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http://lateclaenerevista.com/2018/07/28/la-espesura-por-horacio-gonzalez/
La espesura del peronismo es de carácter trágico y está compuesta de
momentos elevados, tormentosos, de fervores y caídas. Horacio González
reflexiona acerca de qué clase de espesura contiene hoy el peronismo para que
siga despertando querellas, debates e interpretaciones.
I
Hay una espesura en la historia compuesta de
momentos elevados, fervores tormentosos, sangre, alborozos y caídas. Se hace
cierto que lo que perdura contiene los trazos más dramáticos del ascenso y los
rasgos más notorios de la caída. Si los pensamientos habituales, cuando nos
ponemos un capote de seriedad, son aquellos del tiempo lineal y acumulativo,
cuando nos dirigimos hacia lo real vivo como historia, en cambio sobrevuela
sobre nuestras cabezas y nuestro espíritu un desorden repetitivo, una madeja
que se dio una y mil veces y para desesperación nuestra, nunca del mismo modo.
El peronismo, la expresión peronismo, habla principalmente de eso. No es que se
la descarte como una de las tantas formas en que se extiende en el tiempo una
identidad política. Pero en realidad lo que parece interesar más de ella es
decir hoy qué clase de espesura contiene para que siga despertando querellas,
debates e interpretaciones.
Véanse varias circunstancias de esa espesura,
es decir, de la frondosidad de planos que se superponen y a veces enroscan en
una jungla de significados dormidos, que se despiertan ante cualquier viento en
la hojarasca. El peronismo según el que le dio nombre, se preparó largamente.
Tuvo sus escritos y letanías, canciones percusivas y palabras de amor y de
guerra desde los estrados. A las tradiciones de ideas que gobernaban la
argentina, positivistas, yrigoyenistas, socialistas, nacionalistas, les
antepuso un cuadro clasificatorio con normas de acción, moralidades y
sentencias que intentaban codificar la astucia. Lo llamó conducción política, y
puso así ante una ostensible dificultad a los intelectuales que lo apoyaron,
pues ninguno de los que al cabo resultaron los más relevantes, abandonó su
lenguaje propio para comenzar a hablar “el idioma de la conducción”. Este
idioma suponía “conocer a los hombres”, saber cuánto podía esperar de ellos
según la persuasión que les era dirigida, la compensación de un paso en un
sentido con otro en el sentido inverso, el resumen de esos “choque de
voluntades” con la creación de una posición especial de mira, que era el saber
desde la colina, punto de vista que solo le era reservado al conductor.
Scalabrini, Jauretche, Marechal, Puiggrós y muchos otros se las arreglaron para
apoyar de distintas maneras, empleando diversos ángulos y matices, sin perder
su lenguaje propio, que era el que tenían (la gauchipolítica, el hombre
colectivo, la alegoría adánica, la etapa democrátrico-nacional-,
respectivamente) antes de aparecer las palabras que se decían en nombre de Clausewitz
y el propio nombre de Clausewitz.
Algo llevaba al peronismo a
hablar de revolución mientras tenía, en su conciencia previa, el espectáculo de
un mundo donde competían dos clases de revoluciones, la bolchevique y la
fascista. No quiso parecerse a ninguna de ellas ni mirarlas solamente por el
reverso; quiso en cambio contenerlas en sí mismo, en una simultaneidad que
implicaba aplacarlas, limitarlas, pulirlas, quizás moderarlas para siempre. Es
posible que como en los grandes momentos de crítica a las revoluciones, esos
espíritus templados eligieran también un lenguaje revolucionario para
interceptar unas revoluciones que parecían, y eran verdaderamente, grandes
movilizaciones que en un caso suponía expropiar a las burguesías y en el otro
purificar la raza. La movilización peronista fue una metáfora combinatoria, el
inconsciente mitigado de las otras dos, sigilosa en la lengua de su creador,
esa composición de esas dos revoluciones entrelazadas, mejor dicho
tornasoladas, tejidas con ambos hilos pero todo con matices que fueran los
máximos posibles. ¿Entonces no aportó nada el peronismo? De ninguna manera,
aportaba a su sentido de movilización un semejante sentido de control, de
disciplina, de lengua doctrinaria que se fusionara en la horma feliz de la “comunidad
organizada”. Sin embargo, albergaba en su seno la palabra revolución, la había
dicho, la había escrito, la hizo figurar en los escritos oficiales. Y es
fama que también dijo que los hombres empresarios, los poderosos de siempre,
los oligarcas, mejor la aceptasen antes de que debieran enfrentarse con
revoluciones más huracanadas, que ya se conocían y eran las que el peronismo,
revolucionariamente, venía a conjurar, sin duda a evocar, y seguramente a
frenar.
