Visto desde hoy parece algo totalmente internalizado
capturar imágenes y verlas, compartirlas, borrarlas, transformarlas en memes o
lo que se nos ocurra. Parece que es algo que estuvo siempre con nosotros, está
tan presente que ya no nos imaginamos el mundo cuando esta posibilidad no
existía. Antes de que apareciera la fotografía, la única forma en la que uno
podía tener su imagen representada era a través de una pintura o una escultura,
y esto imagínense, estaba solo al alcance de clases altas. Tener un retrato era
una manifestación de ascenso social. El avance de la técnica irá permitiendo que el
acceso a una imagen que capturara un instante de la vida se volviera cada vez
más accesible para todos. Distintos procesos se intentaron, patentaron y se
usaron con mayor o menor éxito.
Por
ejemplo, la imagen esa de José de San Martin con 70 años (1848) es un
daguerrotipo. El 19 de agosto de 1839
Daguerre presentaba su sistema. Este proceso en sus inicios demandaba que quien fuera a
retratarse permaneciera inmóvil unos cuantos minutos para que la toma saliera
bien. Si prestamos atención podemos ver que todos usan algo en el cuello para
disimular un artefacto que los mantenía inmóviles mientras durara la captura de
la imagen. Este tipo de retrato no era en soporte papel sino en una placa de
vidrio, lo que lo convertía en algo muy frágil que era guardado en estuches de
madera y se lo protegía de la luz. Era un procedimiento costoso al alcance de
clases altas.
Pero en 1854, André Disderí acercará a los sectores
populares a la fotografía con la aparición en el mercado de la “tarjeta de
visita”. Esta era una imagen que se imprimía en papel, de las que muchos
tenemos en casa de nuestros abuelos o bisabuelos…esas fotos impresas como en
cartón, que atrás, tienen el formato de una postal. Este producto nuevo acercó
la fotografía a las clases populares, permitió sacar varias imágenes en una
sola toma y redujo los tiempos de exposición ante la cámara a un instante. Por
supuesto que las imágenes capturadas eran en lo que hoy conocemos como tonos
sepia o blancos y negro. Hasta que se desarrollo la técnica que permitió el
color en la fotografía, era costumbre por parte de algunas personas, colorear
las imágenes. El color llegaría con procesos como el Autochrome Lumiere (1907),
el Kodachrome y el Agfacolor, ya en los años previos a la Segunda Guerra
Mundial.
En lo respectivo a las cámaras, las de uso profesional en
un principio fueron grandes, frágiles, pesadas y precisaban de mucha luz para
funcionar, natural o artificial. Las cámaras de uso hogareño iban desde las
simples camaritas de cajón en un principio a otras más elaboradas y pensadas
para los aficionados a la fotografía, hasta las cámaras descartables de hace
unos años que comprábamos cuando nos íbamos de vacaciones y salían 5 dólares.
Quietos por favor….click!!!
*Favio Camargo. Docente, estudiante
del Profesorado de Historia en la Universidad Nacional del Sur
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