Historias de pibes y pibas en tiempos neoliberales...






Devenir pibe, ahre


Por Diego Valeriano para Lobo Suelto por Redacción La Tinta


Odia ir con los tappers al comedor, odia que le encajen las hermanitas para que lo acompañen. Odia la cara de esos de giles que no dan más de anti chorros, odia a las gordas que buscan comida sin despegarse del Facebook. También odia la tristeza en los ojos de los viejos que piden, odia el debate filosófico por quién manda en la falsa noche. Odia caminar sin plata, se siente tan poco respetado que ni él se respeta. Odia a los ortibas pero más odia a los que hablan por él.
Los pibes son malditos por tanta crueldad, piensa Agus y le manda un audio a Silvio. Por crueldad y soledad son así, insiste. Esa crueldad de la gorra que ronda en patrulleros destartalados sabiendo que pueden hacer casi todo, esa crueldad de la psicóloga del juzgado que no la quiso entender, esa soledad frente a todos los padrastros del mundo entero, que miran, que huelen el miedo, que acechan pacientes, esa soledad llena de esperas en desarrollo social de la Muni.

“La kermesse neoliberal está tan lejos que ni se siente y la noche sólo es noche en las plazas peladas, en los pasillos infinitos, en el último tren, en cada esquina donde se espera agazapado. La noche es riesgo o no es nada: ni kermesse, ni bautismo, ni irrupciones, ni lectura”.

Ser pibe es ser enemigo, es romper la noche, es deshacer ideas. Es el único motivo por el que existe el Estado. Ser piba es la única idea capaz de desmoronar todo sin estar en ninguna discusión estéril. Ser pibe es un desafío, es mejor que ser juventud maravillosa, es mucho mejor que toda una generación diezmada. Ser piba es renunciar a la primera fila, al prestigio, a la carrera, a la palmada.
Es estar en falta, es pararse de manos, es manotear la plata del fondo de huelga, es no sentir nada por gente que perdió el laburo ¿Quién puede querer laburar? Es odiar todo tal cual es.




Las niñas y niños fumigados

 

 


Rociados de veneno, señales vivas para que el mosquito no se aparte del rumbo, muertos por jugar en un charco de desagote o aspirar la deriva del campo vecino, con la piel cristalina, atraídos por un avioncito que vuela tan bajo o por un pájaro que se puede acariciar porque el mareo le quitó la libertad, en la escuela, en el patio de casa. Los niños del modelo extractivo argentino no tienen cara y sus historias se pierden en las fichas clínicas de los hospitales. Son los niños rehenes de un modelo económico y cultural que necesita arrancar de la tierra los recursos vitales, quitarle el alimento de su panza y la vida de sus insumos esenciales. La Justicia suele ser, en estos casos, una diva mirando hacia su marquesina, sin venda ni balanza, pendiente de su ombligo de clase.
Le piden cuentas, a la Justicia, los alumnos de Mariela Leiva, los pibes que en Santa Anita se quedaron tiesos ese día de diciembre de 2014 cuando vieron un avión que volaba tan pero tan bajito que casi se podía tocar. Le pidió cuentas el cuerpito de Nico Arévalo, a los cuatro años plagado de endosulfán. Insiste en pedirle cuentas José Killy Rivero, también de cuatro, que vio morir los perros y los pollos antes de que se lo llevaran al hospital. Le pidieron cuentas las madres del barrio Ituzaingó de Córdoba.

Y tantos otros que no se plantan en los tribunales porque el veneno no es sólo una lluvia que cae desde el avión o que brota de los tanques. El veneno es un instrumento de dominación sistémica. Es el darwinismo de campo: lo que sirve subsiste y el resto queda en el camino. Entonces la Justicia suele condenar –si es que condena- al piloto del avión que fumigó. O al dueño de 50 hectáreas a cien metros del barrio. O a ambos. Pero el sistema está en pie, fuerte y sólido. Rápido para echar al fuego sus prendas de sacrificio y salir indemne.


