Cine bajo el formato
artístico dadaísta bautizado como “cadáveres exquisitos”, nacido a principios
del siglos XX.
“La
verdad no es siempre revolucionaria”, sentencia en la última escena un
burócrata profesional para apuntillar una trama de poder, ambición y
oscurantismo.
En Excelentísimos
cadáveres, Francesco Rosi, que entendía el cine como una investigación
documentada, siempre enfocada desde un firme compromiso político, pone al
inspector Rogas (Lino Ventura) a perseguir fantasmas, sombras y reflejos
difusos a través de la Italia de los
años de plomo y la ‘strategia della tensione’,
un polvorín a punto de reventar en mil pedazos. Su inspiración es un
escritor, Leonardo Sciascia, que también
hizo de la cara oculta de la sociedad italiana, especialmente concentrada en su
Sicilia natal, su terreno de juego. El filme comienza en las catacumbas de
Palermo, entre momias de notables conservadas a lo largo de los siglos, y
concluye en el Museo Nacional Romano, entre conmemorativas estatuas de mármol. El
poder que se perpetúa generación tras generación, como un ente que va más allá
de lo terrenal, esculpido en el tiempo. Entre un escenario y otro, queda
un reguero de cadáveres de fiscales, procuradores y jueces que hace temblar el
frágil equilibrio del país. El avezado inspector busca explicaciones que no se
reduzcan a la cómoda hipótesis del loco homicida, pero el precio
es sumergirse progresivamente en una paranoia por donde asoma una
conspiración. En su camino, Rogas viaja desde los defenestrados por el sistema
hasta las altas esferas de la sociedad, desde la indagación a pie de calle
hasta los asépticos laboratorios de la policía política y sus sórdidas
mazmorras de interrogatorio. Palacios, rincones y escondrijos que llegan a
descubrirse hasta de forma un tanto gratuita, destinada
a subrayar ciertas consideraciones.
Fuente: El crítico abúlico - Link de Origen: aquí
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