Pintura
de Zdzislaw Beksinski
La
depresión es una catarata viscosa que fluye desde la garganta hasta el
estómago: en ambos extremos se potencia, pero toma distintas formas. En la
garganta es presión que provoca represiones para no llorar y en el estómago es
un peso que vivo cercano al miedo, aunque aparece como "algo físico";
un objeto que se adapta al recipiente, un agujero negro. Quiero hablar sin
metáforas, pero palabras como "angustia" o cualquier otra no sirven
para transmitir, porque no es "angustia" ni cualquier otra cosa. Es
un universo alojado en el estómago y en la garganta, alimentado e impulsado por
la experiencia.
Como
universo, es permanente e influye en cada acción. En este aspecto -en el de la
exteriorización de cualquier conducta- genera un efecto parecido al de estar
unido con un cable invisible a un vagón de carga depositado fuera de las vías.
Materialmente, dificulta al extremo cualquier movimiento; desde lo anímico,
hace nacer la consciencia de que trazarse cualquier (CUALQUIER) curso de acción
es inútil, porque desarrollarlo es imposible. Entonces, toda fuerza queda
absorbida.
No
vale la pena explicarlo, porque en general el Otro no entiende o no quiere
entender, o entiende y no le importa, o más o menos le importa y luego de
algunos pocos segundos concluye que “no puede hacer nada”; o se quita la carga
de su prójimo derivándolo a un profesional de la salud mental. Cree, globalmente
considerado, que las nuevas filosofías de la alegría, el impulso vital a partir
de consignas o la persuasión para el trazado de objetivos son suficientes para
movilizar al inmóvil.
Superado
el fracaso de estas propuestas, asignan a quien sufre la voluntad de sufrir.
También aseguran que “es más fácil victimizarse” y de verdad se convencen
acerca de que las manifestaciones naturales de ese agujero son teatralizaciones
que tienen por finalidad obtener beneficios.
Algunos
(muchos) están convencidos de que hay que tratar duramente y sin concesiones a
quien padece, abandonar todo pater-maternalismo, toda caricia y (nuevamente
metáfora) “enseñarle” a nadar arrojándolo a la pileta.
Una
mayoría arrasadora y exterminante, que construye el mundo, postula enfermedad y
apartamiento.
La
lengua no alcanza para significar esto. Nada lo simboliza: es aquella “lomo de
navaja” que incluyó Melville en su clasificación de las ballenas: un animal que
había visto sólo él mientras hacía guardia en el palo mayor de un barco, un atardecer
del pasado, sin que mostrara su cola ni su cabeza, pero que aun así sospechaba
distinta a todas las demás. La descripción que él pudiera hacer no llamaba la
atención de los marineros ni de la gente de tierra, quienes tampoco se armaban
de voluntad para atender una realidad tan ajena, molesta e inútil.
En
mi caso, únicamente el encuentro con un Otro verdaderamente receptivo e
interactuante, la sospecha de una conexión humana contenedora fogoneada por el
amor y libre de toda especulación, me han sacado por un puñado de momentos de
ese agujero de garganta, estómago y consumo de motor de consentimiento y
músculo.
No
exagero si digo que, desde que tomé consciencia de esta realidad a los 18 años
(han pasado 35 desde entonces), cada sencillo movimiento ha resultado de vencer
una batalla. CADA sencillo movimiento: poner café en el filtro, tomar un
colectivo, hablar desesperanzadamente con cualquiera, calzarme un pantalón. Salvo
durante aquellos momentos de retozo espiritual, conexiones con una humanidad
del Bien esencial materializadas en lazos de plenitud. Quizás esa búsqueda de
lo que ya me parece irreversiblemente casual me provoque todo el tiempo la
expresión. En fin, nada de qué preocuparse. Volvamos al título de esta sección.
*Eddy W. Hopper, Abogado
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