Zdzislaw Beksinski
Para La UCR - Pro - Cambiemos la muerte organiza, ordena, selecciona, resuelve…
La moritecracia -Por
Sebastián Plut para La Tecl@ Eñe
Fuente:
La ausencia de un
Estado protector, la anulación del Estado de Derecho, la supresión de las
garantías constitucionales y del principio de presunción de inocencia,
transforman aquella ausencia en irrupción del Estado mortífero. El neologismo
morite-cracia, utilizado por Sebastián Plut en esta nota, procura revelar los
meandros del gobierno de lo mortífero.
Por Sebastián Plut, Doctor en Psicología.
Psicoanalista. Autor de “El malestar en la cultura neoliberal” (Ed. Letra
Viva).
“Frente al cadáver
del enemigo aniquilado,
el hombre primordial
habrá triunfado,
sin hallar motivo
alguno para devanarse los sesos
con el enigma de la
vida y de la muerte”
Freud, “Nuestra actitud hacia la muerte”
I. El lector acaso no lo precise, pero aun así prefiero aclarar
el título de esta nota. Efectivamente, el anagrama –que poco tiene de lúdico-
opera un deslizamiento desde la consabida categoría meritocracia, y
a la que ya dedicamos numerosas páginas, hacia lo que sin dudarlo se esconde
tras ella: la morite-cracia,
neologismo que procura revelar –y, por qué no, iluminar- los meandros del
gobierno de lo mortífero.
Nuestro término, que condensa la retórica y la acción del régimen
de lo tanático, enuncia el morite que no
solo reordena la grafía del mérito, sino que,
especialmente, pretende espejar el modo en que la política neoliberal hace
morir –por acción u omisión- al tiempo que busca instalar la convicción de
muertes producidas por sí mismas, por sus propios méritos, crímenes sin
asesinos. Mejor aún lo expresó Graciana Peñafort, a propósito de la sentencia
sobre la desaparición forzada seguida de muerte de Santiago Maldonado: “A
Santiago lo mató la muerte, sería la
conclusión tautológica de una sentencia sin poesía y sin justicia” .
II. La moritecracia haría
estallar los parámetros y modelos que, magistral y exhaustivamente, relevó el
historiador Philippe Ariès en su tratado sobre la muerte y las mentalidades. En
efecto, la irrealidad del hacer morir sin asesino,
que además aspira a la más cruel de las desmemorias, no tendría cabida en
ninguna cosmovisión pues “la muerte no es un acto
solamente individual […] la comunidad experimenta la
necesidad de rehacerse [y] no podía [la
muerte] ser
una aventura solitaria, sino un fenómeno público que comprometiese a la
comunidad entera”.
III. P. Ariès, no obstante, advierte que en ocasiones se
pretende, sobre la muerte, “hacer como si no existiera, y
por consiguiente, forzar despiadadamente el entorno de los muertos a callarse…,
reducir la muerte a la insignificancia de un acontecimiento cualquiera del que
se finge hablar con indiferencia” .
IV. A fines de junio de 2017 un jubilado, de algo más de 90
años, se suicidó en una delegación de ANSES tras pronunciar que “así
no se puede vivir, uno no merece vivir así”. No hubo demoras para
intentar una explicación que solo arraigaba en su intimidad: su depresión, sus
problemas familiares. Solo uno entre tantos ejemplos en que el Estado había
configurado su silencio performativo: “morite”.
V. “Dejamos
traslucir nuestro afán de rebajar la muerte de necesidad a contingencia” indicó Freud cuando examinó nuestra persistente negación de
la finitud, aunque aquí debemos subrayar una alteración, tal vez una subversión
de los términos. Es que la moritecracia interrumpe el devenir de la
necesariedad de la muerte y le impone una causación ajena, impropia, a las
razones del sujeto que desfallece.
VI. La “doctrina Chocobar” no será, únicamente, la licencia para
el goce sádico y vindicatorio. También encuentra otra traducción en parte del
imaginario social: un sujeto que delinque debe morir, cual si ésta fuera la
sentencia que se consuma por medio de un rayo divino, irrefrenable e
incuestionable. Para aquella escuela, entonces, el policía no asesinó, no hubo
crimen, solo cumplimiento de un deber que se consuma –quieren creer- casi como
si no mediara su voluntad, pues, insistimos, el supuesto delincuente per se debía
morir.
