El Estado
Hidrante
por Horacio Gonzalez, para La Tecl@Eñe
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El macrismo puede definirse como un
neo-darwinismo económico, de transferencia de recursos hacia el sistema
financiero internacional, pasando por peajes tasados a favor de las clases
propietarias argentinas, que oscilan entre las apuestas dentro del cableado
magnético de las finanzas y una agroindustria depredadora, mendigante ante los
mercados internacionales y que eleva sus plegarias ante las cotizaciones de
Chicago. Sostener esta maquinaria engañosa y amenazante sin el antiguo sistema
militar tiene sus costos. Primero hay que acusar siempre al Pasado, como los
herejes a destiempo que injurian a Zeus o a Zoroastro. Pero principalmente, hay
que trabajar con el conocido epigrama de los gobiernos provinciales, por lo
tanto, con una versión muy conocida del peronismo. También hay que “crear” un
pueblo, o mejor, cambiar” un pueblo por otro. Esto no significa mover a ninguna
persona de lugar, sino trazar finos cordajes en el interior de las
tradicionales adhesiones populares del ciclo histórico anterior de la política
argentina, por la cual un nuevo palabreado con declinaciones peronistas se
adose a la “gobernanza”.
Esta es una palabra ficticia fabricada por los expertos económicos
mundiales o por politólogos de derecha, para significar que los acuerdos de las
grandes corporaciones deben ser festejados, cuando ya son sellados, por los
políticos que se ponen al servicio de ellos mostrando profunda servicialidad.
Macri la dijo en la primera reunión del G20. Dichosos sus escribidores. El
peronismo como configuraciones de los viejos poderes provinciales sirve
entonces a esa “gobernanza”. En el sistema de vasos comunicantes de la gestión
–economía por política y política por economía, doble determinismo mecánico- la
“gobernanza” significa algo muy claro. De ella emanan instrucciones a los
gobernadores, que instruyen a sus parlamentarios para sostener al Gobierno en
el Congreso, y a cambio reciben sustentos a título de dádivas, una vez
descontado el tributo mayor destinado a la provincia de Buenos Aires, esta sí
con denominación específica que viene de lejos: “reparación histórica”. Este
sistema homeostático ha masticado al radicalismo y tiene engullido a buena
parte del peronismo.
Es si se quiere, un sistema simple de in put y out put.
Podrán estudiar al macrismo nuestros sabios académicos y darles nombre más
vistosos, a fin de presentar sus análisis emanados de una nueva razón cínica,
pero no pasa de un sistema fijo de intercambio de pulsiones en un mercado de
creencias y finanzas –ambas cosas finalmente fusionadas- en un flujo de ofertas
y demandas intra-sistémicas –gobernadores peronistas y empresarios fuera-de-la
ley, vestidos con la toga gubernamental. Ese sistema pareció funcionar
hasta ahora. Precondiciones para ello era dar algunos nombres novedosos a antiguas
identidades de fuerte conocimiento público. Al neoliberalismo de pulsiones
represivas se lo llamó “Cambiemos”, dándose así órdenes a sí mismos para
proceder al desmontaje de instituciones sociales, que si no eran de aceptable
funcionamiento, hacían al sustento de una idea difusa pero históricamente
existente de pueblo-nación. Cambiemos se convierte así en un grito
disciplinario destemplado, con sonido de balas de goma de fondo. Nombre gomoso,
pues.
En el mismo registro de alteración de nombres, hubo entonces un
“peronismo republicano” al que se acogieron la mayoría de las personas
portadoras de identidades de ciclos anteriores, lo que significaba correrse de
la línea de castigo erguido en el mástil sacrificial de la Inquisición
macrista. Ser kircherista es un peligro, y el Santo Oficio encabezado por
Bonadío se encarga tarde o temprano de remarcarlo. Produce el efecto del cruce
a la otra orilla del río, para protegerse, donde son recibidos por las banderas
de la “gubernamentabilidad” con un alborozo de perdonavidas. Al fin, los
esforzados nadadores abandonan las márgenes anteriores para llegar a buen
puerto. Allí ponen en la bolsa de valores el nombre de peronistas, peronistas
del macrismo, macri-peronianos de la segunda y tercera hora, con fichas
negociadoras que prometen seguir el destino que el radicalismo, casi
enteramente embuchado por Macri, ya había recorrido.
