Revista Edición Especial - Entrevista a Buenaventura de Sousa Santos “América Latina vive una pausa en su proceso emancipador. Pasamos del Estado de bienestar al Estado de malestar”…
Mendigo. Pintura de Isabel
Haro Simón
Fuente: Aquí
Entrevista al sociólogo portugués, referente de los
movimientos populares en América Latina. El arribo del capitalismo en su fase
más violenta y los errores de los gobiernos progresistas que favorecieron la
restauración conservadora: pactos con el sistema, corrupción y falta de
formación ciudadana.
Por Adrián Murano para Revista Zoom
Boaventura de Sousa Santos es portugués, pero sus
ideas laten en América Latina. Doctor en Sociología del derecho por la
Universidad de Yale y profesor catedrático de sociología en la Universidad de
Coímbra, Portugal, su extenso trabajo intelectual aborda la sociología del
derecho, los nuevos constitucionalismos, los movimientos sociales, la
globalización, los derechos humanos, la democracia y la interculturalidad. Fue
de las palabras a la acción cuando cofundó el Foro Social Mundial, un
movimiento contrahegemónico y antiimperialista que inició desde Sao Paulo
(Brasil) la marcha hacia los años dorados de los gobiernos populares en la
región, a principios de este siglo.
Agudo y filoso, Boaventura no se detiene en
nostalgias. Prefiere abordar las razones que frenaron ese envión y propiciaron
una restauración conservadora que hizo cumbre con Jair Bolsonaro, pero que
antes se expresó en los triunfos de Mauricio Macri en la Argentina u Horacio
Cartes en Paraguay, continuadores del chileno Sebastián Piñera, pionero entre
los empresarios latinoamericanos que se encumbraron en el poder formal.
“América vive una pausa en su proceso emancipador” le dijo a Zoom, en una
entrevista que inició con una reflexión sobre la actualidad de una de sus eternas
obsesiones: la desigualdad.
“Estamos en un punto crítico -afirma-. El 1% por
ciento de la humanidad acumula cada vez más riqueza mientras que el 99%
restante es cada vez más pobre. Hay una polarización de desigualdad social
entre países, y dentro de cada país, que no tiene precedentes. Por eso es
preciso demandar el regreso derechos que en algunos casos habían sido dados,
como el derecho social a la salud, a la educación. Particularmente en el inicio
de este siglo. Y ahora están siendo destruidos por los recortes financieros,
que destruyen por ejemplo la salud pública, restringiendo el derecho a la
educación. En este momento demandar más derechos es demandar más equidad”.
—¿A qué le adjudica este retroceso?
—Creo que hay una crisis en el proceso de
acumulación capitalista, básicamente porque el capitalismo se mueve por
innovaciones tecnológicas, y las innovaciones tecnológicas que han dado gran
rentabilidad ahora están terminando. Las computadoras, la internet, el celular
ya son tan baratos que no ofrecen una rentabilidad enorme. El próximo paso, la
próxima innovación tecnológica rentable será la Inteligencia artificial, la
robótica, la automatización, pero por el momento la globalización está en una
pausa que potencia la rivalidad entre países, como se puede ver con lo que
ocurre entre Estados Unidos y China. Esa falta de rentabilidad tecnológica
vuelve al capitalismo más agresivo y pasa a mandar el capitalismo financiero. Y
ese es el principal problema hoy. El capitalismo industrial trata un poco mejor
al trabajador, porque lo necesita para generar riqueza. Pero el capital
financiero hace riqueza con base en el dinero, o sea no necesita de gente,
necesita de pantallas, de computadora. Y especular. Contra un país, contra
otro. El capitalismo financiero es totalmente antisocial y es lo que domina.
Para ese tipo de capitalismo, distribuir renta entre pobres y trabajadores es
considerado un recorte en sus ganancias, que considera legítimas. Por eso
surgen expresiones muy agresivas de defensa de esos privilegios con expresiones
casi neofascistas, como ocurre en Brasil. Es esa crisis de acumulación que hace
al capitalismo más duro, más agresivo, y más represivo. El Estado deja de ser
“Estado de bienestar” para ser “Estado de malestar”. Y eso se nota sobre todo
en las periferias, donde la militarización de los barrios populares indica una
nueva fase violenta en la defensa del proceso de acumulación.
—Frente a ese estado de cosas, ¿cómo se explica que
figuras como Bolsonaro, o el propio Donald Trump, obtengan el gobierno con los
votos de los sectores desfavorecidos?