VII. ¿Retornará para ellos algún espíritu? ¿Y de qué modo? No es
que devine, súbitamente, en religioso. Solo evoco aquello que consignó Freud: “el
salvaje teme todavía la venganza del espíritu del enemigo aniquilado. Pero este
espíritu no es sino la expresión de su mala conciencia por causa de su culpa de
sangre”. Atribuirles alguna expresión de mala conciencia quizá sea
un exceso de ingenuidad en mis expectativas, pero no será un desatino intuir
que algún espíritu temible los visite, al menos en su soledad onírica: el
espíritu del pueblo y de la justicia.
VIII. La ausencia de un Estado protector, la anulación del Estado
de Derecho, la supresión de las garantías constitucionales y del principio de
presunción de inocencia, transforman aquella ausencia en irrupción del Estado
mortífero: ausente al desamparar y ausente al huir y encubrir su
responsabilidad. Y si decimos el Estado le cabe el sayo al Poder Ejecutivo y al
Poder Judicial.
IX. “No entiendo, no entiendo” repitió
Mauricio Macri cuando conferenció e hizo gala de su fastidio por los incidentes
que truncaron la final entre Boca y River. Quien durante años fue dirigente de
fútbol y ya hace más de 10 años ocupa importantes lugares en la función
pública, extrema la escena de ajenidad al no solo no asumir responsabilidad
alguna sino, más aun, al mostrar la ficticia candidez del desconcierto y la
incomprensión.
X. Santiago Maldonado se hundió, él solo y por su propio mérito,
y de idéntico modo le habría sucedido al ARA San Juan. No se aleja mucho de
ello lo que intentó establecer el fallo sobre la muerte de Lucía Pérez. Nadie
la drogó, ni violó, ni asesinó. Ella habría muerto en la asepsia de su mayor
soledad.
XI. Hemos aprendido a recitar que la vaca da la leche,
cual si nadie se
la sacara; o bien nos acostumbramos a decir que se cayó el Muro de Berlín,
cual si nadie lo
hubiera tirado. El neoliberalismo impone esa regresión del pensamiento por
medio de la cual excluye del discurso al sujeto de la historia y en cuyo lugar
queda colocado un nadie, sobre todo
cuando de su responsabilidad como Estado se trata.
XII. Las pericias más válidas y las investigaciones periodísticas
más serias no vacilan al momento de concluir que Alberto Nisman se suicidó.
Allí no hubo un Estado que asesinó ni desamparó. Tal vez sí, como muchos
sostienen, una cierta confabulación intervino como inducción. El aislamiento en
que lo dejaron sus, hasta ese momento, aliados, y las presiones que también
recibió de éstos, es posible que hayan operado como una orden: morite.
XIII. Nadie está libre de odiar. Al fin y al cabo no debería
sorprendernos lo que hace ya muchas décadas fue un original hallazgo del
psicoanálisis, la ambivalencia de sentimientos, amor y odio. “Pero
toda vez que la naturaleza trabaja con este par de opuestos, logra conservar al
amor siempre despierto y siempre fresco, para reasegurarlo así contra el odio
que acecha tras él. Es lícito decir que los despliegues más hermosos de nuestra
vida afectiva los debemos a la reacción contra el impulso hostil que
registramos en nuestro pecho”. Así, pues, hay un odio que obtiene
su trono cuando frente a él solo encuentra la indiferencia; pero aquel
sentimiento, entonces, también hace las veces de reaseguro para que el amor
esté alerta.
XIV. Y para concluir, aquel salmo del Evangelio, que el propio
Dostoievsky incluye en La casa de los muertos,
permite conjurar las macabras perspectivas que describe el epígrafe de este
artículo: “Os
aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo;
pero si muere, da mucho fruto”.
Estimado Sala, el reperfilado de su sitio es excelente.
ResponderEliminarMuchas gracias
El reperfilador agradecido por el halago.. Abrazo
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