Oleo de Zdzislaw Beksisnki
Nuestra muy respetada compañera y amiga Claudia Serra, cuadro político y analítico de enorme formación y jerarquía, sobre la base de la nota que en este mismo
espacio publicamos el lunes 10 de diciembre pasado, propone incluir dentro del debate al estupendo
ensayo de Manuel Fontenla, y al mismo tiempo nos invita en el epílogo para que reflexionemos
juntos a propósito de ese ADN bastardo, apátrida, ortiba, neoliberal…
Primero los invitamos a leer el jugoso ensayo de Manuel Fontenla
Ganan porque entendieron algo que nosotros no:
pistas para un análisis de la política neoliberal
Por Manuel Fontenla para
La Tinta
Fuente:
Parte 1
Parte 2
Las líneas que siguen no son ni una alabanza ni una oda al partido que
conduce Mauricio Macri, son, como tantas otras que circularan estos días, una
reflexión sobre su accionar y su exitosa capacidad política para construir
poder, no solo poder mediático, sino sobre todo poder electoral. Tal vez, a diferencia de esos tantos otros
análisis este tendrá dos particularidades, en primer lugar, intentar llevar
adelante la reflexión desde la filosofía y no desde la teoría política; y, en
segundo lugar, se hará un sincero ejercicio de poner el eje en los aciertos que
han llevado al Pro-Cambiemos a constituirse en una fuerza política nacional
contundente.
Sin poder “explicarlo todo”, tarea imposible a la velocidad de los
últimos acontecimientos y menos aún para la reflexión individual, esta nota
contará con dos partes, en la búsqueda de abordar tanto los aspectos micro como
los macro. Será tarea de los lectores dar articulaciones e interrelaciones,
como las múltiples aristas que quedaran por fuera.
I.
Lo micro. Identidades morales y subjetividades políticas
Para
caracterizar un gobierno y una ideología como la del partido Pro-Cambiemos, la
teoría política, el periodismo y también el sentido común han utilizado
términos como “derecha”, “neoliberal”, “conservador”, “capitalista”, entre los
principales. Para un amplio abanico de imaginarios políticos críticos sean de
izquierda, populistas, feministas, peronistas, etc. estas caracterizaciones
serian absolutamente obvias e innegables. Nadie negaría el carácter neoliberal
y conservador del gobierno de Mauricio Macri y las medidas que lo han orientado
en términos sociales, políticos y económicos en estos dos años.
No obstante,
los votantes del Pro-cambiemos ¿se perciben como conservadores y neoliberales?,
¿se sienten insultados, atacados, denostados, cuando se les adjudica esos
calificativos?, ¿se molestan y se apuran a demostrar porque no lo son, y cual
sí es su identidad política? Ni en las entrevistas a candidatos, ni en las
conversaciones cotidianas, ni en los medios públicos, uno puede rastrear un
problema o un inconveniente con estas calificaciones por partes de los votantes
del Pro o de sus dirigentes, más bien nos hemos dado con lo contrario, que
estos calificativos, resbalan a la mayoría “conservadora, de derecha, neoliberal
y capitalista” de la sociedad.
Esta situación, ni casual ni azarosa, es uno de los primeros grandes
aciertos del macrismo: haber construido una identidad política inmune a la
crítica política, una
identidad para la cual las distintas oposiciones no han sabido construir ni una
definición ni un concepto preciso que pueda interpelar la identificación de los
propios votantes del pro, que pueda ponerlos frente a un espejo incomodo, o
cuanto menos, de incertidumbre. Este
primer acierto puede ser resumido como la capacidad de construir una identidad
política, que es no-política. Así de incoherente como suena, así de efectivo.
Una identidad no-política dinámica y móvil,
capaz de adaptarse a una multiplicidad de definiciones y, por tanto, capaz de
evitar y cuidarse de una gran lista de acusaciones y ataques. La primera y más
efectiva forma de esta nueva mutación, ha sido el giro hacia una identidad
moral. La segunda y también de gran contundencia, es el giro hacia una
identidad afectiva. Ambas van de la mano.
