La progresía que alguna vez votó kirchnerismo considera que hoy el discurso kirchnerista menoscaba su individualismo, sus derechos legítimos e ilegítimos al egoísmo
N de la R: Varias veces
expusimos en este espacio lo que significa para una sociedad que el homo consumidor,
culturalmente, prevalezca por sobre el homo ciudadano. Los deterioros de las conciencias
sociales y nacionales son inversamente proporcionales y decrecen de manera
geométrica con relación a la conciencia individualista de góndola…
Jugar
todo a esta convicción o imaginar algo más – Por Raúl Lemos, Miembro fundador e
integrante de la Mesa Provincial del Partido Solidaridad e Igualdad, para La
Tecl@ Eñe
Fuente:
https://lateclaenerevista.com/jugar-todo-a-esta-conviccion-o-imaginar-algo-mas-por-raul-lemos/
Raúl Lemos propone en esta
nota un análisis sobre los impedimentos del progresismo para utilizar algo del
pragmatismo con el que las capas medias se relacionan con él para tejer una
alianza como la que hubo hasta 2015, y así ampliar apoyos de cara a las
elecciones de 2019.
¿La
lógica de construcción del progresismo está bloqueando su capacidad para
imaginar tácticas que le permitan ampliar apoyos? Al núcleo pendulante indeciso
le cuesta conciliar con el modelo del kirchnerismo, aunque alguna vez lo votó.
Beneficiado por la economía lo hizo. Entonces no había una cuestión de
principios en apariencia tan estricta que le haya impedido maleabilidad a la
hora de elegir. Ahora, en ese silencio estruendoso que se verifica tanto en
encuestas como en la verdulería, se debate en soledad deshojando una margarita
más exótica que una orquídea. En la esperanza de algo imposible. Que un
segmento mediocre deslucido y tan pasible de sospecha de corrupción como
cualquiera de la representación política, si ese fuera el caso, le asegure su
status a la manera elitista y de orden en que esas capas lo entienden y
sienten, y al mismo tiempo gobernabilidad. Pero lo que subyace obviado, aunque
suene burdo, es que tienen derecho a su individualismo por más exacerbado que
este sea. Y lo sienten menoscabado por el discurso kirchnerista. Poco importa
acá si es un subterfugio autovictimizador para sacarle el cuerpo a la verdad y
la culpa, o genuina creencia. Lo que vale es lo que trasudan sus poros. Debería
analizarse entonces qué le impide al progresismo utilizar, para llegarles, algo
del pragmatismo con el que esos sectores se relacionan con él para tejer una
alianza como la que hubo hasta 2015.
De
cualquier modo, es más que probable que allí esté el nudo gordiano que deja a
esos sectores permeables colocados del otro lado de la grieta que grafica el
desencuentro nacional. Como explica Jorge Alemán, el rechazo explicitado en la
figura de Cristina adquirió el sentido y carácter de un tabú. Que no es
habitual reconozcan con esa taxatividad y sin dejarse envolver por la bruma de
la corrupción. Esta es uno de los fondants,
el más usual, que recubre ese elitismo no confesado. El otro, pero no punible y
por ello menos agitado, es el orden. En todo caso será legítimo endilgarles
falta de transparencia y admisión sincera de su individualismo acérrimo, pero
esa es harina de otro costal.
Este
conflicto excede los límites de un sistema político con imperfecciones
superlativas como el nuestro, que al revés son producto de la falta de resolución
de aquél. Los sistemas de organización no pueden contener per se todas las
variables o disloques de la interrelación humana y mucho menos si se extremaron
por décadas de discontinuidad institucional.
Por
ello, sería más certero y fructífero enfocar el conflicto real, que no se
aborda en el discurso progre con la entidad que tiene, que es el modelo de país
tumultuoso y con ampliación de derechos que hasta ahora no están dispuestos a
aceptar los sectores que han inclinado la balanza a favor del neoliberalismo en
las dos últimas elecciones. En su lugar se habla casi exclusivamente de la
crisis económica profunda que atravesamos, cuando en realidad esta se comenzó a
gestar antes en esas urnas.
