Para
la mayor parte de nuestra burguesía el gasto público, es decir gastar para, por
y con el pueblo, en los servicios, cubriendo derechos y necesidades sociales a
través de subsidios y prestaciones globales es una erogación susceptible de ser
limitada, no así aquellas debacles que producen tanto el sistema monetario como
el libre empresarial para los cuales el Estado deberá estar siempre dispuesto a
cubrir y proteger, desde los subsidios al “campo” por una sequía o una
inundación, pasando por una compensación bancaria o una quiebra por vaciamiento.
Estamos hablando del Estado Hood Robin, definición que hace 25 años acuñara
acertadamente Horacio Verbitsky y que con el tiempo se fortaleció ante los
hechos recientes.
Por
el año 2016 Emir Sader escribía en Pagina 12: “Para el diagnóstico neoliberal las economías no crecen por excesiva
cantidad de regulaciones, que traban y desincentivan las inversiones. Liberemos
el capital de esos límites que lo cercenan, implementemos el libre comercio,
así se retomarán las inversiones, la economía volverá a crecer y todos volverán
a ganar. Pero, como recordaba siempre Marx, el capital no está hecho para
producir, sino para acumular. Libre de trabas, se transfirió, en proporciones
gigantescas, hacia el sector financiero y todas las modalidades especulativas.
Las economías no han vuelto a crecer, pero se ha dado una monstruosa
trasferencia de renta hacia el sector financiero, que se ha vuelto el
hegemónico en el neoliberalismo. El Estado mínimo es el corolario de esa
centralidad del mercado. La derecha intensificó sus diagnósticos en contra del
Estado, de su capacidad reguladora de la economía, de contrapeso del mercado,
pero también de todas sus otras funciones. El Estado sería por esencia
ineficiente, despilfarrador de recursos, recaudador de demasiados impuestos que
devolvería poco a la sociedad, sería la raíz fundamental de la corrupción, que
cierra el mercado interno de los saludables ingresos de capitales externos y de
innovaciones tecnológicas, generador de una burocracia inmensa, desincentivador
de las inversiones. Además de fuente de totalitarismos políticos –tema
privilegiado del liberalismo–. Es el problema al que hay que atacar todo el
tiempo. Pero algunas funciones del Estado le interesan a la derecha. La
primera, esencial, es la represión, porque políticas con esos rasgos,
intensifican la crisis social y requieren represión. Requieren también el
control judicial, para poder legitimar gobiernos autoritarios. Requieren Bancos
Centrales que garanticen la liberalización de la economía. Es un odio selectivo
a las funciones de regulación económica del Estado, de garantía de los derechos
sociales, de protección del mercado interno”.
Y
en medio de ese odio selectivo del que nos habla Sader aparece un fenómeno
global trágico que es necesario sobrellevar, fiscalizar y morigerar, y son
solamente los Estados los que pueden afrontarlos, aún aquellos Estados
enflaquecidos que han sufrido los vaciamientos y las conspiraciones internas
más descarnas por el poder real y el establishment, como sucedió con nuestro
Estado Nacional durante el gobierno de la UCR-Cambiemos. Y esto es así por la
misma definición que incluyen para sí los términos País, Nación, Sociedad, ergo
conjunto, colectivo.
Y
un día el Estado volvió de las cenizas neoliberales, porque la vida de hasta
aquellos que lo habían quemado estaba en peligro., y no porque el burgués
asustado se transformó en fascista, no había necesidad, ya lo era, sino porque
el burgués asustado se dio cuenta que su panacea privada y neoliberal lo había
abandonado, que ese obsecuente privatismo emprendedor se cagaba en su vida, y
así volvió a la casita de los viejos, exigiendo controles, gratuidad,
servicios, apoyos, cura para su males y sus hipocondrías. Sabemos que el
burgués le da gran entidad a la pobreza, la sospechan noble y sin maldad, pero
no desea ni ve bien combatirla, así son elecciones políticas, pues sabe que la
equidad irías en contra de sus egoísmos. Con la misma firmeza que el burgués le
da entidad a la pobreza rechaza visceralmente a quien la padece, su temor por
aquella se transforma en odio y censura, quien la sufre es un invasor, un
ocupa, y parásito de su egocentrismo. Fisgonear lo que lleva en el changuito
una persona que tiene tarjeta alimentaria los define. Por ahora la presente es una enfermedad que se da,
mayoritariamente, en el circuito de los sectores burgueses, franjas que tienen
posibilidades de atrincherarse y acumular insumos y hasta establecer
estrategias. Cuando la pandemia llegue a nuestros sectores populares por
natural contacto social, aquellas porciones de la sociedad que el modelo pasado
abandonó a su suerte, franjas que no pueden acopiar insumos ni comida porque
sus vidas son el día a día, y por ende el riesgo, la cuestión será aún peor y
más dramática, y nuevamente, como marca la historia, los pobres pagarán con sus
vidas las vacunas de las psicópatas burguesías del futuro. Si queremos que esto
no suceda no solo hay que ser buenos sino inteligentes, es el momento de los sabios,
pasa que tristemente estamos repletos de imbéciles…
El argentino medio y la subsumisión
al palo, ser civilizado, domesticado, occidental, creyente y temeroso del
establishment. El argentino medio paga seis veces por el mismo servicio y
aprueba. Mira la tele desde su sillón como toda la vida, en algún caso hasta
desde el mismo sillón, heredado quizás, desde cuando solo tenía que pagar la
luz, comprarse la tele y prenderla. Cuando peleaban Alí, Monzón, Mantequilla o
Nicolino. Cuando Brasil era el del 70, Cruyff exhibía lo qué significaba el
maridaje entre el talento y el sacrificio, y Estudiantes e Independiente
llenaban de copas al fútbol nacional. Cuando corrían Fittipaldi, Stewart y
Lauda, cuando Mark Spitz ganaba 7 medallas y el Dr J volaba en la NBA.
