Revista Nro. 26… Somos los Salieris de Antonio.. por Gustavo Marcelo Sala

 

En la Casona de Tres Arroyos, junto al Dr. Guillermo Torremare, cuando presentó Formación y Transformación del Sujeto Agrario...


Cuarenta y ocho horas antes de partir conversamos un ratito por teléfono. Hablamos de su salud, de la recaída, estaba contento aunque un poco cansado de luchar, el deseo de comer le daba esperanzas. Su pelea de años contra ese puto cáncer masculino (no quiero ni mencionarlo porque hasta la palabra ofende) parecía que iba a resultar nuevamente victoriosa. La pandemia complicó todo, determinados estudios que debieron realizarse en tiempo y forma se tuvieron que postergar por cuestiones de asepsia hospitalaria. Es mejor que no vengas, le dijo el Urólogo por entonces, hoy para vos es más peligroso el Coronavirus. Muchas veces mencionamos en nuestras editoriales que el colapso del sistema sanitario producto del COVID-19 y la falta de conciencia social involucrarían de manera directa a otras patologías y sus procedimientos. Lo que debió suceder en septiembre como algo programado y preventivo se tuvo que postergar hasta fines de noviembre como urgencia curativa, como tratamiento precipitado en sí propio. Su gigantesco corazón sentipensante y altero no resistió y de la mano de Blanca se fue esa triste tardenoche del 2 de diciembre, para encontrarse con su hija Carolina, abrazarse luego de tanto tiempo, y reírse un rato de la finitud y el olvido.

Durante esa conversación telefónica hubo espacio para el berrinche. Convengamos que cuando un par de cancerberos del campo nacional y popular se juntan en verbena emergen definiciones imposibles de soslayar. Esperar hasta que aclare fue su consigna, el enorme Diego y su muerte se estaban llevando todo puesto, incluso aquello que considerábamos crucial de cara al futuro inmediato, mientras las cosas relevantes deberían seguir esperando en la banquina de un camino mal entoscado y peor conservado, ergo la malograda conciencia social, la olvidada conciencia nacional…

Hablamos un poco de la revista, su evolución y cuestiones a modificar. Coincidimos en lo promisorio de este primer año y lanzamos varias ideas para potenciar la publicación y en especial su distribución. Estaba muy orgulloso del contenido, la calidad y de la estabilidad lograda. Confieso que a poco de cortar y cuando nos prometimos en breve reiterar la conversación no tuve una sensación de despedida. Su ánimo era el de siempre, la campechana verba de sus fabulosos y risueños cuentos camperos, por caso De Cuadreras y Timberos, Una Caja De balas, o Aquellos Heroicos Colectiveros, estaba intacta y mantenía indemne ese deseo inquebrantable de seguir dando pelea, aún fatigado. Vamos, el hombre era un Intransigente, y lo era de cuerpo y mente, lo era de Alende y de Marino, era un hombre que de joven había sido pieza cardinal jugándose el cuero cubriendo las vidas de jóvenes refugiados de la zona, militantes humanistas sin distinción de ideas, profesión, clases, razas o religión, chicos perseguidos por la dictadura, y lo hizo junto a nuestro Juancito Amestoy y su compañera Rosa, junto a Santagada y al Tano Curzi, a Vera, a Moscoso, al gasista y a su hijo el plomero, acá cerca, apenas a diez minutos de Guisasola, tiempos en los cuales muchos farsantes políticos y mediáticos de hoy metían su culos cagados bajo las cobijas del establishment en búsqueda de protección y amparo. Algunos de ellos, aprovechando la dura imposición Intransigente de los noventa y mediante artilugios hasta se hicieron de los bienes del Partido Intransigente ocupando sus inmuebles. 


