Revista Nro. 25 La vanidad como señuelo de subsumisión… por Gustavo Marcelo Sala

 

Se consolida como verdad concluyente la idea de que vivimos dentro de una aldea global de consumo; se dice que estamos frente a una espiral insaciable por agotar bienes, servicios y productos que satisfagan plenamente nuestros deseos, egos y ambiciones; se insiste en la creencia de que el logro forma parte del necesario paradigma que promueve voluntades e inteligencias a favor de la excelencia y el desarrollo del sistema; se presume que dichas aseveraciones no encuentran válida refutación intelectual por parte de los encargados de pensar a la sociedad. A esto, con matices, liberales y socialdemócratas lo llaman progresismo…

Lo dicho supone que debemos aceptar que la obtención es, por antonomasia, el factor estimulador más trascendental de todas las acciones humanas contemporáneas. Esta maniobra supuestamente consciente y concreta incluye la totalidad de nuestro entorno con el resultante desprecio de todo aquello que no es económicamente rentable o cuando menos materializable. La publicidad, en sintonía, determina de modo jactancioso un ideal de vida a seguir que por ahora no encuentra un discurso inteligente que la enfrente. La inclusión de muletillas como “La gente”, “El pueblo”, “Todos”, ayuda a tales efectos de manera muy eficaz. ¿Quién no desea disfrutar de paraísos de placer y bienestar? A la par la “sociedad del no consumo” espía a la porción privilegiada y se siente incluida porque comparte ciertos permisos eventuales que le son cedidos a favor del mercado. Aquel que se cuelga de un sistema de cableado televisivo será un futuro consumidor apenas pueda estabilizar - en el imaginario -  su situación económica debido a que supo incorporar irregularmente dicho servicio como actor protagónico de su vida.  Evitando ser cruel podría afirmarse que es la misma táctica que poseen los distribuidores de estupefacientes. Permitir pérdidas razonables mediante el prorrateo de dosis sin costo alguno a favor de conseguir futuros dependientes, que a posteriori, incrementen sus delirios por permanecer dentro del círculo de consumo. Demás está aclarar que el sistema nunca admitirá que estas prácticas forman parte de estrategias establecidas. Todavía recuerdo la compulsiva distribución de tarjetas de crédito, por parte de Bancos y Empresas, so pretexto de delirantes núcleos de pertenencia, por caso equipos de fútbol, transformadas luego en pleitos judiciales por morosidad que proliferaron durante la década de los noventa. Lo cierto es que el mercado funciona así para aquella porción de no consumidores que existen en nuestro planeta. Estadísticamente casi un 50% de la población mundial (2800 millones de personas viven con menos de U$S 2 diarios – Fuente ATD Cuarto Mundo) se encuentra dentro de este horizonte (así se lo llama ahora); por ello la publicidad se manifiesta por la vía del deseo insatisfecho. Esto es,  partir de la ausencia, de la carencia del embeleco. No creo que exista mercado con mayor grado de permeabilidad que el carente de posibilidades. Quién más necesita es potencialmente menos granítico ante las ofertas y propuestas recurrentes. Ahora bien... El secreto del mercado es no producir bienes para toda la sociedad. Lo opuesto sería ir contra la misma lógica del sistema capitalista. Lo que abunda cuesta menos. El hambre es una muy buena razón para determinar el precio internacional de los alimentos. La sociedad de consumo entonces permite por entre rejas, vidrios, alarmas, tarjetas de identificación y demás elementos personalísimos registrar sus límites y barreras, sus pasos y sus atajos, sus leyes y su marginalidad. La sociedad del no consumo no permite ni deja de permitir. Está allí, espera por el derrame, incluso de las heces de los ricos. Su población crece