Mariela Leiva ya no es directora de la Escuela 44 de Colonia Santa Anita (departamento Uruguay, Entre Ríos). Pero su destino hoy es otra escuela rural de personal único, donde hay que ser directora, maestra, preceptora, cocinera y lo que pinte. Aquel diciembre de 2014, a la una de la tarde, la bandera ya estaba tocando el cielo cuando apareció el avión. Su puñadito de alumnos, extasiado por el pájaro fatal, quedó bajo una llovizna rara en una tarde de sol intenso.
Ella los llevó rápidamente dentro de la escuela. Les cerró puertas y ventanas. Los dejó a oscuras y en encierro ante los peligros del aire libre, del campo infinito que es el patio común de los pibes desurbanos, de ruralidad en la piel y en la inocencia. Cuando ellos estuvieron a resguardo, filmó con su celular la propia deriva en sus brazos, el avión, la lluvia pulverizada que le enrojeció los ojos, le redujo la visión y le enllagó la boca cíclicamente hasta hoy.
A los chicos, aun con un encierro a tiempo, aun con el protocolo difundido por Paren de fumigar las escuelas les habían atacado vómitos y mareos, ojos rojos y angustia. Las fotos, los videos y el testimonio de Mariela Leiva son medulares para el inicio del juicio a tres imputados por contaminación ambiental culposa y lesiones leves culposas. Sin dolo en los aplicadores ni en el propietario del campo, sin acercamiento mínimo a las responsabilidades políticas por la puesta en marcha de un modelo que mata, parece inminente el inicio de un juicio. Pero nunca se sabe.
Mariela sabe que la condena a un piloto, un empresario de fumigaciones y un chacarero no evitará más muertes ni malformaciones ni enfermedades graves como secuela. Cita el artículo 8° de la Ley de Plaguicidas (6.599): “toda persona que se decida aplicar plaguicidas por aspersión aérea o terrestre, deberá tomar las precauciones del caso para evitar ocasionar daños a terceros”. Pero la impunidad ha sido la arena de triunfo del poder sistémico. La autopsia que exhibía en el cuerpito de Nico Arévalo un depósito de endosulfán no evitó los sobreseimientos. Ni las derivaciones en la piel, los pulmones y los nervios de su prima Celeste. La causa por la muerte de Killy Rivero no avanza y nadie con fuerza impulsa que arranque. Y el resto de las muertes y de las tragedias, las que no golpearon la puerta de la Justicia, las que no son reconocidas como tragedias del sistema, quedarán para siempre como fotografías de niña sonriente sobre un mueble.
Mientras tanto, Mariela Leiva arrastra sus ojos con menos luz y las llagas recurrentes en su boca para relatar su caso. El campo (un arrozal, como en San Salvador) está pegadito al patio de la escuela. “Cuando el avión daba vuelta, para aquí y para allá, pasaba sobre la escuela. Con un viento que soplaba del norte, toda la deriva caía sobre nosotros”, relata a APe. Las imágenes que la persiguen son sus niños descompuestos, las señales que un policía hacía con un trapo para que detuvieran la fumigación y la indiferencia del piloto, que seguía escupiendo veneno sobre todos. Y ella filmaba.

Solamente en el departamento Uruguay hay 14 escuelas como la 44. Todas a merced de las lluvias ácidas para matar la maleza que se interpone al modelo. Incluidos niños y maestras.


Es el mismo país, la misma tierra, pero apenas cruzando el Paraná, donde se usó a niños como banderas para determinar los límites del campo fumigado. Niños como espantajos con una vida efímera, dañada, infectada, marcando los vértices donde se acaban los sueños y empieza el dolor.
Sus muertes, todas las muertes, todas las pieles cristalizadas y los organosforados en la sangre, todos los cuerpitos incompletos y los cánceres tienen culpables. Es la avaricia humana, es un modelo invulnerable por concentrado y violento. Y es la complicidad de aquellos que, con la justicia, prefieren juntarse a tomar mate en la cocina de la tragedia mientras el poder envenena la casa.



