Revista Nos Disparan desde el Campanario – Entrevista – Nancy Fraser: (Desde el progresismo) ¿Podemos entender el populismo sin llamarlo fascista?
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En esta conversación [marzo,
2018], Nancy Fraser explica cómo la agenda de justicia social de la izquierda
fue secuestrada por lo que ella llama el “neoliberalismo progresista”, al
tiempo que estudia cómo una economía política marxista matizada puede guiar a
la izquierda para reconquistar a las masas con una agenda adaptada a nuestro
tiempo. La entrevistó Shray Mehta, del Departamento de Sociología de
la South Asian University, en Nueva Deli.
Sobre
el auge del populismo
Shray Mehta: Muchas
gracias por darme la oportunidad de tener esta conversación. Hay varias
cuestiones que deseo discutir con usted y quisiera comenzar con algo que quizá
podría darles cabida. Creo que empezar con el tema del auge del populismo
podría ser un buen punto de partida.
El
mundo está viendo un alarmante aumento en lo que se refiere al ascenso de
líderes populistas; y el patrón parece repetirse con la suficiente frecuencia
en todo el espectro sin restringirse al norte o al sur global. ¿Cómo puede
contextualizarse este aumento del populismo como un momento histórico mundial?
¿Tiene una dinámica sistémica allende las naciones, que se encuentra en la
economía internacional y en una crisis del capitalismo?
Nancy Fraser: El
populismo se enmarca en una dinámica mundial histórica. Es un síntoma de una
crisis hegemónica del capitalismo —o, mejor dicho, de una crisis hegemónica de
la forma específica de capitalismo en la que vivimos: globalizante, neoliberal
y financiarizada—. Este régimen capitalista financiarizado sustituyó al modelo
anterior de capitalismo gestionado desde el estado y mermó toda conquista
previa de las clases trabajadoras. El populismo es, en gran medida, una
revuelta de estas clases en contra del capitalismo financiarizado y de las
fuerzas políticas que lo han impuesto. Para entender dicha revuelta hay que
comprender el bloque hegemónico previo que se está rechazando. He llamado a
este bloque “neoliberalismo progresista”. En tanto que poder dominante, el
neoliberalismo progresista se centró en los estados más poderosos del norte
global, aunque hizo avanzadillas en todas partes, incluyendo el Asia
Meridional. Son ejemplos el Nuevo laborismo de Tony Blair, el Nuevo Partido
Demócrata de Clinton, el Partido Socialista en Francia y los gobiernos
recientes del Congreso de la India.
La
particularidad del “neoliberalismo progresista” es que combina políticas
económicas regresivas y liberalizantes con políticas de reconocimiento
aparentemente progresistas. Su política económica se centra en el “libre
comercio” (lo que significa, en realidad, el libre movimiento del capital) y en
la desregulación de las finanzas (que empodera a inversores, bancos centrales e
instituciones financieras globales para dictar políticas de austeridad al
estado por decreto y mediante el arma de la deuda). Mientras tanto, su
vertiente de reconocimiento se centra en la comprensión liberal del
multiculturalismo, el ecologismo y los derechos de mujeres y LGBTQ [lesbianas,
gais, bisexuales, transgénero, queer]. Plenamente compatibles con la
financiarización neoliberal, estas comprensiones son meritocráticas, esto es,
no igualitarias. Orientando la discriminación, tratan de asegurar que unos
cuantos individuos “con talento” de “grupos infrarrepresentados” puedan llegar
a la cima de la jerarquía corporativa ¡y lograr puestos por los que les paguen
como a los hombres blancos heterosexuales de su misma clase! Lo que no se dice,
en cambio, es que mientras esta minoría “rompe el techo de cristal”, todos los
demás siguen atrapados en el sótano. Así, el neoliberalismo progresista
articula una política económicamente regresiva con una política de
reconocimiento aparentemente progresista. La vertiente del reconocimiento ha
funcionado como coartada del lado económicamente regresivo. Ha facilitado que
el neoliberalismo se presente como cosmopolita, emancipatorio, progresista y
moralmente avanzado —en oposición a unas aparentemente provincianas,
retrógradas e ignorantes clases obreras—.
