Durante
2019 se emitió por uno de los canales de streaming la miniserie Chernobyl,
donde se pone de relieve el drama humano que produjo en 1986 el accidente de
esa central nuclear en las personas y el medio ambiente. La miniserie, en parte
ficcionada, refleja que el suceso fue provocado
por un conjunto de eventos que se condensan en una central con un mal diseño
técnico, deficiente cultura de la seguridad del personal que operaba esa unidad,
en un ambiente político enrarecido como lo era la URSS en esos años.
Tuvo
gran difusión en la opinión pública global y en nuestro país en particular. De
tal forma que llevó a poner en la pantalla de algún canal privado el interior
de nuestras centrales nucleares con el propósito de llevar tranquilidad a la
población, para que los televidentes se informen que aquí no hay posibilidades
de ningún accidente de esas características debido a que el diseño de nuestras
centrales es diferente, poseen varios sistemas de protección a las personas y
al medio ambiente que son revisados periódicamente y las conductas de los
operadores se basan en procedimientos auditados por organismos internacionales
de control. Esto es cierto.
Más
allá de la buena intención en la propuesta de difusión, lamentablemente fue
llevada adelante por un periodista/locutor deportivo que otrora seguía
la campaña del club Boca Juniors por radio y que en ese instante conducía un espacio
televisivo en horario central. Esa combinación le daba un sesgo bastante banal
a la información ofrecida.
Además
de los sólidos profesionales que operan nuestras plantas, tristemente también
participó de esa emisión el funcionario que estaba a cargo del área política nuclear
en ese momento que parecía estar más a gusto en su impuesta condición de “propietario
transitorio” que de administrador de turno. Sería saludable que este tipo de
testimonios se trasmita por un medio oficial, de esta forma
llegaría a todo el país.
En
esa eventual emisión a través de un medio público podría haberse puesto en
conocimiento que en Argentina hubo un solo accidente en una instalación nuclear,
que provocó el fallecimiento de un trabajador un mes antes de que se produzcan
las elecciones nacionales donde la dictadura militar dejaría el gobierno en
1983.
Y
también podría contarse la historia de ese trágico episodio con el propósito de
dar a luz a personas y sus conductas que tuvieron lugar con esos hechos, que
sintéticamente fueron los siguientes:
En
los últimos instantes de la jornada laboral del viernes 23 de setiembre de 1983
a Osvaldo Rogulich le dieron la instrucción de hacer una modificación técnica
en el núcleo del reactor RA2. Este reactor de investigación inaugurado en la
década de 1960 se encontraba ubicado dentro del predio del Centro Atómico
Constituyentes, situado en las cercanías de la Av. de los Constituyentes y la Av. Gral.
Paz en la localidad de Villa Martelli, Provincia de Buenos Aires. Las condiciones de seguridad y los protocolos de tareas no
estaban regidos ni por la disciplina ni por la prolijidad técnica que hoy se
exige, y sí por la experiencia y el oficio de cada técnico operador. En ese
ámbito radiológico, Rogulich realizó una serie de maniobras imprevistas en el
apuro para retirarse ese viernes a su hogar y en una de las operaciones
ejecutadas divisó un disparo de luz que no le provocó ningún dolor, pero que él
supo que en ese reflejo iba su vida. Recibió una dosis fatal. Luego empezó a
sufrir trastornos físicos. Lo internaron inmediatamente en el Policlínico
Bancario, situado en el centro geográfico de la Ciudad de Buenos Aires. El
Presidente de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) el oficial naval Carlos
Castro Madero lo visitó y responsabilizó del accidente al trabajador moribundo.
Falleció el 25 de setiembre.
La
dictadura se estaba retirando y este accidente ponía una tacha en una actividad
que según ellos había sido exitosa en su régimen. No podían quedar registros de
este accidente. Habían logrado desaparecer miles de personas, esto era un juego
de niños.
