El progresismo
es una vaga noción, doctrina le llaman algunos, que descansa sobre el concepto
de un progreso y desarrollo indefinido de la sociedad. No se trata de una idea
política en sí misma ya que no podemos percibir texto o manifiesto que nos
aclare sus postulados políticos ideológicos, sociales, económicos,
culturales y éticos. En lo eminentemente discursivo lo observo como
una concepción lanzada al vacío, con escaso sustento ideológico y sin el debido
apoyo filosófico. Generalmente son las fuerzas de centroizquierda las que
suelen apropiarse del concepto, aunque nos es sencillo observar que cuando de
definiciones políticas se trata dicho término no lograr hallar su nicho de
comodidad. Y los dilemas devienen cuando comenzamos a desandar el camino: los
cómo, los cuándo, los para quién, las herramientas a utilizar, las prioridades,
el poder popular, el poder real, el rol del estado, la propiedad privada de los
medios de producción, la justicia, y demás pulsiones que inexorablemente
necesitan posicionamientos taxativos para transformarse en ideología y en
consecuencia en política. Por fuera de la vaguedad del término y de las
confusiones semánticas lo que resulta muy interesante es el generoso y amplio
espectro que propone el campo progresista. Acaso sea dicha vaguedad la que más
colabora para que la mayoría de las propuestas políticas de nuestra
contemporaneidad se definan de ese modo. Si recorremos nuestro arco iris
político vemos que coinciden con el término desde los admiradores de Adam Smith
y David Ricardo a través de un liberalismo autodefinido como de izquierda hasta
la izquierda más radicalizada. En el medio encontraremos de todo como en
botica: Keynesianos, Populistas, Socialistas, Demócratas Cristianos,
Socialdemócratas, Marxistas etc... Modificando substancialmente una recordada
frase del General Perón: “en definitiva somos todos
progresistas”. De alguna manera el “ser progresista” nace como respuesta al
“ser conservador”. Podemos sospechar que todo aquel que desea modificar ciertas
inercias a favor de cambios que tiendan a mejorar a la sociedad y que luchan
contra todo poder establecido encajan dentro de dicho “ser”. Pues en la praxis
nada resulta más vago, no es necesario mencionar que históricamente el
Gatorpardismo aparece luciendo sus mejores túnicas. En el presente nos rompe a
los ojos esa idea de cambio a favor del progreso social. Es mucho más sencillo
autodefinirse como progresista desde la oposición que desde el oficialismo,
demandar cambios adolece del compromiso ejecutivo que toda gestión tiene, pero
cae de maduro que es desde el lugar de la ejecución en donde el progresismo
puede manifestarse concretamente. De todas formas si no aclaramos previamente
aquellos caminos mencionados muy difícilmente vamos a poder entender qué
se nos dicen cuando nos hablan de progresismo. Nuestros progresistas
vernáculos, en la praxis, lo están dejando claro desde el 10 de diciembre del
2015. El progresismo nunca aclara si ese desarrollo social pretendido incluye a
toda la ciudadanía o forma parte de esa entelequia llamada Nación, en donde
solo deben ingresar “los que ellos consideran que no sobran”. Por ejemplo, hace
pocos años la Alianza se presentó como tal. Una fuerza progresista horizontal y
democrática que venía a romper con determinadas inercias noventistas. Por
entonces muchos percibían que si bien su discurso era en ese aspecto sumamente
seductor y potenciado por aquel nefasto presente, no es menos cierto que otros
ponían su énfasis en que ese grupo político no venía a modificar inercias sino
a prolijarlas, adecentar la perversión de un modelo, acaso. La Alianza no
ponía en tela de juicio el modelo excluyente planteado y plantado por el
Consenso de Washington. Pues no hizo ni una cosa ni la otra, además
terminó profundizando el anterior esquema socioeconómico, incluyendo los mismos
gestores, anexando notorias medidas regresivas llegando a niveles de represión
insólitos para nuestra novel democracia. A pesar de aquella experiencia, el
Radicalismo, nave insignia de la Alianza, continúa autodefiniéndose como
progresista muy a pesar de que en la praxis exhibió una tendencia conservadora
extrema. Si bien, desde la formalidad, este último sello no existía, el Socialismo
participó de aquel proyecto con marcados entusiasmos. Más allá de los
individuos temo que no haber comprendido socialmente el quiebre histórico que
