Para encontrarle un nuevo sinónimo a la mentira y entonces nació la “posverdad”... Por Hugo Presman, para La Tecl@ Eñe
Fuente:
La Posverdad
Por Hugo Presman, para La Tecl@ Eñe
La imagen incorporada a la memoria colectiva
es José López revoleando unos bolsos por sobre el paredón de un presunto
convento. Y sin embargo nunca fue real esa escena. La verdadera es un señor con
un arma y bolsos que arrima uno de ellos a la puerta de la misteriosa
institución presuntamente religiosa y alguien de adentro entra uno de los
bolsos. Nunca nadie arrojó bolsos, ni los revoleó.
Prácticamente, todos los que se refieren a este hecho hablan de un
funcionario revoleando bolsos.
Luego se informó que eran tres y que había nueve millones y medio
de dólares en ellos.
La escena verdadera no cambia el bochorno de lo alojado en la
memoria colectiva, pasada centenares de veces por la cadena privada de
televisión. Pero revela cómo una imagen falsa puede superponerse sobre la real
que se repitió hasta el agotamiento.
El neologismo “posverdad” alude a la enorme distancia, que tiende
a ampliarse, entre los hechos reales y las formas en que se los trasmite, y que
esos se alinean con la emoción y las creencias personales de quienes los
reciben.
Una nota de La Nación remite al origen de la expresión: “En
inglés, el término "post-truth" se empleó por primera vez en 1992 y
lo hizo el dramaturgo serbio-estadounidense Steve Tesich, en un
artículo publicado en la revista The Nation. En el artículo, Tesich decía:
"Lamento que nosotros, como pueblo libre, hayamos decidido libremente
vivir en un mundo en donde reina la posverdad". Tesich reflexionaba en ese
texto sobre el escándalo Irán-Contra y la guerra del Golfo Pérsico. Y usó
"posverdad" de la misma manera en que se lo usa hoy.”
Desde otro ángulo puede decirse que la “posverdad” implica que la
opinión, o la percepción que se tenga, valen más que los hechos.
El antiperonismo que hoy reverdece como si desde 1955 no hubieran
pasado 62 años, impúdica y falazmente afirma que el peronismo ha gobernado en
los últimos 70 años. Uno de los oídos y ojos del presidente, el financista y
mentor de la cadena de farmacias Farmacity, Mario Quintana ha afirmado:
“Llevamos 70 años cantando una marchita y nos salió bien, porque hemos
combatido el capital".
Ensayistas pedestres y cuya profundidad ni siquiera alcanza a la
superficie de lo analizado, consideran parafraseando a un personaje de Mario
Vargas Llosa en “Conversación en la Catedral” que se preguntaba “¿cuándo se
jodió el Perú?”, cambian Perú por Argentina, y entonces los Fernandos Iglesias
responden: cuando nació el peronismo.
Esa es una posverdad, es decir una clara mentira.
Thomas Piketty en “El capital en el siglo XXI” sostiene que la
tasa de retorno del capital supera la tasa del crecimiento del ingreso”. Esto
significa que hay una desigualdad creciente. Efectivamente, a mediados del
siglo XIX los más ricos de la región pampeana tenían ingresos hasta 68 veces
más altos que los ingresos de los más pobres. Según José Gelman y Daniel
Santilli en su libro “Salarios y precios de los factores en Buenos Aires
1770-1880” para 1910, la brecha era de varias veces mayor.
Los momentos de mayor concentración de la riqueza en manos del 1%
de la población coinciden no con gobiernos populistas, sino con gobiernos
dictatoriales o políticas claramente pro empresariales que se traducen en una
menor participación de los trabajadores en el PBI. Los dos momentos de mayor
igualdad en torno a 1950 y 1974 están vinculados a períodos de gran
movilización popular, a la aplicación de la heterodoxia política y al
peronismo. Durante el kirchnerismo también hubo un mejoramiento significativo a
partir de los niveles lamentables de la crisis del 2001. En ningún caso la
mayor igualdad no fue obstáculo ni conspiró contra el crecimiento. Según el
historiador Ezequiel Adamovsky, recientemente la mayor disminución de la
desigualdad se verificó en la década posterior al 2002.
Aunque hoy parezca un sueño, la evolución del PBI per cápita era
equiparable al de los países ricos consecuencia de la política distributiva del
peronismo, situación que se revierte a partir de finales de mediados de 1975,
cuando se produce una nueva aplicación de políticas neoliberales.
¿Cuántos años gobernó el
Peronismo desde 1946?
En estos 71 años hubo largos períodos en que mencionar a los
referentes del peronismo estuvo prohibido y cantar “la marchita” podía llevar
al calabozo a quien se atreviera.
El peronismo tiene 72 años, pero es una posverdad que haya
gobernado bajo la caracterización de gobiernos populistas setenta y un años; es
decir, una flagrante mentira. Gobernó desde mayo de 1946 a septiembre de 1955.
Nueve años.