El radicalismo ya había conocido el abismo final, por eso Macri
era la instancia posible de su resurrección. Entre sus votos y los de Macri ya no
había fronteras bien delimitadas. El peronismo de los gobernadores (por citar
solo a ellos), todavía conserva, a título de negociación, ciertas fronteras más
marcadas entre el voto que así se denomina –peronista- y el voto oficial al
gobierno. Es que el peronismo continúa siendo una memoria social, que
interrogada espontáneamente, rechaza de plano lo que los fríos emblemas
institucionales de esa corriente política exponen hoy como pasando por la
cabizbaja ventanilla de la claudicación. No son agonías cortas, sino de larga
duración, mientras una memoria aún viva reclama espacios frentistas para
redimirse. Se basa el macrismo en la creencia de que esta arquitectura es
duradera porque es sostenida por los grandes medios y un batallón de
periodistas, desde los más conocidos hasta la legión de precarios aventureros
que se van sumando desde un oportunismo profesional digno de metamorfosis de
Kafka. Y los escritores de la ultraderecha mediática se basan en que ellos son
sustentables porque el macrismo es duradero.
Pero Macri no supo “bajar la ansiedad” y tocó finalmente un nervio
sensible de la sociedad. “Nuestros viejos”. Esta expresión, es desde luego
demagógica. Pero su efectividad es tan comprobada, que el propio Macri la
había usado asiduamente. Como para él la palabra no vale ni un cuarto de
bitcoin –lo que de todas maneras no parece poco-, creer que hablar es
desdecirse continuamente tiene sus límites. Ya lo ha comprobado. Desde las más
consistentes explicaciones de la baja retributiva que castigaría a los
jubilados hasta las explicaciones que tocaban las cuerdas de la sensibilidad
que, por cierto, no ha abandonado los temas sustanciales la sociedad argentina,
el gobierno vio repentinamente crecer ante sí un frente parlamentario
multivariado en la acción, para denunciar las maniobras sobre el quórum.
Quórum: antigua voz latina que ha sobrevivido entre nosotros que significa “los
que aquí estamos”.
Para emplear una expresión antigua –siempre antigua y siempre
reverdeciente-, hubo toda la semana pasada lucha de calles. Es el nervio vivo
de la democracia. El quórum paralelo, que cuando se mueve, nunca es un cómputo
electrónico sino un cuerpo vivaz pensante y actuante. Se mostró que el origen
de la violencia debe ser examinado y debatido bajo nuevas perspectivas, en
realidad” muy obvias. Todo estaba claro para el vocero gubernamental Peña, con
su repique de frases encuadernadas aprendidas recién –“háganse cargo”- hasta
los tics lingüísticos de la Universidad de San Andrés o similares, en el uso de
cancherismos sobradores y acentuaciones de latifundista propias de
habilidosos embrolladores de la pandilla. La violencia es siempre la de las
fuerzas sociales, ajenas al alcance de la máquina lava-identidades, desde luego
de lavado rápido, del plan económico gubernamental.
Para el alumnito Peña la violencia era de los
tirapiedras, numerosos, de los que podemos descontar aquellos agentes
policiales que cambiaron de vestimenta y siempre pululan, pero comprobaron que
hay formas de autoconciencia que no necesitan del agente provocador para que se
susciten cuando son accesos a la respuesta popular legítima. Tan legítimas como
las tesis de Tocqueville sobre la democracia. Había una militancia con fórmulas
de coraje conocidas y del otro lado, los nuevos armamentos letales, que por
cierto no son los de la encapotada policía del Zar en el Domingo Sangriento,
pero recurrieron continuamente de municiones de goma –de cerca hieren con saña
pero pueden matar-, mostrando una faz exuberante del Estado: las fuerzas
federales, gendarmería, prefectura, policía y policía aeroportuaria,
atrincheradas en escenas de la Segunda Guerra Mundial. Solo faltaba John Wayne
de capitán de trincheras haciendo flamear la Union Flag a cambio del gallardete
de los gendarmes, dos espadones cruzados que engañan un poco respecto del
armamento pesado que realmente utilizan.
¿Quién es responsable? Los movimientos sociales que arrojan
piedras –lo mismo con el movimiento mapuche- actúan en nombre de derechos
implícitos y remotos, siempre vigentes, pero nunca tiran “la primera piedra”.
Esta pregunta bíblica la responde la propia Biblia. La piedra primera se
constituye en Estado. El estado es el a-priori de la Piedra. Un Estado siempre
está tirando la primera piedra, a no ser que haga algo extraño y único, pedir
perdón “en nombre del Estado”, lo cual tampoco es fácil de trasladar a sus
acciones cotidianas –se trataría entonces de una teología política-, pero de
todas maneras cuando se lo dijo, fue importantísimo decirlo.
