Pintura de Zdzisław Beksiński
Puede ocurrirle a alguno que, al contemplar su vida retrospectivamente,
reconozca que casi todos los vínculos fuertes que ha padecido en ella tienen su
origen en hombres sobre cuyo «carácter destructivo» está todo el mundo de
acuerdo. Un día, quizás por azar, tropezará con este hecho, y cuanto más
violento sea el choque que le cause, mayores serán las probabilidades de que se
represente el carácter destructivo.
El carácter destructivo sólo conoce una consigna: hacer sitio; sólo una
actividad: despejar. Su necesidad de aire fresco y espacio libre es más fuerte
que todo odio.
El carácter destructivo es joven y
alegre. Porque destruir rejuvenece, ya que aparta del camino las huellas de
nuestra edad; y alegra, puesto que para el que destruye dejar de lado significa
una reducción perfecta, una erradicación incluso de la situación en que se
encuentra. A esta imagen apolínea del destructivo nos lleva por de pronto el
atisbo de lo muchísimo que se simplifica el mundo si se comprueba hasta qué
punto merece la pena su destrucción. Este es el gran vínculo que enlaza
unánimemente todo lo que existe. Es un panorama que le depara al carácter
destructivo un espectáculo de la más honda armonía. El carácter destructivo
trabaja siempre fresco. Es la naturaleza la que, al menos indirectamente, le
prescribe el ritmo: porque tiene que tomarle la delantera. De lo contrario será
ella la que emprenda la destrucción.
Al carácter destructivo no le ronda ninguna imagen. Tiene pocas
necesidades y la mínima sería saber qué es lo que va a ocupar el lugar de lo
destruido. Por de pronto, por lo menos por un instante, el espacio vacío, el
sitio donde estuvo la cosa que ha vivido el sacrificio. Enseguida habrá alguien
que lo necesite sin ocuparlo.
El carácter destructivo hace su trabajo y sólo evita al creador. Así
como el que crea, busca para sí la soledad, el que destruye tiene que rodearse constantemente; el que destruye lo debe hacer entre gentes que atestigüen su eficiencia destructiva.
El carácter destructivo es una señal. Así como un punto trigonométrico
está expuesto por todos lados al viento, él está por todos lados expuesto a las
habladurías. No tiene sentido protegerle en contra.
El carácter destructivo no está interesado en absoluto en que se le
entienda. Considera superficiales los empeños en esa dirección. En nada puede
dañarle ser malentendido. Al contrario, lo provoca, igual que lo provocaron los
oráculos, instituciones destructivas del Estado. El más pequeño burgués de
todos los fenómenos, el cotilleo, el chisme, tiene lugar sólo porque las gentes no quieren
ser malentendidas. El carácter destructivo deja que se le entienda mal; no
favorece el cotilleo.
El carácter destructivo es el enemigo del hombre-estuche. El
hombre-estuche busca su comodidad y la médula de ésta es la envoltura. El
interior del estuche es la huella que aquél ha impreso en el mundo envuelta en
terciopelo. El carácter destructivo borra incluso las huellas de la
destrucción.
El carácter destructivo milita en el frente de los tradicionalistas.
Algunos transmiten las cosas en tanto que las hacen intocables y las conservan;
otros las situaciones en tanto que las hacen manejables y las liquidan. A estos
se les llama destructivos.
El carácter destructivo tiene la consciencia del hombre histórico, cuyo
sentimiento fundamental es una desconfianza invencible respecto del curso de
las cosas (y la prontitud con que siempre toma nota de que todo puede irse a
pique). De ahí que el carácter destructivo sea la confianza misma.
El carácter destructivo no ve nada duradero. Pero por eso mismo ve
caminos por todas partes. Donde otros tropiezan con muros o con montañas, él ve
también un camino. Y como lo ve por todas partes, por eso tiene siempre algo
que dejar en la cuneta. Y no siempre con áspera violencia, a veces con
violencia refinada. Como por todas partes ve caminos, está siempre en la encrucijada.
En ningún instante es capaz de saber lo que traerá consigo el próximo. Hace
escombros de lo existente, y no por los escombros mismos, sino por el camino
que pasa a través de ellos.
El carácter destructivo no vive del sentimiento de que la vida es valiosa,
sino del sentimiento de que el suicidio no merece la pena.
Comentarios
Publicar un comentario