Una obra a punto de arribar al sendero sucio más extremo, el de la postverdad.





Posiblemente una metáfora poética, cabe pensarla hasta como un acto de justicia literaria. El libro que nunca se corporizó como tal, que nunca nació, acaso al que solamente se lo percibió mediante bocetos y ecografías imprecisas debido a ciertas constancias y borradores que dan fe de su existencia, esperanza arbitraria, infundada, nos revela hoy su esbozo terminal, su certificado de defunción prenatal.
Existe una portada, aunque yo le procuraría rango de preludio, modo "brillo testimonio", que seguramente quedará en el inconsciente colectivo de aquellos que deseaban durante este fin de año tenerlo entre sus manos, investigarlo, escrutarlo, disfrutarlo quizás. Y es muy injusto que dicha imagen sea esa significativa e impactante pintura, que sea ese ornato exquisito el que quede como documento de un fracaso anunciado, de mi fracaso anunciado; seguramente la bella y artística visión que tuvo Mary Sagasti de ese sendero con extremos sucios familiares no se corresponde a la escasa calidad de los cuentos y relatos que imaginariamente, aún creemos, descansan en su interior.

Intuyo, me atrevo a conjeturar, que el título del libro que "no fue" le hizo honor a su destino y viceversa. Cuando apenas abrió sus sentidos y los racionalizó, y comenzó a distinguir los aromas y colores del sendero, cuando empezó a reconocer sus dilemas y contradicciones, sus bienvenidas y despedidas, sus bendiciones y maldiciones, tuvo que partir, corrijo, fue clausurado, fue quemado por las oprobiosas musas de la descortesía artística: "pasaron cosas" en estos más de cinco meses, aseguraron las nueve malévolas amantes de Apolo, incisos que nos sentencian intelectualmente debido a que según ellas, no los alcanzamos a entender. La tragedia griega en su faz ecuménica. Dos fuerzas nobles, virtuosas e inocentes en disputa no deseada; en medio, los poetas, los frágiles creativos y sus humanas desdichas inmateriales con las cuales los Dioses se pervierten, juegan y divierten a placer. Que no se responsabilice a nadie rezaba el maravilloso y cínico relato de Julio Cortázar en Final de Juego, tal vez mi libro preferido del maestro, aunque es muy difícil tabular tanto genio; fue el destino, fue un pulóver azul el que lo alejó, lo encerró y lo mató...  si sucede conviene

Hay sueños que necesitan reposo escribió Antonio Porchia, sospecho que en este caso el reposo incluye el concepto de eternidad, reposo perpetuo, reposo y olvido, pero es una presunción tan solo. Ojalá no sea de esta manera, no me gusta tener razón, escojo ser feliz, y  espero que las musas, al final del sendero, exhiban alguna dosis de piedad y prolonguen temporalmente el  último paso adelante. Por el momento estimo que…


…tal vez el día que no esté
alguien destape un libro
que haya escrito
dándome por vivo.
Es probable
que por un instante
vuelva a percibir, amar, resistir;
intuirme menos muerto.
Por ahora no hay alivio.
Distanciado de mis deseos
persisto, sólo persisto;
deslucido, apagado,
vulgar estado de regreso
con espacios ilusorios,
espectros silentes
que abusan de mi espalda,
moralmente enamorada
de la eternidad
y su néctar de finitud.
Tal vez el día que no esté
alguien descubra un libro
que yo haya escrito
dándome por vivo,
observando que deseo
sin gozar que deseo,
como aquellos que con dicha
disimulan vivir olvidando discernir.
Juego,
le concedo recreo a la tragedia
haciendo que vivo,
dado que la muerte me es ajena,
extranjera de mí
y del sitio en que nací,
luego de mi primera muerte,
primer dolor, llanto fundacional.
De modo
que cumplo con todos los requisitos
para afrontar la finitud;
sigo vivo, respirando simulacros...


Quiero en el final expresar mi enorme gratitud a todas y todos aquellos lectores, amigas y amigos, que interesados en la obra, deseosos de leerla o simplemente para obsequiarla en estas fiestas -en lo personal estaba esperanzado por compartir varios ejemplares con mis afectos cercanos aprovechando el próximo encuentro festivo-, recibirán la novedad con algún dejo de melancolía, tristeza quizás, no es para tanto, las tragedias cuentan de sí que más se perdió cuando su génesis. Pensemos por un instante que solo se conocen en el presente menos de una decena de obras tanto de Esquilo como de Sófocles, y una veintena de Eurípides, mayúsculos talentos de la literatura universal los cuales ensayaron en sumatoria casi tres centenares de obras. La vida es un mesurado promedio de sinsabores, y me atrevo adicionarle a dicho promedio no pocas dosis de desilusión…, y dije tragedia.. entonces Troya, y su incendio... 



Cuéntame, Musa,
la historia del hombre
de muchos senderos,
que, después de destruir
la sacra ciudad de Troya,
anduvo peregrinando
larguísimo tiempo


(La Odisea - Homero)






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