Tristemente
el sentido común se impone. Jamás los melones se acomodan solos. Existe un
camino, una coyuntura y un chofer, y existe la subsumisión o la revulsión, el
conformismo y la cobardía, el coraje, el precio y el valor. Nunca es casual y
menos natural. La pobreza y la riqueza, la inclusión o la exclusión, la equidad
o la desigualdad no se dan por generación espontánea, existe un sistema con sus
engranajes, no un ecosistema, existe una corriente orientada, sus pulsiones o
crisis convenientes, sus conductores óptimos, y existen vasos comunicantes
diseñados para tales fines. No es una teoría conspirativa, todo lo contrario,
es el orden establecido y aceptado por las mancebas y vasallas mayorías. Sin
embargo el sofisma es suscrito hasta por el propio campo nacional y popular. Es
muy cierta la afirmación de Dolina cuando sentencia que la única manera de que
no haya heterodoxias ni herejías es quedándose solo, y en política eso es
letal. Creo que estamos de acuerdo, y me parece que los militantes debemos ser
más honestos intelectual y políticamente. Es probable que nos hubiera gustado
algo de mayor revulsión, pero Alberto no nos habló de eso, de manera que lo
votamos sabiendo que como dice Rivera, por el momento, la revolución es un
sueño eterno, y no tenemos derecho a exigírsela a alguien que nunca nos habló
de ello. La prioridad era darle batalla al poder real con el poder popular,
entendiendo que los melones no se acomodan solos, y que se juega de visitante
aún en nuestro estadio, pero aún no se llegó a esa conclusión colectiva. Por
eso hasta me parece muy desleal correrlo por izquierda. Hasta ahora el gobierno
no pudo implementar política alguna, solo está tratando de cerrar el tema de la
deuda heredada, inciso el cual parece haber resuelto de aquí a cuatro años y
enfrentar la pandemia, cuestión que aún resulta distante en el horizonte. La
política no es lineal, hay veces que se trata de recorrer caminos, en otras,
atajos, y en otras ocasiones, para llegar al éxito, hay que recorrer extensos
meandros en donde para hacer 5 km es necesario transitar 50. El arte de la
política es saber cuándo debemos tomar cada uno y ante qué circunstancias. Nunca
el peronismo, en sus distintos niveles, vio a sus intelectuales como actores
políticos más allá del testimonio. De hecho la palabra intelectual pervive
disimuladamente apartada del concepto militante a pesar de haber tenido y tener
cuadros pensantes de enorme talla, tanto en su historia como en la
contemporaneidad. Luego los citan, los aplauden y hasta los cuelgan en sus
muros personales, pero no pasa de allí. Temen por el pensamiento crítico de
esos intelectuales. Hoy estamos frente a una anomalía, un gabinete en donde
gran parte de ellos se pueden considerar como tales y están ejecutando
políticas dentro de la peor crisis económica, social y sanitaria que ha tenido
la Patria en su historia. Me parece una canallada política esgrimir como
argumento crítico sobre alguna medida del gobierno: “esto no es peronismo”. Y
la pregunta se dispara de inmediato ¿y qué lo es, en tanto el desconocimiento
de los dogmatismos, las desmemoria sobre determinas herramientas utilizadas y el conocimiento de su propia historia?