Hagamos algunas cuentas: el peronismo fue derrotado el 16 de
septiembre de 1955.
Gobernó, y en la cuenta se incluyen como peronismo algunas
versiones desvirtuadas como el menemismo: desde el 25 de mayo de 1973 al 24 de
marzo de 1976 o sea alrededor de 2 años y dos meses. Luego gobernó 10 años con
Menem, dos con Duhalde y 12 con el kirchnerismo. En total 35 años y 10 meses,
36 años sobre un total de alrededor de 71 años o sea un 51 %. Ese porcentaje se
lo engloba bajo la generalización de populismo. Pero si excluimos los 10 años
de menemismo que fue un gobierno neoliberal y no un gobierno populista, alcanza
tan solo a un 36 % por los gobiernos de esa caracterización (Perón – Cámpora –
Perón – Isabel - Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández).
El radicalismo gobernó tres años de Illia, los dos de la Alianza y
los 6 de Alfonsín en total 11 años, o sea un 16%. Los desarrollistas con
Frondizi, cuatro años o sea un 6%.
Los militares los 3 años de la Revolución Fusiladora, los 7 de la
autodenominada Revolución Argentina y los 7 años de la dictadura que decidió
llamarse “Proceso de Reorganización Nacional”, en total 17 años o sea un 24%.
El macrismo lleva casi dos años o sea un 2%. El gobierno de Jose María Guido,
que sucedió a Frondizi ejerció la presidencia del 29 de marzo de 1962 al 11 de
octubre de 1963, durante 20 meses lo que implica sobre el período considerado
un 1% adicional.
La posverdad falsifica los datos y convierte un deseo en una
verdad, eso a lo que siempre se denominó simplemente mentira.
Una posverdad que ha realizado un largo y exitoso recorrido es “se
robaron todo” o “se robaron un PBI” o reducir 12 años de gobierno a un capítulo
del Código Penal bajo la posverdad “una asociación ilícita se apoderó del
gobierno”. Medidas muy positivas como la estatización de los fondos de pensión
subestimada bajo la posverdad “un manotazo al dinero de los jubilados” o la
estatización del 51% de YPF, con el pago de indemnización, calificada con la
posverdad confiscación.
El antropólogo Alejandro Grimson en una nota publicada en la
revista Anfibia, tiene un punto de
vista al respecto con algunas diferencias. Escribió: “Vivimos una época
bautizada con un nombre falso, con una identidad apropiada. Nos han dicho que
esto es “la posverdad”. Como si alguna vez, en el pasado, hubiéramos vivido una
época atenta a los hechos. Como si la guerra de interpretaciones no estuviera
tristemente inscripta en la forma en que fue fundada la Argentina. ¿Acaso la
barbarie era un hecho? ¿Acaso lo era la proclamada civilización? No importaron
los hechos en el 45, en el 55, en el 76, en el 82. La “información” no era
información. El periodismo de guerra no nació en estas tierras en el siglo
XXI.” Grimson acierta cuando apunta que siempre las interpretaciones
sesgaron los hechos, pero relativiza que posiblemente nunca como en la actualidad
los deseos del intérprete se aleja de los hechos que interpreta. Si por la Copa
Argentina River derrotó a Atlanta por 4 a 1, eso es información y
posteriormente el análisis del partido puede llevar a un comentarista a
sostener que el resultado debió ser distinto o en sentido contrario, es decir
que Atlanta debió ganar 4 a 1. Eso, más allá de lo forzado del análisis
del periodista sobre el desarrollo del partido, es muy diferente a partir que
el resultado fue de 4 a 1 a favor de Atlanta.
La Posverdad
Cada tanto algún ensayista ingenioso acuña un concepto entre
oscuro y rimbombante que le permite escribir largos y engorrosos trabajos;
cuanto más crípticos más intentos de interpretación, mesas redondas y
conferencias nacerán a su vera.
Desde la modernidad líquida del sociólogo polaco
Zygmunt Bauman al significante
vacío del filósofo
argentino Ernesto Laclau, de los “no lugares” del antropólogo francés Marc Augé a "la
teoría de la racionalidad limitada” del economista estadounidense Herbert
Simon
A los legos nos resulta complicado poder desentrañar si estamos en
presencia de una genialidad artística o de una tomadura de pelo consagrada por
la crítica con los pergaminos de una obra maestra. Conrado Nalé Roxlo,
que hacía humorismo con el pseudónimo de Chamico, revela, con una ironía
implacable, cómo el snobismo puede ser una de las múltiples caras de la
estupidez; se llama “La nueva escuela”: “Era un gran poeta que vivía en un
huerto de laureles plantados por la admiración de sus contemporáneos. Tan
tupida era aquella floresta de la gloria que el poeta no podía ver el
espectáculo de la calle, que, por otra parte no existía, pues las autoridades
desviaban el tránsito para que los ruidos no lo molestaran en la
contemplación de las nubes, que era cuanto necesitaba ver. El Baedecker de la
ciudad decía que al pasar sobre su casa las nubes tomaban las formas más
caprichosas y bellas, lo que atraía gran cantidad de turistas que veían o no el
prodigio según el grado de sensibilidad.