Para
explicar estas mutaciones los conceptos de la teoría política mencionados
anteriormente (conservador, oligarca, etc.) se vuelven inútiles, no poseen ni
una referencia empírica, ni una capacidad explicativa. En su lugar, podes
utilizar un concepto de la filosofía como es el de subjetividad. La subjetividad intenta definir cuáles son los
fundamentos desde los que las personas interpretan el mundo, y por tanto, en
base a los cuales toman (entre otras) sus decisiones políticas y electorales. Y
lo que la mayoría de las investigaciones antropológicas, filosóficas,
sociológicas, psicológicas, de mercado de consumo, de usos de la tecnología,
del género y la sexualidad, etc. de los últimos años afirman con amplio
consenso, es que esos fundamentos son rara vez ideológicos, rara vez de clase,
rara vez económicos, y mucho más rara vez, democráticos. Llegados este punto,
se nos plantea una pregunta harto compleja de responder ¿desde qué fundamentos
subjetivos interpretan el mundo los sujetos? O la más abarcable y que orienta
estas líneas, ¿desde qué fundamentos subjetivos interpretan (creen interpretar)
el mundo los votantes del pro-cambiemos?
Pongamos un
ejemplo para guiar la reflexión: uno de los fundamentos de la subjetividad del
votante macrista es cierta idea de libertad, definida exclusivamente como lo
contrario a cortar una calle o pintar una pared, o “romper” la vía publica, o
manifestarse interrumpiendo “la libertad” del otro. Como identidad política,
esa actitud fácilmente puede identificarse como “conservadora”, pero eso
explica poco y nada. Como fundamento subjetivo que permea, atraviesa y define
el conjunto de las percepciones sociales, y que da forma a una identidad moral,
esa idea tiene un enorme poder de autodefensa para el sujeto-macrista y ayuda a
entender porque ese simple y vacío argumento, puede rebatir una interminable
lista de análisis sociales sobre las practicas violentas del estado frente al
derecho a la manifestación de sujetos marginado, perseguidos y empobrecidos. El
pensamiento crítico piensa y hablar desde una idea política de la libertad,
frente a la cual el macrismo contrapone una idea moral a-política de libertad,
una discusión entre sordos, sobre la cual la subjetividad macrista avanza sin
inconvenientes.
Otro caso,
pienso en la provincia de Catamarca desde la cual escribo, es la religión como
fundamento subjetivo. ¿Cómo preguntarnos por la relación entre el discurso de
los curas y sacerdotes respecto al problema de la droga y su
correlato/influencia en lo electoral? ¿Cómo afecta la subjetivación religiosa a
las percepciones político-sociales? Quienes militamos territorios marginales
del interior del país sabemos del profundo impacto y efectividad que tiene la
presencia de los curas, párrocos, sacerdotes, etc. y sus respectivos discursos
sobre la corrupción moral de la política y el negocio de la droga, dos ejes que
el macrismo ha sabido subjetivar fuertemente en sus votantes.
En ambos casos lo que vemos es la afirmación
de un principio moral que se constituye en fundamento de la subjetividad y que
anula todo tipo de ecuación racional sobre la política, sobre la justicia,
sobre los derechos, sobre la igualdad, etc. La discusión, simple y
sencillamente, no es política, no se juega en argumentos de “Economía
política”, ni de “relatos políticos”. De ahí la inefectividad de buena parte de
la constante ofensiva de los medios críticos del oficialismo. Hacer la
traducción de una reforma laboral, de una reforma impositiva o de una reforma
educativa a un planteo moral, es algo extremadamente complejo.
Para un
tercio del país, una reforma económica que empuje a una gran parte de la
población a la pobreza y la indigencia, no es algo que a simple vista este
“mal”, o sea, “incorrecto”; y sí es interpretable en esos términos, ahí el
macrismo ha construido una percepción absolutamente concreta y certera:
“Estamos corrigiendo las maldades anteriores” (corrupción gremial, corrupción
de altos funcionarios, corrupción de artistas nac and pop, corrupción de la
juventud política, corrupción de empresarios K, etc.).