El
neoliberalismo progresista fue hegemónico durante un par de décadas.
Presidiendo grandes incrementos de la desigualdad, entregó gran prosperidad
principalmente al 1%, pero también al estrato de los estratos profesionales
directivos. Quienes fueron atropelladas fueron las clases trabajadoras del
norte, que se habían beneficiado de la socialdemocracia; los campesinos del
sur, que sufrieron un renovado desposeimiento por medio de deudas a escala
masiva; y una creciente precariedad urbana en todo el mundo. Lo que se ha
llamado populismo es una revuelta de estos estratos contra el neoliberalismo
progresista. Votando a Trump, el Brexit, a Modi o al
Movimiento Cinco Estrellas en Italia han manifestado su negativa a continuar
con su papel asignado de corderos sacrificados en un régimen que no tiene nada
que ofrecerles.
Shray Mehta: A
menudo hay prisa por desestimar, por “fascistas”, a los movimientos populistas
tan pronto como empiezan a articular sus demandas. Sin embargo, si los leemos
como una articulación de las preocupaciones de la gente frente a una apatía
sistémica continua, emerge una imagen más compleja. Por ejemplo, el ascenso de
Trump se basa en cierta medida en el apoyo de una base de votantes que se
descartan rápidamente por ser “hombres blancos racistas”, a pesar de que
podrían haber votado a Obama en las dos últimas elecciones. En un contexto
diferente, en la India, funciona una lógica similar, rechazando el ascenso de
Hindutva por fascista, sin contextualizarlo históricamente en el marco de las
políticas neoliberales del gobierno anterior del Congreso. En este sentido,
¿cómo interpreta esta completa despreocupación por las inquietudes de la gente
en el discurso público, por un lado, y el etiquetado de la reacción popular
como fascista [por el otro]?
Nancy Fraser: Estoy
de acuerdo con su posición en esta cuestión. El liberalismo tiene una larga
historia en lo que se refiere a intentar deslegitimar su oposición
—estigmatizando a su oponente por, por ejemplo, “estalinista”, “fascista”, lo
que sea—. Esto es sin duda lo que está ocurriendo en la actualidad con el
término “populismo”. Esta palabra se usa ampliamente por los liberales para
rechazar, por ilegítimas, las fuerzas populares que se rebelan contra su
mandato. Pero está en lo cierto, esta es una táctica defensiva por parte de los
defensores del neoliberalismo progresista. Esperan resucitar su proyecto
estigmatizando a la oposición. En los Estados Unidos (EUA) andan a la búsqueda
desesperada de un nuevo líder, más atractivo que Hillary Clinton, bajo el cual
restaurar una nueva versión de neoliberalismo progresista. Esta es la agenda de
buena parte de la “resistencia” anti-Trump. No tengo suficiente conocimiento
sobre la política india como para asegurarlo, pero supongo que el partido del
Congreso está empleando tácticas similares con la esperanza de recuperar el
poder.
Por
supuesto, no hace falta decir que no apoyo a Trump o a Modi. Sin embargo, no me
desagrada que quienes han sido jodidos por el neoliberalismo progresista se
estén alzando frente a él. En algunos casos, sin duda, la forma que toma su
revuelta es problemática. Empleando como chivos expiatorios a inmigrantes, musulmanes,
negros, judíos y demás, a menudo no identifican la verdadera causa de sus
problemas. Pero es contraproducente rechazarlos simplemente por ser racistas
irreversibles e islamófobos. Asumir eso desde el principio es entregar
cualquier posibilidad de ganárselos para la izquierda, sea para el populismo de
izquierdas o para el socialismo democrático.
