Revista Nro. 16 Apuntes no prescriptivos sobre el peronismo por Gustavo Marcelo Sala


Tristemente el sentido común se impone. Jamás los melones se acomodan solos. Existe un camino, una coyuntura y un chofer, y existe la subsumisión o la revulsión, el conformismo y la cobardía, el coraje, el precio y el valor. Nunca es casual y menos natural. La pobreza y la riqueza, la inclusión o la exclusión, la equidad o la desigualdad no se dan por generación espontánea, existe un sistema con sus engranajes, no un ecosistema, existe una corriente orientada, sus pulsiones o crisis convenientes, sus conductores óptimos, y existen vasos comunicantes diseñados para tales fines. No es una teoría conspirativa, todo lo contrario, es el orden establecido y aceptado por las mancebas y vasallas mayorías. Sin embargo el sofisma es suscrito hasta por el propio campo nacional y popular. Es muy cierta la afirmación de Dolina cuando sentencia que la única manera de que no haya heterodoxias ni herejías es quedándose solo, y en política eso es letal. Creo que estamos de acuerdo, y me parece que los militantes debemos ser más honestos intelectual y políticamente. Es probable que nos hubiera gustado algo de mayor revulsión, pero Alberto no nos habló de eso, de manera que lo votamos sabiendo que como dice Rivera, por el momento, la revolución es un sueño eterno, y no tenemos derecho a exigírsela a alguien que nunca nos habló de ello. La prioridad era darle batalla al poder real con el poder popular, entendiendo que los melones no se acomodan solos, y que se juega de visitante aún en nuestro estadio, pero aún no se llegó a esa conclusión colectiva. Por eso hasta me parece muy desleal correrlo por izquierda. Hasta ahora el gobierno no pudo implementar política alguna, solo está tratando de cerrar el tema de la deuda heredada, inciso el cual parece haber resuelto de aquí a cuatro años y enfrentar la pandemia, cuestión que aún resulta distante en el horizonte. La política no es lineal, hay veces que se trata de recorrer caminos, en otras, atajos, y en otras ocasiones, para llegar al éxito, hay que recorrer extensos meandros en donde para hacer 5 km es necesario transitar 50. El arte de la política es saber cuándo debemos tomar cada uno y ante qué circunstancias. Nunca el peronismo, en sus distintos niveles, vio a sus intelectuales como actores políticos más allá del testimonio. De hecho la palabra intelectual pervive disimuladamente apartada del concepto militante a pesar de haber tenido y tener cuadros pensantes de enorme talla, tanto en su historia como en la contemporaneidad. Luego los citan, los aplauden y hasta los cuelgan en sus muros personales, pero no pasa de allí. Temen por el pensamiento crítico de esos intelectuales. Hoy estamos frente a una anomalía, un gabinete en donde gran parte de ellos se pueden considerar como tales y están ejecutando políticas dentro de la peor crisis económica, social y sanitaria que ha tenido la Patria en su historia. Me parece una canallada política esgrimir como argumento crítico sobre alguna medida del gobierno: “esto no es peronismo”. Y la pregunta se dispara de inmediato ¿y qué lo es, en tanto el desconocimiento de los dogmatismos, las desmemoria sobre determinas herramientas utilizadas  y el conocimiento de su propia historia?

