Revista Nro. 27 EL CONTRATO SOCIAL DIGITAL, EL ADN DE LA GUERRA TECNOLÓGICA por Alejandro Marcó del Pont

 

Fuente: Sitio el Tábano Economista

 

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Los niveles de felicidad de tu vida depende de la velocidad de tu conexión a internet

Cuando en 1996 se aprobó en Estados Unidos la Ley de Decencia de las Comunicaciones y su Sección 230, hoy en discordia, Google no existía y Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, tenía 11 años. Mucha agua ha corrido bajo el puente, así como abundantes  cambios en internet y con las redes sociales. En el propio centro del mundo, la disputa por el dominio de la tecnología y su control son motivo de debate, más aún en lo que concierne a su apropiación y regulación.

La guerra tecnológica tiene varias aristas pero se pueden resumir en tres. La primera es la dimensión que han adquirido las grandes empresas tecnológicas (monopolios), la segunda la protección de la libertad de expresión en la web, ya que los contenidos están creados por sus usuarios, y por último, la supuesta Seguridad Nacional, que encubre que “quien maneja los datos de las redes a su conveniencia controlará el mundo”, la batalla China–Estados Unidos o China y las Big Tech.

Esta dispersión de desafíos puede dar la sensación de un caleidoscopio de enfrentamientos, pero en realidad hay una batalla central y varios frentes colaterales que tiene que ver con disputas nacionales, aun así la suma de los triunfos locales consolidan la disputa central, el manejo de la tecnología en el mundo. Veamos una de las batallas secundarias para entender la disputa central.

La primera controversia será la inexistencia de mercado, o el poder monopólico al que han arribado estas firmas. Los directores ejecutivos de las compañías fueron citados a una reunión extraordinaria por el Subcomité de Defensa de la Competencia Judicial de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, por la ley antimonopolio, y supone que sus empresas tienen el poder de moldear la forma en que las personas se comunican, compran, buscan información y socializan. Los convocados representan a las cuatro personas más influyentes del planeta: Jeff Bezos (Amazon), Tim Cook (Apple), Sundar Pichai (Alphabet- Google) y Mark Zuckerberg (Facebook). Tienen 275.000 millones de dólares en patrimonio neto personal combinado, y más de 4,8 billones de dólares en valor de mercado.

La audiencia se centró en cuestiones antimonopolio y política de competencia. Los legisladores expresaron su preocupación por la concentración del mercado, la competencia desleal y las prácticas predatorias. ¿Estas ideas serán ciertas? Comencemos con Amazon que, no solo es el minorista más grande del mundo, sino también la mayor empresa de compras en la nube. La compañía ha crecido aún más al administrar un mercado donde compañías de terceros pueden vender sus productos por una tarifa. Muchos críticos argumentan que no se debe permitir que Amazon maneje el mercado y que pueda “competir” dentro de ella, es decir, que la compañía​​ sea tanto jugador como árbitro y tome las decisiones del VAR, una ventaja injusta sobre el otro equipo. ¿Por qué debería permitirse mantener esta ventaja?

Durante años, los vendedores externos que utilizan el mercado de Amazon han sospechado que la empresa de Seattle utiliza datos de ventas para lanzar productos de la competencia con sus propias marcas privadas. La firma es proveedora de servicios de compras en la nube y algunos de sus clientes también son sus competidores. ¿Utiliza alguna vez datos de sus clientes de la nube para tomar decisiones sobre productos de la competencia? Es una buena pregunta. Por cierto, como veremos el confinamiento ha sido generoso con la mayor fortuna del mundo, la de Jeff Bezos. El dueño de Amazon tenía un patrimonio estimado de 113.000 millones de dólares en marzo de este año, y a mediados de octubre alcanzaba los 203.100 millones, un alza del 79,8%.

Sigamos con la manzana. Hay 900 millones de usuarios de iPhone en el mundo y la única forma en que pueden descargar aplicaciones en sus teléfonos es a través de la App Store, que Apple controla. O sea, la compañía puede decir qué aplicaciones pueden estar en la tienda y cuáles no. Apple no solo ha copiado repetidamente funciones de aplicaciones de terceros, incorporándolas a su sistema operativo, sino que a los desarrolladores les exige que utilicen su herramienta de pago dentro de su aplicación, un 30% más costosas que el promedio, si no serán sacados del App Store.

La pandemia no ha afectado significativamente las ventas de Apple (iPhone, el Mac y el iPad), sus beneficios netos de 33.485 millones de dólares durante los seis primeros meses de este ejercicio fiscal, son un 6,2% más que los 31.526 millones del mismo período del año pasado. Por cierto, App Store ha generado un total de 32.800 millones de dólares.