Un caso
paradigmático son las declaraciones de la Ministra de educación porteña Soledad
Acuña quien en una entrevista radial afirmo respecto a las tomas de colegios,
que más allá de lo que afirmaba la Ley, su tarea era “decir qué está bien y qué
está mal, y tomar un colegio está mal”. La afirmación es contundente, ante el
apelativo moral no hay argumentos políticos ni discusión racional alguna.
No pretendo con los párrafos desarrollados hasta aquí intentar explicar
la tremenda complejidad que poseen las formas de subjetivación política que ha
desplegado el Pro-cambiemos, pero sí señalar que ellos han entendido y llevado
a la práctica algo muy acertado que el resto de las fuerzas políticas (más
tradicionales) no han sabido ver. Los partidos políticos, históricamente se dirigían a una identidad
política, en términos ideológicos (clase, orientación economía, polarización
entre conservador y progresista, derecha-izquierda, etc.), por el contrario,
los medios masivos de comunicación y las nuevas tecnologías se dirigen a la
subjetividad política (afectividad, ambigüedad, moralidad, dinamicidad, etc.).
Lo cual no significa que todos debamos girar hacia esas formas de la política,
pero si intentar comprender por qué el macrismo tiene tan brutal y contundente
defensa de sus votantes a pesar de haber tenido a 5 días de las elecciones, la
peor tormenta que ninguno de nosotros podría haber imaginado uno o dos años
atrás: un detenido desaparecido asesinado en democracia, con absoluta y clara
complicidad de altos funcionarios del gobierno, como Patricia Bullrich y Pablo
Noceti (entre una larga lista).
Frente a este suceso, si hay algo
que ha quedado claro, es que el macrismo ha sabido afincar a fuego en la
subjetividad de sus electores y defensores la absoluta certeza de su identidad
moral a-política socialmente sorda.
Muchos autores/as,
se han volcado en los últimos años al estudio de estas subjetividades, su
relación con lo neoliberal y la política. Uno de ellos, es el excelente trabajo
de Diego Sztulwark publicado
a inicios de 2016, Micropolíticas neoliberales, subjetividades de
la crisis y amistad política. Allí, Sztulwark da algunas pistas
claras para enmarcar y expandir el análisis que estoy haciendo. En primer
lugar, afirmaba que “hemos pensado lo neoliberal desde un punto de vista
estrictamente macropolítico: normalmente el lenguaje periodístico en estos
últimos 10 o 15 años es el lenguaje con el que se piensa la política. Es un
límite de nuestra época, pensar la política tan dominantemente a través del
lenguaje periodístico de los medios, como si fuera el único género narrativo en
el que nos pasa la política”.
En segundo lugar,
“el neoliberalismo no es solamente una política que el Estado aplica en ciertas
coyunturas, referente a determinada gestión de los recursos, sino que es un
conjunto de dispositivos micropolíticos (…) Lo neoliberal o el capitalismo
contemporáneo no como un fenómeno de hegemonía política, no como un fenómeno
discursivo, retórico, de partido político que gana elecciones, sino como un
fenómeno que no necesita ir a elecciones. Por lo tanto, no hay cómo discutir al
neoliberalismo. Va a elecciones, pierde; y hay neoliberalismo igual”.
Y, en tercer
lugar, “el neoliberalismo es la primera forma de dominación política que pone
en el centro absoluto de la experiencia de la libertad. Somos libres de hacer
lo que queremos, nadie nos dice lo que tenemos que hacer. Esa libertad –que
puede contrastar con nuestro ideal genérico de libertad, y está bien que
contraste, porque el neoliberalismo es ante todo una forma de dominación
política– es una manera de dominar en la que servidumbre y libertad se
revierten todo el tiempo una a otra al nivel de los dispositivos
micropolíticos”.
Lo macro. El vacío histórico como forma
política y la mercantilización del Estado
Dos ideas breves
para pensar lo macro. ¿Cómo explicar el fervor anti mapuche seudo-nacionalista
del macrismo? Para uno de los primeros teóricos de la nación europea Ernest Renán: “El principio no
naturalista de la nación moderna está representado en la voluntad de nacionalidad,
no en las identidades previas de raza, lenguaje o territorio. Es la voluntad la
que unifica la memoria histórica y asegura el consentimiento presente. La
voluntad es, de hecho, la articulación del pueblo-nación. La existencia de una
nación es, si me perdonan la metáfora, un plebiscito cotidiano […] El deseo de
las naciones es, en resumen, el único criterio legítimo, el único al que
siempre debemos volver”.
