Análisis de El Proceso por José
Luis Alvardo para https://www.cicutadry.es/
Acaso no haya mayor gloria para un
escritor que su apellido se convierta en un adjetivo. El mundo
inconfundible, único e irrepetible de Franz Kafka (1883-1924) dio lugar al
adjetivo kafkiano, que es una manera de calificar ciertas situaciones absurdas de
la existencia, en que fuerzas poderosas sobre las que no tenemos control, ni
siquiera acceso, oprimen nuestra vida sin que tengamos posibilidad de defensa.
Lo kafkiano es la negación de la libertad, el deseo insatisfecho por algo que
se nos impone desde una altura a la que no podemos acceder. Posiblemente, el
relato que más se acerca a la idea de lo kafkiano sea El proceso (1914),
donde un hombre corriente se encuentra atrapado en una culpa que busca su
castigo, siguiendo una lógica inversa a la idea de justicia.
El hombre es, por decirlo de alguna
manera, naturalmente culpable, no como individuo, sino como miembro de una
especie, frente a un poder, el de Dios, que imparte una justicia a cuyas reglas
no se tienen acceso.
Apenas ingresado en una historia de
Kafka, el lector encuentra abolido el mundo real. La lógica sigue funcionando
(en realidad nunca funciona tan implacablemente como en el fatigoso rumiar de
sus personajes) pero las premisas de que parte o las conclusiones a que llega,
escapan al normal mecanismo humano. El lector se encuentra instalado en otro
mundo. Llámese pesadilla, ensueño o absurdo. Es otro mundo. Y no es el producto
de una fantasía ingobernada. No es caprichosa; es un mundo que encierra en un
organización fatal la cifra de este mundo.
Porque el clima que Kafka crea con
sus ficciones lo hunde y hunde al lector irremediablemente en un mundo que es
más real, más grave, más intenso, más comprometido que este que se llama
realidad: el mundo profundo que oculta tanta apariencia gastada, tanta superficie.
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