Hoy
desperté pensando mi desilusión recurrente: no hay con qué.
Vuelvo
a mi desánimo de siempre: es imposible construir con lo que hay, porque el solo
peso de su ser es tan absolutamente siderúrgico, que la suma de nuestra fuerza
no alcanza a horadar el muro de titanio que edifican entre la razón (allá en la
extrazona) y su entramado de antivalores y vulneraciones trascendentes a su
propio principio de conservación. Ni qué hablar de su yerma Pastalinda
secundaria de generación cultural.
Su
masa nos aplasta históricamente.
Esto
que digo, sin embargo, no importa dejar de actuar. Ícaro se vino abajo y Ovidio
lo contó mucho después; pero recién DIECINUEVE SIGLOS más tarde hubo aviones
que cristalizaron su deseo. También parcialmente, porque todavía, otro siglo
después, continúan cayéndose.
No
nos va a tocar el turno de ver una clase media unida en lucha y criterio contra
sus opresores: vamos a seguir asistiendo al espectáculo de su grotesco
aspiracional, de su genuflexión autolacerante para con el más fuerte, de su
ignorancia libremente escogida, de su racismo innato, de su autopercepción
hipertrofiada, de sus apaleos electorales tan deformados como su incoherencia
irracional, que pendula todo el tiempo entre la maldad del loco malo y la
inimputabilidad dañosa del que no entiende nada.
No
es un alarde de inmodestia: los buenos somos pocos. Es lamentable, pero la
descripción no puede ser otra. Nosotros somos los despreciados que queremos
saber, para los cuales los hechos del mundo exterior son un universo abierto a
nuestro sondeo felizmente curioso. Somos los que elegimos la simplicidad; pero
sólo la que se descubre una vez atravesada la complejidad.
Somos
los que, temprano o tarde, advertimos que la justicia social es una de las
formas del amor. Y que para su consagración es necesario determinarse de la
forma menos condicionada posible, como así también practicar la captación
sensible de la libertad, igual que como hacemos con el tiempo y el espacio.
¿Cómo
abandonar ese camino? ¿Qué Nobleza nos felicitaría? ¿Solamente porque por ahora
o para siempre los mediocres serán invencibles, vamos a entregar las armas? La
gravedad también lo era en tiempos de Ícaro y Dédalo; y acá estamos, queriendo
colonizar la luna.
Ni
optimistas ni pesimistas: incesantes. Igual que ellos.
Eso
sí: moriremos vencidos, hay que saberlo. Lograremos, quizás, pequeñas o grandes
victorias; pero la medianía es cabra tozuda y nos volverá a arrastrar al
pajonal de la media altura, motorizada por la ilusión de una cima para arribar
a la cual no tiene patas. Volveremos a masticar la jarilla amarga y obligada y
nos enterrarán ahí, en el escenario de la derrota.
Yo
no puedo mucho: voy dejando líneas insuficientes aquí y allá; no sé otra cosa.
He pecado de alejarme de la adquisición y producción intelectual, quizás por
molicie o porque tampoco me daba la capacidad. Les ruego a aquellos más cultos
que dejen su obra valiosa al alcance de las generaciones que vendrán.
La
lucha es de a siglos y ellos son poderosísimos. Más, aun, que los poderosos.
*Eddy W. Hopper. Abogado
BRILLANTE DESCRIPCIÓN... PERO DOLOROSA....
ResponderEliminar.
Muy bueno Eddy. Pones en palabras adecuadas y sintéticas un pensmiento muy recurrente. Soy consciente de que muchas veces lo he expresado con nostalgia. Siempre que alguien me pregunta por mi dieta selectiva de alimentación y cuidado de salud en general, así con un ¿porqué comes esas cosas, porque te cuidas tanto?. Mi respuesta es: Quiero vivir muchos años, quiero ser testigo viviente de los cambios de esta lucha que describís como "permanente". Pedro Caramelli
ResponderEliminarEl optimismo es la voluntad, el pesimismo la razón escribieron hace mucho ... Mi coyuntural pesimismo mantiene mi constante optimismo vivo y saludable..
ResponderEliminarAbrazo...
Gustavo Marcelo Sala