Además,
la idea de que todos estos votantes no son otra cosa que racistas de manual no
cuadra con los datos. En los EUA, como dices, ocho millones y medio de personas
que votaron a Obama en 2012 dieron un giro y votaron a Trump en 2016. Muchos de
estos eran clase trabajadora del cinturón industrial que sufrieron masivamente
la desindustrialización, la precarización y la mayor epidemia de adicción a los
opiáceos, orquestada por las grandes farmacéuticas. Ellos dieron la
presidencia a Trump. En ambas elecciones, en 2012 y 2016, votaron contra
el economicsfirst neoliberal, por Obama, quien hizo campaña desde la
izquierda adoptando la retórica del “Occupy Wall Street”; y luego, por Trump,
quien hizo campaña no sólo por un reconocimiento exclusivista, sino también por
una economía populista. Esto da cuenta de que las cuestiones identitarias no
fueron prioritarias en la mente de estos votantes. En ese ámbito, fueron
bastante inconstantes, yendo de aquí para allá de acuerdo con las opciones que
se les ofrecían. Sin embargo, sí fueron coherentes en rechazar la
deslocalización, el “libre comercio” y la financiarización; en apoyar la
protección social, el pleno empleo y los salarios dignos. Lo mismo ocurre, por
cierto, en el Reino Unido (RU). Muchas personas de la clase trabajadora del
norte de Inglaterra que votaron por el Brexit ahora respaldan firmemente a
Jeremy Corbyn. En Francia también hubo muchos cambios de un lado para otro
entre el Frente Nacional y el candidato de izquierdas Jean-Luc Mélenchon.
Mi
planteamiento es que todos estos votantes (¡y otros!) tienen reclamaciones
legítimas contra el neoliberalismo progresista. Lejos de desestimarlas por
racistas, la izquierda debe validarlas. En vez de asumir que son
desesperanzadoras, debemos partir de la premisa de que muchos votantes del
populismo de derechas son en principio “ganables” para la izquierda. Debemos
seducirlos, dando credibilidad a sus quejas y ofreciéndoles un análisis
alternativo de la verdadera causa de sus problemas y una propuesta alternativa
para solucionarlos.
Shray Mehta: En
esta línea de ofrecer una explicación alternativa y una visión alternativa,
históricamente, no es la primera vez que tiene lugar este apoyo cambiante a la
izquierda y a la derecha. Sabemos que hay un precedente histórico de esto. La
derecha es capaz de establecer una lógica causal entre los problemas sistémicos
y ciertos grupos sociales como judíos, musulmanes o inmigrantes, para sugerir
que centrándose en ellos se solucionaría la cuestión del empleo, y esto atrae a
las personas. Aunque la izquierda trata de intervenir, su visión se antoja
utópica para la gente. En este sentido, ¿siente que todavía permanece cierta
laguna crucial para la izquierda?
Nancy Fraser: Sí,
estoy de acuerdo. Seguramente hay una laguna programática en la izquierda. Esto
se debe en parte al final del comunismo soviético, que tuvo el desafortunado
efecto de deslegitimar no sólo aquel régimen esclerótico, sino también las
ideas del socialismo y del igualitarismo social en general. La atmósfera
resultante benefició en gran medida a los neoliberales, a la par que intimidaba
y desmoralizaba a la izquierda.
Pero
la cosa no acaba aquí. En este contexto, una porción significativa de lo que
podría haber sido la izquierda se ha pasado al liberalismo. Sólo hay que pensar
en el feminismo liberal, el antirracismo liberal, el multiculturalismo liberal,
el “capitalismo verde” y demás. Estas son hoy las corrientes dominantes de los
nuevos movimientos sociales cuyos orígenes eran, si no directamente de
izquierdas, al menos izquierdistas o proto-izquierdistas. Hoy, sin embargo,
carecen de la más mínima idea de una transformación estructural o de una
economía política alternativa. Lejos de tratar de abolir la jerarquía social,
toda su postura tiene como objetivo conseguir que más mujeres, gais y personas
de color entren en las élites. Por supuesto en los EUA pero también en otros
lugares, la izquierda ha sido colonizada por el liberalismo.
