Por
David Casassa, Profesor de Teoría Social de la Universidad de Barcelona, para
Revista Sin Permiso
Fuente:
Un curro, el que sea; si nos atrevemos,
uno que vaya un poco más con nosotros; un salario superior al umbral de la
pobreza; si nos atrevemos, uno que se sitúe algo más allá; y si no, un salario
y santas pascuas -que sea lo que Dios quiera-; una reducción de la jornada; una
baja; un papel que diga “concedida”; un subsidio; un expediente administrativo
favorable; una beca; una línea de crédito; un techo; luz, gas y agua; un trato
digno en casa; un rato para nosotros -para hacer política, para cuidar a los demás,
para perder el tiempo siguiendo el vuelo de la golondrina o vaciando la cabeza
con la mirada fija en un principio de grieta en la pared de la habitación-: he
aquí todo aquello, que es mucho más todavía, que las grandes mayorías sociales,
desposeídas de los medios necesarios para una existencia autónoma, mendigan día
tras día. Y esto no es vida. Porque una vida no se mendiga, una vida no se
suplica: instalados en la súplica, bajamos la cabeza y dejamos de ser nosotros.
Centrémonos en el trabajo asalariado.
El grueso de la tradición republicana, desde Grecia hasta nuestros días, lo ha
visto como algo incompatible con la libertad. ¿Por qué? Cuando firmamos un
contrato de trabajo “con el frenesí de los desesperados”, decía Adam Smith,
desde la urgencia de quien debe salvar la vida porque previamente ha sido
desposeído, transferimos el derecho a decidir nuestra propia existencia a
instancias ajenas a nosotros mismos: ¿cómo, con quién, cuándo, a qué ritmo, por
qué, para qué trabajamos en lo que trabajamos? Desde la desposesión, estas
preguntas no las respondemos nosotros. “Esclavitud salarial”, lo llamaba Marx.
“Esclavitud a tiempo parcial” -porque “sólo” estamos unas horas al día-, lo
llamaba Aristóteles.
Hubo un tiempo en el que las
tradiciones emancipatorias que ayudaron a conformar el mundo contemporáneo
también lo vieron así. Pero bien entrado el siglo XX, la pintura se desdibuja:
digno o indigno, el trabajo asalariado nos permite ganar unas habichuelas, y
ello no es poco. El pacto social que siguió a la Segunda Guerra Mundial, hoy
hecho añicos, supuso la aceptación de la esclavitud salarial, la renuncia a la
soberanía y a la democracia económicas por parte de unas clases trabajadoras
que, eso sí, ganaban cierta seguridad en la continuidad de sus ingresos y,
también, cierta protección social. Pero este pacto ha sido brutalmente roto por
parte de una oligarquía económica global cada vez más ahogada en el lodazal de
su propia parálisis rentista y, por lo tanto, cada vez menos dispuesta a seguir
contribuyendo a que la gente trabajadora pueda coger un poco de aire. ¿Qué
hacer?
Lo contrario de la súplica es una vida
en libertad. Y una vida en libertad exige el goce incondicional de recursos.
Cuando percibimos recursos -un subsidio de paro, una renta para pobres, etc.- a
condición de que nos hallemos bajo determinadas circunstancias -el paro, la
pobreza, etc.-, se nos obliga a interactuar, lo queramos o no, con el estatus
quo vigente, empezando por los mercados de trabajo capitalistas, que nos rompen
en mil pedazos y nos convierten en entidades extrañas a nosotros mismos, y, en
caso de que salgamos mal parados de todo ello -es decir, en caso de que
perdamos el empleo y caigamos en la pobreza-, posteriormente se nos asiste. En
cambio, la percepción incondicional de recursos nos permite mirar de frente el
estatus quo en cuestión y pronunciar, si así lo deseamos, un inmenso e insumiso
“así no” que abre las puertas a muchos “síes” a formas de trabajo y de
convivencia que hoy no podemos practicar porque nos encontramos abrazados al
hierro ardiente de la tabla salvavidas que se nos ha “ofrecido” en el mercado
de trabajo o en las muchas ventanillas donde se gestiona la pobreza.
Por todo ello, la renta básica -una
prestación monetaria establecida como mínimo en el umbral de la pobreza y que
toda persona percibiría con independencia de cualquier circunstancia que la
acompañe-, junto con políticas en especie -sanidad, educación, vivienda,
cuidados, cultura, etc.- concebidas también de forma incondicional, como
derechos de ciudadanía que nos equipen “de la cuna a la tumba”, permite un
reparto de la riqueza disponible, que es siempre un producto social resultante
de todo tipo de esfuerzos individuales y colectivos entrecruzados, que nos ha
de capacitar, a todos y a todas, sin exclusiones, para decir “esta es nuestra
vida” y para hacer circular dicha vida en los espacios que hacemos y sentimos
como propios. Bien mirado, en esto consiste una república plenamente
democrática. Mientras que la tradición liberal equipara libertad a mera
igualdad ante la ley -y esto no es poco-, la tradición republicana se preocupa
también por las condiciones materiales de aquellos y aquellas que viven en el
mundo regido por esta ley, y establece la necesidad de que se dispongan
recursos de manera universal e incondicional para que todos y todas gocemos del
poder de negociación necesario para administrar los “noes” y los “síes” que una
vida digna de ser vivida ha de poder acoger.
¿Podremos aprovechar los procesos de
robotización para deshacernos de las actividades más monótonas y repetitivas y
conquistar trabajos, remunerados o no, con sentido y consentidos? ¿Podremos
repartirnos libremente y sin angustias, corresponsabilizándonos de verdad, los
trabajos de cuidados que, hoy, las mujeres han de asumir irremediablemente y
con respecto a los cuales los hombres se ven desvinculados de un modo demasiado
abrupto? Necesitamos recursos incondicionalmente conferidos porque, en
definitiva, dignifica el trabajo que dignifica, y el que no dignifica,
sencillamente, no dignifica. ¿Podemos atrevernos a abolir la “esclavitud a
tiempo parcial”, haciendo del trabajo asalariado sólo otra opción, junto con el
cooperativismo, la autogestión y otras formas de emprender caminos propios?
¿Podemos atrevernos a hacer de la opción que escojamos, sea la que sea, una
opción cuya naturaleza podamos co-determinar en igualdad de condiciones con
respecto a todos cuantos participen en ella?
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