Es
ostensible cómo mientras el gobierno miente insaciablemente, los que no
comulgan con la mentira se aferran a la idea casi excluyente de que hay un
sector palurdo, engañable, que no ve la verdad, o que simplemente la niega.
Habría que reflexionar más incrédulamente que la credulidad que se les adjudica
no es tal ni tanta. Y que es secundaria, o a la par del temor a una minusvalía
de status tan determinante como el deterioro económico mismo que están
sufriendo. Seguramente un atisbo de consciencia de esta cuestión hubo en el
mensaje de Cristina en el Primer Foro del Pensamiento Crítico; a juzgar no solo
por lo dicho, sino también por la polémica que generó. Pero es solo un atisbo y
no alcanza.
La
lógica de construcción política de la izquierda o progresismo (como la entiende
Chantal Mouffe) está signada por el fin propuesto de transformar la realidad
para mejorar condiciones de vida de mayorías. Quien persiga esa cumbre siente
natural el deber de explicar lo más exactamente posible cómo va a hacer ese
cambio. Entre otras cosas porque siempre es algo temido. A lo que hay que
agregar un plus o exceso cifrado en la necesidad de reafirmarse en las propias
convicciones. Pero si no se encuentra la manera ‘inteligente’, que tanto se le
reconoce a Duran Barba (después de todo se trata de sensaciones…), de
comprender la subjetividad del sector social que se necesita para ganar la
partida e intentar mostrarles que se ‘transige’ en algo, se estará optando por
la lógica amigo-enemigo que juega al todo o nada; más propicia para condiciones
francamente pauperizadas de la mayoría como algunos países de la región, a las
que por razones geográficas y políticas hasta ahora nunca hemos llegado.
Vivimos
en un país cuyo principal rasgo sociológico es el de una extendida clase media,
sea por recursos o sentido de pertenencia o ambas, y poner las cosas en
términos de vida o muerte es más probable que deje colocada a una porción
decisiva de esa franja en el reverso del bien común: un poco más acá del borde
de la extenuación económica, la sensación del propio status social en riesgo o
menguado puede ser vivida como algo tan o más temido que aquella.
Por
supuesto que la transigencia debe tener límites. Pero esos equilibrios los
suelen encontrar en buena medida las formas. Y un manejo inteligente de la
apariencia, esa palabra de la que el progresismo per se reniega. Eso ha hecho
la maquinaria oficial con la consciencia social: apariencia, hasta el cinismo,
de buenos modos, diálogo y transparencia. Hay que internalizar que el discurso,
sea cual sea, no se autoabastece íntegramente, ese es un vicio o exceso de la
izquierda. Se completa con la estructura psicológica de su destinatario o
receptor. Y si ese sujeto estuvo tan fácilmente dispuesto a dejarse engañar o a
hacerse el engañado ante sí mismo, no se debe renunciar a hacer un trabajo
sobre esa subjetividad, que entienda ante todo la fisonomía de quien se tiene
delante para elaborar un mensaje adecuado. Parafraseando a Einstein, es vital
para la subsistencia de la nación evitar la locura de la repetición con
resultado similar seguro e intentar otra cosa que no deje cedida para siempre
la subjetividad de esas capas al exclusivo señorío ideológico de la casta que
gobierna y su aparato comunicacional. No se puede confiar tan sólo en la
dinámica del deterioro de las condiciones económicas.
Si
bien es cierto que la construcción es más trabajosa y lenta que la demolición,
no se puede perder de vista que lo que al campo nacional y popular le llevó
doce años al neoliberalismo autóctono tan solo tres para convertirlo en
escombros. Esa desproporción habla de algo más y quizá tenga que ver con la
mayor o menor amplitud de la imagen que se enfoca. La izquierda, que se precia
de elástica para entender y aceptar los desafíos de la evolución humana, no se
puede permitir la rigidez en la acumulación crítica de poder que la deje a la
sombra de la capacidad del neoliberalismo de reproducirse creando
subjetividades indefinidamente como dice Alemán, y tiene que hacer algo para
torcer el curso de ese río de la debilidad humana: nos define lo gregario
civilizatorio que nos remite al bien común, pero también el instinto de
conservación que anida en el inconsciente y sabe generar monstruos de
sometimiento.