en la misma proporción que el confort y la modernidad. Es el necesario stock disponible ante la eventualidad y el desfasaje. Si el mercado la necesita estará dispuesta a ser atendida a favor de nivelar costos de producción; será condescendiente ante bienes y servicios de segunda categoría que poco a poco se irán discontinuando conforme liquidación de baja temporada o será de utilidad para ser intoxicada con algún medicamento que necesite resultados inmediatos. Así, la educación, la salud, el empleo y la cultura se transforman en variables de ajuste. Simplemente observemos la calidad de cada uno de estos incisos a medida que nos distanciamos de los centros urbanos más opulentos. El Estado moderno ha decidido ausentarse de sus obligaciones básicas permitiendo que el mercado ordene, planifique y hasta legisle. De aquí se desprende la simbiosis Democracia – Capitalismo. La sociedad de consumo no tolera una escuela rural con sólo diez alumnos matriculados, la considera un gasto susceptible de evitarse, sin embargo asume con mucho agrado los subsidios a favor de entidades educativas privadas plutocráticas. Esta suerte de esquizofrenia colectiva se hace extensiva a los servicios de transportes, a los medios de comunicación, a las prestaciones médicas, y demás variables que en la actualidad se han transformado en simples y vulgares asientos contables. La sociedad del no consumo es el abismo imprescindible de la sociedad de consumo. La excelencia de ésta es la existencia de la primera. Aquello de la burguesía creando su propio antagonista. La subdivisión internacional del trabajo ubica, geográficamente, regiones de pleno empleo a precio vil, regiones de pleno empleo jerarquizado, regiones científico-tecnológicas, regiones rurales productoras de materias primas sin valor agregado, regiones financieras, regiones expoliadas en sus recursos naturales, regiones de interés científico, regiones con repertorio de mano de obra esclava, y podemos nombrar algunas más. Esta distribución no se realiza de modo violento e intempestivo. Su majestad el mercado, en sintonía con los representantes de cada lugar, determinará, a través de sus inversiones económicas el perfil de cada región. La porción de la sociedad que es absorbida por el sistema dominante será la que podrá consumir los bienes y servicios a disposición. La capacidad económica de cada región determinará esa proporción, y esa capacidad está promovida por el rol internacional que le tocó en suerte. A pocos kilómetros de distancia observemos el perfil económico europeo en comparativa con el africano y constataremos el antagonismo de modelos imperantes, discrepantes y eficientemente convenientes. Uno, eminentemente industrialista, financiero y tecnológico, pletórico de valor agregado, el otro como simple emisor de recursos naturales (incluso humanos). De no existir la dicotomía social entre consumo y no consumo habría que forzarla, de lo contrario no existiría ese viejo privilegio de pertenecer a un mundo elegido, singularmente competitivo, pletórico de vanidad y particularmente efímero. Cualidad que también caracteriza al sistema capitalista. Nada, en la actualidad se fabrica para dure demasiado. Mientras esto sucede la sociedad de no consumo, silenciosa y mayoritaria, se siente incluida cuando se habla de sociedad de consumo desde los medios de comunicación; la publicidad les informa sobre aquello de lo que nunca podrán disfrutar. Obvio es decir que la sociedad del no consumo no consume porque no quiere sino porque no puede y que la sociedad de consumo lo hace porque puede y quiere. Ambas coinciden en la intencionalidad, ambas son humanas y sospechan poseer deseos insatisfechos. Definitivamente las dos tienen asegurado el futuro; las dos son necesarias para el sistema y presumo que no será sencilla la tarea