En la entrevista con Novaresio,
hubo una Cristina tensa y en guardia, como lo revelaban expresiones de ella
referidas al propio curso de la entrevista, y el modo en que el entrevistador
preguntaba, razonaba, la interpelaba. En principio la advertencia de no ser
llamada “doctora”. ¿Reflejo defensivo respecto del modo en que Jorge Asís la
llama, apelando a un forzamiento falsamente galante, que habla más de las
menudas astucias de este escritor antes que de los verdaderos alcances de sus
lances de ingenio? Si fuera así, no era necesario, quizás, advertírselo a
Novaresio, que es una pieza caballeresca del dispositivo de la “derecha
democrática”, concepto que no existe como capaz de explicar el horizonte
político bajo el cual vivimos, pero sí para definir convicciones y personas.
A partir de allí, Cristina – y yo la llamo así también, porque
pongo a prueba al régimen de intimismo que a veces sustituye la real lejanía
que produce entre las personas la heterogeneidad de las sociedades -, Cristina,
digo, entró en el clima habitual que ofrecen los géneros de entrevistas
chocantes de la televisión. Pero el trato entre las dos personas separadas por
una mesa, recortadas en el trasfondo de una redacción periodística, real o
irreal, que seguía indiferente con sus tareas, fue un trato donde la
cordialidad implícita en la pronunciación de los dos nombres de pila – el otro,
“Luis” -, no lograba ocultar un dilema trascendente y único. ¿Es posible
entenderse cuando los puntos de partida son tan diferentes en la visión del
mundo, de la vida, de la política y del pasado? ¿Es la televisión el medio o
ámbito adecuado para que eso ocurra, en caso de que alguna vez ocurra?
Periodísticamente puede y debe ser posible, pero hay que preguntar a qué
llamamos periodismo hoy, donde el grado cero de su escritura y actividad
debería conservar una neutralidad efectiva para poder ejercer, luego, un
efectivo ensayo de agudeza ideológica, en lo posible no facciosa, por parte del
entrevistador. Pero si se intentó, no se vieron demasiadas evidencias de ese
esfuerzo.
En un momento final, Novaresio invocó el nombre de Bernard Pivot,
que marcó una época de fuerte repercusión en la televisión cultural francesa,
para hacer una pregunta que supuestamente tenía esa fuente: “¿Cristina,
dijo siempre la verdad en este reportaje?”. A pesar de la generalmente
prestigiosa fuente de donde Novaresio tomó la pregunta, no parece pertinente
que ahora el entrevistador ponga en juego ese concepto, más bien semejante a un
juego refinado que el periodista francés realizaba en su más famoso programa, Apostrophes.
Novaresio mostraba más bien una inquisición asimétrica que en este caso
representaba a todo el aparato comunicacional hegemónico con una fuerte
evocación contra todo lo que habitualmente se asocia a Cristina. “Miente”.
“Actúa”, etc. Así se entendió, más allá del transcurso mismo de la entrevista,
que tuvo momentos destacables, logros explicativos de la ex presidenta que no
pueden pasar desapercibidos, y en ese marco, ciertas concesiones que parecerían
tener un bastidor electoral, como la mención a Venezuela, que sonó a un rápido efecto
defensivo – comparar a Macri con la misma actitud agresiva que se le adjudica a
Maduro respecto a la Procuradora General -, que no hace entera justicia a una
compleja situación del país caribeño. Los puntos comparativos de esa índole no
siempre son satisfactorios.
Si bien interesaría ahondar más en estas visiones de las que ahora
parece ser portadora Cristina – explicadas en parte por la persecución
mediática, en parte por la compleja situación mundial, en parte por el esfuerzo
superior al que es sometido ante tantos embates -, nos enfocamos ahora en las
figuras arquetípicas que implica una entrevista de esta índole. Ya lo dijimos:
no vemos porqué la entrevistada se excusó del ceremonialismo pidiendo que se la
llamara solo por su nombre político, “Cristina”, no por su nombre civil ni su
condición de doctora. Era una imposición que no parecía necesaria hacia “Luis”.
