Revista Nro. 12 El matriarcado como modelo político, y cómo el patriarcado operó, cultural y dogmáticamente, para su destrucción... Nota editorial


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El debate sobre género debió haber terminado hace décadas, centurias si me lo permiten, dejando lugar dicha dialéctica a la praxis concreta sobre una realidad humanista que es demasiado clara y transparente como para seguir agregándole mayor cantidad de litros de mala literatura. Seguir discutiendo sobre patriarcado o matriarcado resulta obsoleto en tanto la historia universal presenta muestras claras sobre la eficacia y el humanismo de ambos ordenamientos genéricos. Desde lo eminentemente físico y sensorial el género es, los sexos son, las elecciones propias en tanto uno u otro son un derecho, de manera que son inescrutables. Nada para discutir, y menos para imponer. De modo que bajo esas premisas la existencia de desigualdades y minorías y su eliminación es un dilema que se debe resolver estricta y políticamente bajo reglas humanísticas, desde el campo de los derechos humanos. Según los historiadores griegos el matriarcado Pelasgo (tribus originarias indoeuropeas anteriores a los helénicos, que ocupaban los Balcanes y las islas del Egeo) fue armónico, pacífico, de sesgo agricultor, alejado de toda conquista, que pervivió casi cinco milenios hasta que fueron sometidos por los aqueos en donde el patriarca, empuñando el bronce dominante, comienza a imponer y exportar a través de la conquista la cultura micénica, la cultura occidental helénica, la cultura machista que hace más de cuatro milenios nos domina. Por fuera de las creencias de religioso tenor sobre el tema de la fecundidad, la lógica del matriarcado Pelasgo partía de la parición. La mujer era el icono en donde descansaba el abolengo y con ello la matriz histórica de la comunidad ya que era el único elemento fehaciente en la fecundación. No había modo, manera ni forma de saber la identidad del macho reproductor, sobre todo cuando de eventos orgiásticos se trataba. De hecho el cuerpo colegiado consultivo gubernamental y legislativo de mayor preponderancia y cuya palabra tenía mandato de ley estaba compuesto íntegramente por ancianas. Eso no implicaba la “necesaridad” del género del monarca o líder tribal, todo lo contrario, la existencia de un orden matriarcal en nada se relacionaba con una sociedad literariamente amazona, no le abortaba la posibilidad al hombre de estar al frente de la tribu y menos de habitar en condiciones de desigualdad, lógicamente debía asumir las tareas que por su envergadura física le resultaban más productivas al clan.



La Vanguardia Disidente desarrolla:

Un matriarcado es una sociedad en la que la influencia predominante en el carácter colectivo del pueblo es la femenina, la idiosincrasia de la sociedad en su conjunto presenta más afinidad con la feminidad que con la masculinidad y todos los elementos sociales se dirigen a la mujer. En un matriarcado, las madres o las mujeres mayores son quienes encabezan las familias. Contrariamente a la vulgar creencia feminista, un matriarcado no necesariamente es una sociedad regida por mujeres, pues esto se denomina como ‘ginarquía’ o ‘ginecocracia’ y sociedades de ese tipo raramente se dieron, constituyendo excepciones muy exóticas, manifestándose en los pueblos más primitivos, atrasados y débiles del mundo, como en el Amazonas o en Indonesia. Y si no encontramos ginarquías en el mundo moderno, es porque tales sociedades perecieron a manos de sociedades no-ginecocráticas, lógicamente más fuertes y guerreras. El uso del término ‘matriarcado’ no es incorrecto al referirse a sociedades matrilineales, matrilocales y matrifocales, pues la matrilinealidad, la matrilocalidad y la matrifocalidad son características del matriarcado. En general, cualquier sistema no-patriarcal es matriarcal. Etimológicamente, el término matriarcado, proviene del latin mater, ‘madre’, y del griego αρχειν (arjéin): ‘gobierno’, que literalmente significa “gobierno de la madre”. Es un concepto utilizado en las ciencias sociales, particularmente en la antropología y la sociología. En el presente artículo se analizará al matriarcado en su segunda acepción según la RAE.