humanista que trate de achicar la monumental zanja que las separa. Es necesario comprender que el perfil de cada región no sólo es una decisión política de los capitales multinacionales, también lo es de las sociedades de consumo de cada comunidad organizada, su conciencia social de cara ante la ignominia. Esto es, la actitud de los llamados incluidos y su compromiso para con el resto de la colectividad. La sociedad del no consumo persistirá obstinadamente en presentarse como tal. Es la única forma visible de entender la existencia de la otra. Seguirá colgada de la luz y del cable, podrá adquirir un celular y enviará mensajes de texto. Hasta allí obtendrá permisos. Perdidas razonables a favor de la masificación y la publicidad. El comentario recurrente sobre la cantidad de antenas televisivas de las villas miserias pone de manifiesto hasta donde llega la posibilidad de comprensión e integración colectiva. Todo el mundo es algo concreto y visible en tanto y en cuanto sea utilitario demostrar estadísticamente número y cantidad. Un hombre, un voto. Un hombre, un televidente. La gente mira televisión, el pueblo decidió tal o cual cosa y demás muletillas son ejemplos del caso. Pero cuando hablamos de salud, educación, empleo, los porcentajes incluyen exclusión. Hay quién si y quién no y ese no, posee causalidades que no interesan globalizar. La sociedad del no consumo es imprescindible para el costo de su antagonista. Para finalizar, continuar admitiendo como valedero el concepto de que vivimos en una sociedad de consumo es un verdadero fraude intelectual. Nunca existió y nunca existirá. El sistema capitalista no admitirá jamás que la totalidad de la población mundial acceda (consuma) a todos los bienes y servicios existentes. La renta no sólo se basa en oferta y demanda. Una de las variables determinante es la posibilidad de acceso al producto, y eso va más allá de la intencionalidad individual. El pleno empleo encarecería el precio de la mano de obra, la masificación de los medicamentos acotaría las ganancias de los laboratorios, una educación pública eficiente determinaría un automático achicamiento en los niveles de subsidios a favor del sector privado, un sistema de salud estatal de excelencia dejaría sin asunto a la medicina arancelada, una política de transportes acorde a la distribución de la comunidad limitaría la impunidad de los monopolios subvencionados, siendo la lista demasiado extensa para continuar. La financierización especulativa es mucho menos traumática. El sistema sobrevive a través de la falta, de la carencia y a partir de allí los insumos determinan su valor. Consumidores y no consumidores conforman la totalidad de la sociedad global. Ambos están incluidos dentro de un modelo prefijado y diseñado a su medida. Ambos hacen al precio y a las ganancias. No existen los excluidos. La sociedad del no consumo es funcional y fundacional del libre mercado. El único detalle a tener en cuenta es detenerse a meditar si es justo que opere de ese modo. Al respecto y según lo manifestado me queda una cuestión pendiente. ¿Qué intentó expresar nuestra Vicepresidenta Cristina Fernández cuando afirmó que es necesario volver al verdadero capitalismo, y que ella es más capitalista que ninguno de los que se definen como tal?  ¿Qué otra cosa no es el capitalismo que lo visto desde hace más de doscientos años? Un salvaje derrotero de acumulación y concentración de la riqueza cuya distribución se dará en función de la voluntad de las clases dominantes. El menesteroso aporte solidario de las grandes fortunas ante la pandemia, exhibido como una conquista scial, explica en sí mismo lo ridículo del debate. El perfeccionamiento del modelo feudal, una cruel competencia individual en donde no todos largamos desde el mismo lugar y con las mismas posibilidades.