Bajo
mi punto de vista, la mejor manera de reconstruir la izquierda es resucitar la
vieja idea socialista del “Programa de Transición” y dotarla de un nuevo
contenido, apropiado para el siglo XXI. Hoy en día no podemos empezar
diciéndole a la gente que vamos a socializar los medios de producción y que así
conseguirán trabajos seguros y bien remunerados. Esta retórica está agotada. Lo
que necesitamos, por contra, es lo que André Gorz llama “reformas no
reformistas”. Éstas mejoran la vida de las personas en el aquí y el ahora
trabajando, simultáneamente, en una dirección contrasistémica, en parte
declinando la balanza en el poder de clase en detrimento del capital. Además,
tales reformas no pueden centrarse exclusivamente en la producción y en el
trabajo remunerado. Necesitan abordar igualmente la organización social de la
reproducción —la provisión de educación, vivienda, cuidado médico, cuidados
infantiles, cuidado de personas mayores, un medioambiente saludable, agua,
servicios públicos, transporte, emisiones de carbono— y el trabajo no
asalariado que sostiene a las familias y generar vínculos sociales más amplios.
Lejos
de ser perfecta, la campaña de Bernie Sanders en los Estados Unidos tenía
algunas ideas que apuntaban en esta dirección. A parte de elevar el salario
mínimo a 15 dólares la hora, Sanders hizo campaña por un “Medicare para todos”,
matrículas universitarias gratuitas, una reforma de la justicia penal, libertad
reproductiva y por la división de los grandes bancos —todas ellas, medidas
conectadas con el empleo. Sin duda, sus ideas no estaban completamente
desarrolladas. Y podría decirse que eran más socialdemócratas que socialistas
democráticas. Pero representaban los primeros indicios de una alternativa
populista de izquierdas para los EUA.
La
izquierda también necesita pensar en las finanzas y la banca. Uno de los
pensadores más interesantes sobre este tema es Robin Blackburn, quien sostiene
que las finanzas deberían convertirse en un servicio público, como solía serlo
la electricidad, lo que significa que deberían ser públicamente poseídas y
distribuidas. Las decisiones sobre el crédito, dónde invertir y qué proyectos
financiar, deberían tomarse sobre la base no de la tasa del rendimiento, sino
del valor y de la utilidad social. Y deberían tomarse de forma democrática —a
través de juntas elegidas encargadas de representar a las comunidades y demás
partes interesadas. Esta es una idea muy interesante, porque sin duda
necesitamos un sistema de crédito. Abolir bancos e instituciones financieras
globales no es la solución. Lo que se necesita, más bien, es socializar las
finanzas.
Además,
este es el momento perfecto para desarrollar un programa de izquierdas para las
finanzas. Muchas personas están ahora familiarizadas con este problema. Después
de todo, de eso se trataba “Occupy Wall Street”. Todo el mundo sabe que las
empresas de inversión han vuelto a sus viejas trampas y que no se ha hecho nada
en la dirección de una reforma estructural para evitar una crisis financiera
global en un futuro cercano. Los estadounidenses son plenamente conscientes de
que Obama usó nuestros impuestos para rescatar a los bancos cuyos mecanismos
depredadores casi colapsan la economía mundial, pero que no hizo nada para
ayudar a los 10 millones de personas que perdieron su hogar durante la crisis
hipotecaria. No hay duda de que muchos están dispuestos a reconsiderar este
sistema. En este ámbito, ni la derecha ni el centro tienen nada que ofrecer,
así que se trata de una gran oportunidad para la izquierda.
