En esta primera entrega Mario de
Casas hace hincapié en la efectividad con que el lenguaje de los sectores
dominantes legitima una humillante subordinación y entrega del país.
Por Mario de Casas para La Tecl@ Eñe
Y es contra todo un orden de cosas
que debemos levantarnos. Contra
la plutocracia que, en más de una ocasión, entrelazó intereses con los del
invasor.
Manuel Ugarte
Primera entrega:
Introducción
Que las sucesivas genuflexiones
explícitas del presidente Macri: “Estoy acá (en Tucumán) tratando de pensar y
sentir lo que sentirían ellos en ese momento. Claramente deberían tener
angustia de tomar la decisión, querido Rey, de separarse de España”, o la
descarada injerencia en los problemas de Venezuela como vocero del Departamento
de Estado, no hayan generado un repudio generalizado, está hablando de cuan
honda y extendida es la influencia de palabras, ideas y discursos cuya
finalidad es legitimar una humillante subordinación y entrega del país. En la
efectividad de esta dilatada maniobra hay que buscar las causas de la
importante aquiescencia social ante la enajenación de los principales resortes
de la economía nacional, el acatamiento a los mandatos de las grandes
corporaciones y el incremento de las desigualdades sociales.
Fenómeno que no es
nuevo pero que ha alcanzado una escala inédita, aun cuando en estos días las encuestas estén mostrando un deterioro en la imagen presidencial y del
gobierno: en términos estratégicos, el volátil humor social es irrelevante.
El
acoso a la nación por
parte de las expresiones imperiales y sus socios locales, con sus graves
consecuencias para la mayor parte de la sociedad, cuenta ahora con un plus: la
restablecida condición semicolonial del país se ha logrado a partir del
triunfo oligárquico en las urnas, reforzando así la máscara del tradicional e
insustancial discurso exaltador de la “libertad” y la “democracia”; razón por
la cual las actuales circunstancias invisten de una importancia adicional a la
necesaria comprensión masiva de la cuestión nacional,
categoría fundamental para la transformación social de los pueblos
latinoamericanos.
Hace tiempo que en el discurso
político de los sectores populares aparecen términos y conceptos legados por
los sectores dominantes, que además se han apropiado de palabras caras a la
tradición nacional-independentista; como cuando el Diputado Eduardo
Amadeo de Cambiemos dice que “es bueno que un sector de la sociedad diga ´Patria o Moyano´” al referirse a la marcha
convocada en rechazo a la que realizará el movimiento obrero.
Considerando la trayectoria del
personaje, parece que la causa nacional es un asunto de pequeñas minorías y la
patria una sospechosa abstracción. Escenario nebuloso en el que no sorprende
que las acciones orientadas por el discurso popular no siempre respondan a una
estrategia coherente con los intereses que suponen representar.
Los problemas lingüísticos
ocupan un lugar importante en la obra de Gramsci; vale la pena subrayarlo y
destacar su voluntad de construir un lenguaje teórico y político que rescate y
supere las fórmulas establecidas en el marco de una determinada tradición liberadora
compartida. La recuperación de un lenguaje adecuado que permita dialogar entre
generaciones en el marco de una tradición emancipadora común debería ser la
principal tarea prepolítica del movimiento nacional. La batalla por
rescatar y dar sentido a las palabras de la propia historia, por dar nombre a
las cosas, es probablemente el primer acto autónomo de la lucha ideológica.
La implacable penetración
cultural imperialista ha logrado que no pocos cuadros del campo popular
justifiquen lo injustificable en nombre de la globalización de la economía y el
poder -procesos que no ponen en cuestión-, olvidando que globalización es el nombre del imperialismo en
lenguaje ajeno, que el problema no es la globalización sino los globalizadores
y que “volver al mundo” -hace unos años “al primer mundo”- es ceder a la
coerción de las potencias centrales. Pero ese lenguaje amañado es generoso para
nombrar la misma cosa: no faltan los progres que le dicen conflicto Norte-Sur
al conflicto imperialista.