se produjo en el 2001 es los que nos llevó a volver a pisar aquellas nefastas
huellas. Al mismo tiempo podemos constatar que cuando aparece un Gobierno con
serias intenciones de ampliar derechos, que coloca en su justo término político
a los DD.HH y al drama de los setenta, que se esfuerza por democratizar incisos
encapsulados, que no omite discutir a los poderes fácticos, que promueve
políticas a favor de incluir a los excluidos y equidistar la distribución de la
riqueza, que implementa resortes industrialistas tratando de encauzar y limitar
el poder de las corporaciones oligopólicas, es el supuesto campo “progresista”
el que se opone con mayor virulencia bajo la insondable excusa dictatorial. Y
esto se debe justamente a que los cómo, los cuándo y los para quién comienzan a
protagonizar la escena corriendo velos indefectiblemente, quitando de plano
cualquier tipo de embuste dialéctico. En lo personal trato de prescindir sobre
ciertas individualidades en las que se cae muy a menudo para ensuciar el
debate. Todos, absolutamente todos los actuales actores políticos y
agrupaciones, opositores y oficialistas, tienen patos que pelar. Es un tema que
suele llenar de letras y palabras el espectro. Lo importante, a mi entender, es
lo que se piensa, se dice y se hace en la actualidad con relación a determinadas
políticas. En el amanecer del 2015 nos preguntábamos desde esta tribuna: ¿Qué
incisos derogarían, los progresistas, cuáles modificarían o profundizarían:
regresarían al mercado de capitales, limitarían el poder de los oligopolios,
enfrentarían a los poderes fácticos, les pondrían fin a los juicios por la
verdad, les pagarían a los fondos “buitre” de acuerdo a sus exigencias,
continuarían con las asignaciones vigentes y las cooperativas de trabajo,
reducirían las retenciones, volverían al sistema de AFJP, mantendrían los
niveles en el presupuesto educativo, bajarían la carga impositiva, qué harían
con los planes sociales, la seguridad y la educación continuarían
federalizadas, qué políticas regionales implementarían para agregarle valor en
origen a las materias primas y de ese modo fomentar el trabajo y la querencia
local, qué posición tendrían con relación a los medios de comunicación, cuál es
la alternativa que presentarían ante una posible reforma judicial, les parece
bien que el pueblo no participe directamente en la elección de una parte de los
integrantes del Consejo de la Magistratura, mantendrían la universalidad de las
vacunas para prevenir el HPV y la gripe para grupos de riesgos, qué proponen
con relación a la cooparticipación? Creo que el presente no necesita mayores
redundancias ni respuestas. Juan José Hernandez Arregui sentenció que “La clase
media tiende a la formación de grupos intelectuales (progresistas, me permito
incluir) que fluctúan, por diversos motivos, entre las élites que miran hacia
arriba y los ghettos espirituales que miran hacia abajo. Esto explica la
abundancia de intelectuales de izquierda que se pasan a la derecha ideológica,
al conservatismo social. En realidad, los intelectuales son los que sienten más
vivamente esta situación incierta que ocupan en la sociedad. Mientras la
perspectiva de descender les lleva a la comprensión de la lucha que libra la
clase trabajadora por otra parte les estimula a no caer en ella”. “En la
escuela le enseñaron a preferir el inmigrante al nativo, en el colegio nacional
que el capital extranjero es civilizador, en la Universidad que la Constitución
de 1853 ha hecho la grandeza de la Nación o que la inestabilidad política del
país es la recidiva de la montonera o de la molicie del criollo. Este estado de
espíritu, fomentado sutilmente por la clase alta aliada del imperialismo,
distorsiona la conciencia de estos grupos, cuyo escepticismo frente al país
favorece el pasivo sometimiento intelectual”. “Estos intelectuales
democráticos, a veces a pesar de ellos, sin conciencia de su verdadera
situación al ligarse a la oligarquía, representan a la pequeña burguesía pro
imperialista. El carácter uniformemente extranjerizante de sus escritos,
refleja la naturaleza portuaria de esa mentalidad parasitaria del comercio de
exportación. En esa literatura hay una voluntad narcotizante en el doble plano
estético y político”.
*Gustavo Marcelo Sala, Editor,
escritor. Texto del libro Pulsiones 2011-2019, Artes Gráficas Líber 2019
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