Sobre
el potencial emancipatorio del capitalismo
Shray Mehta: Me
gustaría volver a prestar atención ahora a algunas cuestiones teóricas. En su
artículo titulado “Marx’s Hidden Abode” [La morada oculta de Marx] en la New
Left Review, ha discutido extensamente cómo el valor se produce no sólo por el
trabajo productivo, sino también por el trabajo que no se contabiliza. Este
último podría ser algo que, incluso, respalda y sostiene el primero.
En
un momento sugiere que una parte de la expansión del capitalismo es el
“potencial emancipatorio del capitalismo”. Este “potencial emancipatorio” es
una cuestión harto debatida en el pensamiento marxista y se ha argumentado que,
a menudo, el trabajo no libre no deja de ser forzado por medio de la dialéctica
de la “doble libertad” del capitalismo. En este contexto ¿cómo se puede
entender el potencial emancipatorio del capitalismo en relación con este
trabajo esclavo contemporáneo?
Nancy Fraser: La
expresión “doble libertad” es irónica. El lado positivo tiene que ver con tener
libertad de movimiento y con tener el derecho de iniciar “voluntariamente” un
contrato laboral. Pero, como bien sabe, esto tiene una contrapartida. Al
devenir libre para vender la propia fuerza de trabajo, uno también es liberado
—es decir, privado— del acceso a los medios de subsistencia y de producción.
Marx hizo hincapié en que los proletarios han sido “liberados” del acceso a la
tierra, a las herramientas, a las materias primas y demás activos que
necesitarían para organizar su propio trabajo y satisfacer sus necesidades. En
consecuencia, no tienen más remedio que firmar un contrato laboral con un
capitalista. El lado positivo de la libertad está seriamente comprometido, si
no es simplemente ilusorio.
La
libertad en el capitalismo es, en efecto, una espada de doble filo. Si uno es
un esclavo o un siervo, la capacidad para convertirse en un trabajador
asalariado es sin duda un paso adelante, como el mismo Marx subrayó. Pero eso
no significa que uno sea libre en un sentido pleno y firme. Por el contrario,
el proletariado se convierte en sujeto de una forma diferente de dominación,
una dominación más impersonal y abstracta. Por ello, no exageraría el potencial
emancipatorio del capitalismo, pero tampoco lo ignoraría.
La
clave es, sin embargo, otra cuestión: el capitalismo no es un sistema uniforme.
No trata a todos de la misma manera al mismo tiempo. Incluso cuando “emancipa”
a algunos de la dependencia y del trabajo forzado y los convierte en
proletarios doblemente libres, deja a otros —a muchos más, de hecho— en
contextos y formas de dominación tradicionales. O, más bien, reformula estos
contextos y formas de dominación tradicionales formas nuevas y, a menudo,
altamente opresivas.
De
hecho, he argumentado recientemente en mi ponencia Contributions to
Contemporary Knowledge [Contribuciones al conocimiento contemporáneo] que
la explotación de los “trabajadores libres” está íntimamente vinculada, y de
hecho depende de ella, con la expropiación de “otros” dependientes. Por
expropiación entiendo la incautación de los bienes de las personas subyugadas
(su trabajo, tierra, animales, herramientas, niños y cuerpos) y la canalización
de esos activos confiscados en los circuitos de acumulación de capital. En este
sentido, la expropiación difiere marcadamente de la explotación. La explotación
está mediada por un contrato salarial: el trabajador explotado intercambia
“libremente” su fuerza de trabajo por salarios que se supone que cubren la
media de los costos socialmente necesarios para su reproducción. La
expropiación, por el contrario, prescinde de la excusa del consentimiento y
secuestra brutalmente propiedades y personas sin recompensa —sea mediante
fuerza militar o a través de la deuda—. Mi percepción es parecida a las de Rosa
Luxemburgo y David Harvey: la explotación por sí sola no puede sostener la
acumulación capitalista a lo largo del tiempo. Esta última depende, por contra,
de continuos aportes de expropiación. Así que los dos “exp” [explotación y
expropiación] están entrelazados. Y es el proceso combinado de explotación y
expropiación el que genera esa plusvalía.