Esto originó una espesura y esa
espesura fue la tragedia del peronismo. La espesura no hace preguntas a su
identidad previa sino se tienta por un origen donde enreda las secuencias
preexistentes, las combina, las sopesa, las pone en platillos distintos, y los
desea equilibrados. Que uno compense al otro, que lo que se mueve de un lado,
se contrapese del otro. ¿Cómo proceder antes esos movimientos que parecían
tomados de alguna ciencia física? El conductor, figura extraída de textos muy
antiguos y que en Clausewitz -lectura favorita de Perón-, no aparece con ese
nombre necesariamente, sino bajo las designaciones de jefe, o comandante en
jefe. En el capítulo sobre el genio militar -que envidiarían tanto los
positivistas como los vitalistas-, Clausewitz dice que “a
Napoleón le asistía por completo la razón cuando afirmaba que muchas de las
decisiones que tiene que tomar un general constituyen un problema de cálculo
matemático, digno del talento de un Newton.” La introducción de este lenguaje en la
política habitual en torno a las ideologías políticas argentinas entrañó una
gran mutación. De las ideologías en pugna se pasó a la lucha de voluntades y a
los campos de fuerza, entendidos de una manera geométrica. Al declararse más
allá de las ideologías, con frase de sabor nietzscheano, Perón inferiorizó al “ideólogo”
-como Napoleón-, y postuló la primacía del profesional de la conducción.
Lo caracterizó y se caracterizó entonces como un profesional de la mediación,
la astucia, la oportunidad y también, como en Clausewitz, de la indeterminación
y el azar. Pero menos. No pensó que tantos juegos con el peligro -esto es
también Clausewitz puro, al que también leyó Lenin-, terminaran en tragedia. La
espesura del peronismo es de carácter trágico.
II
A eso me refiero entonces cuando postulo el
concepto de espesura para interpretar el peronismo.
Primero, su origen sobre-determinado, donde confluyen socialistas, comunistas,
anarquistas, radicales, en fin, el peronismo surge del vacío que se produce en
la conciencia de esos militantes- o de la fisura que se da en esas tradiciones
políticas-, pero faltaba el nombre del que por las noches viajaba a Berisso a
hablar con los obreros de la carne, y hacía discursos obreristas para obreros y
para empresarios, con tonalidades diferenciales en cada caso. (Para una
interpretación de actualidad véase la filmación que difundió el Grupo Octubre
de la recreación de la reunión de Perón en 1944 -encarnado por Palomino, muy
bien por cierto-, con los empresarios de la Chade, o algo parecido; un modelo
de negociación muy elocuente). Por lo que podemos apreciar, las tesis sobre
“preparar las acciones, ejecutarlas y explotar el éxito”, que guiaban el
pensamiento de Perón, a la manera de un partidario de la acción racional con
arreglo a fines, se superponían al drama en curso. La reclusión en Martín
García, las cartas a Evita, el retorno, el discurso en la Plaza, el “dónde
estuvo” de la multitud de futuros peronistas, las teas encendidas con el diario
la época del yrigoyenista Colom, el balcón, tan filmado por el cine argentino:
solo dos ejemplos, De Sanzo con guión de J. P. Feinmann (las figuras
tomadas desde atrás: novedad), y por Favio (también tomadas desde atrás, pero
las figuras contornándose en un sutil balanceo de derecha a izquierda: otra
novedad), donde era posible ver la forja del mito y a la vez la forja de los
relatos posteriores sobre el mito. ¿Quién hizo todo eso, Evita, Blanca Luz
Brum, Cipriano Reyes, Perelman… o ese síntoma difuso que parece un vacío y en
su fondo último era un llamado? En todo caso, muchos se lo atribuyeron. Ya
estaba allí la espesura del peronismo. Peronismo y espesura de un acto
legendario -con interpretación económico-social-, ya iban de la mano. Incluso a
la hora de dar un nombre a todo aquello, Perón comenta que finamente no quedó
otra alternativa que darle el suyo, en tanto síntesis maestra, llave conceptual
del todo.
