“Sólo algunos pocos mueren no
vencidos “
Macedonio Fernández
El
fallecimiento del ex Presidente Néstor Kirchner ha disparado un arsenal
ilimitado de supuestos y presunciones. Muchos ególatras sostienen tesis que
tienden a universalizar el fenómeno de modo suprimir todo aquello que tenga que
ver con la tangible muestra de espiritualidad colectiva, ejercicio que implica
someterse a la observación concreta del momento histórico.
Sin
tratar de interpretar subjetividades es dable agregar un elemento al debate que
todavía no ha sido instalado en la escena: La Construcción de un Mito.
Tal
construcción cruza transversalmente a la sociedad en su conjunto. Nuestra
mayoritaria impronta judeocristiana juega un papel fundamental como así también
la agnóstica duda razonable y el siempre progresista ateísmo pagano. El ateo
que odia o ama cree en su odio o en su amor más allá de su propia formación
elaborando en su espíritu una sana contradicción existencial; el agnóstico
cientifista no reconocerá empíricamente la existencia del mito al igual que no
se atreverá a desestimar su irreverente presencia. En este caso la duda
laborará como fuente de inspiración rotunda y no como jactancia tal cual
explicitara un triste y célebre fundamentalista castrense. En tanto el
creyente, a favor o en contra, no tendrá más remedio que rendirse a su fe.
El
mito destruye y construye, interpela y responde, incomoda y asiente, ordena y
desordena, y todo esto lo hace desde la ausencia física, lo que constituye un
doble dilema moral: La tangible existencia de lo que existió y ya no existe, y
nuestro propio temor a la finitud. Parece que nos es necesario prolongarnos en
él, afirmándolo o negándolo, para tratar de sobrevivir a nuestro indefectible
devenir. El mito tendrá cientos de miles de lecturas e interpretaciones,
amplias o sesgadas, positivas o negativas, generosas o mezquinas; todas ellas
construirán una buena porción de nuestra cultura popular. Cultura que no debe
ser desestimada ya que configura una creación colectiva intencional.
Néstor
Kirchner, al igual que Perón, Evita, Gardel, Maradona, Guevara, serán recreados
por propios y extraños. Serán víctimas de crueles conspiraciones o se verán
envueltos en notables actos heroicos. Nadie escapará al deber de tener que
posicionarse cuando sus nombres afecten el firmamento retórico. Esto va
construyendo una identidad irrefutable y que perdurará lo que los tiempos
decidan; ya no estaremos allí para corroborarlo. Por ahora no nos queda otra
opción que asimilar, nos guste o no, la grandeza de estos humanos esenciales
que supieron derrotar al olvido social, que supieron generar en nosotros la
proeza de continuar a pesar de sus nostalgias.
La
muerte no redime ni asciende el tenor conceptual mi estimado Caparros. Massera,
Hitler, Mussollini, Nerón, Torquemada entre otros comprenden del asunto.
Entenderla de ese modo es banalizarla. Es suprimir su importancia, es
menoscabar su trascendencia en cuanto al sentido mismo que a la vida le da. En
tal caso lo que redime es la vida y el recuerdo de lo que con ella se hizo. Y
allí no existe fraude posible.
Néstor
Kirchner fue llorado por quienes lo han querido y han valorado su presencia. El
sufrimiento colectivo no permite impostación.
A
partir de allí cada quien le otorga a la muerte un sujeto y un predicado;
organizándose intelectualmente para enfrentarla, o bien como enemiga íntima o
bien asumiéndola como inevitable compañera de aventuras. La muerte humaniza,
nos marca nuestra fragilidad e insignificancia, pero a la vez, nos enseña sobre
la grandeza que tiene la vida interrogándonos sobre su verdadero sentido. Así la
finitud se nos presenta de modo imprevisto y es allí en donde las respuestas se
desvanecen, en donde el azar comienza a bosquejar sus muecas menos gratas. El
Mito Popular derrota a la finitud imperativamente, por voluntad colectiva, y
nada hace pensar que tal construcción no continúe con otros actores notables,
en el marco de otras organizaciones culturales.
“El
lugar del relato, en la civilización contemporánea, lo ha ido usurpando la
información”, afirmó el inolvidable Walter Bénjamin. Es probable que dicha
información académica y lustrosa no considere por el momento a Néstor Kirchner
con cualidades suficientes para pertenecer a tan distinguido oráculo. Lo cierto
es que al relato histórico-periodístico se le contrapone un contrarrelato
emocional que no siempre describe la percepción oficial y correcta desde lo
político; generalmente la intromisión del arte y del sentimiento popular hacen
su trabajo imperceptible, disimulado, y a espaldas de un reflexivo y obediente
Heracles quién siempre observó a las masas como hidras de ponzoñoso aliento,
amenazantes de un Argos sospechosamente pensante e ilustrado.
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