Robert Graves habla de que antes de la llegada de los pueblos patriarcales indoeuropeos, existía en Europa el culto a la Diosa Madre a la cual el hombre temía y la paternidad no tenía ningún honor. La matriarca tenía varios amantes, no con el fin de procrear, sino por placer y los hijos nacidos producto de esta promiscuidad no conocían al padre.
El Matriarcado se corresponde originalmente con las antiguas sociedades primitivas y con lo que Julius Evola denomina “Civilización de la Madre”. Hablamos de pueblos igualitarios, generalmente decadentes, agotados o deprimidos espiritual y fisiológicamente, en los que la primacía de culto religioso corresponde a la Madre Tierra — a la Gran Madre — y en los que se rinde culto a lo terrenal, a lo material, a los placeres, al lujo, a la voluptuosidad y a la opulencia. Se otorga prioridad a los instintos compasivos, piadosos, conciliadores y caritativos hasta extremos masoquistas. Prima el hedonismo y el resultado es un comportamiento promiscuo y vacío espiritualmente. El tipo de sociedad distópica descrita en Un mundo feliz, de Aldous Huxley, es esencialmente matriarcal.
Se pueden encontrar vestigios de matriarcado en los habitantes anteriores a las civilizaciones y tribus indoeuropeas de Europa, y en las razas orientales. Por ejemplo, en los etruscos, en los vascones, en los pelasgos o en los minoicos, o incluso en zonas de influencia céltica donde acabó por predominar el carácter pre-indoeuropeo. También se observan signos matriarcales en los turcos otomanos, que tienen origen en un pueblo mongoloide proveniente de las estepas de Asia Central. La influencia matriarcal en el Imperio Otomano era notable: véanse sus sultanes, ebrios, retrasados o pervertidos, y véase la desmesurada influencia que llegaron a ejercer en el imperio algunas de sus concubinas, o incluso sus propias madres. Para la cultura matriarcal la diosa madre era una engendradora de cientos de hijos, todos ellos iguales y por lo tanto sin que destaque una personalidad. Como “todos somos hijos de la tierra” y “todos son iguales para la madre”, no hay aristocracias, ni jerarquías, no es posible destacar socialmente y no hay individualidad sino una sola masa humana sin identidad.

Mitología

Como ejemplos de divinidades típicamente matriarcales, tenemos a Cibeles, Perséfone, Ceres/Deméter (Dea Mater: “Diosa Madre”), Astarté, Tanit, Gea o Isis. Tales diosas, mayormente de mitos agrícolas, a menudo se hallan complementadas por un compañero masculino castrado como Osiris o Atis, en un oscuro culto religioso. El mito griego de medusa se originó a partir de una de las caras de la diosa, con un rostro monstruoso para alejar a los profanos en sus misterios. Pelasgo era, para los arcadios, un hijo de Gea, la Tierra, que fue el primer hombre que habitó en la Arcadia. Pelasgo, además, es el nombre de varios personajes que hacen referencia a los pelasgos, término usado por los helenos para aludir a los pueblos pre-helénicos matriarcales que habitaron Grecia antes que ellos.
En Mesoamérica, destaca la diosa Coatlicue que recibía los nombres de Tonāntzin ‘nuestra madre venerada’, y Teteōīnān ‘madre de los dioses’ y era representada como una madre-serpiente-monstruo usando una falda de serpientes, con los pechos caídos, y un collar de manos y corazones humanos que fueron arrancados de las víctimas de sus sacrificios, y tenía garras en vez de manos y pies. En Sudamérica, destaca la diosa inca Pachamama.
Muchas de estas figuras maternas, tanto en Europa como en otras partes del mundo, fueron reemplazadas por la figura de la Virgen María en el proceso de cristianización.
En las sociedades matriarcales, el matrimonio es un fenómeno inexistente, si acaso excepcional. En estas sociedades encontrar el amor no es significativo, especialmente para las mujeres que no necesitan a los hombres para su desarrollo personal como mujer y las relaciones se dan sin ningún tipo de compromisos. No hay la menor intención de hacer coincidir en la misma persona afecto, familia y hogar. El sexo y el amor no son conceptos que se complementan en un todo, sino que son percibidos como cosas separadas. La promiscuidad es regla general. No existe concepto de paternidad, en un matriarcado no hay conocimiento sobre quién es el padre de un individuo, que puede ser cualquier miembro varón de la familia. Los nombres y apellidos son matronímicos, es decir aquellos que provienen del nombre de la madre y el apellido y los bienes se transmiten por vía materna (matrilinealidad). En la tradición semítica, si bien existe el concepto de “Patriarca”, la condición semítica es matrilineal. Incluso en los casos en los que hay matrimonio, el hombre a menudo toma el apellido de la mujer y se muda a vivir a casa o la tribu de la mujer (matrilocalidad), como sucedía antiguamente entre los vascones.

