Estimo que es un excelente momento para volver a repasar Los traidores de Raymundo Gleyzer, y recordar su obra y su martirio.. y sobre todo a los traidores
Raymundo Gleyzer nació en 1941 y tenía 35 años
cuando fue desaparecido en mayo de 1976 por la dictadura militar. Era cineasta
y militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Estaba casado con
Juana Sapire, quien colaboraba en sus películas, y tenía un hijo, Diego.
Raymundo fue visto por última vez junto al escritor Haroldo Conti, en el campo
de concentración El Vesubio. Gleyzer integra destacadamente la escuela de
documentalistas con alto compromiso social, característico de los tardíos años
sesenta e inicios de los setenta, pero, a diferencia del gran polo de cineastas
vinculados al peronismo revolucionario, cuyo emergente máximo fue el grupo
Cine Liberación, la obra de
Raymundo en el grupo Cine de la base es muy crítica respecto a la figura de
Perón y en particular de la dirigencia sindical peronista. Gleyzer desarrolla
en sus documentales una mirada vinculada a la tradición de izquierda marxista
leninista clásica.
Un cine de combate
Pocas
personalidades de la cultura política latinoamericana resumen con tanta nitidez
y contundencia las apuestas vitales de la izquierda revolucionaria. Aunque
quizás menos celebrado y conocido que Rodolfo Walsh, el cineasta y militante
guevarista argentino Raymundo Gleyzer (1941-1976) representa el escalón más
alto al que llegó su generación. Repensar su obra, su vida y su militancia
implica recuperar del olvido una perspectiva ideológica sepultada por el establishment intelectual argentino, aquella que vivió
el cine como militancia y la cámara como un arma de combate.
El
nombre de Gleyzer ha sido durante años sinónimo de todo lo prohibido y todo lo
reprimido por la cultura oficial, su falso “pluralismo” y su simulacro
“democrático”. En estas apretadas líneas de homenaje no nos interesa recordarlo
como un cadáver “prestigioso”, una “víctima inocente” o un bronce de mausoleo
repleto de hipócritas monumentos oficiales. Lejos de los lugares comunes y los
golpes lacrimógenos a los que nos tiene acostumbrado el progresismo ilustrado y
bienpensante del río de la plata, se nos impone rememorarlo como un militante revolucionario. Recordamos a Raymundo como
alguien vivo e indomesticable, un hermano mayor del cual las nuevas
generaciones debemos seguir aprendiendo.
Hijo
de una familia judía argentina en cuya casa se fundó el célebre teatro IFT
(ubicado en el popular barrio de Once de la ciudad de Buenos Aires), Raymundo
recibió su nombre de un guerrillero francés —Raymond Guyot— asesinado por los
nazis. Este joven rebelde trabajó desde muy chico y llegó a ser verdaderamente
un grande, uno de los principales realizadores de cortos y largometrajes
documentales, políticos y de ficción sobre Argentina y América latina.
Tanto
él como su cine, silenciados, censurados y perseguidos con odio irracional,
fueron durante décadas innombrables. Desde que fue secuestrado, salvajemente
torturado y desaparecido a fines de mayo de 1976 muchos de sus films fueron
inhallables. Símbolos de una rebeldía y una esperanza colectiva que había que
borrar —literalmente— del mapa a sangre, tortura y fuego.
El
guevarismo en la cultura argentina
Raymundo
comenzó su temprana militancia en la juventud del Partido Comunista (PC). Esa
fue su primera experiencia política. Pero aquel viejo reformismo no lo
conformó. Por ello, conmocionado íntimamente por la vida y el pensamiento del
Che Guevara, Fidel y por toda la Revolución Cubana (visitó la isla y tomó
contacto con el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica [ICAIC],
por primera vez en 1969), Raymundo se identificó rápidamente con el guevarismo.
Desde allí se integró al PRT-ERP (Partido Revolucionario de los
Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo). Desde esa experiencia
política generó uno de los grupos más radicales e iconoclastas en el ámbito de
la cultura crítica argentina: el Cine de la Base.
Además
de ser un militante, en su primera juventud del PC y luego del guevarista
PRT-ERP, Raymundo Gleyzer también fue un camarógrafo de Telenoche, de Canal 7 y
un realizador de documentales para la TV alemana y varias secretarías de
turismo argentinas. Incluso fue uno de los primeros argentinos en filmar en las
Islas Malvinas en los ’60, dos décadas antes de la guerra con Gran Bretaña.
Esos materiales fueron utilizados en los documentales Malvinas, historia de traiciones (1985) de Jorge Denti
y Hundan al Belgrano (1986)
de Federico Urioste. Asimismo, tuvo a su cargo una de las cuatro cámaras
de Adiós Sui Generis (1975, de
Bebe Kamín, film que retrata el último recital del mítico conjunto de rock
nacional formado por Charly García y Nito Mestre).