Más grave se percibe el futuro sin tenemos en cuenta que desde hace poco más de medio siglo estamos asistiendo al desmembramiento estructural de la solidaridad como bastión fundamental de la sociedad. Lo que otrora fueron valores indispensables para el desarrollo personal e intelectual del ser humano social se transformó en retórica abstracta esgrimida solamente dentro del breve lapso que duran las campañas electorales. Resulta una exuberancia detallar sobre supuestos lavados de cabeza a través de un constante repiquetear sobre el paradigma individualista, pero no escapa a la realidad que los deseos narcisistas de las personas han superado en forma considerable a los anhelos del colectivo social. Pacino, en su papel de Satanás, en la película El Abogado del Diablo, utilizaba a la vanidad como herramienta de conquista y seducción del sistema. A pesar de las guerras sufridas durante el siglo pasado, nunca como ahora, el egoísmo se trasunta en el arquetipo a seguir. Ya nadie se atreve a discutir que las cosas valen más que las personas, excepción hecha cuando de relaciones cercanas se trata. Y quién lo examine navegará de modo indefectible en los tristes mares de la soledad y la locura. El tema podría encararse desde varios supuestos: El ideológico, el filosófico, el ético, el económico y hasta el psicológico (lo mencionamos con anterioridad: cierta esquizofrenia recelosa). De todas formas estimo a la problemática tanto por ciento más grave ya que considero existe una voluntad explícita para rendirse ante el discurso notablemente seductor de esta suerte de protocolo universalizado por el sistema. Lo más antiguo como fórmula efectiva: Enunciar aquello que se desea escuchar... Debido a ello me afilio a la idea de que en el presente no existen fronteras ideológicas, ni religiosas, ni éticas que puedan enfrentan tales supuestos. Tanto las izquierdas modernas como las  derechas de siempre abrevan de estos elixires irrecusablemente y de modo categórico, los filósofos y pensadores del humanismo no debaten tales premisas y por lo general acuden, para desarrollar determinados fenómenos, a explicaciones que reafirman la individualidad como valor esencial de una vida plena. Los economistas apuntan directamente sus dardos a aquella esquizofrenia aguzando los temores colectivos, de forma tal, el consciente y el inconsciente rindan extrema pleitesía al personalismo que el modelo requiere. Hasta la religión se ha olvidado de la solidaridad como eje del entramado social incorporando como verdad revelada los conceptos de caridad y filantropía, curiosamente encausados dentro de una lógica individual. Es probable que la molesta palabreja se la relacione con íconos corporativistas inaceptables dentro de vademécum teológico. Vale la pena analizar qué clase de red de contención existiría dentro de comunidades en donde nadie tuviera posibilidades de ser caritativo o filantrópico por la simple razón de no disponer de bienes y servicios. Es allí donde el estado debe establecer las diferencias filosóficas y políticas conceptuales correspondientes y proceder en consecuencia. No escapan, lamentablemente, a las generales del pensamiento actual, la amistad y el amor. Supuestamente los sentimientos más nobles de las personas son deshonrados a diario por intereses privativos. Y es allí en donde toman auge las recetas de autoayuda, el instructivo más eficiente que tiene el sistema. Desde mi humilde apreciación la manera menos culposa de perjudicar al semejante, el antónimo natural de la alteridad. El no hacerse cargo de su historia y sus errores hace que las personas acudan en forma presurosa bajo las cálidas frazadas de paradigmas cuyas recetas permiten plena felicidad, a pesar de... Fórmulas basadas en la plenitud interior, cierta dependencia a la noción de la salvación del espíritu a través de doctrinas oficiales y paralelas, la proliferación de las ONG con el respectivo subsidio a propósito de la ausencia estatal, y las innumerables publicaciones y artículos que sostienen la necesidad de lo indispensable: “Estar bien con uno mismo”. Entendiendo dicha premisa como si la misma constituyera una definición en sí misma. Discurso pseudo-psicológico que colabora de aliado para abandonar a la ciencia como certero medio de ayuda en la búsqueda de falencias a afrontar. ¿Puede estar alguien bien consigo mismo cuando un prójimo o un grupo de semejantes sufren por situaciones que podemos modificar fácilmente? “Siempre somos responsables de lo que no tratamos de evitar” sentenció un olvidado y muy poco leído Sartre. Parece que estas técnicas logran que así sea, sembrando en este mundo ególatras, olvidadizos y cobardes por doquier, indispensables e ignorantes auxiliares del sentido trágico que tiene el universo. Vital resulta agregar el condimento de un semblante generosamente simpático. Siempre tiene una mejor aceptación un ególatra adorable que está bien consigo mismo, que un sujeto solidario comprometido con el suburbio y en dura lucha con su medio por una sociedad más justa dentro de un contexto ominosamente asumido. Así vamos construyendo nuestras conexiones humanas. Nuestros representantes son el fiel reflejo de esos paradigmas que el común persigue con denuedo paroxismo y hasta el éxtasis. Los sistemas de autoayuda, literatura mediante, (ya no vienen con un señalador entre sus hojas sino con un conchero) para estar bien y sin remordimientos con la vanidad de uno mismo sepulta el valor máximo que una sociedad puede tener: Una red solidaria basada en el reconocimiento que todos nos merecemos, por la sola razón de existir, el poder gozar de una vida hermosa y plena con los seres que amamos.

 

 


*Gustavo Marcelo Sala, Editor, Escritor


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