Gozaba en vida de tanta gloria como si ya se hubiera muerto. El
Instituto Gallup había calculado que por cada 154 sílabas imantadas por su
inspiración (que son las que contienen un soneto decente) se escribían 473
páginas y media de crítica, toda elogiosa. Pero el gran poeta era muy
distraído, posiblemente porque siempre estaba papando consonantes, y así cada
salida le costaba un paraguas. Digo mal, no le costaba nada, pues el que lo
encontraba, se apresuraba a guardarlo como reliquia y enviarle uno mejor. Él no
se daba cuenta del cambio y agradecía la devolución con una esquelita. Pero
dentro del perfecto régimen de distracciones en que se movía, la esquela se la
mandaba a otra persona. Estos agradecimientos de contramano daban un cierto
sabor de aventura, azar y misterio que sentaba muy bien a su poesía y permitió
a los críticos, exégetas y psicólogos escribir páginas sutilísimas sobre el
paragüismo. Einstein, que siempre tiene respuesta para todo, soltó una fórmula
tan exacta y deslumbrante que se creó un instituto para interpretarla. Bernard
Shaw, también consultado por una agencia internacional, se limitó a decir que
el gran poeta era muy distraído, chiste que fue ampliamente celebrado.
Pero era más distraído que todo eso, pues con harta frecuencia se
olvidaba de poner las correspondientes consonantes en las puntas de sus
maravillosos versos. En esos casos el director del diario o revista que los
recibía tomaba el teléfono y, con el respeto debido a su genio, le decía:
- Maestro, se ha olvidado usted de las consonantes.
- ¡ Qué cabeza la mía! exclamaba él, y le daba por teléfono
cantidad de consonantes suficientes para que el poema saliera como Apolo manda.
Y jamás cometió un error. Era un mimado de las musas
Pero un buen día, sin decir agua y jabón van, se metió en el asunto
su lavandera, oficiando sin proponérselo de décima musa. Le dejó sobre la mesa
donde se amontonaban sus borradores una cuenta de lavado y planchado. Llegó el
poeta impresionante de inspiración y tan distraído como inspirado, y
firmando la cuenta la mandó a una revista literaria.
Al rato sonó el teléfono:
- Maestro, faltan las consonantes.
- ¡ Por Mnemósima, madre de la memoria! – exclamó el vate-
¿Cuántas consonantes faltan?
- Todas, y son tantas.
- Allá van.
Y allá fueron. El poema apareció con una ilustración onírica y
surrealista, muy puesta en razón, y comenzaba así:
Siete camisas, amor
Dos calzoncillos, jardín,
Siete pañuelos, violín…..
Tres camisetas, ¡ dolor!
Los críticos se desencuadernaron escribiendo elogios. Treinta y
siete academias pidieron para él el premio Nobel. Ciento de recitadoras tomaron
apresuradamente trenes y aviones para difundir la buena nueva con los
correspondientes ademanes. Se agotaron los catálogos de las tiendas, pues
jóvenes poetas ansiosos de ponerse a tono buscaban prendas adecuadas para
poetizar. Surgió, como no podía menos surgir, la polémica entre los partidarios
de la lencería y los energúmenos de la bonetería. Terciaron, naturalmente, los
eclécticos sosteniendo que eran compatibles la camiseta de doble frisa con la
camiseta de seda natural. Los clasicistas abogaron tímidamente por la
restauración del peplo. Al grito de ¡pasatistas! se ahogó su voz con una
tricota.
En fin, fue un jaleo como el estreno de “Hernani”, pero adaptado
al ritmo violento de nuestra época.
Cuando el poeta se enteró del escándalo, quiso aclarar el error,
rectificar la cuenta del lavado para darle el bajo lugar que le correspondía,
pero se habían acumulado ya tantos estudios, tantos argumentos, tantas
conferencias, que no le habría bastado la vida para rebatirlos. Además, ¿cómo
decir de verdad sin ofender a sus devotos y exaltados admiradores?
¡Imposible! Se resignó a ser el creador de una nueva escuela de la
que no entendía una flauta de pan. Pero a fuerza de leer los argumentos de los
teorizadores y los poemas de sus discípulos, la luz se hizo una vez más en su
mente privilegiada, y un día se sentó a escribir, trémulo de emoción:
Un par de medias, destino……”
Cuando Chamico escribió este cuento, recogido en una edición de
Eudeba de 1965 en el libro “El ingenioso hidalgo”, no existía el concepto de la
posverdad. Pero si el de mentira que existe posiblemente desde la
invención del lenguaje hace 600.000 años.
Se tardó entonces una cantidad de tiempo considerable para
encontrarle un nuevo sinónimo a la mentira y entonces nació la “posverdad”.
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