Decimos espesura para querer significar las
estaciones de una serie dramática, espectacular. A los cuadros que había
pintado Clausewitz sobre el jefe y las pasiones del soldado, lo hacían temblar
los numerosos pasajes con que se iba configurando la identidad peronista, sin
el metodismo asombroso que le otorga el teórico austríaco-prusiano a su teoría
de las pasiones. Blasones, banderas, escudos que replicaban con estilo art-decó
el escudo nacional, canciones, la marchita desde las periferias carnavalescas
de los años 30 hasta la sinfónica del Colón y la voz de Hugo del Carril,
que acaso luego pensó en que no podía deshacerse más de ese sello definitivo
que ofrecía a la movilización social su timbre épico, las parábolas de
Mordisquito, el juego entre la fiesta y el odio, el fuego y los bombardeos, los
mártires, los conspiradores, el peronismo como nombre general de todo el
enjambre comunitario y el sistema educativo, la foto del tranvía con los
muchachos subidos en su techo, componiendo un trascendente y raro conjunto
humano y mecánico, movilizado por el peronismo y la electricidad.
La Iglesia: su apoyo al comienzo fue evidente
y una inmensa documentación lo confirma. De todo ello ni quedaría el padre
Filippo, aunque como siempre la voz de alerta del padre Benítez siguió hasta el
final, pues el confesor de Evita, como eminente teólogo que era se dispuso a
acompañarlo todo hasta el final. En las tesis de Horacio Verbitsky, el golpe
sangriento del 55, fue un golpe primigeniamente eclesiástico con un ala
militar, y no al revés. Sugestiva cuestión. Si es así, el modo de aceptar tal
derramamiento de sangre, tan desproporcional -las quemas de iglesias habían
subido a su vez la apuesta, pero asimismo eran reacción a las bombas colocadas
entre la multitud por los comandos civiles-, indicaría de que se trataba de una
iglesia que aceptaba las proposiciones de la “salvación por la sangre”, tal
como lo expresan los textos ultramontanos de Joseph de Maistre contra la
Revolución Francesa. Lo mismo ocurría a mediados de los 70. El largo exilio de
Perón es quizás el aspecto dramatúrgico más importante de lo que aquí llamamos
la espesura del peronismo. La correspondencia que el exilado entabla con Cooke
es una pieza candente, no hay nada parecido por la intensidad polémica que
tiene y la lección humana que contiene respecto a la “pérdida del reino”, el
habla de los conspiradores que están fuera del Estado que antes poseyeron. Los
nombres de los resistentes armados fueron muchos y abundan los martirologios,
los torturados y los primeros desaparecidos. Los episodios del retorno se
realizan en un clima de tercermundismo, socialismo y empuje revolucionario. La
fusión de los dos grupos armados más importantes, Far y Montoneros, es saludada
por la revista Pasado y Presente, conocida publicación de los gramscianos
argentinos, como el hecho más relevante de la época.
En Ezeiza, a la hora del retorno
definitivo, Perón tuvo que optar, rompiendo de hecho la trama arácnida que había
compuesto con los equilibrios entre las facciones que adoptaban el nombre del
peronismo -pues él así lo había consentido-. Eligió una de las versiones que
sintió más cercana. No se podría decir, en tanto, que al descartar, progresiva
o súbitamente al ala socializante, no haya sentido cierto escozor. Eran sus
propias lecturas y formulaciones estratégicas, y el mismo operador vacío que
había dispuesto en torno a su figura de conductor, lo que se estaba
despedazando.