Google genera más del 90% del tráfico de búsquedas y absorbe más del 90% de los ingresos publicitarios de ese segmento. Sus precios para el mercado publicitario son entre un 30 y 40% más altos que los de Bing (de Microsoft) al comparar términos de búsqueda similares, según un estudio realizado por la Autoridad de la Competencia del Reino Unido (CMA: Competition and Markets Authority). Pero, según su Director Ejecutivo, la búsqueda de Google no perjudican a los productos de otras empresas. Play Store, el competidor de App Store, ganó solo 17.300 millones de dólares en el primer semestre. Esto es casi la mitad de ingresos en una plataforma con muchos más usuarios que la de Apple.

Facebook era mayor que cualquier otra categoría que los seres humanos conocieran en la Tierra, que no fueran seguidores del cristianismo, a quienes Facebook también sobrepaso rápidamente. En los últimos años, Facebook ha adquirido Instagram, WhatsApp, Onavo, Oculus, CrowdTangle y Giphy. Su director ejecutivo defendió estas adquisiciones por motivos de innovación y afirmó que su empresa mejoró los productos y servicios disponibles en los sitios adquiridos y benefició a los consumidores, no para mantener el monopolio.

La Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos (FTC, por sus siglas en inglés), y un grupo de fiscales de 48 de sus 50 estados, han presentado este 9 de diciembre una demanda contra Facebook para reducir el tamaño de la empresa y su posición de mercado. Según la demanda, la tecnológica que dirige Mark Zuckerberg lleva años manteniendo su “monopolio” en el sector de las redes sociales mediante conductas empresariales que atentan contra el libre ejercicio de la competencia.

La segunda controversia tiene que ver con la regulación por parte del Estado de las publicaciones en las redes sociales, o que las empresas se autorregulen o auto censuren. Esta idea tiene que ver directamente con la Ley de Decencia de las Comunicaciones y su Sección 230, de hecho, lo que se quiere modificar es la Sección 230.

Dicha Sección ha permitido que florezca la internet moderna. Los sitios pueden moderar el contenido (establecer sus propias reglas sobre lo que está y lo que no está permitido) sin ser responsables de todo lo publicado por los visitantes. También ha proporcionado cobertura legal para las complicadas decisiones relacionadas con la moderación del contenido.

Pero este canto de sirenas esconde más de un problema. Tan desmesurada es la disputa de la regulación, que las grandes Big Tech impulsaron la candidatura de  Kamala Harris, una persona de su confianza para que el partido Demócrata se inclinara por favorecer la autorregulación, apoyándo su campaña, como veremos en las redes, mientras que D. Trump y los republicanos atacaron a las redes intentando regularlas o modificar la Sección 230. Veamos, ¿por qué?




Quizás el video de las preguntas de la diputada Ocasio-Cortez a Mark Zuckerberg, que lo dejaron en ridículo, o al menos expuesto, demostró que cuando su conveniencia lo amerite, la empresa jugarín para el político que lo beneficie, o, sin importar lo moral o inmoral de la propuesta, permitirán explayarse a quien compra su producto o contrate sus servicios. Esta exposición en el Congreso fue hace un año y, como veremos, fue utilizada durante la campaña electoral y ante las denuncias de fraude por el candidato Republicano se sirvieron de estos “casos excepcionales”.

Las principales plataformas digitales intentan autoregularse, porque ellas, de facto, con sus leyes corporativas buscan tener la potestad de sentenciar activadades o implantar negocios propios. Algunas de las áreas en juego son la industria, el comercio, la política electoral, protección de datos, derechos de usuarios y consumidores, tributación e impuestos, contenidos nacionales, subsidios a medios locales, libertad de expresión, discurso de odio, políticas sociales, raciales, las plataformas laborales, organización del trabajo, destrucción sindical o la Gig economy, las fake news, entre otras.

Aunque daremos algunos ejemplos groseros de la puntualización anterior, todos tenemos conocimiento de haber hablado de correr y comprar calzado deportivo con un amigo en la privacidad de nuestro hogar, y que cuando miramos el celular tenemos un listado de oportunidades, ofertas de calzado deportivo. ¿Cómo se enteraron?

Desde el punto de vista de la libertad de expresión, para tener una idea, la mayor exhibición de poder de fuerza y atropello a esta libertad la dieron en conjunto las cadenas televisivas NBC News y ABC News al interrumpir la transmisión en vivo de la acusación del presidente americano de fraude electoral, editorializando las palabras del Ejecutivo: “Qué noche más triste para Estados Unidos de América ver a su presidente (…) acusar falsamente a la gente de intentar robarse las elecciones”, señaló CNN. Durante los meses anteriores, los dueños de las redes sociales también exhibieron su fuerza contra el partido Republicano cerrando cuentas de seguidores de Facebook del presidente por considerarlos violentos o, censurando, en el caso de Twitter, casi la mitad de los mensajes del magnate republicano desde la noche de las elecciones, advirtiendo sobre la naturaleza “engañosa” de sus comentarios.