En la Biblioteca Popular Coronel Dorrego


Y a pesar de esto muy pocos de nuestro distrito notaron su partida, aparentemente fueron escasos los espíritus que detuvieron su atención en que se había ido una de las personas que más amó a Coronel Dorrego, a su gente, a sus amigos de la Cooperativa Agrícola, a sus compañeros de Aparicio y de Oriente, Pago el nuestro siempre mencionado en sus textos y editoriales radiales dedicados a sus queridos paisanos, como gustaba decir, de Las Mostazas, lugar físico de la fundación. Jamás pretendió que los abyectos locales que lo estafaron de la manera más ruin y que  se llenaron horas de entrevistas y autolisonjas en el marco de su proyecto más deseado, en tiempos en donde su enfermedad comenzaba a pasarle facturas, abjuren de sus pecados y fraudes, tampoco que sean estigmatizados ni revelados, tuvo una capacidad de indulgencia tan grande como su corazón, clemencia que se prolongó hacia quienes con su complicidad los apadrinaron mediática, política e intitucionalmente y que jamás, ejerciendo su silencio protector, dieron cuenta sobre la afrenta de la misma forma que propalaron la trama del despojo luego cometido. “Pare, Sala, déjelos, no vale la pena, deben andar necesitando metálico y prefirieron recorrer estos caminos en lugar de comentarnos sus urgencias. Nosotros los libros de alguna manera los vamos a hacer, dejé que me recupere, a ellos la carga vergonzante y vergonzosa les durará de por vida, solo podrán relacionarse con tipos iguales a ellos o con quienes no saben lo que realmente son, serán ellos los que deberán soportar algunas miradas y desconfianzas. Además usted anda solo por el Pago, nadie le va a avisar quien camina a sus espaldas, se lo digo por experiencia, jamás me perdonaría que algo le suceda. En nuestros tiempos nos sentábamos dando la espalda a la pared y mirando hacia la puerta”…


Somos Salieris de Antonio, que no quede duda alguna. Esta revista tuvo y, de continuar, tendrá siempre entre sus líneas e interlíneas ese inquebrantable espíritu crítico, analítico, severo, alejado del pensamiento conveniente de autoengaño y conmiseración, honestidad intelectual que El Mayolero mantuvo como faro metódico en cada una de sus crónicas escritas y orales. Es nuestra obligación que su mensaje y su conducta pervivan, le debemos hacer leer a las futuras generaciones sus ensayos, sus propuestas y sobre todo que observen la estructura didáctica sobre la que construía el marco teórico de sus análisis. Nunca me voy a olvidar cuando sus enojos al cruzarse con compañeros que le exigían  al gobierno de Cristina crear una suerte de Junta Nacional de Granos, cuestión imposible en tiempos en donde las condiciones del agro-negocio internacional nada tienen que ver con aquellas de su fundación conservadora, sí le pedía a esos adherentes militar por el PEA 2020, que por ahí pasaba el desarrollo federal, o cuando exigían la reconstrucción del ferrocarril sin hacer estudios de costos y sin tener en cuenta la distribución poblacional del presente. Por fuera de su ya conocido Formación y Transformación del Sujeto Agrario, texto que llegó hasta las más altas esferas gubernamentales de la asignatura, tanto nacionales como provinciales, generosamente nos escribió sobre la problemática de las inundaciones en la Pampa Húmeda, sobre la historia y el desarrollo del Ferrocarril, sobre el dilema político de las Agrupaciones Vecinalistas, todos temas relacionados con los dilemas de nuestros distritos, y sobre el Cooperativismo en todas sus facetas, incluyendo sus problemáticas y cambios históricos, entendiendo que ese formato económico productivo era el más adecuado y justo para una distribución equitativa de la renta nacional. Antonio respiraba, bebía, comía y sudaba cooperativismo. 


En el Comite Nacional del PI en CABA


Y todo esto lo pudo evidenciar ensayísticamente debido no solo a sus experiencias tangibles en todas y cada una de la instituciones intermedias, incluyendo dentro de la política, en las que participó como dirigente, sino además al enriquecimiento que hizo de esas experiencias con lecturas formativas e informativas, cual autodidacta, que transformaron sus conocimientos de campo en ciencia antropológica, histórica y social. El individualismo no constaba en su vademécum intelectual ético ni estético, para él la belleza estaba inserta en las relaciones comunitarias y sus lazos alteros. Acaso por eso somos miles de anónimos los que lo lloramos, a lo largo y a lo ancho del país. Otro de los nuestros había partido, acaso el mejor de nosotros. Despido a un amigo, a un maestro, a un faro, con la pena de saber que debo entender sobre su ausencia, con el encanto de haberlo conocido y tratado, premio que dudo merecer, pero que en definitiva significa un halago que nunca dejaré de atesorar como una de mis mejores obras, el haber sido dignatario de sus afectos…

 



 


*Gustavo Marcelo Sala. Editor, Escritor

Comentarios

  1. Un epitafio tan digno y justo que hasta la inevitable ,prematura e implacable muerte queda depreciada frente a la monumental estatura de su legado.

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