El argentino medio, sigue en su
sillón viendo tele, en su mismo sillón, pero alguien lo convenció que era
protagonista, que estaba en el ring side, en la platea, en terraza de boxes, a
la vera del natatorio o tras uno de los aros en el estado del Filadelfia 76. Y
de su bolsillo de espectador virtual sale el pack futbolero del cable, y de su
bolsillo de hincha sale el abono del cable, y de su bolsillo de técnico sale la
pauta publicitaria oficial, y de su bolsillo de jugador salen los subsidios que
tienen acreditados los medios como bienes culturales, y de su bolsillo de
comentarista sale la publicidad privada incluida dentro del costo de
producción, y de su bolsillo de relator sale todo lo relacionado a los medios
del Estado vía carga de tasas e impuestos.
Y el argentino medio sigue en su
mismo sillón tirando papelitos, disfrazado con sus colores, con una nueva
corneta entre sus manos (vaya metáfora)... Durante los años en los cuales el
argentino medio no tuvo que abonar un par de estos incisos a modo de cuota, ya
que el gobierno de entonces determinó socializar el costo para tener
accesibilidad universal, afirmaba que el Estado lo estaba robando. Hoy se
exhibe contento y reconocido en sus dogmas por su privilegio “identitario”: Se
robaron todo, yo no voy a mantener vagos…
El sistema de peaje ya había dado
una muestra de laboratorio sobre lo que el establishment podía hacer con
nuestra sociedad. Pagar panglossianamente por circular sobre rutas que tienen
en algún caso un siglo de construidas no deja de llamar la atención y para
colmo mantener los impuestos correspondientes incluidos en los insumos básicos
del automotor. Vale decir, la sociedad pagó su construcción, pagó y paga su
mantenimiento, y desde hace más de dos décadas paga por circular, y acaso lo
haga sobre un auto que lejos está de las inversiones pasadas, cuando veía
boxear a Alí, jugar a Tostao, o derrapar a Peterson. A qué me refiero. Por
entonces, el argentino medio del sillón tenía en el garaje de la otra cuadra su
usado de dos años de antigüedad, hoy esa situación amerita otro tipo de
estatus, tal vez y con suerte tenga un auto de 6 u 8 años estacionado en la
puerta de su casa y con doble traba al volante.
Tal vez algún día el argentino
medio contabilice que existe una minoría cínica y siniestra, intensa, que se
apropió del Estado y nos cobra cada vez más por nuestros derechos, que cada vez
hace menos por nosotros y más por ellos, que vive de la timorata domesticación,
de la resignada civilización, de la fuerza mediática y occidental, y si sirve
el juego lingüístico de la natural e histórica “oxidentalidad” de sus
lecturas...
.. y a la lista de
“oxidentalidades” podemos agregar el neoendeudamiento, los renovados recortes
al campo laboral, esta vez sin Banelco, acaso con sanguchitos triples y su
consecuente impacto en el consumo interno, la bici financiera, los aumentos
descomunales en los servicios con las quitas de subsidios para el pueblo pero
su permanencia para las empresas, la devaluación previsional y los salarios a
la baja so pretexto de la “necesaridad” de hacer un sacrificio colectivo, la
neofuga de capitales, la bienvenida a las golondrinas y buitres, la apertura
indiscriminada de importaciones, la transferencia de recursos a los sectores
agroexportadores y la infinita gracia para que estos liquiden el residual de
retenciones sojeras...
Lo dicho, el argentino medio y la
subsumisión al palo, ser civilizado, domesticado, occidental, creyente y
temeroso del establishment acepta, aplaude y obedece, individuo que por su
egoísmo llega siempre tarde a su propia indignación, es el homo redundante en
sus errores y horrores, es el pibe que puede meter los dedos en el enchufe
tantas veces simplemente para comprobar que el dolor existe, el argentino medio
paga a satisfacción por lo que no tiene que pagar y se rehúsa a financiar al
único héroe que lo puede salvar, el héroe colectivo, aun así, cuando todo se
calme y se olvide volverá a cometer los mismos horrores egocéntricos… El Burgués,
el que se dijo derecho y humano persuadido de la existencia de una campaña anti
argentina, el que estaba convencido que estaba ganando una guerra contra la
primera y segunda potencia marina del planeta, el que se alegró porque el
mundial era una fiesta de todos, el que supuso, sentado en su confortable
sillón nacional, que iba a comprar sillones más baratos y mejores si se abría
la importación sin pensar que los que hicieron ese sillón confortable que lo
arropaba se quedarían sin empleo, el del deme dos, el que le dejó librado a la
democracia y no a las decisiones políticas de los gobernantes la
responsabilidad de curar, sanar, y educar, el que creyó que un dólar podía
valer un peso, el del piquete y cacerola la lucha es una sola, traicionando
luego al piquete apenas su cacerola arregló sus cuitas y se volvió a llenar de
dólares, el que se sintió buena gente, como ahora, el que gritó que si se puede
matar por la espalda, volver a endeudarse y fugar divisas, el amigo de los
oligopolios mediáticos, el que sale de paseo en plena cuarentena, el que se va
a morir como todos, indefectiblemente, pero en su caso culpando a la yegua y al
peronismo, en ese orden…
*Gustavo Marcelo Sala, Editor
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