Dieron
la orden a la Comisión Investigadora del accidente que no quedaran registros de
que las alarmas no se dispararon, que no
hubo procedimientos aprobados, que no hubo mediciones radiológicas confiables
entre otras fallas.
Se
llegó a la conclusión, con las presiones mencionadas, que la culpa había sido
de Osvaldo Rogulich y en grado menor de una veintena de trabajadores de CNEA.
Según
un Informe presentado por la entidad regulatoria de EEUU en mayo de 1984 indica
que dos trabajadores que estaban en la sala de control al momento del accidente
recibieron el 1% de la dosis que recibió el malogrado Rogulich, cinco
recibieron el 0,5% y diez personas recibieron una dosis menor aún y ninguno de
ellos presentó signos de trastornos de salud.
En
la escala internacional de eventos nucleares (INES) actualmente vigente, que en
aquel momento no regía oficialmente, posee un Grado 4 que caracteriza un evento
que puede ocasionar una muerte, pero que no contamina al medio ambiente. Chernobyl tuvo Grado 7 que es la máxima calificación en esa
escala.
Raúl
Alfonsín inmediatamente al asumir dispuso el desmantelamiento y desguace de las
instalaciones del RA2. En 2005 el edificio que albergó el reactor fue habilitado
para ser ocupado para otras funciones.
Es
el único evento en Latinoamérica de estas características y más allá de este
desgraciado acontecimiento que se produjo en un reactor de investigación,
Argentina tiene un bagaje técnico incuestionable. No está en discusión este
desarrollo, lo que se debe resaltar es la enorme importancia de la difusión
abierta, comprometida y responsable utilizando los medios idóneos para hacerlo
y no circunscribirlo a unos pocos medios, que trabajan sólo para su propio
interés.
*Guillermo F. Sala, Arquitecto,
CNEA
https://www.google.com/maps/@51.3366436,30.1431959,27094m/data=!3m1!1e3
ResponderEliminarAhí los tenés: al sur, Chernóbil; al noroeste, Prípiat. En el medio, los pantanos del río Pripiat y al norte de éstos, la central nuclear.
Con total y absoluta seguridad, los habitantes de esas dos ciudades hubieran muerto en masa si se quedaban, y posiblemente casi toda la vida desapareció de la zona por muchos años. Pero 34 años más tarde ahí hay bosques, vegetación acuática, pájaros, zorros, ratones... y caballos salvajes.
No estoy tan loco como para aconsejar a nadie que se vaya a vivir allá, pero es casi seguro que, salvo en la central misma, ya no hay peligro para nadie en Chernóbil, en Prípiat ni en los bosques que los rodean. La propaganda ecologista y la propaganda yanqui jamás lo admitirán, pero el peligro actual posiblemente sea insignificante.
Es que la vida es mucho más resistente y resiliente de lo que estamos acostumbrados a creer: los bosques de Chernóbil son un lugar seguro para vivir, los bosques quemados del Nahuel Huapi se regeneran lentamente pero van avanzando, y en casi cualquier lado los animales, plantas y bacterias vuelven a la vida después de cada desastre (como los humanos, que logran sobrevivir y volver a ser felices después de pasar por la guerra, por Auschwitz o por la ESMA).
La naturaleza no es frágil, es mucho más fuerte de lo que creemos; lo que no existe es el equilibrio ecológico: la ecología es una serie interminable de desequilibrios, de los que siempre se vuelve pendularmente, aunque nunca exactamente al mismo lugar.
La Tierra no está al borde de la muerte: a pesar de las enormes cantidades de CO2 que hemos lanzado a la atmósfera, las algas, bacterias y plantas siguen encontrando un nuevo equilibrio/desequilibrio.
No digo que sigamos quemando combustibles como dementes, sólo pido que no matemos a media humanidad en el intento de disminuir su consumo: no somos incompatibles con la vida, ni siquiera en Chernóbil.