En la Casona de Tres Arroyos, junto al Dr. Guillermo Torremare, cuando presentó Formación y Transformación del Sujeto Agrario...
Cuarenta
y ocho horas antes de partir conversamos un ratito por teléfono. Hablamos de su
salud, de la recaída, estaba contento aunque un poco cansado de luchar, el
deseo de comer le daba esperanzas. Su pelea de años contra ese puto cáncer
masculino (no quiero ni mencionarlo porque hasta la palabra ofende) parecía que
iba a resultar nuevamente victoriosa. La pandemia complicó todo, determinados
estudios que debieron realizarse en tiempo y forma se tuvieron que postergar
por cuestiones de asepsia hospitalaria. Es mejor que no vengas, le dijo el
Urólogo por entonces, hoy para vos es más peligroso el Coronavirus. Muchas
veces mencionamos en nuestras editoriales que el colapso del sistema sanitario
producto del COVID-19 y la falta de conciencia social involucrarían de manera
directa a otras patologías y sus procedimientos. Lo que debió suceder en
septiembre como algo programado y preventivo se tuvo que postergar hasta fines
de noviembre como urgencia curativa, como tratamiento precipitado en sí propio.
Su gigantesco corazón sentipensante y altero no resistió y de la mano de Blanca
se fue esa triste tardenoche del 2 de diciembre, para encontrarse con su hija
Carolina, abrazarse luego de tanto tiempo, y reírse un rato de la finitud y el
olvido.
Durante
esa conversación telefónica hubo espacio para el berrinche. Convengamos que
cuando un par de cancerberos del campo nacional y popular se juntan en verbena
emergen definiciones imposibles de soslayar. Esperar hasta que aclare fue su
consigna, el enorme Diego y su muerte se estaban llevando todo puesto, incluso
aquello que considerábamos crucial de cara al futuro inmediato, mientras las
cosas relevantes deberían seguir esperando en la banquina de un camino mal
entoscado y peor conservado, ergo la malograda conciencia social, la olvidada
conciencia nacional…
Hablamos un poco de la revista, su evolución y cuestiones a modificar. Coincidimos en lo promisorio de este primer año y lanzamos varias ideas para potenciar la publicación y en especial su distribución. Estaba muy orgulloso del contenido, la calidad y de la estabilidad lograda. Confieso que a poco de cortar y cuando nos prometimos en breve reiterar la conversación no tuve una sensación de despedida. Su ánimo era el de siempre, la campechana verba de sus fabulosos y risueños cuentos camperos, por caso De Cuadreras y Timberos, Una Caja De balas, o Aquellos Heroicos Colectiveros, estaba intacta y mantenía indemne ese deseo inquebrantable de seguir dando pelea, aún fatigado. Vamos, el hombre era un Intransigente, y lo era de cuerpo y mente, lo era de Alende y de Marino, era un hombre que de joven había sido pieza cardinal jugándose el cuero cubriendo las vidas de jóvenes refugiados de la zona, militantes humanistas sin distinción de ideas, profesión, clases, razas o religión, chicos perseguidos por la dictadura, y lo hizo junto a nuestro Juancito Amestoy y su compañera Rosa, junto a Santagada y al Tano Curzi, a Vera, a Moscoso, al gasista y a su hijo el plomero, acá cerca, apenas a diez minutos de Guisasola, tiempos en los cuales muchos farsantes políticos y mediáticos de hoy metían su culos cagados bajo las cobijas del establishment en búsqueda de protección y amparo. Algunos de ellos, aprovechando la dura imposición Intransigente de los noventa y mediante artilugios hasta se hicieron de los bienes del Partido Intransigente ocupando sus inmuebles.