Según esta definición, la pregunta que sigue
es ¿cómo logro el macrismo instalar una idea de “nación argentina” que sus
votantes elijen en un plebiscito que se renueva a diario? La respuesta de Homi
Bhabha, gran intelectual que se dedicó muchísimos años a pensar el problema de
la nación, señalo lo siguiente, es sencilla, la voluntad de elegir todos los
días la nación tiene como condición un “extraño olvido de la historia del
pasado de la nación”.
Para la
política, y sobre todo la política argentina de los últimos treinta años, el
pasado fue un eje central, el pasado como horizonte de lo que “no se puede”, de
lo inadmisible, de lo que democráticamente hemos conquistado. La estrategia del
macrismo es formidable, una idea de nación cuyo sustento es el vacío histórico.
Su retórica y la de sus funcionarios, es clara a este respecto, su idea de
billetes con animales y paisajes en vez de personajes y hechos históricos, es
una corroboración burlesca de esta gran subjetivación de la nación argentina
macrista.
Pero el
teórico indio refuerza su idea: ese olvido es la violencia implicada en establecer
la escritura de la nación, constituye el comienzo de la historia de la nación.
Olvidar el genocidio cometido a los mapuches está en el ADN de la idea de
“argentina” que impulsa el macrismo. Pero no de manera explícita, no negando
esa historia, sino con el truco de la afirmación cotidiana del presente de la
nación y del futuro de la nación, de su plebiscito voluntario cotidiano.
Parafraseando
a Bhabha, podríamos escribir: “Todo ciudadano argentino tiene que haber
olvidado [está obligado a haber olvidado) el genocidio de la ‘conquista del
desierto’ que tuvo lugar en el siglo XIX. Mediante esta sintaxis del olvido (o
de la obligación de olvidar), la identificación problemática de un pueblo
nacional se hace visible. El sujeto nacional es producido en ese lugar donde el
plebiscito cotidiano, el número unitario, circula en el gran relato de la
voluntad”.
El macrismo
tiene como eje en la subjetividad de sus fieles a nivel macro, este deseo
(moral a-político) de refundar la nación, pero no desde un determinado pasado
histórico, sino solo a partir de su voluntad presente (individual y
emprendedora). En este no mirar al
pasado, en este deber de olvidar el pasado para unir a los argentinos, entre
esas enunciaciones y la reactualización de la violencia racista contra los
pueblos originarios del sur al norte de nuestro país, hay dos claros e
interconectados movimientos de refundación nacional. Y hay, además,
una gran estrategia de desactivación del discurso crítico proveniente de
sectores de izquierda, cristinistas y peronistas, que intentaron
infructuosamente vincular el macrismo a políticas de los noventa y de la
dictadura, tanto como intentaron afirmarse en las conquistas del pasado
político.
La segunda
referencia para pensar lo macro, es un aporte del filósofo boliviano Luis Tapia, que retomo de su
texto Una deconstrucción punk de la razón política neoliberal, escrito
a fines de la década del 90. Uno de los primeros puntos que analiza Tapia es la
diferencia entre liberalismo clásico y neoliberalismo económico y político. Lo
que distingue al segundo, no es el contenido normativo, el modelo social o la
antropología implícita, que básicamente son los mismos, sino el hecho de
que el neoliberalismo se
rearticula como un discurso y una política negadores de los desarrollos
históricos en lo económico y lo político de las sociedades contemporáneas,
experimentados durante el último siglo en particular.
Esto
significa que el liberalismo como el neoliberalismo, en su concepción de
individuo, de sociedad, de economía y de estado no han cambiado sustancialmente
desde sus inicios, pero las historias han experimentado desarrollos humanos y
sociales no reducibles al modelo social y a la antropología filosófica liberal.