Propiedad de vientres

Por Ignacio Pizzo para Agencia Pelota de Trapo – La Tinta - 

La clase, el género y la condición de ser piba son inseparables a la hora de padecer y resistir los pisoteos de un entramado sólido, impiadoso. El ente llamado sistema, se hace carne al ver publicistas de alma fría, donde farándula y política son confluyentes y dan condena firme a la adolescencia devenida en niña madre. Los dichos de la integrante mujer del dúo pimpinela que hizo de la discusión marital un culto, no son diferentes al pensamiento y al accionar hegemónico que incesantemente mantiene y propugna el “esa gente” en contradicción a la “gente como uno”.
Al igual que el diputado radical de Cambiemos y ex ministro de salud de Corrientes Julián Dindart, quien en 2016 renunció a la presidencia de la Comisión de Familia, Mujer, Niñez y Adolescencia, después de haber defendido su teoría -declarada en 2012-de que la AUH, es un incentivo estatal al embarazo porque –dice que es obvio- las mujeres de bajos recursos quieren tener hijos para cobrarla. Ni Lucía Galán ni el ex ministro encontrarán jamás la combinatoria para llegar a “esa gente”, para establecer un vínculo, un sueño, una utopía, un nosotros. Porque el amor es cosa de canciones y discusiones con Joaquín en una especie de parodia incestuosa del matrimonio.

La convicción de que una mujer se embaraza para cobrar la asignación, no responde únicamente a un mero dicho mediático. Encierra el poder, y la más descarnada expresión del aniquilamiento del otro, en lo económico, en la dominancia de género. Y desde luego en lo elemental y cultural, por miedo a perder el plato bajo sus pies.

No obstante, la hipocresía toma carácter de doble moral clasista, al observar en el revistero cómo las figuras del ensueño televisivo, son tapa y “ejemplos de vida, lucha y coraje”, como es el caso de Luciana Salazar o Marley. Haciendo alarde de sus deseos, a juzgar por ellos más valiosos que los de cualquiera, creen tener la sapiencia por medio de tumultuosas cuentas bancarias para poder ungirse con el título de madres o padres y alquilar vientres en países del exterior. Así como eligen dónde habitar y qué comer y qué vestir y qué vehículo manejar, eligen dónde, cuándo, de qué manera y hasta qué color de piel tendrá la futura crianza con la que adornarán las marquesinas.
Mientras, en el otro extremo de la línea de la desigualdad donde, entre el segundo y el tercer trimestre de 2016, el 10% más rico aumentó de 23 a 25,6 la diferencia de ingresos con el 10% más pobre- deterioro iniciado en 2014-, la niña madre de algún arrabal de nuestra patria con “p” de patriarcal, tendrá que tirar quizá su única moneda y sortear su cuerpo y alma a la suerte de un aborto clandestino y tal vez sumarse a las 55 mujeres fallecidas por la interrupción de un embarazo de un total de 298 que perdieron la vida. O esperar las 9 lunas para presentar las planillas en ANSES y recibir la limosna estatal, que Pimpinela, Dindart, Marley o Luciana Salazar, apenas subalternos de la escala millonaria, usarán como propina de estacionamiento.

La subjetividad hecha objeto del pecado capitalista, otorga títulos de nobleza a los elegidos del sistema y, tributando sumas de dinero que van desde 35 mil a 150 mil dólares estadounidenses, se puede ser madre o padre usando de envase a otra mujer, ya sea en Ucrania o en Miami, o bien se puede elegir en dónde interrumpir un embarazo de manera clandestina pero segura.