En la Biblioteca Popular Coronel Dorrego
Y a
pesar de esto muy pocos de nuestro distrito notaron su partida, aparentemente
fueron escasos los espíritus que detuvieron su atención en que se había ido una
de las personas que más amó a Coronel Dorrego, a su gente, a sus amigos de la
Cooperativa Agrícola, a sus compañeros de Aparicio y de Oriente, Pago el
nuestro siempre mencionado en sus textos y editoriales radiales dedicados a sus
queridos paisanos, como gustaba decir, de Las Mostazas, lugar físico de la
fundación. Jamás pretendió que los abyectos locales que lo estafaron de la
manera más ruin y que se llenaron horas de entrevistas y autolisonjas en el marco
de su proyecto más deseado, en tiempos en donde su enfermedad comenzaba a
pasarle facturas, abjuren de sus pecados y fraudes, tampoco que sean
estigmatizados ni revelados, tuvo una capacidad de indulgencia tan grande como
su corazón, clemencia que se prolongó hacia quienes con su complicidad los apadrinaron mediática, política e intitucionalmente y que jamás, ejerciendo su silencio protector, dieron cuenta sobre la afrenta de la misma forma que propalaron la
trama del despojo luego cometido. “Pare,
Sala, déjelos, no vale la pena, deben andar necesitando metálico y prefirieron
recorrer estos caminos en lugar de comentarnos sus urgencias. Nosotros los
libros de alguna manera los vamos a hacer, dejé que me recupere, a ellos la
carga vergonzante y vergonzosa les durará de por vida, solo podrán relacionarse
con tipos iguales a ellos o con quienes no saben lo que realmente son, serán
ellos los que deberán soportar algunas miradas y desconfianzas. Además usted
anda solo por el Pago, nadie le va a avisar quien camina a sus espaldas, se lo
digo por experiencia, jamás me perdonaría que algo le suceda. En nuestros
tiempos nos sentábamos dando la espalda a la pared y mirando hacia la puerta”…
Somos Salieris de Antonio, que no quede duda alguna. Esta revista tuvo y, de continuar, tendrá siempre entre sus líneas e interlíneas ese inquebrantable espíritu crítico, analítico, severo, alejado del pensamiento conveniente de autoengaño y conmiseración, honestidad intelectual que El Mayolero mantuvo como faro metódico en cada una de sus crónicas escritas y orales. Es nuestra obligación que su mensaje y su conducta pervivan, le debemos hacer leer a las futuras generaciones sus ensayos, sus propuestas y sobre todo que observen la estructura didáctica sobre la que construía el marco teórico de sus análisis. Nunca me voy a olvidar cuando sus enojos al cruzarse con compañeros que le exigían al gobierno de Cristina crear una suerte de Junta Nacional de Granos, cuestión imposible en tiempos en donde las condiciones del agro-negocio internacional nada tienen que ver con aquellas de su fundación conservadora, sí le pedía a esos adherentes militar por el PEA 2020, que por ahí pasaba el desarrollo federal, o cuando exigían la reconstrucción del ferrocarril sin hacer estudios de costos y sin tener en cuenta la distribución poblacional del presente. Por fuera de su ya conocido Formación y Transformación del Sujeto Agrario, texto que llegó hasta las más altas esferas gubernamentales de la asignatura, tanto nacionales como provinciales, generosamente nos escribió sobre la problemática de las inundaciones en la Pampa Húmeda, sobre la historia y el desarrollo del Ferrocarril, sobre el dilema político de las Agrupaciones Vecinalistas, todos temas relacionados con los dilemas de nuestros distritos, y sobre el Cooperativismo en todas sus facetas, incluyendo sus problemáticas y cambios históricos, entendiendo que ese formato económico productivo era el más adecuado y justo para una distribución equitativa de la renta nacional. Antonio respiraba, bebía, comía y sudaba cooperativismo.
Y todo esto lo pudo
evidenciar ensayísticamente debido no solo a sus experiencias tangibles en todas y cada una de la instituciones intermedias, incluyendo dentro de la política, en las que participó como dirigente, sino
además al enriquecimiento que hizo de esas experiencias con lecturas formativas
e informativas, cual autodidacta, que transformaron sus conocimientos de campo
en ciencia antropológica, histórica y social. El individualismo no
constaba en su vademécum intelectual ético ni estético, para él la belleza
estaba inserta en las relaciones comunitarias y sus lazos alteros. Acaso por
eso somos miles de anónimos los que lo lloramos, a lo largo y a lo ancho del
país. Otro de los nuestros había partido, acaso el mejor de nosotros. Despido a un amigo, a un maestro, a
un faro, con la pena de saber que debo entender sobre su ausencia, con el
encanto de haberlo conocido y tratado, premio que dudo merecer, pero que en
definitiva significa un halago que nunca dejaré de atesorar como una de mis
mejores obras, el haber sido dignatario de sus afectos…
*Gustavo Marcelo Sala. Editor, Escritor
Un epitafio tan digno y justo que hasta la inevitable ,prematura e implacable muerte queda depreciada frente a la monumental estatura de su legado.
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