III
Parte oscura de ese espesor histórico del
peronismo es entonces la quiebra del nombre. Su línea interior organizativa
-gremios, partidos, ramas, movimiento, veinte verdades-, y su línea elegíaca
-nunca mejor confirmada en el llanto por Evita y la elaboración moral de su
Altar Cívico-, podían entonces formar parte, ya, de los grandes motivos del
recuerdo de una época de la que se dijo que fueron los “años más felices de la
vida popular”. No podía imaginar el peronismo que si irrupción, tan preparada
como casual en la historia nacional, iba a dar otro resultado que el
autoasignado, el de la “felicidad del pueblo y la grandeza de la nación”. Pero
tocó tantos nervios sensibles de los antiguos poderes con los que intentó no
pocas alianzas, que exigió de la cruz y la espada protagonizar los actos
siniestros que bien conocemos -el ataque militar sorpresivo a una ciudad
capital con bombardeos aéreos múltiples y desatinados-, y que originaron una
onda persistente de repudios, que acentuaron la fragua resistente, la leyenda
vivía de la lucha, el sacrificio y el retorno.
Algo intuyó Perón de lo que
significaba esa época de militantes armados. La idea de la conducción incluía
averiguar, interceptar, contener. Taco Ralo, hecho sin el acuerdo de Cooke en
el mismo año en que éste fallecía -amargado, sin embargo irónico ante la
muerte, donando sus restos a los estudiantes de medicina-, mostraba que Perón
deseaba tener su propia guerrilla, tan improvisada como fuere, dócil, y no
fuertes organización complejas, con cuadros que venían de la izquierda y que aunque
uno de ellos fuera uno de los máximos filósofos jóvenes de su tiempo -Carlos
Olmedo-, dijera que el peronismo “no era un club donde uno entraba, sino una
forma de la historia popular donde siempre se había estado aun sin saberlo”,
parecía evidente que esos núcleos tan ensamblados en sus ejes propios, no iban
a aceptar la orden propia de las guerras clásicas concluidas, la orden de
“desmovilización”. La quiebra del nombre no es fácil. Decir “infiltrados”,
“traición”, “burocracias burguesas”, podían ser diferencias válidas de
trinchera, pero la tragedia, en el sentido de la lucha por un nombre que,
respecto del pueblo, “se lo había sabido conquistar”, según definía la célebre
marchita, seguía ingresando como aceite viscoso en la memoria militante del
país y en capas profundas de la sociedad.
No estiraremos más de este punto una historia
conocida, toda sombreada por este tinte de despilfarro de vidas, desgarro de
identidades y cuerpos entendidos como materia prima que mostraba hasta dónde
estaba dispuesto a llegar el Estado, ente oscuramente aglutinador donde parte
del peronismo estaba incluida y su espejo inverso era, por cierto, antiestatal.
Perón, ya muerto -el “muerto” como le dijo secamente Balbín en el discurso de
despedida-, no lo hubiera imaginado de este modo. Arguyó que su revolución era
en paz, y es posible creerle en absoluto. Su viaje por Italia y España en fines
de los años 30, lo había convencido de dos cosas. Que las masas populares
acompañaban en situaciónes extremas las ideas revolucionarias (Rusia, Italia) y
que cuando ambas posiciones extremaban sus diferencias, una nación marchaba
inexorablemente hacia la guerra civil (España). Por eso había que ensayar una
forma débil de enhebrar aquellos ecos de las multitudes romanas y soviéticas,
para encuadrarlos en una revolución nacional con promoción de amplias políticas
sociales, y comenzar a dar indicios de pacificación en un país
donde hasta hacía poco, nacionalistas y comunistas expresaban en
las calles sus diferendos, unos con las Ligas Patrióticas, otros con el Buró
Latinoamericano de la III Internacional, que había apoyado la revolución de
Prestes en Brasil, sin faltar los yrigoyenistas armados, que hasta mediados de
los 30 contaban incluso con un sector militar.