El
paper de Fukuyama generó una polémica extendida al definir como motor de la
historia la necesidad del reconocimiento humano, de la dialéctica del señor y
el siervo que desarrolló Hegel, en lugar de la lucha de clases del marxismo.
Más allá o más acá de esa polémica, no se debe prescindir en el análisis
político de ese aspecto al valorar la psiquis humana. ¿Quién no desea
trascender en su entorno familiar, del barrio, del trabajo, de lo deportivo y
en definitiva del medio social en que se mueve? Esa necesidad es una arraigada
en el fondo a la existencia misma. No solo por los afectos sino para atenuar
esa idea devastadora de que se es un mortal más, y que así como se está hoy se
va a desaparecer mañana, sin más ni más. Solo las especies carentes de inteligencia
lógica pueden vivir sin ese peso que es en sí abrumador.
La
otra cuestión dilemática que acontece ahora para la izquierda y puede confundir
en torno a su capacidad de construcción de poder, es la de reconocerse en
semejante encrucijada con una menor a la de la derecha para acertar con el
remedio. Y más en el contraste de todo lo avanzado en la etapa pasada en
términos del estricto bienestar material y del más amplio del bien común, con
el desastre social político y cultural en apenas tres años. Pasa que no es tal.
No es un remedio que la derecha acierta a administrar, sino algo que le surge
natural. Y de nuevo allí, tal vez no se esté viendo con el gran angular lo que
acontece a los costados de lo que se ve en el centro de la imagen.
La
derecha tiene una subjetividad diferente de la que asumen quienes proponen, en
mayor o menor grado, la metamorfosis social. Si bien la intriga es un lienzo
común sobre el que se pincela en la política, para ellos es más juego lúdico
que seducción racional-carismática y construcción piedra sobre piedra con todo
lo que ello implica. Por el contrario se burlan casi con desparpajo y
menosprecio de ese modo de construcción y califican de patológico tratar de
entender el pasado para vivir mejor el presente y avizorar el futuro. Solo
hablan de este último sin decir exactamente qué ni cuándo. Pero sí pueden
anunciar en medio de un aquelarre de aumentos siderales de tarifas y mandar
saludos públicos desde su lugar de vacaciones proclamando lo bien que la están
pasando. Pero no es todo ficción. En todo caso es la potenciación de algo
inmanente a su condición y a su praxis cotidiana. Pero saben sí que es algo
deseado o envidiado en toda sociedad. ¿Quién no quiere estar relajado
disfrutando del ocio? En cambio para la izquierda, como expresó Pepe Mujica
recientemente, la lucha vendría a ser como el aire que respira. Es feliz
peleando. Disfruta, por historia, por experiencia, de remontar adversidades
variadas que signaron entornos de crecimiento y desarrollo y la forjaron, en
lugar del surfeo de simulaciones, cierta hipocresía y transacción. Es más
expuesta y la destreza acuática sobre la ola la aprende con los años no sin
preservar dignidad. Quizá en eso consista buena parte de la sabiduría humana.
En ese delicado equilibrio. El que quizá hoy se precisa para salir de un
atolladero con las menores concesiones posibles, pero no tan seguro sin él.
Es
tentador describir esta catástrofe política y social, y no la peor si se mira a
Brasil, como parte de una más amplia hegemónica y regional fatalmente adversa.
O en su defecto, en la más optimista de una dinámica de reacción a la acción
ampliadora de derechos vivida en los comienzos de siglo, pero con mejores
chances en Argentina para la madre de las batallas que se aproxima. No se han
visto aún todos los efectos de las políticas en curso, pero con lo hasta acá
vivido cuesta imaginar esta última hipótesis con la persistencia de una franja
no menor, que no quiere y no se sabe si sola puede, salir de una ficción
autoinfligida.
Comentarios
Publicar un comentario