—Obviamente hubo algunos errores de las izquierdas
que dominaron los gobiernos progresistas a principios de siglo. Si bien fueron gobiernos
que se preocuparon bastante con gestar consumo no gestaron ciudadanía,
educación democrática. Por eso mucha gente pensó que había logrado derechos, y
cuando uno tiene un derecho quiere más derechos. El acceso al consumo los hizo
pensar y sentir como la burguesía y la clase más alta, a identificarse con los
de arriba. Por lo tanto, como ocurre con los de arriba, comenzaron a ver como
enemigos a los de abajo. Es lo que llamamos una política de resentimiento
contra los más pobres. O sea: los pobres contra los pobres. Por ese
resentimiento salió elegido Bolsonaro. Tendremos que reconocer que la izquierda
no aprovechó la gran oportunidad que tuvo para profundizar la democracia, para
traer más democracia participativa, más asamblea, más capacidad política de las
poblaciones. Se pensó que con poder ir al shopping y a los supermercados
constituiría un ideal para siempre. Eso no fue así, fue un error.
—¿Entre esos errores contabiliza la corrupción?
—La corrupción es una manera despolitizada de
liquidar adversarios políticos. Claro que nadie está a favor de la corrupción,
por eso es justa la lucha contra la corrupción. Pero la lucha contra la
corrupción ha sido muy selectiva, porque vemos que los blancos de la lucha son
los políticos de la izquierda, no los políticos de derecha, que son mucho más
corruptos y que han estado en el poder durante décadas con el mismo sistema,
que es un sistema de corrupción endémica. Los gobiernos progresistas muchas
veces entraron en ese esquema de corrupción endémica, que era naturalizada por
los gobiernos anteriores. Quizá deberían tener un poco más de cuidado en lo que
respecta a la financiación de partidos por parte de las empresas. Pero la
corrupción endémica es una cosa y la otra el enriquecimiento ilegal. Lula
da Silva puede ser el presidente de un partido que pactó con esa forma de
gobernabilidad corrupta que estaba ahí, y por cierto que hubo corrupción
sistémica, pero él no es un hombre corrupto. En ese sentido no se ha probado
siquiera que sea el propietario del departamento que se le adjudica, por eso
considero que es un preso político. Para el futuro deberíamos aprender que debe
haber una separación total entre el dinero y la política, entre los intereses
económicos y la política. El pluralismo político no puede ser contaminado por
el dinero, porque en ese momento la democracia va a sufrir y hasta morir de una
manera democrática, al elegir gente que es antidemocrática, fascista. Hay que
pensar mucho si la izquierda cuando está en el poder puede gobernar a la manera
antigua, con el mismo sistema político, o si al contrario no debe luchar por
una reforma política y constitucional.
—Uno de los que llevó a cabo ese tipo de reformas
fue Evo Morales, en Bolivia. ¿Cree que ése es uno de los factores que explican
su continuidad? ¿Evo puede constituir un faro que indique el rumbo de la
reconstrucción?
—Hay una anécdota de Evo Morales que se
comenta poco, pero que considero importante. A poco de asumir, un ministro
suyo, un gran amigo suyo, fue acusado de corrupción. Evo Morales fue radical,
lo echó de inmediato y fue a la prisión. Actuó sin piedad, sin complicidad. Al
ser muy duro con la corrupción de un amigo suyo mostró que era un estilo
distinto de política. Obviamente también hay otros factores, como su origen
indígena y las políticas que llevó adelante. Ahora está bastante complicado
porque un referendo no permite que vuelva a ser presidente y Evo está
intentando hacer otro referendo que lo habilite. Déjeme decirle que no me
parece correcto. Me parece en tal caso que el faro está en (José) Pepe
Mujica, que tuvo su momento de poder pero después vive como una referencia
ideológica para el continente sin poder alguno, pero con mucha autoridad.
—El ejemplo de Mujica sugiere que para usted el
desafío de los gobiernos populares es generar una sucesión que garantice la
continuidad de las políticas, evitar la trampa del personalismo.
—Los líderes carismáticos crean un gran desierto a
su alrededor. El problema es que se pierde de vista el trabajo de base. El PT
tenía un trabajo de base maravilloso, con células que llevaban adelante tareas
sociales, discusiones, en los barrios, en las calles, en las fábricas. Todo eso
se perdió por la idea de que estando en el poder se podía construir la
continuidad desde el propio poder. Ese fue otro error.
Por Adrián Murano para Revista Zoom.
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