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“Es tanta la crisis que hasta lo
prometido es deuda”
“Las
deudas se pagan”. Esto afirma el relato, admirablemente instalado por el
sistema financiero, y que ha calado hondo en las sociedades, sobre todo del
tercer mundo, para quienes está dirigido, por la simple razón que son las
receptoras de deuda. No importan sus términos ni condiciones, tampoco lo
descabellado o miserable de las propuestas de devolución, menos aún las
penurias que deberán afrontar los que menos tienen, y sobre quienes
habitualmente recae la mayor carga.
Las
deudas, por lo general, son tomadas por gobiernos conservadores que, cuando
formaban parte de la oposición eran férreos defensores del equilibrio
presupuestario, de la responsabilidad fiscal, austeridad del gasto y del
respeto de los compromisos asumidos. Pero, misteriosamente, cuando forman parte
del gobierno, contraen deudas impagables, brindan beneficios impositivos a sus
socios, a ellos mismos, o simplemente al establishment, bajando aportes a los
ricos, disminuyendo alícuota sobre patrimonio, etc. Estas medidas suponen
desequilibrio en las cuentas públicas, incrementos en la deuda, que, en
general, será afrontada por un gobierno progresista, como un relato lógico
inscrito dentro de hacerse responsable de los compromisos asumidos.
Esta
es la lógica imperante antes de la pandemia. El advenimiento del COVID-19 y el
enorme aumento en el gasto público, engendrado por la depresión, obligó a los
principales gobiernos a proteger la oferta, empresas grandes y pequeñas, así
como a conservar el empleo. Las
estimaciones del FMI sugieren que el estímulo fiscal y
monetario combinado, proporcionado por las economías avanzadas, ha sido
equivalente al 20% del PBI. Los países de ingresos medios del mundo en
desarrollo han podido hacer menos, pero aun así lograron una respuesta
combinada equivalente al 6 o 7% del PIB. Para los países más pobres, la
intervención ha sido más modesta, del orden del 2% del PBI, lo que muestra la
disparidad existente en la protección social de los países ricos y pobres.
Estos últimos han dejado a sus economías mucho más vulnerables a una recesión
prolongada, lo que podría llevar a millones de personas a la pobreza.
Muchos
gobiernos del primer mundo recompraron deuda a través de sus bancos centrales,
lo que permitió mantener tasas de interés muy bajas y avalar el endeudamiento
estatal, permitiendo de esa manera una respuesta fiscal más alentadora y
manteniendo la economía abierta. Lo cierto es que la deuda global llegó a 277
mil billones, algo así como 365% del PBI mundial, y según el Instituto de
Finanzas Internacionales (IIF), la deuda estaría hoy rondando el 432% del PBI.
Lo
más importante, a nivel mundial, es que el aumento de la deuda no se produjo
solo en el sector público, sino también en el sector privado, especialmente
bajo la forma de deuda empresarial. Empresas de todo el mundo habían
aumentado sus niveles de endeudamiento mientras las tasas de interés eran
bajas, o incluso nulas, antes del COVID-19, con una lógica determinada:
recomprar sus acciones, aumentar sus precios de mercado y llevar a cabo
fusiones o adquisiciones que garantizaran su hegemonía monopólica. Como lo
muestran el cuadro que acompaña a este texto, los graves riesgos que enfrentan
las economías del primero como del tercer mundos no son solo resultado del
endeudamiento público, sino por la potenciales quiebras generales del sector
privado.
¿Cómo
ha reaccionado el mundo y qué debería hacer con estos problemas? Aunque son
obligaciones diferentes, afectan decididamente las necesidades políticas
plasmadas numéricamente en los presupuestos del año siguiente.
Desde
el punto de vista estatal y de los organismos internacionales, ya lo hemos
dicho en numerosas ocasiones en este blog, la única iniciativa que se afianzó
durante la cumbre del G-20 fue la suspensión
del servicio de la deuda (DSSI, por sus siglas en
inglés), lo que permitió a 73 de los países más pobres del mundo posponer los
reembolsos. Pero pausar los pagos no es una solución: la deuda permanece
e, incluso si los gobiernos del G20 muestran una mayor relajación, los
acreedores privados (bancos, fondos de pensiones, fondos de cobertura y
‘vigilantes’ de bonos) continúan exigiendo su tajada del pastel.
Esta
idea ha llevado a distorsionar las iniciativas de financiamiento del déficit
por parte de los países pobres y de medianos ingresos, reinstalado la idea de
mecanismos de financiamiento del déficit fiscal con austeridad. Esta vez con
indicadores extremadamente degradados y amplificados por la pandemia, lo que
torna las discusiones del financiamiento del déficit en un problema moral, no
político ni económico.
La
respuesta fiscal a la crisis a escala mundial no ha tenido precedentes, pero la
respuesta de cada país ha dependido de su acceso al endeudamiento y de los
niveles de deuda pública y privada que tenían al iniciarse la crisis. “A medida
que las economías reabren tentativamente, los gobiernos deben asegurarse de no
retirar el apoyo fiscal demasiado rápido. No obstante, deben ser más
selectivos. El apoyo debe reorientarse gradualmente de proteger los antiguos
empleos, a facilitar la vuelta al trabajo, reduciendo los programas de
retención de empleo (subsidios salariales), reintroduciendo los requisitos de
búsqueda de empleo”.
