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de Origen: Sitio El Tábano Economista
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La
política es el arte de obtener el dinero de los ricos y el voto de los pobres
con el pretexto de proteger a los unos de los otros.
Estar
contra Trump significa tener un mínimo de humanidad y buen gusto, nada
más. El presidente saliente nos ha ofrecido un vodevil de payasadas
estéticas, morales e intelectuales. John Carlin, extraordinaria pluma del
periódico La Vanguardia de Cataluña, se hace un festival con el
saliente presidente estadounidense en su artículo “Epitafio
para un loco”.
Gran
parte del escrito del anglo-español proyectan realidad y simpatía, tanta que
resulta cierto que llamarle “nazi” al actual inquilino de la Casa Blanca, entre
otras cosas, significaría una lamentable falta de respeto hacia las víctimas de
los campos de concentración. Como persona, repelente. Como presidente, una
aberración. Pero discrepo que la historia verá estos últimos cuatro años como
un episodio surrealista en la política de Estados Unidos, mitad pesadilla,
mitad comedia. Estoy más de acuerdo con el título del artículo de otro
extraordinario periodista, este mexicano, Jorge Zepeda
Patterson, que lo encabeza “Trump se va, se queda lo
que lo trajo”.
Para
gran parte del mundo la pesadilla terminó, aunque un político gris como Biden
no despierte pasiones. La idea es realizar una tarea a la vez, primero sacar al
único presidente americano que no ha tenido un conflicto bélico desde 1989,
para después ver qué puede hacer alguien cuyo triunfo, en circunstancias
normales, nadie festejaría. Como dice Zepeda, Biden es un político que
convirtió en arte nadar de muertito durante las cinco décadas de su vida
política en Washington.
Seis
veces senador, 30 años en el Comité de Relaciones Exteriores del
Senado, lo vuelven el perfecto sobreviviente del ‘no hagan olas’. Siempre
obediente, obsecuente con quienes lo llevaron al poder y, sobre todo,
refractario a crear enemigos de peso, Joe Biden es el nuevo héroe americano,
alguien a quien le bastó con tan poco para convertirse en el 46 presidente
norteamericano.
La
pregunta que flota en aire es ¿qué puede hacer este presidente? Si fue
desterrado el odio, cómo gobernar un país donde más de 70 millones de personas
apoyaron a su contrincante que representa la mentira, el bullying, el
odio, la ignorancia, el narcisismo, el autoritarismo. Si todo sale como
los analistas creen, el Senado será Republicano, lo que complicara aún más las
cosas. Como dice el columnista del Financial
Times Edward Luce, confeso admirador de Clinton, “EE. UU. se encuentra
amarga, energética y casi equitativamente dividido. Con un mandato equívoco en
el mejor de los casos, será magro lo que pueda conseguir el centrista Biden: el
más moderado de los contendientes del Partido Demócrata”.
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Si
la única dificultad es el Senado, no debería resultar un problema. Durante la
mayor parte de la historia de Estados Unidos la cámara alta fue manejada por
los republicanos, de hecho, en la administración Obama casi el 70% tiempo. ¿Por
qué ahora no podría ser igual? Durante el verano un grupo de trabajo del partido
demócrata identificó algunos atajos que el presidente Joe Biden podría
implementar sin la intervención del Congreso, las llamadas acciones ejecutivas.
Todos
los presidentes, desde George Washington, han usado sus poderes ejecutivos de
una u otra manera, unos más que otros; estamos hablando de decretos. La
cantidad varía: los expedidos por Ronald Reagan fueron 381, los de Obama, 277.
La cuestión aquí no son los decretos, sino la Corte Suprema. Al economista
demócrata Paul
Krugman le preocupa el papel que puede desempeñar una
Corte Suprema fuertemente partidista y moldeada por el comportamiento de Mitch
McConnell, líder republicano del senado, quien resulta un peligro porque no
muestra reparo alguno a la hora de romper las reglas, como lo hizo en el caso
de la confirmación apresurada de Amy
Coney Barrett, justo días antes de la elección.
Para
resumir, se podrían aplicar algunas acciones ejecutivas. Según los cálculos de
Krugman, “Necesitamos
desesperadamente una nueva ronda de gasto federal en
atención médica, ayuda para los desempleados y las empresas, y apoyo para los
gobiernos estatales y locales con problemas. Cálculos razonables sugieren
que deberíamos gastar 200.000 millones de dólares o más cada mes hasta que
alguna vacuna ponga fin a la pandemia. Me sorprendería que un Senado todavía
controlado por Mitch McConnell estuviera de acuerdo con hacer algo
así.” Es decir, ante acciones ejecutivas denunciadas como
inconstitucionales por el Senado, la corte podría impedir su implementación con
la mayoría republicana.
Un
estímulo fiscal dentro de la agenda demócrata, como reclaman el sentido común
y Paul
Krugman, se encuentra fuera del horizonte republicano.