Pongo las comillas que Mario Wainfeld, con su acostumbrada lucidez, suele
colocarle a los nombres que se pronuncian por televisión, para señalar que son
aureolados por un indefinible aire de ficción, una cordialidad fabricada en el
set, una intimidad forzada como si una conversación en ese espacio fuera a
valer por su “verdad”. Si así fuera, se debería comenzar por establecer la real
diferencia que queda forjada en el mecanismo televisivo cuando se enfrentan
opiniones diversas, y no por su ilusoria camaradería originada en ese momento
compartido de carácter ficcional y apariencia “naturalista”.
Fue, de todos modos, una gran discusión política, donde un miembro
educado de establishment, no un troglodita profesional, no pudo sino cumplir
con el protocolo de temas que acosan sistémicamente a Cristina Fernández de
Kirchner, pero desde luego, no dándoles el aspecto judicial-policial con que se
suelen presentar habitualmente. Corrupción, bienes personales, Nisman, Irán, en
qué tipo de régimen político vivimos. Cristina – ahora estoy yo en problemas
para mencionarla -, tuvo una actuación digna, reteniendo hasta un punto
adecuado su propensión a las ironías perceptibles por su punzante espesura, y
dejó aflorar más bien su vocación para los retruécanos de fuerte connotación
expresiva. Por ejemplo, antes no gobernaban empresarios, y sí militantes (así
se definió ella), y no obstante pudieron crecer las empresas grandes, medianas
y mucho más las pequeñas. Ahora que gobiernan empresarios, eximidos de
establecer mediaciones políticas, las empresas cierran o están al borde de
hacerlo.
Este estilo de razonar, que Cristina frecuentó abundantemente en
sus discursos gubernamentales, reapareció con la cuestión de los cuerpos. En
este caso se trataba de un juicio político sobre los años sesenta. Había una
verdad en aquellas creencias militantes de esa época, pues el sufrimiento se
alojaba en los propios cuerpos de los ideológicamente comprometidos, hasta el
evento póstumo de hacerlos desaparecer. En cambio ahora, hay decisiones
abstractas de carácter represivo, dadas sin riesgo, que se alojan en cuerpos
ajenos que desaparecen. Se refería con esto último a Santiago Maldonado, y con
lo primero, a los militantes de hace medio siglo, que se exponían a pesar de
que –sugirió Cristina-, estaban equivocados.
Estas torsiones del lenguaje, revelan algo que
también a Bernard Pivot se le escaparía. La verdad no es un ente fijo que se
sabe a sí mismo, ni una invención festejada por los irresponsables como post
verdad, que se podría mover como un autito de plástico, infantilmente, de un
lado a otro. La verdad es o sería un juego de tensiones que se ejercen en un
tiempo dado, definible por su ahora, por su inestable
actualidad, pero nunca incapacitado de cotejarse con otras tensiones, con la
historia de los propios desasosiegos locales y universales. Por eso, Cristina
dijo la verdad, pero no desde el “a priori” idealista que imaginó Novaresio –la
verdad del periodista perteneciente a un régimen de poderes establecidos- sino
de un modo de autoreflexión, el modo en que le permite su propio balance en
curso sobre su gobierno, la manera escandalosa en cómo se la ataca (ese Libreto
Mayor, que a pesar de todo, Novaresio utilizó sin mayores ensañamientos) y las
áreas en que se destaca comparativamente el gobierno anterior con el que lo
siguió, siguiendo aquellas específicas donde aparece la fantasmagoría de López.
Ese nombre flota amenazante, es principalmente una imagen de “Ciudad Gótica”,
una estampita religiosa herética, un relicario de historieta con casco y
chaleco antibalas que revolea eternamente bolsos sobre un paredón monástico. El
“relato”, tanto que hablaron de eso, no puede ser más perfecto. Ya está
completo, la ficha colocada en el cartón con fijeza de una chinche sobre la
cartulina de la historia contemporánea del país. “Matriz Corrupta”. Ni Batman
resuelve el tema.
En cambio, con los mapuches, el Gobierno no encuentra el rumbo, es
decir, a quien cargarle los síntomas de la tragedia, no le alcanzan las
operaciones de inteligencia super-escenográficas.