Es decir, no todas las formas de vida pueden ser explicadas según la filosofía
del neoliberalismo, ¿Cuáles? Las de los pueblos mapuches para empezar. Al no
poder dar cuenta de estas otras realidades históricas, la reafirmación del
neoliberalismo se traduce en lo que Tapia llama “el cierre de la razón, y el
cierre de la política”.
En esta
línea, el discurso neoliberal actual “presenta las crisis contemporáneas como
resultado de los desvíos respecto del modelo liberal y no como un resultado de
las estructuras económicas y sociales que dicen organizarse bajo sus principios,
como es el caso del capitalismo”. Una lógica parecida a la recién mencionada
del Olvido como condición del presente.
Tapia,
también se preocupa por el nivel de la subjetividad en relación al
neoliberalismo, mostrando sus diferencias con el liberalismo para entender cómo
ha sido su proceso histórico. El liberalismo es definido como una forma de
subjetivismo cósico radical, que tiene problemas con la intersubjetividad, es
decir, el liberalismo piensa la interacción individual básicamente a través de
la mediación de las cosas convertidas en mercancías. El mercado es el ámbito de
la intersubjetividad instrumental. Por
eso la razón política neoliberal se aleja de la deliberación en un ejercicio de
negociación cuando está en el mercado, y deviene monológica cuando está en el
estado o es razón de estado. Así, este subjetivismo se vuelve un
objetualismo incapaz de explicar la formación e historia de la subjetividad y
las dimensiones no instrumentales de la intersubjetividad.
El resultado
de esta relación entre subjetividad y mercado, es que, en esta razón
neoliberal, se piensa la política como Estado solo para controlar, vigilar y reducir
la interacción social como mercado, es decir, se quiere que la política cumpla
tareas diferentes al mercado, pero sobre la base de prácticas similares.
Finalmente, siguiendo este razonamiento (mucho más complejo de lo aquí
presentado a modo de resumen): si el estado es un modo de reducción y control
de lo social en los márgenes del mercado, se podría decir que la democracia
liberal es un modo de reducción de la política que tiende a aparecer fuera del
estado, convirtiéndola en un mercado.
Convertida la democracia y el Estado a las lógicas instrumentales del
mercado, pues quien mejor para saber cómo gobernarla, que los grandes CEOs del mundo financiero.
En este
sentido, Luis Tapia nos da una resumida y precisa definición del
neoliberalismo:
“El neoliberalismo es una estrategia
discursiva de ocultación continua de la sociedad o de lo social en los hechos
históricos. Es una estrategia de reducción de los hechos sociales e históricos
a una mera circulación de cosas y satisfacción de cálculos instrumentales. En
este sentido, es una estrategia discursiva de reducción de la complejidad en la
intelección de lo real. Es una reducción ideológica y un esquema de
organización, justificación y legitimación de las estructuras sociales de
desigualdad, negadas o desconocidas precisamente a través de ella”.
Bajo este
neoliberalismo, su razón política opera como un modo de reducción de la
diversidad de prácticas políticas a su modelo de interacción instrumental, aquí
quedan entrapadas nuestras formas organizativas populares, comunitarias,
sociales, nuestra certeza del poder de “la calle y las plazas”, de los actos y
las arengas, de los acuerdos y las ideologías, y una larga lista de prácticas que
caminan por la delgada cornisa del anacronismo político.
Por esto,
entre otras cosas, es tan problemático pensar la diversidad y el pluralismo a
partir de la razón política neoliberal, por ella andamos como perdidos
naufragando en la construcción de oposiciones políticas anti-neoliberales. Como
nota a pie de página, esta hipótesis, podría ayudarnos a pensar, que, repensar
la democracia más allá del mercado implica pensar e incluir lo social más allá
del mercado, tal vez, mucho de lo realizado por el kichnerismo en sus gobiernos
tuvo más de “inclusión de lo social en el mercado” que de democratización más
allá del mercado.