Es posible concebir a un Perón dubitativo en
el trasfondo último de su conciencia de jefe, que no filtraba fáciles indicios
de intimidad. ¿Dubitativo de qué? De si había hecho bien romper tan
tajantemente con los que hasta hacía poco había alentado. Sus últimas palabras
sobre la herencia -es el “pueblo”-, dejan una filigrana de vacilación. Estaba
en juego su ideal del Conductor, que contenía todo lo que pronunciase él y lo
que se pronunciase en su nombre. Eso ya no era posible, incluso porque en su
retorno, había intuido con fuerza insospechada, que en el fondo venía a reponer
su nombre sobre su propia figura como sujeto unívoco de enunciación. Todas
estas circunstancias en torno a la herencia podrían ser todo lo épico-trágicas
que nadie interesado por la convulsión social argentina podría desmentir, pero
no podía escaparse del espíritu avizor de cualquier peronista que de ahí en
adelante el peronismo cargaría su espesura histórica como un gabinete de
puertas entornadas, un diadorama observable en góndolas vidriadas, una espesura
gélida.
La espesura gélida corresponde a
un peronismo que tiene una vastísima historia repleta de momentos
hagiográficos, relatos al modo de la vida de santos, el Acta Sanctorum erigida
en la memoria como pocos pueden tenerla, pero he aquí el problema, de un modo
congelado. Los manuales de tratamiento ritual están a la orden del día, no les
falta acompañamiento popular pues si bien no todo “está grabado en la memoria”,
como dice León Gieco, persiste en sectores incluso juveniles de la población
una atracción por la gesta del peronismo, que hoy, y por esa vía, puede evitar
a las militancias de izquierda tanto como a la los intercesores con el capital
financiero mundial de los que ofertan como “peronistas racionales”. Pero la
apelación al peronismo sin más es una pieza arrojada a un complicado campo de
operaciones políticas, donde lo que está a la orden del día es la captura del
voto kirchnerista-peronista y en segundo lugar, diseñar un concepto de
“peronismo” capaz de horadar las vicisitudes concretas del reciente tiempo
histórico, a fin de absorber al kirchnerismo –“que de una señal de generosidad
y se abstenga”-, y de artificiosa vida a su espesura escultórica ya
consolidada, para ser un posible relevo de una “nueva argentina” -pero sin
novedad y sin argentina, sin nada de lo que conocimos bajo ese nombre.
IV
El kirchnerismo tiene su espesura propia
también. En cierto sentido se superpone a la del peronismo, pero contiene zonas
propias y específicas. Son zonas vivas, que no siempre suelen ser reconocidas
de ese modo por los propios kirchneristas. En primer lugar, el “modelo de
llegada” al gobierno consistió en una aserie de contingencias inhabituales aun
en un mundo político del cual siempre se sabe que se caracteriza por hechos
impensados y acontecimientos inesperados. Luego, la clara certeza de que habían
cambiado los tiempos -como se le recomendaba al príncipe maquiaveliano, el
tiempo gira –e le cose girano-,
y que había que marcar con simbolismo de súbita pureza ese hecho: descolgar un
cuadro fundamental en un lugar fundamental, abrir la ex Esma, reforzar los
juicios. Y después el aire de excepcionalidad acontecimiental. Convivían en el
gobierno kirchnerista actitudes sumamente acogedoras de la novedad no fundada
en rígidos antecedentes peronistas. Se libraron así fuerzas significantes que
estaban paralizadas desde los años 70 y se dejó abierto el problema del guión
que separaba a kirchnerismo y peronismo. El guión los unía y los separaba al
mismo tiempo, e impedía el debate urgente sobre si había allí en reposo, pero a
punto de despertar una dialéctica por la cual del peronismo cuyos signos
estaban estancados, el kirchnerismo extraía su fuerza en la capacidad selectiva
de desbrozar uno de otros y de absorber en su propio nombre el nombre del
peronismo. No obstante, nadie se animó a decir tanto, y por momentos, el
refugio del kirchnerismo en el peronismo salvaguardaba de las inclemencias de
la real-politik, mientras por acciones laterales se buscaba implícitamente
desligar la zona activa del peronismo de su atadura ritual, y volcarla como
letra viva en las entrelíneas del peronismo. El nombre de Cámpora, invocado
nuevamente, servía para ello.