Horacio Gonzalez escribió: “Algo llevaba al peronismo a hablar de revolución mientras tenía, en su conciencia previa, el espectáculo de un mundo donde competían dos clases de revoluciones, la bolchevique y la fascista. No quiso parecerse a ninguna de ellas ni mirarlas solamente por el reverso. La movilización peronista fue una metáfora combinatoria, el inconsciente mitigado de las otras dos, sigilosa en la lengua de su creador, esa composición de esas dos revoluciones entrelazadas, mejor dicho tornasoladas, tejidas con ambos hilos pero todo con matices que fueran los máximos posibles. ¿Entonces no aportó nada el peronismo? De ninguna manera, aportaba a su sentido de movilización un semejante sentido de control, de disciplina, de lengua doctrinaria que se fusionara en la horma feliz de la “comunidad organizada”. Sin embargo, albergaba en su seno la palabra revolución, la había dicho, la había escrito, la hizo figurar en los escritos oficiales.  Y es fama que también dijo que los hombres empresarios, los poderosos de siempre, los oligarcas, mejor la aceptasen antes de que debieran enfrentarse con revoluciones más huracanadas, que ya se conocían y eran las que el peronismo, revolucionariamente, venía a conjurar, sin duda a evocar, y seguramente a frenar. Esto originó una espesura y esa espesura fue la tragedia del peronismo. La espesura no hace preguntas a su identidad previa sino se tienta por un origen donde enreda las secuencias preexistentes, las combina, las sopesa, las pone en platillos distintos, y los desea equilibrados. El kirchnerismo tiene su espesura propia también. En cierto sentido se superpone a la del peronismo, pero contiene zonas propias y específicas. Son zonas vivas, que no siempre suelen ser reconocidas de ese modo por los propios kirchneristas. En primer lugar, el “modelo de llegada” al gobierno consistió en una serie de contingencias inhabituales aun en un mundo político del cual siempre se sabe que se caracteriza por hechos impensados y acontecimientos inesperados. Luego, la clara certeza de que habían cambiado los tiempos -como se le recomendaba al príncipe maquiaveliano, el tiempo gira, y que había que marcar con simbolismo de súbita pureza ese hecho: descolgar un cuadro fundamental en un lugar fundamental, abrir la ex Esma, reforzar los juicios. Y después el aire de excepcionalidad acontecimiental. Convivían en el gobierno kirchnerista actitudes sumamente acogedoras de la novedad no fundada en rígidos antecedentes peronistas. Se libraron así fuerzas significantes que estaban paralizadas desde los años 70 y se dejó abierto el problema del guión que separaba a kirchnerismo y peronismo. El guión los unía y los separaba al mismo tiempo, e impedía el debate urgente sobre si había allí en reposo, pero a punto de despertar una dialéctica por la cual del peronismo cuyos signos estaban estancados, el kirchnerismo extraía su fuerza en la capacidad selectiva de desbrozar uno de otros y de absorber en su propio nombre el nombre del peronismo. No obstante, nadie se animó a decir tanto, y por momentos, el refugio del kirchnerismo en el peronismo salvaguardaba de las inclemencias de la real-politik, mientras por acciones laterales se buscaba implícitamente desligar la zona activa del peronismo de su atadura ritual, y volcarla como letra viva en las entrelíneas del peronismo. El nombre de Cámpora, invocado nuevamente, servía para ello. De tal modo en el kirchnerismo hay también una espesura propia, que comparte y refina la del peronismo, no siempre de una manera asumida teóricamente, sino con un ademán culposo. ¿No sería mejor invocar al “peronismo sin más” en vez de idealizar secuencias innovadoras con planteos frentistas más coherentes? Porque el peronismo sin más es un mar sin contornos, donde habita una derecha ideológica encubierta en los más diversos matices. Por eso el alfonsinismo tuvo con el radicalismo la misma relación que el kirchnerismo con el peronismo: síntoma de reposición de temas movilizantes, quitándoles el moho, actualización desprejuiciada de conceptos, y formulación de una tibia dialéctica que permitía “superarlos, pero conservándolos en su carácter de veneros de la memoria”. Pichetto y Morales representarían en este cuadro la “implementación” de las antiguas gestas entumecidas y heridas fatalmente por la ambigüedad que destilaban, al servicio del macrismo, tomándolas ya como el eslabón final donde cancelan de su pasado todo lo que salía de un núcleo de orden estatal conservador, con raíces en una porción popular atemorizada por el avance del neoliberalismo represivo, al cual se acepta como nueva etapa de la historia. Nos parece que al momento, silenciosa o no, misteriosa o locuaz, el nombre de Cristina Kirchner aparece privilegiadamente para darle un sentido -no personal, sino colectivo-, a la serie desglosada de espesuras de distintos alcances que parecen flotar inconsecuentes ante nosotros.


Coincido con Jorge Aleman cuando afirmó que "el kirchnerismo es la huella de una contra-experiencia que merece, más allá de los problemas críticos a los que remite, ser mantenida como expectativa y disposición histórica. No fue un corte ni una ruptura con el orden neoliberal, pero sí fue lo suficientemente perturbador como para establecer una nueva referencia para la izquierda que no es antiperonista, pero que ya atravesó la identificación totalizante y religiosa con el peronismo de estado".


*Gustavo Marcelo Sala. Editor



Comentarios