Difícil,
terminar este análisis con alguna respuesta a la complejidad de las aristas
planteadas, y en tan breve espacio, no obstante, entre las pistas sugeridas, me
animo a cerrar con una del mismo Luis Tapia, que arroja en las dos últimas
palabras de esta cita como un gran llamado de atención a lo que podría ser una
subjetividad anti-macrista y anti-neoliberal: “Contra las formas de reducción de la política, democratizar implica
ampliar el reconocimiento de lo social y su contingencia a través de una
ampliación de la política que se desplaza de la estatal vigilancia y protección
de la propiedad privada y la reducción de lo social, hacia la producción
intersubjetiva y dialógica de la subjetividad individual y el horizonte
cultural de existencia colectiva”.
Por Manuel Fontenla para La Tinta.
Epílogo y Conclusión, por
Claudia Serra
Si bien nada nuevo hay bajo el sol (el ortibismo
de la sociedad argentina es estructural), es más que pertinente la pregunta que
se hace la autora: "¿quién es realmente argentino hoy?".
Y la verdad es que no puede considerarse argentino al cretino que se orina en la soberanía y en sus compatriotas, máxime, si se trata de niños indefensos. Dirían los viejos políticos que un individuo así no es otra cosa que un apátrida. Y sucede que hay una masa muy considerable de apátridas que votan y deciden fronteras, recursos y reproducción de vida o muerte de personas nacidas en ese lugar al que parecen despreciar. Es un montonazo de gente malquistada con los vulnerables de todo tipo por no presuponerlos de su micro círculo, como si fuese posible evadir la interrelación diversa en una sociedad. Son los que desde una muy caprichosa construcción moral se ufanan de no adherir a la idea de igualdad. Resulta curioso que siempre comiencen sus opiniones con un elocuente "No sé, pero creo ...". Y que tal porcentaje de individuos comience una frase por "no se" es un recurso engañoso. Porque es un "no sé pero bien que me las ingenio para apoyar toda destrucción de que lo sea virtuoso para un conjunto extenso de personas".
Esa moral conveniente de la que habla Fontenla es absolutamente electiva y desnuda que su usuario bien sabe de su capacidad y voluntad de daño. Porque el ortiba "conoce" aunque comience la frase diciendo "No sé". Y así termina resultando una especie de anarquista fallido. Porque a diferencia del original, no propone nada alternativo. Destruye por el placer de destruir. Es pulsional 100% pero muy racional para comprender el impacto final de lo que emprende. Sabe que aniquila aunque no sepa el porqué de esa pulsión. Y por eso es tan difícil sumarlo a una acción constructiva y se cae a cachos la teoría de los tercios sufragantes y todo ese bla bla voluntarista. Porque el ortiba puede ser desde un malvado desembozado que no oculta su fruición punitiva hasta ese mal caracterizado "independiente" que la pasa bomba en el inasible nicho "ni", haciendo daño social pero desentendiéndose de su mano meciendo la cuna. Sin embargo, uno y otro son ortibas al fin y al cabo. Y muy poco argentinos aunque vistan camisetas albicelestes y se tatúen en el pecho las diez invenciones argentinas. Pero cada vez más se les dificultara ocultar detrás de todos esos clichés argentos, el profundo desprecio por el suelo que los parió.
Me consuelo pensando que los tiempos duros por venir, local y mundialmente, nivelaran los tantos y ya no serán posibles cosméticas del pensar tan rudimentarias y ruines.
Tiendo a identificarme con lo de Claudia que con lo que está antes que, tengo que admitir dejé de leer, me parece una soberana tontería dejar de lado el carácter reaccionario, amén de destructor, de este tiempo de oligarcas sin freno, para "concluir" que el problema es de "subjetividad", no, hermano, subjetividad las pelotas, el desastre es muy objetivo,...concreto, como también lo es esa pretensión de tanto compatriota de pretender ser lo que no se es, ni se puede ser. Y meterse en esta porquería a sabiendas, porque nadie puede alegar inocencia, vamos, ¿no somos acaso los que nos las sabemos todas?. Sería muy fácil si al autodesprecio patológico de tantos se lo pudiera reducir a una mera subjetividad.... pero bueno, lo dicho al principio, lo dejé de leer, muchas palabras para terminar en casi nada, o tal vez sea subjetividad mía, claro.
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