Así fue la de López, comisionado eminente de las ilegalidades paralelas al
Estado, sobre la base de tráficos entre empresas contratistas, los gobiernos
reales y personajes propiciatorios que recorren todo el espinel político, pero
retransmitidos por la onda rocambolesca de los analistas del FBI de las
televisiones con semiólogos de turno. Si a propósito de Maldonado no consiguen
la foto adecuada -por el momento tienen un gendarme joven de apellido Echazú
con una parte de rostro con un rasgón de sangre-, en el caso López, el núcleo
efectivo, cuan cierto que esté teñido de verdad, también lo conforman
decisiones especializadas en grandes guiones de truculencia escénicas,
televisivas.
En la línea “Campaña del Desierto” se hurga la posibilidad del
Mapuche Culpable, así como con el caso Nisman se quiere desviar lo obvio –un
suicidio de Estado, no un suicida por causa del Estado- y transformarlo en una
conspiración entre querandíes, ranqueles, tehuelches o…mapuches. Póngase
“kirchneristas” en el lugar que corresponda. Mapuches asesinos, mapuches
ilegales, mapuches falsos que esconden floggers, o cómo se llamen, o sea
“tribus urbanas” de muchachos desocupados que entorpecen las veredas. Molestan
además porque en la terminología canchera de los etnógrafos de los Canales
oficiales, decir tribu urbana es de buen gusto, pero ya que haya tribus
verdaderas, lleva a consultar las historias inverosímiles sobre canibalismo de
los viajeros europeos del siglo XVIII.
No saben cómo hacer de la Culpa un “Uno”, una singularidad, cuando
cualquier construcción al respecto llegaba a la Matriz. En el pensamiento
televisivo oficial, López no era un “uno singular” sino que encarnaba la
Matriz. Ahora, ésta ya no aparece. O en el notorio suceso trágico ocurrido en
el lejano sur, ya no debe portar el rostro de la Gendarmería, que es el Estado.
Por eso, la elaboración de lo que falta en el caso Maldonado, el casco del reo
saliendo del convento con los ojos fuera de órbita, lo trasladan al chaleco
puesto sobre Cristina, el modo en que es refutada, despreciada o imitada
grotescamente en los programas cómico-políticos: Cristina Mapuche.
Peligro de reincidencia mítica de la gran amenaza, que lograron
encarnar, como las grandes leyendas primitivas, la que acostumbran unir
comunidades imaginarias que pasan a temer la supuesta realidad de un despojo
(cuando los verdaderos causantes del despojo son los que generan ese concepto
salido del gabinete de “invención de leyendas”).
Pero, en fin, el núcleo emancipador del
kirchnerismo, cuya alma real es la que tantas veces reitera Cristina –lo hizo
en el acto de Florencio Varela, mentando un desarrollo nacional multiclasista y
alianzas sociales democráticas, para decirlo a la manera habitual-, quiere ser
sustituido por el oscuro caos de una reinante corrupción, mancha siniestra a la
que en vez de encontrarle su racionalidad jurídica, la convierten en un
misticismo de fuerte pregnancia. Materia prima de los exorcistas de turno. Con
ella acarician la hipótesis máxima, con la que se entusiasman y al mismo tiempo
aceptan la dificultad de su cumplimiento. La prisión de Cristina. Como conjura
que enhebra con la misma aguja el desinterés por las instituciones republicanas
y el temor por el incisivo planteo de Cristina de interpretar como una
interrelación complementaria la precarización social y laboral, con la
precariedad democrática y de las fuerzas autónomas del derecho. Un planteo
notoriamente superior a aquel que denominan –no sin gracia- “el peronismo
racional de Pichetto”.
En el terreno de las formas jurídicas ajenas a su politización
brutal – la justicia está hoy quebrada por dentro-, estos casos deberían ser
evaluados junto a las desmesuras de las artimañas oficiales, tanto en las zonas
crípticas de la política (casi todas), o en los manejos financieros del
macrismo, públicos y privados. Ya que obedecen a una fusión de campos de
sentido diversos, desconocida antes, pero apenas mencionadas con el salvavidas
conceptual del “conflicto de intereses”. Esto señala más un problema antes que
ofrecer una garantía de rectitud política. ¿Cómo un gobierno va a iniciarse
presuponiendo que en su seno hay tales “conflictos”, que merecen
regulación especial?