-         El Matriarcado se distingue por el hedonismo, el libertinaje, la promiscuidad, la concupiscencia, la indulgencia, la narcosis, la pasividad, la pereza, la embriaguez, la indisciplina y una recargada, opulenta y barroca sensualidad.
-          El Matriarcado es enemigo de las jerarquías.
-          Todo tiende a difuminarse en la presencia del tótem colectivo y de la masa.
-          La influencia espiritual corresponde a las matriarcas.
-         Las mujeres tienen una desproporcionada influencia en la sociedad gracias a la sugestión sexual y al acaparamiento de la educación de los hijos lejos de los padres.
-          Las cosas se callan por miedo a ofender.
-          Nacen la ambigüedad y la “corrección política”.
-          Se otorga gran valor a las posesiones materiales y a las riquezas, por encima de las cualidades.
-          El tiempo libre está acaparado principalmente por danzas, comilonas, fiestas, orgías, saltimbanquis   y bailarines.
-          Carácter apático y pasivo. Pierden peso la Filosofía y la Ciencia. El arte se degenera. No aparecen tampoco grandes exploradores.
-          Se valoran los adornos corporales: maquillaje, vestidos, tintes, perforaciones…
-          Se tiende a la codicia, a la búsqueda del lujo y al materialismo en general.
-          El matriarcado mima a los débiles.
-          Florecen las colectividades pacíficas y débiles, demasiado arraigadas a su terruño e incapaces de conquistar, explorar, ser pioneros o soportar el desarraigo y la soledad.
-          El matriarcado arquetípico es una sociedad timorata, dócil, antiheroica, pacifista y pusilánime.
-          Se ensalza la paz y todos fornican con todos.
-          “Haz el amor y no la guerra” es un lema muy típicamente neo-matriarcal (hippie).
-          Se aprecia al hombre sin carácter, por su docilidad.
-          El cobarde y débil es protegido como uno más del grupo.
-          Nadie tiene derecho a castigar ni a recriminar, la autoridad se disuelve.
-        Se valora todo aquello que conserva la vida individual, sea cual sea, y lo que tiende a hacer la existencia más llevadera a los débiles.
-          Se extirpa la dureza y todo se suaviza.
-          Se tiene en mente como meta el gozo de una vida larga y llena de placeres y comodidades.
-          Todo está impregnado de “libre albedrío”.
-          En el matriarcado se tiende a disfrutar tranquilamente sin consecuencias ni compromisos, y se atrapa el placer al vuelo tan pronto como se presenta, en una mentalidad bastante pseudo-tropical.
-          El “playboy”, el “dandy” son productos típicos del Matriarcado, e imposibles en una sociedad patriarcal de verdad.
-          La búsqueda del placer fácil marca el tempo de los pueblos matriarcales.
-          Se busca proteger y conservar toda vida, incluso si ello implica aislarla de lo que es la crudeza del mundo real.
-          Se buscan el bienestar, la seguridad y la comodidad.
-          También, si aún éstas, representan el peligro para varias otras vidas.
-          Los saludos son elaborados y con un toque promiscuo.
-          Los modales son nerviosos, se tiende a la indiscreción, al manoteo y a acercarse demasiado al interlocutor.
-          La voz se eleva en situaciones absurdas, pero se tiene miedo de gritar cuando la situación lo requiere.

Julius Evola escribe que el Matriarcado es portador de formas sociales igualitarias de carácter anarquista o comunista. Las hormigas y las abejas viven en matriarcados.



Fuente:


Nota de Edición: Si el informe clarinezco intentó denostar la lógica del matriarcado banalizando su organización debemos asumir que la descripción resulta más seductora que crítica, más artística que mercantil, más natural que artificial, más espléndida y digna que mezquina e infame…

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