De tal modo en el kirchnerismo
hay también una espesura propia, que comparte y refina la del peronismo, no
siempre de una manera asumida teóricamente, sino con un ademán culposo. ¿No
sería mejor invocar al “peronismo sin más” en vez de idealizar secuencias
innovadoras con planteos frentistas más coherentes? Porque el peronismo sin más
es un mar sin contornos, donde habita una derecha ideológica encubierta en los
más diversos matices. Por eso el alfonsinismo tuvo con el radicalismo la misma
relación que el kirchnerismo con el peronismo: síntoma de reposición de temas
movilizantes, quitándoles el moho, actualización desprejuiciada de conceptos, y
formulación de una tibia dialéctica que permitía “superarlos, pero
conservándolos en su carácter de veneros de la memoria”. Pichetto y Morales
representarían en este cuadro la “implementación” de las antiguas gestas
entumecidas y heridas fatalmente por la ambigüedad que destilaban, al servicio
del macrismo, tomándolas ya como el eslabón final donde cancelan de su pasado
todo lo que salía de un núcleo de orden estatal conservador, con raíces en una
porción popular atemorizada por el avance del neoliberalismo represivo, al cual
se acepta como nueva etapa de la historia.
V
La situación actual del país supone una
apertura total de sus fronteras territoriales, imaginarias, institucionales,
simbólicas; en suma, la extinción del soberanismo clásico al conjuro de la
extinción de las pretensiones anteriores de contar con un núcleo industrial
ligado al mercado interno y un Estado regulador con la fuerza de sus empresas
públicas y bancos controlados por organismos e instancias públicas. La porción
planetaria llamada “argentina” no propone ya ningún obstáculo a la circulación
libre de mercancías de consumo final o ensamblaje, desde semillas transgénicas
a autopartes, derivados financieros, fusiones corporativas -telefónicas y
cables-, desmantelamiento de porciones completas del Estado anterior,
endeudamientos colosales que dan paso a sismos especulativos periódicos, una
hipótesis general de dotar al ex país de una circulación financiera reduplicada
por deudas montadas sobre deudas, manejo de la ilegalidad a través del aparato
judicial y de las fuerzas armadas-guardias nacionales que son parte de la
circulación y meta-circulación del capital con la metáfora de “fuerzas de
despliegue rápido”, la creación de un enemigo interior perenne, con un
significante vacío nombrado como narcotráfico, donde pueden caber todos los
movimientos sociales, desde el feminismo al indigenismo, según el grado de
dificultad que ofrezca cada uno y el grado de cooptación que pueda ejercerse
sobre ellos.
Un soberanismo que apele a nociones más
enriquecidas -como se dice del uranio enriquecido-, de impulsos autonomistas,
liberacionistas, autoreflexivos, con capacidad readquirida de esquivar o
rehacer los sentidos comunes, de ver las identidades no desprovistas de
dialécticas propias, sería así un soberanismo capaz de rever la cuestión
nacional con criterios más auspiciosos que aquellos hoy en práctica. Es decir,
la dilución nacional en el juego de fuerzas financieras y sus derivados de todo
tipo, donde finanzas y políticas de dominio mundial se conjugan. El espesor ya
configurado de un peronismo, que declama su unidad como una sumatoria reactiva
a su propio autoanálisis, no podrá ser la base efectiva de un gran territorio
de ideas que alimente el flechazo masivo, en su momento y lugar, en su hora y
su espacio correspondiente, que deberá ser asestado al proyecto de asfixia de
las estrías de la vida nacional.
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