Lo que dijo Cristina sobre López en la entrevista es
sustancialmente cierto, es un magma explosivo que debilita el conjunto de las
fuerzas democráticas desatadas por el kirchnerismo, pero que recorre todas las
gradaciones y ámbitos actuales o pasados de los procedimientos económicos
oficiales, del anterior y de éste. Pero allí anida una debilidad, y quien hace
esa pregunta sabe que pone a los astros en conjunción favorable hacia él. Pues
se carece de más convincentes explicaciones que incluyan la desmesura de los
flujos oscuros de moneda que caracteriza al Macrismo –es una ilegalidad enmascarada
permanentemente, y para decirlo con palabras de Cristina, una democracia
precarizada o una ausencia efectiva de estado de derecho-, y falta la
simbolización que las “honestas” grúas macristas ya han producido por doquier,
pues en la teoría de las excavaciones la tienen fácil: cambian monumentos,
derriban los muros de la residencia de Olivos (a fuerza de vecinos sin
secretos), escarban la Patagonia… Allí su provincia preferida se llama Benetton
y el distrito sagrado Joe Lewis. Este “mundo grúa” es un artefacto específico
del macrismo. Nadie más lo logrará.
No obstante, o bien Cristina es Lady Macbeth y desea engañar con
ojos humedecidos a Novaresio, o allí hay un verdadero vacío explicativo que el
régimen mediático dominante no quiere que se aclare, porque es su carta
fundamental, su carpetazo con casco, su operación más exquisita montada en la
ronda nocturna de un desdichado operador político que como los personajes del
infierno dantesco, está sumergido eternamente en cieno y sospecha, el pantano de
signos de la Argentina propiamente dicha. Omitiéndose de esta cruel historia,
el gobierno actual descansa allí y busca nuevas imágenes con casco, un gendarme
apedreado, etc. Pero a esta construcción de “Cristina Mapuche” hay que
contraponer no solo las cifras del endeudamiento macrista que “servirían para
varios Arsat, varios o muchos hospitales, etc.”, como dijo Cristina en
Florencio Varela. Hay que contraponer asimismo otra idea del político que en su
biografía dramática introduce en el análisis la dialéctica de sus propios
actos. Este paso debe comenzar a darse.
Está bien que se invierta el argumento macrista y se les devuelva
bajo una forma infinitamente peor, cuando ellos se miren, si se animan, en ese
espejo. Pero aun así, siendo incomparables ambas gravedades – “bolsos” contra
“blanqueos”-, la parte de la religión que celebra el macrismo con sus “idola
tribu”, aún reza por la estampita de López. Con sus puertitas, saliendo del
monasterio, y como los anticristos de utilería, juzgado por “revolear bolsos”
sobre los muros, como espectro del medioevo, pues el poder de esa imagen admite
variados relatos sobre lo inexistente. Incluso Novaresio, un periodista que se
jacta de cierta precisión en el uso de lenguaje, dijo “revoleó bolsos”, lo que
la imagen no contiene ni nunca mostró. El verbo revolear se invoca para hacer ridícula la grave
desmesura de esa filmación, y poder narrarla por televisión. Contiene, sí, una
tal excentricidad icónica que no tienen los sin embargo más amenazadores Panamá
Papers, que nadie vio “revolear”, donde yace la verdad última. Pero abstracta.
El macrismo toma las decisiones más pesadas sobre la historia nacional, pero su
estilo es abstracto. Es la burla de las meta-finanzas invisibles a los bolsos
voladores “vistos” por millones de espectadores. Se vio un arma, bolsos que se
pasaban de un lado a otro al ras del suelo. Sí, claro, eso se “vio”. Pero lo
que ofrece el relato vigente es la capacidad voladora de los bolsos de
kriptonita, materia shakespeareana provista en gran medida por los “service”.