“Las
economías de mercados emergentes y de bajo ingreso con fuertes limitaciones de
financiamiento tendrán que generar más con menos, reordenando las
prioridades del gasto y mejorando su eficiencia. Los gobiernos deben, asimismo,
tomar medidas para mejorar el cumplimiento tributario y evaluar la aplicación
de impuestos más altos para los grupos más acaudalados y las empresas más
rentables.” Esta es la idea del FMI que describe en “Política fiscal para
una crisis sin precedentes”. En varios pasajes deja entrever
la idea de austeridad encubierta con la propuesta que los gobiernos incrementen
la tributación, no solo en forma ocasional, sino continua y no solo para
algunos evasores, sino a corporaciones que han tenido ingresos extraordinarios
durante la pandemia.
Desde
el punto de vista de los organismos multiláterales de crédito, la respuesta
tendría que haber sido generar nuevos créditos, el FMI mayores DEG (Derechos de
Giro), una moneda fiduciaria valorada por una canasta de monedas importantes
como el dólar, el euro y el yen, y solo emitida por el FMI, algo que ya se hizo
en las crisis anteriores, y darle holgura y tiempo a las economías para
recuperarse, no solamente un diferimiento de pago, y en algunos países se
debería anular la deuda pública y de los privados.
El
problema es que el gobierno americano vetó el incremento de los DEG, veremos
cómo reacciona el nuevo gobierno de Biden a esto. En su blog, Michael Roberts describe
una entrevista con William White, economista del Banco de Pagos Internacionales
que cree que los bancos centrales han creado inestabilidad en últimos 30 años
y, por los tanto, sostiene: “Mi punto es: los bancos centrales crean las
inestabilidades, luego tienen que salvar el sistema durante la crisis, y con
eso crean aún más inestabilidades. Siguen disparándose en el pie”.
Hay
algo de verdad en este análisis, como admitió incluso la Reserva Federal en
su último informe sobre la estabilidad financiera en
Estados Unidos. Ha habido un aumento de $ 7 billones en los activos del
banco central del G7 en solo ocho meses, en contraste con el aumento de $ 3
billones en el año que le siguió al colapso de Lehman Brothers en 2008.
Ahora
bien, una estimación conservadora del Banco Mundial sostiene que la pandemia de
COVID-19 empujará a entre 88 millones y 115 millones de personas a la pobreza
extrema este año, mientras que la cifra total llegará a los 150
millones para 2021, dependiendo de la gravedad
de la contracción económica. La pobreza extrema, definida como
la situación de quienes viven con menos de UD 1,90 al día, probablemente afecte
a entre un 9,1 % y un 9,4 % de la población mundial en 2020. Esa
tasa representaría una regresión a la registrada
en 2017, que fue del 9,2 %.
Mientras
que las inyecciones de crédito generaron una “disminución de los costos
financieros y redujeron la carga de la deuda”, se alentó una mayor
acumulación de deuda, lo que “significó que las empresas se vieron cada vez más
expuestas al riesgo de una recesión económica importante o un aumento
inesperado de las tasas de interés”. Parecería que la salida a la deuda es más
crédito o deuda, que es lo mismo. Tal es la forma que Argentina, por ejemplo,
está tratando de paliar su déficit, con más deuda. Y si hay tasas de interés
bajas, las empresas zombis harán lo mismo hasta que el sistema detone.
White
aboga por otras soluciones. Apunta: “No hay vuelta atrás a ninguna
forma de normalidad sin lidiar con el sobreendeudamiento”. Es como dormir
con un elefante, es manso y bueno, el problema es que no se de vuelta. “Si
estamos de acuerdo en que la política de los últimos treinta años ha creado una
montaña cada vez mayor de deuda y una inestabilidad cada vez mayor en el
sistema, entonces tenemos que lidiar con eso”.
“Se
puede intentar salir de un sobreendeudamiento mediante un crecimiento económico
real más fuerte. Pero sabemos que un sobreendeudamiento impide el
crecimiento económico real”. Otra forma es deshacerse de un exceso de deudas
incobrables. “Uno: los hogares, las empresas y los gobiernos tratan de
ahorrar más para pagar su deuda. Pero sabemos que esto te lleva a la
paradoja keynesiana del ahorro, donde la economía colapsa. Así que esta
forma conduce al desastre”. No apuestes por la “austeridad”.
Lo
que es cierto es que la salida de las potencias, y sus facilidades de emisión y
generación de crédito con tasas bajas, no son las de los países endeudados y en
vías de desarrollo con serios problemas para financiarse. Es hora de mirar
otros horizontes, comenzar en pensar y testear el RCEP (Regional Comprehensive
Economic Partnership, Alianza Integradora Económica Regional), el mayor acuerdo
comercial mundial, cuyos miembros suman casi un tercio de la población
mundial y el 29% del producto interno bruto del planeta.
La
dinámica – deuda- inflación-pobreza-desempleo- caída del PBI- aumento de la
deuda no parece ser la salida indicada a una nueva sociedad.
Alejandro
Marcó del Pont @Eltabanoeconomi
*Alejandro Marcó del Pont. Licenciado en Economía UNLP. Autor y Editor del sitio El Tábano Economista
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