Horacio
Gonzalez escribió: “Algo llevaba al
peronismo a hablar de revolución mientras tenía, en su conciencia previa, el
espectáculo de un mundo donde competían dos clases de revoluciones, la
bolchevique y la fascista. No quiso parecerse a ninguna de ellas ni mirarlas
solamente por el reverso. La movilización peronista fue una metáfora
combinatoria, el inconsciente mitigado de las otras dos, sigilosa en la lengua
de su creador, esa composición de esas dos revoluciones entrelazadas, mejor
dicho tornasoladas, tejidas con ambos hilos pero todo con matices que fueran
los máximos posibles. ¿Entonces no aportó nada el peronismo? De ninguna manera,
aportaba a su sentido de movilización un semejante sentido de control, de
disciplina, de lengua doctrinaria que se fusionara en la horma feliz de la
“comunidad organizada”. Sin embargo, albergaba en su seno la palabra
revolución, la había dicho, la había escrito, la hizo figurar en los escritos
oficiales. Y es fama que también dijo que los hombres empresarios, los
poderosos de siempre, los oligarcas, mejor la aceptasen antes de que debieran
enfrentarse con revoluciones más huracanadas, que ya se conocían y eran las que
el peronismo, revolucionariamente, venía a conjurar, sin duda a evocar, y
seguramente a frenar. Esto originó una espesura y esa espesura fue la tragedia
del peronismo. La espesura no hace preguntas a su identidad previa sino se
tienta por un origen donde enreda las secuencias preexistentes, las combina,
las sopesa, las pone en platillos distintos, y los desea equilibrados. El
kirchnerismo tiene su espesura propia también. En cierto sentido se superpone a
la del peronismo, pero contiene zonas propias y específicas. Son zonas vivas,
que no siempre suelen ser reconocidas de ese modo por los propios
kirchneristas. En primer lugar, el “modelo de llegada” al gobierno consistió en
una serie de contingencias inhabituales aun en un mundo político del cual
siempre se sabe que se caracteriza por hechos impensados y acontecimientos
inesperados. Luego, la clara certeza de que habían cambiado los tiempos -como se
le recomendaba al príncipe maquiaveliano, el tiempo gira, y que había que
marcar con simbolismo de súbita pureza ese hecho: descolgar un cuadro
fundamental en un lugar fundamental, abrir la ex Esma, reforzar los juicios. Y
después el aire de excepcionalidad acontecimiental. Convivían en el gobierno
kirchnerista actitudes sumamente acogedoras de la novedad no fundada en rígidos
antecedentes peronistas. Se libraron así fuerzas significantes que estaban
paralizadas desde los años 70 y se dejó abierto el problema del guión que
separaba a kirchnerismo y peronismo. El guión los unía y los separaba al mismo
tiempo, e impedía el debate urgente sobre si había allí en reposo, pero a punto
de despertar una dialéctica por la cual del peronismo cuyos signos estaban estancados,
el kirchnerismo extraía su fuerza en la capacidad selectiva de desbrozar uno de
otros y de absorber en su propio nombre el nombre del peronismo. No obstante,
nadie se animó a decir tanto, y por momentos, el refugio del kirchnerismo en el
peronismo salvaguardaba de las inclemencias de la real-politik, mientras por
acciones laterales se buscaba implícitamente desligar la zona activa del
peronismo de su atadura ritual, y volcarla como letra viva en las entrelíneas
del peronismo. El nombre de Cámpora, invocado nuevamente, servía para ello. De
tal modo en el kirchnerismo hay también una espesura propia, que comparte y
refina la del peronismo, no siempre de una manera asumida teóricamente, sino
con un ademán culposo. ¿No sería mejor invocar al “peronismo sin más” en vez de
idealizar secuencias innovadoras con planteos frentistas más coherentes? Porque
el peronismo sin más es un mar sin contornos, donde habita una derecha
ideológica encubierta en los más diversos matices. Por eso el alfonsinismo tuvo
con el radicalismo la misma relación que el kirchnerismo con el peronismo:
síntoma de reposición de temas movilizantes, quitándoles el moho, actualización
desprejuiciada de conceptos, y formulación de una tibia dialéctica que permitía
“superarlos, pero conservándolos en su carácter de veneros de la memoria”.
Pichetto y Morales representarían en este cuadro la “implementación” de las
antiguas gestas entumecidas y heridas fatalmente por la ambigüedad que
destilaban, al servicio del macrismo, tomándolas ya como el eslabón final donde
cancelan de su pasado todo lo que salía de un núcleo de orden estatal
conservador, con raíces en una porción popular atemorizada por el avance del
neoliberalismo represivo, al cual se acepta como nueva etapa de la historia.
Nos parece que al momento, silenciosa o no, misteriosa o locuaz, el nombre de
Cristina Kirchner aparece privilegiadamente para darle un sentido -no personal,
sino colectivo-, a la serie desglosada de espesuras de distintos alcances que
parecen flotar inconsecuentes ante nosotros.
Coincido con Jorge Aleman cuando afirmó que "el kirchnerismo es la huella de una contra-experiencia que merece, más allá de los problemas críticos a los que remite, ser mantenida como expectativa y disposición histórica. No fue un corte ni una ruptura con el orden neoliberal, pero sí fue lo suficientemente perturbador como para establecer una nueva referencia para la izquierda que no es antiperonista, pero que ya atravesó la identificación totalizante y religiosa con el peronismo de estado".
*Gustavo Marcelo Sala. Editor
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