La mundialización que hoy
padecemos debido a los prodigiosos avances de la tecnología no debe hacernos
olvidar que en los fundamentos de nuestra realidad latinoamericana se
encuentran la globalización de Alejandro VI y Tordesillas; que el Río de la
Plata no toma su nombre -y de él la Argentina- de sus aguas amarronadas sino
del legendario Potosí; y que el palo brasil, el azúcar, el oro, los diamantes,
el caucho y los esclavos globalizaron al Brasil mucho antes de que los teóricos
imperialistas aparecieran en escena.
Para promover tan generalizada
confusión, desde mediados del siglo pasado, el gran capital se valió de las
ciencias sociales induciéndolas a un importante giro plasmado en el abandono de
conceptos y categorías de análisis tales como los sistemas de acumulación capitalista,
para reemplazarlos por ríos de tinta sobre la democracia; así, sin adjetivos.
Justamente Gramsci fue la
bisagra de ese cambio de paradigmas. La clave fue una engañosa interpretación
de su teoría, fundada en la modificación de sus conceptos de sociedad
política y sociedad
civil; de tal suerte que la consolidación de la sociedad civil, que
en el revolucionario italiano equivale a una forma más desarrollada de la
dominación de la burguesía -a un “momento” del Estado- que se basa no en la
coerción sino en la hegemonía, devino increíblemente en su contrario: el
fortalecimiento de la sociedad frente al Estado -reducido a la esfera de la
sociedad política-; es decir, una variante del anarco-capitalismo: más sociedad
y menos Estado. Situación que ya sabemos a quienes favorece y que no
casualmente es una pieza decisiva del discurso macrista. La identificación de
la categoríasociedad civil con sociedad en general fue el artilugio teórico
que sirvió para disolver la categoría dominación y (re)configurar la sociedad como el
escenario de la igualdad jurídica y de las luchas particulares, el lugar de la
competencia de individuos y grupos portadores de intereses privados.
Este sinuoso camino tuvo una de
sus estaciones en el término subdesarrollo,
pantalla eficaz para ocultar el concepto de colonialismo.
En el estudio que Marx y Engels
realizaron sobre la guerra civil norteamericana, encontramos la primera
aproximación científica a eso que, un siglo más tarde, una corriente económica
bautizará como problema del subdesarrollo. La diferencia fundamental entre uno
y otro análisis reside en que los primeros desentrañaron la médula misma de la
cuestión, en tanto los economistas del “desarrollo” -entre quienes ocupó un
lugar destacado el abuelo del ministro Frigerio- merodean en torno a los
problemas fundamentales pero inhibidos de captarlos, porque no dejan de
expresar la visión rapaz de la burguesía imperialista o la impotencia de las
burguesías nacionales.
Esta incapacidad se manifiesta
en una terminología con pretensiones científicas. El vocablo subdesarrollo da a entender, primero, una situación
inmanente, definida por los meros datos de la estructura interna y, segundo,
una insuficiencia cuantitativa: sería el primer eslabón de una serie en cuyo
extremo hallaremos los países “desarrollados”. La relación entre las
respectivas estructuras -desarrolladas y subdesarrolladas- sería entonces
exterior y contingente.
Pero las cosas no son así. No
estamos ante una situación de atraso inherente las características propias de
nuestros pueblos y sociedades, sino ante una inocultable relación de dependencia,
de explotación semicolonial, sobre la cual se basa la prosperidad de las
metrópolis y el atraso de las economías tributarias. El escamoteo lingüístico
permite a las metrópolis asomarse a nuestras desventuras con aires de hermano
mayor.
Consideraciones que ampliaremos
en la segunda entrega.
II
En la segunda entrega de La
independencia que nos falta, Mario
de Casas sostiene que la formula del desarrollismo debe invertirse: no era “la industrialización” la
que iba a romper el atraso ganadero, sino la ruptura del estancamiento ganadero
- y primario en general - lo que hubiese hecho posible un desarrollo industrial
autónomo.
Por Mario de Casas para La Tecl@ Eñe)
Juro delante de usted; juro por
el Dios de mis padres; juro
por ellos, juro por mi honor y juro por mi patria, que no daré
descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta
que se hayan roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del
poder español.
Juramento de Simón Bolívar ante
Simón Rodríguez. Roma, 1805.