El mantener la hegemonía de estas compañías no tiene que ver con cuestiones de beneficios o tasas de ganancia, es por poder, por manipulación de la información. La desinformación, el discurso del odio, racial, las fake news, la posverdad, todo ello se concentra en el accionar de la autorregulación. Estados Unidos tiene 330 millones de habitantes, de los cuales 245 millones tienen más de 18 años y pueden votar. A este esfuerzo colectivo, que voten, y a favor de los demócratas, se han unido este año las principales plataformas sociales. Facebook, Snapchat, Twitter y YouTube, así como Google, han animado a sus usuarios a votar y, si, como sostiene el Pew Research Center, el 62% de los adultos estadounidenses obtiene la mayor parte de la información de las redes sociales, de las cuales 67% es de Facebook, la mesa está servida. 

La utilización de los datos personales, la violación de la confidencialidad, da como resultado que quien tenga estos datos pueda generar un perfil de las personas. Si este perfil está definido, producto de tener un historial de búsqueda en Google, por ejemplo, lo que da como resultado que ante idéntica exploración los resultados sean diferentes, lo único que queda es bombardear al usuario con contenidos o noticia falsas que reafirmen su juicio o que le digan lo que quiere escuchar. Un ejército de trolls pagados por quien tenga capacidad de financiamiento y haya comprados los servicios de las redes reafirmará la idea.

Esta idea queda reflejada en el accionar de grupos de defensa de derechos civiles cuando alentaron a anunciantes a detener sus campañas publicitarias en la red social durante el mes de julio como respuesta al “fracaso reiterado de Facebook para abordar de manera significativa la gran proliferación de odio en sus plataformas” Esta difamación o propaganda es el centro de la autoregulación que neutralizan según su conveniencia. Incluye voces de los supremacistas blancos en contra de las manifestaciones por la muerte de George Floyd, seguidores fascistas de Bolsonaro, o Google poniendo a la ex presidente argentina Cristina Kirchner en su buscador como “ladrona de la Nación Argentina”, lo que le valió una demanda.

Si los recovecos de la permisividad del país más poderoso del planeta frente a los monopolios y su autorregulación resultan complejas de descifrar, no lo es la guerra contra su rival, China. La presidencia de Donald Trump será debatida por décadas en Estados Unidos, pero lo que parece real es el fracaso de su política tecnológica anti China. Con Baiden la guerra comercial seguirá, porque fue diseñada por el establishment, por encima de su poder, pero en el caso de su guerra con China, los americanos necesitan desarrollar un nuevo plan que la contenga, necesitan un Henry Kissinger, el realismo a la luz de los intereses nacionales.

Mao Zedon se vanagloriaba de predecir el colapso del capitalismo mundial, cosa que en la actualidad parece muy real en la propia China. La teoría asiática se parece en mucho a la idea de George Kennan, diplomático y politólogo estadounidense que pensaba que el declive de la Unión Soviética era inevitable. Para él resultaban innecesarios los sabotajes, las operaciones especiales o las medidas desesperadas para desestabilizar a la Unión Soviética porque entendía que el comunismo era insostenible en el tiempo, y fracasaría. Todo lo que necesitaba Estados Unidos era sobrevivirlo, la misma idea que China tiene del Estados Unidos actual, solo sobrevivirlo. Y si las empresas tecnológicas no están unidas y el sistema financiero pierde su hegemonía, la batalla está ganada. Mientras tanto, la tecnología china es un problema de Seguridad Nacional porque espía a los usuarios americanos, y la tecnología americana, espía y secuestra los datos de los usuarios del mundo.

El problema que se presenta en la actualidad para el cono sur es el fin de la globalización. La nueva estructura mundial es regional, de producción de cercanía, por lo que el Mercosur deberá rediseñarse de acuerdo al ritmo de desarrollo que cada uno de sus componentes crea que debe crecer. Nuestros países necesitan trabajo, no productividad para competir contra bajos salarios.

Por lo tanto, es necesario determinar regionalmente cual es la inserción del Mercosur en el regionalismo mundial y cómo desarrollara su crecimiento y con qué tecnología. Hoy Hawei o China son la vanguardia del 5G; sin ella la cuarta revolución industrial competir internacionalmente es imposible. Conectar de manera homogénea todos los niveles niveles de los países que componen el mercado del sur, con un desarrollo armónico, es el nuevo desafío. Ahora, esta tecnología, será provista ¿por quién? ¿Por China o por Estados Unidos?

 

 


*Alejandro Marcó del Pont. Licenciado en Economía UNLP. Autor y Editor del sitio El Tábano Economista


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