La
filmografía de Gleyzer abarca entonces su producción militante —la más
voluminosa y perdurable, realizada para la insurgencia guevarista— y también la
obra “alimenticia” que si bien fue medio de supervivencia sin embargo reviste
un interés más que anecdótico o coyuntural.
Algunos de sus films más renombrados son:
El ciclo (1963)
La tierra quema (1964)
Ceramiqueros de Tras la Sierra (1965)
Nuestras Islas Malvinas (1966)
Ocurrido en Hualfín (1965)
Pictografías de Cerro Colorado (1965)
Quilino (1966)
México, la revolución congelada (1971)
Comunicado cinematográfico del ERP (1972)
Ni olvido ni perdón (1972);
Los traidores (1973)
Me matan sino trabajo y si trabajo me matan (1974),
entre otros.
«Cine
de la Base», en el camino de Guevara y Santucho
Su
compromiso militante con la insurgencia guevarista del PRT-ERP lo llevó a
agruparse junto con otros jóvenes revolucionarios en el «Cine de la Base», uno
de los dos principales nucleamientos del cine político de aquellos años,
paralelo al grupo «Cine Liberación» (que realizó La hora de los hornos ), de Solanas y Getino. Con
ellos Gleyzer mantuvo estrecha colaboración pero también duras polémicas. Sobre
todo cuando aquellos cambiaron el final de la primera versión de La hora de los hornos (Raymundo la había visto en
Venezuela y quedó muy impresionado) en 1973 —año en que el general Perón
regresa a la Argentina luego de 18 años de exilio en el Paraguay de Stroessner,
en la República Dominicana de Trujillo y en la España del generalísimo
Francisco Franco— . El final original de este documental famosísimo tenía una
imagen del Che Guevara de varios minutos acompañada por una voz en off. En el segundo
final, trastocado en 1973, aparecían el general Perón y su tristemente célebre
esposa Isabel Martínez, enrolada en el macartismo de la extrema derecha
peronista. El grupo «Cine Liberación» se “aggiornó” al regreso del mítico líder
moderando su anterior radicalismo político, mientras Raymundo Gleyzer y el Cine
de la Base se mantuvieron firmes en la defensa de una perspectiva clasista y
socialista, obrera y popular, aun frente al regreso del general.
Tanto
Gleyzer como sus compañeros del «Cine de la Base» compartían la perspectiva
ideológica de Mario Roberto Santucho, máximo dirigente del PRT-ERP. Santucho
había publicado en 1974 un libro titulado Poder
burgués, poder revolucionario donde analizaba toda la historia
argentina —al calor de la Revolución Cubana y la Revolución Vietnamita—,
polemizando con dos vertientes del campo popular: el reformismo del PC y el
populismo de Montoneros. Mientras polemizaba en el terreno ideológico Santucho
promovía (infructuosamente) la unidad práctica con estas corrientes políticas.
Gran parte de las polémicas de Raymundo Gleyzer comparten ese mismo horizonte
de sentido político.
«Los traidores» y el cáncer de la
burocracia sindical
Raymundo
Gleyzer había realizado una impiadosa radiografía de la burocracia sindical
argentina. El título que eligió para su film, hoy mítico, lo dice todo: Los traidores (el título original iba a ser Una muerte cualquiera ). Ese film estaba basado en un
cuento de Víctor Proncet, “ La víctima ”,
que narraba un hecho verídico, el autosecuestro del dirigente sindical
peronista Andrés Framini (aunque el título Los
traidores ya había sido utilizado por el escritor comunista
José Murillo en la novela homónima —publicada en 1968— donde relataba la
traición de la burocracia sindical a una huelga metalúrgica).
En
la película de Gleyzer Proncet encarnaba a “Barrera”, un burócrata sindical
peronista, síntesis de Augusto Timoteo Vandor, Lorenzo Miguel y Andrés Framini,
tres conocidos y emblemáticos dirigentes de la burocracia sindical. En el film
“Barrera” se parecía físicamente a José Ignacio Rucci (otro paradigma del
sindicalismo amarillo, macartista y burocrático), su había autosecuestrado como
lo había hecho Framini, decía frases de Lorenzo Miguel y terminaba muriendo a
manos de un atentado guerrillero como Vandor.
Al
realizar cine político desde la ficción (incorporando a las imágenes del
Cordobazo “La marcha de la bronca” del dúo de la canción de protesta “Pedro y
Pablo”), Gleyzer apostó a la polémica y pensó el film para ser exhibido en
fábricas y barrios, apoyándose en las corrientes clasistas de los sindicatos
SITRAC-SITRAM (sindicatos de las empresas FIAT, afines al PRT y otras
organizaciones revolucionarias), o en dirigentes sindicales como Agustín Tosco
y René Salamanca (el primero muerto en la clandestinidad en 1975, el segundo
secuestrado y desaparecido en 1976). Incluso Gleyzer planeó volcar Los traidores en fotonovela, para que circulara en un
público más amplio.