Esta
idea está brillantemente ilustrada por una frase de Jason Moore. Él dice que
“detrás de Manchester se encuentra Mississippi”. Esto significa que la industria
textil altamente rentable de Manchester que escribió Engels no habría sido
rentable sin el algodón barato suministrado a través del trabajo esclavo de las
Américas. Añadiría incluso una tercera “M” por Mumbai, para señalar el
importante papel que jugó en el ascenso de Manchester la destrucción calculada
de la fabricación textil india por parte de los británicos. Este es un caso en
el que la expropiación es una condición para la posibilidad de una explotación
rentable. El capitalismo lleva a cabo un doble juego con las personas,
destinando a unos a la “mera” explotación mientras que condena a otros a la
brutal expropiación, una distinción que ha ido asociada históricamente con el
imperio y la raza. Por lo tanto, rechazo la afirmación, a menudo atribuida a
Marx, de que el valor se produce sólo por el trabajo asalariado. Hay muchas
otras aportaciones no remuneradas al proceso, incluido el trabajo social y
reproductivo de las mujeres, sin el cual no sería posible el trabajo
asalariado.
Shray Mehta: Para
comprenderlo mejor ¿podría explicar esta dinámica del potencial emancipatorio
del capitalismo teniendo a las economías de la “periferia” en mente? ¿Cree que
se puede seguir pensando en ellas como una periferia en el contexto del
neoliberalismo que parece proveer de una libertad plena al capital al tiempo
que restringe el trabajo al territorio nacional?
Nancy Fraser: El
lenguaje de “núcleo y periferia” tiene menos sentido ahora que en períodos
anteriores, pero aún estamos batallando por encontrar una alternativa
satisfactoria. Los defensores de la perspectiva del sistema-mundo [también
conocida como economía-mundo] dicen que los países semiperiféricos están
diseñando estrategias para ascender en la escala de valor agregado de la
producción de productos básicos. Pero incluso esta visión no es completamente
adecuada para una situación en la que la industria se está reubicando a gran
escala desde los núcleos históricos hasta los llamados BRICS [Brasil, Rusia,
India, China y Sudáfrica]. Dado el peso de las economías de estos últimos, se
hace difícil llamarlos “semiperiféricos” y mucho menos “periféricos”. Lo que
complica todavía más la situación es que, a pesar de su peso económico, los
países BRICS no están (¿todavía?) en una posición que los afirme como poderes globales
en el escenario mundial. Más bien, un poder económico en decadencia (los EUA)
aún (de momento) juega el rol de hegemonía mundial, a pesar de la caída en
picado de su credibilidad moral y de su cambio de estatus al ser una nación
deudora. A dónde va todo esto sigue sin estar claro y en gran parte depende de
China. Pero al margen de cómo se desarrollen las cosas, tendremos que
desarrollar nuevos vocabularios y marcos conceptuales para captar una nueva
situación histórica.
No
obstante, una cosa sí que está clara: ha habido un cambio tremendo en la
relación entre la explotación y la expropiación en el capitalismo
financiarizado. Esto se debe en gran parte a la relocalización de la
fabricación fuera del núcleo histórico y a la universalización de la expropiación
vía deuda. Esto último es obvio en el caso del desposeimiento de tierras y de
los programas de ajuste estructural que imponen condiciones de préstamo a los
estados del sur global. Los gobiernos de todas las partes de América Latina,
África y Grecia han tenido que reducir el gasto social y abrir sus mercados al
capital extranjero, vampirizando a su gente para el beneficio del capital. En
estos casos, la deuda es un vehículo de expropiación en la (antigua) periferia
y semiperiferia, incluso cuando estas regiones también se están convirtiendo en
territorios principales de explotación.
