Su
autor ha sido comparado a Cervantes, Fielding, Swift, Rabelais, Dickens...
Resulta imposible resumir la trama picaresca y siempre sorprendente de esta
obra, ambientada en Nueva Orleans y sus bajos fondos. Su figura central es uno
de los personajes más memorables de la literatura norteamericana: Ignatius
Reilly –una mezcla de Oliver Hardy delirante, Don Quijote adiposo y Tomás de
Aquino perverso, reunidos en una persona–, que vive a los 30 años con su
estrafalaria madre, ocupado en escribir una extensa y demoledora denuncia contra
el siglo XX, tan carente de «teología y geometría» como de «decencia y buen
gusto»; un alegato desquiciado contra una sociedad desquiciada. Por una
inesperada necesidad de dinero, se ve «catapultado en la fiebre de la existencia
contemporánea» embarcándose en empleos y empresas de lo más disparatado. Los
personajes secundarios son tan exóticos (y neuróticos) como los de una película
de los Marx Brothers: Darlene la stripteaseuse de la cacatúa; Burma Jones, el
quisquilloso portero negro del cabaret Noche de Alegría, regentado por la rapaz
Lana Lee, quien completa sus ingresos como modelo de fotos porno; el patrullero
Mancuso, el policía más incompetente de la ciudad; Myrna Minkoff, la estudiante
contestataria, amiga de Ignatius; Dorian Greene, un líder de la comunidad gay;
la desternillante octogenaria Miss Trixie, siempre enfurecida porque no le dan
la jubilación... y tantos otros personajes inolvidables. Tristemente John
Kennedy Toole nunca disfrutó del monumental éxito de su novela. Su suicidio, provocado
en buena medida por el rechazo de los editores, le impidió disfrutar del reconocimiento
que a posteriori tuvo la obra debido a
la tenacidad de su madre. La Conjura de los Necios obtiene el premio Pullitzer
a la mejor ficción y el primer premio a la mejor novela extranjera en Francia,
todo esto en 1981, un año luego de su primera edición, once años después de su
fallecimiento. Es considerada casi de manera unánime como la mejor ficción de
la segunda mitad del siglo XX. Alguien escribió alguna vez, cuánto nos perdimos
de John Kennedy Toole por responsabilidad de críticos y mercaderes. Tenía solo
31 años cuando detuvo su auto en la rivera del Mississippi, cerró las
ventanillas dejando solo espacio para que una manguera conectada al caño de
escape haga su tarea.
Fuentes:
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