Por otro lado – o por el mismo- los tocados con la varita mágica y los funcionarios magos, amparados en la constitución adoptante del culto Católico, Apostólico y Romano, rechazan la interrupción legal del embarazo. Siendo un hecho la principal causa directa de mortalidad materna, la clandestinidad del aborto (18 por ciento de las muertes maternas).
Como ejemplo, el imitador de pastores evangélicos Esteban Bulrrich, defensor del ni una menos intraútero y de la educación religiosa en las escuelas laicas, a la par que desarticuló en CABA el plan de educación sexual como parte de la currícula, expresa de qué modo se extrae la subjetividad. Coincidiendo sin grieta con su contrincante electoral CFK en mantener la penalización para quienes interrumpan un embarazo.
Las pibas entonces irán sorteando la negación a la información y se encontrarán en las antípodas de la planificación familiar, no abortando o abortando en las mazmorras del olvido y en el mejor de los casos lograrán esquivar la muerte, o se convertirán en madres siendo aún niñas y tramitarán dádivas que se irán luego en impuestos al valor agregado, serán actrices involuntarias de la historia, personajes imitadores del sujeto de derecho, de ese “como si”.
Así sobreviven pibas y pibes, lúcidos/as y rebosantes de realidad, para los cuales la religión católica no es más que la cruz de sus días, los apóstoles son compañeras y compañeros de birra y Roma les parece muy lejos.
Por más que el Estado se apropie de los vientres, y los ricos con tristeza alquilen úteros offshore, enhorabuena: no hay sufragio universal ni obligatorio que reemplace a las hacedoras de sueños, ni que alcance a la alfombra mágica que trae velozmente a miles de niñas y niños con novedades.


Por Ignacio Pizzo para Agencia Pelota de Trapo – La Tinta




El Padrino

 

Los palets para que los mocasines relucientes de Mauricio Macri no toquen el piso son parte de la escenografía, que se completa con la basura amable que se ve detrás y la vegetación iluminada con la luz rasante del atardecer. Es una escena construida siniestramente por la lógica de la meritocracia, la idea del esfuerzo, de la esperanza y del líder carismático y salvador. La niña de 9 años se llama Melina y su incomodidad por la situación se expresa en sus manos cruzadas y su mirada hacia el costado. En cambio Macri marca su distancia con la niña en esa mano que apoya en su hombro izquierdo, es un gesto frió, armado, otro elemento más de la escena. Esto sucedió en el barrio Ramón Castillo en Villa Soldati, en el año 2007 cuando por el entonces presidente de Boca Juniors lanzaba su candidatura a Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires.


Melina cuenta que aquella vez fue con su padre al acto donde le tomaron la foto, que antes pasó por el kiosco y compró un alfajor que envolvió y se lo regalo a Macri. Pero esa sería la única vez que la niña tendría contacto con su “padrino” como lo llama ella.
Asunción Carballo, es la madre de Melina y en su barrio lleva adelante el comedor La Familia, en el que le da de comer alrededor de 240 personas. Lo sostiene con mucho esfuerzo y trabajo, ya que la ayuda estatal que reciben es muy poca y las necesidades aumentan significativamente todos los días.
Con aquel contacto la familia de Melina pensó que su realidad iba cambiar, que recibirían ayuda para el comedor, que les darían una casa, pero el tiempo y las percepciones del marketing político son otras.

“Me llevó al cine y nunca más. Le compré un alfajor en un kiosco, lo envolví y se lo regalé. Me hizo un par de promesas que nunca cumplió. Prometió llevarme a pasear, hacerme un regalo y cambiar el techo del comedor y nunca cumplió. Lo quería mucho pero no tengo más contacto. Me gustaría preguntarle cosas a él y que me responda verdades. Por qué no me llamó más y por qué hizo promesas y nunca cumplió. Prometió ayudar a mi mamá con el comedor, llevarme a cenar y nunca pasó.”, afirmó Melina, hoy una adolescente de casi 20 años.


No solo le basto con esas promesas, el presidente también les dijo que les daría una nueva casa pero tampoco cumplió. “Macri le indicó a Horacio Rodríguez Larreta que se encargara de la familia y de darle un departamento, nos hizo una promesa y las promesas son deudas”, dijo Asunción.
Pasaron 11 años desde aquella escena, durante los cuales el padrino millonario, fue Jefe de Gobierno de la Ciudad de CABA, diputado nacional y hoy presidente de la nación. Melina sigue luchándola día a día con su familia y trabajando para mantener el comedor de su madre.



Fuente: Revista La Tinta - https://latinta.com.ar





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