Habíamos iniciado una crítica
al concepto de subdesarrollo directamente ligada al problema de la cuestión
nacional, que se presenta cuando un pueblo aspira a constituirse
plenamente como nación y hay una valla que le impide alcanzar
esa realización, su autonomía.
La primera incongruencia del
análisis desarrollista consiste, según lo que hemos visto, en ocultar la fuente
misma del subdesarrollo, es decir, la inserción de economías dependientes en el
sistema de la economía mundial imperialista. La segunda, en encarar la
caracterización interna del subdesarrollo y concebir el combate para superarlo
en términos de insuficiencia técnica, frente a la cual se requeriría más
capital -léase capital extranjero- y mejores métodos e instrumentos de trabajo.
Este enfoque ha llegado hoy al paroxismo con el especioso discurso sobre la
“brecha tecnológica” y el famoso “know how”.
El subdesarrollo se definiría
entonces como pura insipiencia y no como el predominio de estructuras económico
sociales que frenan e impiden el desarrollo.
Esta curiosa concepción ha sido
causa de históricos equívocos. Se pueden dar distintos ejemplos. Como cuando,
frente a la crisis crónica de la ganadería argentina, se sostuvo que la
producción de carnes no aumentaría si no se hacían previamente inversiones en
infraestructura; o cuando no se explicó por qué, si el país disponía de
un potencial instalado para la producción de maquinaria agrícola en gran
escala, esta rama industrial soportó una larga parálisis desde la última
dictadura hasta fines de los ´90, que la limitó a trabajar al 40% o menos de su
capacidad por falta de demanda, demanda que sí existió y se mantuvo para una
producción técnicamente similar pero de bienes de consumo suntuario como los
automóviles: la composición de la demanda no es independiente de la estructura
socioeconómica y de las decisiones políticas de un país, que a su vez
determinan el destino productivo o improductivo del excedente nacional,
relación que vale para el desarrollo de importantes innovaciones técnicas que
requerirían modestas inversiones.
Considerando su carácter
esquemático, la fórmula desarrollista puede y debe invertirse: no era “la
industrialización” la que iba a romper el atraso ganadero, sino la ruptura del
estancamiento ganadero -y primario en general- lo que hubiese hecho posible un
desarrollo industrial autónomo. La distancia tecnológica que nos separa de los
países de capitalismo avanzado es consecuencia de decisiones políticas. Lo
decisivo es la incapacidad del orden ahora fortalecido por el macrismo para
sortear una diferencia que justamente los meros datos técnicos -recursos
naturales, centros de investigación, experiencia industrial, etc.- no muestran
insuperable.
Con estas reflexiones hemos
llegado al meollo de la cuestión nacional. Situación
que se ha dado en distintas circunstancias en el curso de la historia moderna,
según que el pueblo en cuestión a) tenga que soportar el yugo colonial directo
porque no ha conquistado todavía la independencia nacional; b) esté disgregado
porque aún no consigue su unidad política o c) haya superado la etapa colonial
pero el yugo subsista bajo otra forma: una dependencia estructural de tipo
económico-social. Éste último es nuestro caso y el de todos los países del
subcontinente con los que, en realidad, deberíamos conformar una nación en el sentido moderno del término.
El concepto de nación
La contribución más importante
de los marxistas al estudio de la nación fue llamar la atención sobre la
estrecha relación que había entre el ascenso del capitalismo y la
cristalización del Estado-nación. Sostuvieron que el avance del capitalismo
destruía los mercados autárquicos, cortaba sus lazos sociales específicos y
abría el camino para el desarrollo de nuevas relaciones sociales y formas de
conciencia. “Laissez faire, laissez aller”, el primer grito de guerra del
comercio capitalista, no condujo en sus primeras etapas a la globalización
generalizada, pero generó las condiciones para el despegue de las economías de
mercado más allá de las antiguas estructuras comunitarias.
La nación no es cualquier tipo de comunidad. Es
una formación relativamente nueva en la historia. Las formas antiguas de
comunidad, por ejemplo la Ciudad-estado o los Imperios multinacionales,
realizaban totalizaciones políticas que no tenían las características de las
modernas naciones.
