Revista Nro. 27 El frío y la obsolescencia programada por Favio Camargo

 

En casa tuvimos la misma heladera durante muchos años, no sé cuántos, pasaron como treinta hasta que vi una nueva. Esta no se compró debido a que nos aburriera el diseño o  porque la antigua dejara de funcionar, sino a causa de que empezaron a aparecer comidas precocidas congeladas que eran muy convenientes de preparar, por caso lasañas o pizzas, sobre todo, cuando volvía tarde en colectivo desde la Universidad con sede en Bahía Blanca a Coronel Dorrego, esto era más o menos a las 12 de la noche. También por el helado, no les voy a mentir.

Pero la idea de la nota de hoy (¿no estamos hablando solo de comida verdad?  - Diría Homero Nuestro Señor -) es pensar sobre uno de los artefactos que más confort nos brinda y en el que pocas veces nos ponemos a pensar. La heladera.

La heladera eléctrica al igual que todos los artefactos de consumo se pone al alcance de las mayorías en Argentina durante el Peronismo. Esto no es algo partidario, sino objetivo. Porque también es durante esta época cuando la electricidad llega a los sectores populares. ¿Quién iba a comprar artefactos eléctricos sin tener línea donde hacerlos funcionar? Es verdad que existen heladeras a gas o a kerosene, pero nunca fueron masivas, recuerdo de chico haber visto un ejemplar cuando estaban desmontando una casa rodante para modernizarla.

El acceso de los obreros al mercado de consumo de bienes durables de confort se da durante el Peronismo. Antes de la heladera eléctrica se bajaban las cosas a enfriar a los pozos de agua o se usaban refrigeradores que funcionaban con una barra de hielo. Estos mantenían las cosas frescas mientras el hielo no se derretía, un día más o menos. Pero por supuesto no tenían la capacidad de congelar.

El acceso a este bien de consumo no solo se da porque mejora la distribución del ingreso a favor de los sectores populares, sino también porque aparecen empresas que fabrican localmente este producto con capacidad de abastecer esta demanda. Antes al ser solo una minoría de la población la que demandaba refrigeración domiciliaria eléctrica, las heladeras se importaban lo que las hacía muy caras. Aquí en nuestro país empresas como Siam o General Motors con marcas como Argemo y Frigidaire (que durante la segunda guerra mundial no podía fabricar automóviles) se dedicaron a abastecer este naciente mercado. Luego habría muchas más empresas nacionales grandes, medianas y pequeñas, que resistirían hasta que entre “la dictadura, alfonsín y el menemismo” las hicieran talco.

Hoy este producto sufre lo que todos los demás, la supuesta existencia de lo que conocemos como obsolescencia programada. Esto es según la leyenda urbana, un acuerdo tipo “kartel”.

Este acuerdo habría nacido un día en el cual los principales fabricantes de bombitas (focos) se dieran cuenta de que el invento era tan bueno que no se rompía nunca, por lo que se pusieron de acuerdo entre fabricantes para empeorar intencionalmente la calidad de los productos. Pero vamos a alejarnos de algo tan simple como una bombita y vamos a pensar en los electrodomésticos más caros de la casa. La cocina y la heladera.

Con este acuerdo entre fabricantes se rompen más rápido y no es posible repararlos, lo que lleva a un consumo permanente. Con los precios de hoy digamos y si esto es verdad, uno viviría empeñado a perpetuidad tarjeteando cocinas y heladeras a 36 cuotas que duran más o menos cuatro años. Si lo pensamos seriamente no es tan descabellado ¿Alguien cree que una de las heladeras que vemos en los folletos de las casas de electrodomésticos en la actualidad pueden durar 80 años?..

… el documental explica por qué no... 







*Favio Camargo. Docente, estudiante del Profesorado de Historia en la Universidad Nacional del Sur


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