobre todo la apertura al comercio cross-border (compras
en línea) y al comercio digital en general. Hasta el momento, la presencia de
Alibaba en América Latina es muy limitada, pero se encuentra dentro de la
disputa por desplazar a Amazon y a otras plataformas del e-commerce y
establecer el yuan.
Si
bien en el tema financiero china ha ingresado a AL sin demasiados contratiempos
para seducir con financiamiento obras de infraestructura y proyectos
faraónicos. El yuan puede ser el catalizador de enfrentamientos entre las dos
potencias, ya que Estados Unidos es especialmente sensible a su uso y sus
cualidades de financiamiento. Mucho mayor impacto tendría el uso del yuan
reemplazando al dólar en transacciones del sector energético o como instrumento
de deuda. También se comienzan a generar dudas respecto a empresas icónicas
chinas, como Huawei, o aquellas ligadas al 5G, aplicaciones de inteligencia
artificial, robótica industrial o geolocalización. El mayor temor, sin embargo,
reside en la expansión de la denominada Nueva Ruta de
la Seda Digital, aunque hasta el momento parece estar limitada a Eurasia y
África, pero será motivo de disputa en América Latina.
La
realidad demarcaría cual es el poder que tiene AL para ejercer de manera autónoma
decisiones que le permitan desarrollarse y llevar a cabo convenios que no la
sometan a imposiciones como ya las conocidas con los EE. UU. y sus organismos
de control, en medio de esta disputa. El tema de la autonomía y
sus significados y conceptos teóricos no se encuentran dentro de la lógica del
artículo, pero se puede leer en el artículo
“De la autonomía antagónica a la autonomía relacional: una mirada teórica desde
el Cono Sur Roberto Russell, Juan Tokatlian”
Pero,
sí, al menos, la condición del Estado-nación que le posibilita articular y
alcanzar metas políticas en forma independiente. Conforme a este significado,
autonomía es una propiedad que el Estado puede tener o no a lo largo de un
continuo en cuyos extremos se encuentran dos tipos ideales: total dependencia o
completa autonomía. Sea esta o cualquiera de las definiciones de autonomía, se
percibieron que el sistema internacional tenía un efecto particularmente
negativo en América Latina, tanto en el plano político como económico.
La
lógica del poder es tratar de conseguir un grado de autonomía nacional,
articularse a partir de un uso inteligente de los recursos de poderes tangibles
e intangibles de América Latina como un todo, más allá de las particularidades
y seducciones propuestas e intentos de acuerdos para la región por alguna de
las partes de la guerra comercial, ya sea China o Estados Unidos. Llevarlo a
cabo en un continente donde el mayor país está gobernado por militares y
alineado con Estados Unidos, pero su mayor socio comercial, es China, es más
complejo. Pero de esta idea de autonomía depender el desarrollo futuro de la
región.
*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNL. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista.
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