Estos conservadores, como en el mundo entero, tienen la habilidad de abandonar
la rectitud fiscal cuando son gobierno y reducen los impuestos a los ricos,
pero se tornan fiscalistas y celosos guardianes del déficit cuando son
oposición. Si se evita cualquier conversación de suba impositiva, los
republicanos permitirán, por un tiempo, un incremento de deuda a 30 años con
una tasa del 1%.
Ahora,
básicamente, las propuestas en lo económico son un incremento de gastos
federales en productos, infraestructura e investigación
estadounidenses, con el argumento que “la seguridad económica es seguridad
nacional“. Esta propuesta se financiaría con la derogación de la ley que bajaba
el impuesto a los ricos y a las corporaciones de 2017, algo de lo que dudo.
En
el caso que fuera cierto el destino de los ingresos adicionales, se invertirían
U$S 700 MM en “Buy American” (compre norteamericano). Según este plan, el
gobierno federal gastaría $ 400 mil millones en bienes y servicios
estadounidenses durante cuatro años y dedicaría otros $ 300 mil millones a la
investigación y desarrollo de energías limpias y otras tecnologías. Biden está
de acuerdo con Trump en la relación con China. Para ambos el gigante asiático
está violando las reglas del comercio internacional, subsidiando injustamente a
sus empresas, discrimina a las empresas estadounidenses y roba su propiedad
intelectual.
“El
mundo libre” debe unirse frente al “autoritarismo de alta tecnología”
de China. Washington debe dar forma a las “reglas, normas e instituciones” que
regirán el uso global de nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial,
según una entrevista a Biden en el Council on Foreign
Relations. Aquí, el mandato de Silicon Valley, a través de la
vicepresidenta Kamala Harris, es claro. La guerra tecnológica y el consecuente
muro a China, así como la autorregulación de las grandes Big Tech son un hecho.
Estados Unidos debería utilizar su ayuda exterior para proporcionar al mundo
alternativas a las tecnologías de vigilancia “distópicas” de
China. Desarrollar 5G, redes celulares y otras tecnologías avanzadas para
asegurar que se mantienen a salvo de la intrusión de
adversarios de Estados Unidos.
En
materia externa, un presidente americano, dicen, puede forjar cualquier acuerdo
internacional sin tener en cuanta al Congreso, siempre y cuando no lo llame
“tratado”. La plataforma oficial
del Partido
Demócrata, adoptada en agosto en su convención nacional,
proporciona una respuesta útil a varias preguntas, que parecen contradecir a
los potenciales miembros del nuevo gabinete.
La
discusión de la plataforma sobre
la política militar estadounidense es particularmente sorprendente. “Necesitamos
llevar nuestras guerras para siempre a un final responsable”, dice el
documento. “Nuestros enfrentamientos militares han costado más de 5
billones de dólares y se han cobrado más de medio millón de vidas. Nuestra
guerra en Afganistán es la guerra más larga en la historia de Estados
Unidos“. Por lo tanto, “es hora de poner fin a casi dos décadas de
conflicto incesante”.
En
consecuencia, la plataforma pide un acuerdo de paz en Afganistán, la
terminación del apoyo estadounidense a la guerra liderada por Arabia Saudita en
Yemen (una guerra que “es responsable de la peor crisis humanitaria del mundo”)
y la aplicación de las lecciones aprendidas de estos desastrosos conflictos. El
problema, sobre todo en Yemen, es que retirarle la ayuda a Arabia Saudita significa
dejar libre a Irán, que maneja el conflicto de fondo, por lo tanto, oponerse a
Israel.
De
acuerdo con este nuevo enfoque, la plataforma pide recortar el enorme
presupuesto militar de la administración Trump, lo que llama, en el típico
lenguaje de Washington, “restaurar la estabilidad, la previsibilidad y la
disciplina fiscal en el gasto de defensa”. Como justificación, la
plataforma señala que “gastamos 13 veces más en el ejército que en la
diplomacia. Gastamos cinco veces más en Afganistán cada año que en salud
pública mundial y prevención de la próxima pandemia. Podemos mantener una
defensa sólida y proteger nuestra seguridad por menos”.
Reincorporarse
al Acuerdo Climático de París, renegociar el tratado con Irán, fortalecer el
Tratado de No Proliferación Nuclear, “manteniendo la moratoria sobre los
ensayos de armas nucleares explosivas, impulsando la ratificación del Tratado
de Comercio de Armas de la ONU y el Tratado de Prohibición Completa de Pruebas,
y extendiendo el Nuevo START”.
Todos
los intereses atacados en los anhelos expuestos en la plataforma van a dar al
tacho si el presidente cree y piensa que “Estados Unidos tiene un deber
moral y un derecho como garantía para responder con la fuerza militar al
genocidio o al uso de armas químicas en todo el mundo”.
*Alejandro Marcó del Pont. Licenciado en Economía UNLP. Autor y Editor del sitio El Tábano Economista
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