Al
mismo tiempo, la expropiación va en aumento en el “núcleo” histórico. Como el
trabajo precario sustituye a la mano de obra industrial sindicalizada, el
capital paga a sus trabajadores menos del costo socialmente necesario para su
reproducción. Y sin embargo todavía necesita que estos trabajadores cumplan una
doble función como consumidores. ¿Entonces qué hay que hacer? La solución es
inflar la deuda del consumidor que permite a la gente comprar cosas baratas
producidas en otros lugares. Aquí, también, la expropiación se alimenta de
aquellos que también son explotados en “McJobs” [trabajos basura].
Así
que esta es una nueva constelación que revuelve la vieja división explotación/expropiación.
Solía pasar que la mayor parte de la explotación tenía lugar en el núcleo
histórico, mientras que la mayoría de las expropiaciones se ubicaban en la
antigua periferia. Pero esto ya volverá a ocurrir. Ahora los dos “exp” no
constituyen el binomio o bien/o, sino la pareja ambas/y. Ya no son alternativas
mutuamente excluyentes, sino que se hallan muy cerca; a menudo las mismas
personas experimentan ambas.
En
este sentido, me preguntaba por las implicaciones de esto para la emancipación.
Esta es, en mi opinión, la pregunta clave para la izquierda en nuestro tiempo.
¿Qué sigue políticamente al hecho de que el capitalismo ya no asigne la
explotación a un grupo social o región y la expropiación a otro grupo o región?
Cuando ese era el caso, los ciudadanos-trabajadores “libremente” explotados del
núcleo podían disociar fácilmente sus objetivos y luchas de aquellos sujetos
subyugados, racializados y expropiados de la periferia. Y eso debilitó las
fuerzas de la emancipación, al tiempo que permitía un divide y vencerás. En la
actualidad, sin embargo, casi todo el mundo está siendo explotado y expropiado
simultáneamente. Por lo tanto, parece que la base material para esas viejas
divisiones internas de la clase trabajadora está desapareciendo. En teoría,
esto debería abrir perspectivas para alianzas nuevas y ampliadas. Si los que
sufren de ello pueden entender que la expropiación y la explotación son dos
elementos analíticamente distintos, pero prácticamente aunados en un solo
sistema capitalista, podrían concluir que comparten un mismo enemigo y que
deberían unir sus fuerzas. Pero este efecto no es automático ni garantizado.
Por ahora, al menos, los cambios asociados con el capitalismo financiarizado
están engendrando paranoia y ansiedad, que a su vez conducen a formas
exacerbadas de chovinismo, incluso en los populismos de derecha que discutimos
al principio.
De
hecho, ahora hemos cerrado el círculo de la conversación al haber logrado,
espero, una comprensión más profunda del asunto. Pero querría enfatizar de
nuevo lo que dije antes. Aunque las solidaridades expandidas no se generarán
automáticamente por el mero hecho del cambio estructural, aún podrían crearse
políticamente, a través de intervenciones políticas de izquierda. La izquierda,
como dije, debe rechazar taxativamente los terroríficos juegos tácticos del
liberalismo con la palabra “populismo”. Sin miedo a esta palabra y dispuestos a
conquistar a aquellos atraídos por sus variantes derechistas, debemos armar
nuestra propia crítica estructuralista de izquierda del neoliberalismo
progresista y nuestra propia visión transformadora de una alternativa
emancipadora. Rompiendo definitivamente tanto con la economía neoliberal como
con las diversas políticas de reconocimiento que últimamente la han apoyado,
debemos desechar no sólo el etnonacionalismo excluyente, sino también el
individualismo liberal-meritocrático. Sólo aunando una sólida política de
distribución igualitaria con una política de reconocimiento sensible a las
clases y sustantivamente inclusiva podemos construir un bloque contrahegemónico
que nos lleve de la crisis actual hacia un mundo mejor.
*Nancy Fraser es
profesora de filosofía política en la Henry A. and Louise Loeb, un centro de
política y ciencia social de la New School, en Nueva York. Su investigación
académica gira en torno a la teoría social y política, la teoría feminista y la
filosofía contemporánea francesa y alemana.
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