Su
otro gran film político —aunque todos fueron importantes— es México, la revolución congelada, donde trata la
institucionalización del proceso político mexicano, el populismo represivo del
PRI, el doble discurso permanente de sus dirigentes (similar al del peronismo
en Argentina), la explotación de los indígenas, la matanza de Tlatelolco, el
papel sumiso y obediente de aquella “izquierda” que con lenguaje progresista y
durante décadas legitimó al PRI, incluyendo la matanza de 1968, y el papel
nefasto de la sempiterna burocracia sindical. Cabe destacar que en el film de
Raymundo aparece retratada la miseria de Chiapas, varias décadas antes de que
surgiera el neozapatismo en los ’90.
El
secuestro y la desaparición de Raymundo
Luego de años de silencio inducido y “olvido”
fabricado comienzan a surgir libros, grupos de estudio, centros culturales,
talleres de video y películas que recuerdan a Raymundo Gleyzer.
Entre otros merecen destacarse el libro El cine quema de Fernando Martín Peña y Carlos Vallina
y el formidable largometraje documental Raymundo de los
jóvenes realizadores Virna Molina y Ernesto Ardito. También el excelente
film Un arma cargada de futuro (destinado
específicamente a reconstruir la política cultural del PRT-ERP), parte de la
saga de Gaviotas blindadas ,
de Omar Neri y el grupo de Cine Mascaró.
En
todos estos casos, junto a documentos políticos de la época y a los testimonios
de militantes y combatientes guevaristas que lograron sobrevivir al exterminio
genocida de los militares argentinos, aparece retratado el Gleyzer padre, el
amante, el amigo, el inquieto documentalista itinerante y trotamundos, el
revolucionario, el intelectual, con todas sus contradicciones, sus miedos, sus
angustias, sus dudas, sus alegrías y su compromiso.
El
cineasta fue secuestrado pocos días después del escritor Haroldo Conti quien,
junto con el periodista Enrique Raab, el profesor Silvio Frondizi y el propio
Gleyzer, también adhirió al guevarismo del PRT-ERP. Conti y Gleyzer estuvieron
en el campo de concentración El Vesubio y el cineasta también habría estado
prisionero en el destacamento Güemes, cerca del barrio de Ezeiza. Secuestrados
y prisioneros que lograron sobrevivir a la represión relataron que los
militares torturaron salvajemente a Raymundo. En sesiones de tortura, le
habrían cortado los ligamentos de los pies e incluso habría quedado ciego.
Mientras a Silvio Frondizi lo asesinó en 1974 la Triple A, Raab, Conti y
Gleyzer permanecen desaparecidos. La dictadura militar fue impiadosa con todos
los revolucionarios, especialmente con los de origen marxista y guevarista a
los que siempre clasificó como “irrecuperables”.
Varios
directores del mundo iniciaron en los festivales de cine una campaña mundial
por la liberación de Gleyzer. Entre otros escritores García Márquez escribió
una carta pidiendo su aparición con vida. Mientras tanto, el 1 de junio de 1976
Alfredo Guevara, Walter Achugar, Miguel Littin, Carlos Rebolledo y Manuel Pérez
publicaron una declaración del Comité de cineastas latinoamericanos reclamando
por su libertad. Entonces la CIA informó, legitimando de hecho el secuestro y
las torturas, que según su “expediente” en Buenos Aires, en su casa había
albergado a refugiados chilenos perseguidos por el general Pinochet. Su mamá se
convirtió a partir de allí en una Madre de Plaza de Mayo. En el momento del
secuestro Raymundo tenía apenas 35 años.
Ejemplo
y paradigma para las nuevas generaciones
Lautaro
Murúa, director de cine y teatro y uno de los actores de Los Traidores, lo rememora cálidamente afirmando que: “A Raymundo lo veo como alguien muy valiente y romántico, algo que se
repetía en miles de muchachos de su edad”. Una caracterización
sobre su vida que quizás sintetice a toda su generación.
Lo
que Gleyzer generó en la cultura argentina y latinoamericana excede los
circuitos y perímetros del universo cinematográfico. Su obra también expresa
que se puede vivir de otra manera. Que los cálculos, el egoísmo, las
mezquindades y la mediocridad tan habituales en nuestros días, no están en el
corazón del ser humano. Son apenas un triste producto histórico. El compromiso
vital de Raymundo también demuestra que cuando el estudio y el talento van
acompañados de una ética inquebrantable y de una militancia insobornable, la
cultura puede transformarse en una arma explosiva y demoledora contra el poder.
Y que eso siempre tiene un costo. Raymundo Gleyzer estuvo dispuesto a pagarlo
hasta con la vida.
Su
sacrificio no fue en vano. Nuevas generaciones de jóvenes militantes, cineastas
y documentalistas, pero también jóvenes que hacen formación política y militan
en los barrios, en las fábricas recuperadas, en las luchas piqueteras, en el
estudiantado secundario, en el universitario y en todo el movimiento popular
argentino, hoy vuelven a retomar las mismas banderas y los mismos ideales del
Che Guevara por los que Raymundo luchó y entregó su vida.
Fuente:
Blog Marxismo Crítico
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