Este es un pensamiento de las derechas clásicas, que ven como un a
priori sus históricos dominios propietarios, fundiarios y bancarios. Su dominio
se funda en que posee una lengua calificadora a priori. En general, es la
retórica dominante. Y la retórica dominante es la que define su violencia como
democracia y a la democracia como violenta. Por eso Peña asume esa facilidad
discursiva. El violento real no se considera de ese modo a sí mismo. Coincide
con los pensamientos patronales de toda la historia del capitalismo. Peña
incluso denomina piqueteros a los diputados de la oposición. Nerviosismo
oficial, pero doctrina efectiva de la represión. Siempre es inocente a priori,
lo dijo MIchetti, la elevada pensadora del Gobierno, en sus momentos de
descanso: el beneficio de la duda la tienen los “marines” y la “task
forcé”. Desde la Semana Trágica del 19 –se van a cumplir cien años-,
hasta el 2001 de De la Rúa, el estado es la idea fantasmal de una violencia
concentrada y visible, que se concede legitimidad a sí misma, ahora y siempre.
La doctrina Bullrich es la acumulación de fuerzas en varios puntos simultáneos,
ostentosa y estridente –eso le molestó a Carrió, la prudente-, y el cruce
de la línea entre vida y muerte. Así lo vimos con las comunidades mapuches.
Eso, a la prudente, no parece haberle molestado.
La doctrina Carrió difiere un poco: no sobreabundancia de
uniformes, no ornamentación excesiva con fusiles lanzagranadas de nueva
generación ¿Sino cómo? ¡Con policías no uniformados! Esto revela en gran medida
qué es Carrió. Es una persona de hablar dañino, cínico, calculador y viscoso.
El estilo permanentemente despectivo, la argucia permanente para descalificar y
las artes pastorales astutamente manejadas, la hacen un personaje peligroso,
esté donde esté. Ella negocia su peligro. Es una peligrosidad que se subasta
día a día, neo-anarquismo de ultraderecha. Vende productos de “radicales
que no bajan las banderas”, para afirmar y desarticular a su favor los esquemas
cerrados del gobierno al que apoya. Apoya lo que combate, combate lo que apoya,
es un perpetuo gas lacrimógeno que no sabe de su fecha de vencimiento,
cumpliendo acciones de actriz de carácter con varios guiones a la vez. Su fuerza
es la suspicacia cómplice y la velada amenaza en el aire.Su capacidad potencial
de desestabilizar el espacio donde se encuentre, no es su debilidad sino su
oscura dialéctica surgida de un extremo talento ofídico. Su funcionalidad
gozadora del desorden al servicio del orden es un “pathos” del carácter
destructivo. Pero es su forma acumulativa de poder, cuyos ungüentos mágicos
ignoran desde Macri hasta la pobre Michetti. Tampoco sabe de esto la
gobernadora de Buenos Aires, que sólo maneja su cuerda angelical para producir
hechos “milagrosos”, cuyo núcleo interno es una coacción perversa basada en el
amor doméstico.
El milagro en política fue muy estudiado por Hannah Arendt. Como
un hecho inesperado que se convierte en una acción aglutinante. Dicho en un
lenguaje helénico y fenomenológico al mismo tiempo. Una de las barbaridades de
profundo encaje en la política argentina es que Carrió cite a esta filósofa
estricta, imaginativa y de lectura exigente. Carrió la ha usurpado, con su
vocación general de usurpar situaciones en sus picos de crisis. Lo ha
demostrado levantando la sesión de diputados y pidiendo otro tipo de represión.
El lunes estará la Federal. El jueves, en el imaginario de la gendarmería, se
desplazaban ellos cansinamente –arrastraban armamento de guerra-, desde el Río
Chubut hasta las avenidas Rivadavia, Hipólito Yrigoyen y Avenida de Mayo. Por
el momento la Federal no registra la simbolización de los acontecimientos a
orillas de ningún rio de la Patagonia, pero en lo profundo de la doctrina
Bullrich el brazo armado del Estado se convierte en El Brazo Armado como órgano
central del estado a él subordinado. En esa musculatura opresora la vieja
Policía Federal recupera terreno para mostrar también las fauces del Estado
Hidrante.
En tanto, los gobernadores –del partido que sean, los que antes
llamábamos partidos populares-, están con la calculadora en la mano en el juego
suma-cero al que los ha confinado el gobierno. Con este tipo de juego, donde lo
que se saca de un lado se transfiere a otro con más poder, estamos ante el fin
de la política. Si ella existe, es porque podría superar este juego de recursos
cerrados, un cepo conceptual donde lo que gana uno lo pierde otro. La política
en cambio es una actividad móvil entre recursos abiertos y a ser creados. En la
movilización que se oponga a este orden cerrado –que la intuición de Carrió
percibe aunque no escapa de él-, deben estar las bases de la reconstrucción de
la política en nuestro país. No puede haber política de masas, ya que ahora
está a la vista, sin replantearse los universos conceptuales del movimiento
social que atraiga con la fuerza de su valentía y de sensatez, a los
trabajadores, a los jóvenes, a los estudiantes, a los jubilados, a todos los
ciudadanos que pudieron escapar del “orden argumental cerrado”, la novela
carcelaria salida de los hechiceros a sueldo del macrismo.
Fuente: La Tecl@ Eñe
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