Lo que caracteriza a las
naciones que se van formando en la edad moderna e irrumpen en el proceso
revolucionario de fines del siglo XVIII y el siglo XIX, es un grado determinado
de cohesión comunitaria que está dado por la unidad de un territorio y una lengua
común amalgamados por el desarrollo del mercado interno. En otras palabras, una
comunidad que ha roto las barreras feudales y el aislamiento, y ha logrado una
unidad cimentada en la generalización del intercambio y, por lo tanto, en el
avance del capitalismo. La consolidación del Estado-nación se explica por
cuanto el capitalismo, la forma más abstracta de control de la propiedad,
requería por encima de todo un sistema de leyes que sacralizara la propiedad
privada y un Estado que asegurara su cumplimiento.
En aquel contexto, en los
países sometidos o disgregados, la democracia -oposición al absolutismo
político- se hacía nacionalista, patriótica; el nacionalismo germinaba entre
los sectores más significativos del pueblo: campesinos, artesanos y
pequeño-burgueses de las ciudades, industriales y comerciantes. Todos ellos
veían en los príncipes y las aristocracias no sólo a los enemigos de la patria,
sino también a los tiranos y explotadores.
El gran articulador de este
movimiento fue la burguesía, que exigía un régimen liberal y representativo
porque el individualismo político complementaba y protegía el liberalismo
económico basado en la competencia, la libre contratación y la libertad de
trabajo e industria, indispensables para el desarrollo fabril y comercial. Por
eso mismo la burguesía pugnaba por asegurarse el mercado interno, e impulsó
tanto los casos de independencia nacional como los de unidad nacional tardía
-Alemania e Italia- en la Europa del siglo XIX.
Nuestra cuestión nacional
En cambio, lo que ha
caracterizado a la cuestión nacional en Hispanoamérica hasta nuestros días
es que no ha sido impulsada por el crecimiento de las fuerzas productivas de la
sociedad burguesa, sino por un factor externo: la tajante división del mundo
capitalista en un centro imperialista y una periferia colonial o semicolonial.
La periferia de la que formamos parte entra periódicamente en crisis como
consecuencia de múltiples formas de opresión, económica, política e ideológica.
No ha habido un crecimiento de la burguesía en el marco del orden capitalista,
como clase que genere por lo menos los cimientos para la realización del
objetivo estratégico de la unidad y efectiva independencia nacional
latinoamericana.
En el caso argentino, el
proceso de industrialización -modo de acumulación necesario para la maduración
capitalista de una formación social- adquirió cierto desarrollo a partir de la
crisis mundial de 1929. Pero ese proceso, forzado por las circunstancias y
materializado a través de medidas defensivas, no fue de carácter nacional, sino
cerrada y claramente clasista, conducido por la oligarquía terrateniente.
Fuente:
I
II
Es obvio que una visión distorsionada, una cosmovisión disruptiva calada en el inconsciente, interrumpe cualquier análisis objetivo cuando los términos se reemplazan por subterfugios.
ResponderEliminarEl imperio necesita ser aceptado, pero no reconocido, para evitar resistencia a su voracidad.
Hace poco me topé nuevamente con el concepto "América" de uso exclusivo para referirse a yanquilandia:
"Recuperando el debate siempre abierto sobre la libertad de los ciudadanos para poseer armas, ya que implica su derecho a defender su propia vida o propiedades (según la Segunda Enmienda de la Constitución Americana) o la creencia de que éstas deben restringirse al ámbito institucional, en cuyo caso el Estado garantiza la total y absoluta seguridad de todos, como parece ser en el ámbito europeo." Acá el artículo completo http://www.otraspoliticas.com/politica/adios-a-las-armas/
WTF? En América hay muchas Constituciones, ¿a cual se referirá el autor, político y académico?, está claro que no es a la de Honduras, Brazil, o Chile; es la del Río Bravo o Río Grande al norte.
El autor que cito podría decir USA, EE:UU., o Norteamérica, pero no, mete un continente en un contenido y se le pasa por alto, porque es seguro que jamás pensaría llevar una botella de vidrio rodeada o envuelta en vino.
Este patrón de cognición (forzando conceptos)existe en casi todos los ámbitos, naturalizamos aberraciones pregonadas desde el Poder y a la hora de repartir la torta hordas de boludos festejan que consiguieron una velita usada.