Estos íconos, operaciones, leyendas, locuciones míticas,
afectan la verdad del kirchnerismo en la medida en que acepta la litografía del
Mal, que refleja un evento real pero del que debe analizarse su arquitectura
compositiva. Este hecho muestra explícitas oscuridades, condenables, cuyos
estragos son visibles, pero tiene escala menor que los daños implícitos de las
aguafuertes ocultas del macrismo. Pero eso lo dirá con más fuerza la historia
real del período cuando sea efectivamente reconstruido.
Ahora, admitir el modo en que podía moverse un área “no sabida”
del anterior gobierno, no implica no saber en qué consistía. Al saberlo y
explicarlo no solo no se aguaría una médula dominante, nacional popular
democrática, sino que se reforzará su posición más genuina e innovadora y se
podrá, en efecto, desmantelar lo que esos hechos cargan como matriz teológica
de los falsos sacristanes. Pues a todos les son inherentes: a los gabinetes
secretos del macrismo también nos referimos. A los servicios de informaciones,
los alquimistas de imágenes, los fabricantes de leyendas narcotizantes. Las
creencias colectivas suelen ser tan firmes como mármol de Carrara o el hierro
con que se hizo la Torre de Eiffel. La entrevista con Novaresio y el posterior
acto en Florencio Varela son capítulos difíciles pero adecuados para examinar
creencias colectivas, como un avión meteorológico que se mete en el ojo de un
huracán.
Admito ignorar asuntos de protocolo, pero estaría Seguro que existen, o quizás de lo que se entiende por diplomacia por costumbre
ResponderEliminarEs casi imposible que un periodista no haya sido instruido en estos temas, es inconcebible que no lo sepa.
Es más posible que los ignore , a propósito.
Es un fenómeno inédito , aunque nos parezca normal.
Ningún periodista afín u opositor se hubiera dirigido a Perón como Juan, siempre fue el General Perón o el Doctor Alfonsín , o el Doctor Illia, lo mismo con Frondizi , Menem o Duhalde.
Bajo cierta apariencia coloquial y campechana en la confianza se esconde un desprecio por su condición de mujer y por las políticas que llevo a cabo .Que no queden dudas
Mirá Javier, en gran medida estoy de acuerdo, para la generalidad de los casos de lxs (no Ex, debería estar protocolizado) Presidentxs.
ResponderEliminarPero en el caso de la Presidenta Cristina, salvando las distancias que correspondieren (no podría teorizarlos filo socio o psicológicamente) funcionen otros resortes que por ejemplo funcionaron con Evita o con Lady Di.
Quizás, en, otro grado, el mismo desprecio reformulado de yegua, puta y montonera.
Randazzo cumplir, Cristina dignifica.
Fijate que llamarlos a Kirchner o a Macri por sus nombres de pila en una entrevista de esa naturaleza sonaría forzado y hasta pueril.
ResponderEliminarPero no creo que se trate sólo de una cuestión de género. Bachelet es Bachelet y no Michelle.
…quiero estar cerca de los que más sufren: los enfermos, los que viven en la indigencia, los presos, los que se sienten solos, los que no tienen trabajo y pasan todo tipo de necesidad, los que son o fueron víctimas de la trata, del comercio humano y explotación de personas, los menores víctimas de abuso y tantos jóvenes que sufren el flagelo de la droga. Todos ellos llevan el duro peso de situaciones, muchas veces límite. Son los hijos más llagados de la Patria… De la Carta del Papa Francisco por el Bicentenario de la Independencia.
ResponderEliminarAyer soñé con los hambrientos, los locos, los que se fueron, los que están en prisión
hoy desperté cantando esta canción
que ya fue escrita hace tiempo atrás.
Es necesario cantar de nuevo,
una vez más.
Charli Garcia- Inconsciente Colectivo
…Así, cuando los manifestantes llaman puta a Cristina, lo que hacen es asociarla al arrabal, a los elementos socialmente marginados, a las clases históricamente postergadas, las que se han visto, de una u otras manera, favorecidas con sus políticas…
…Para las pobres, Cristina viste las ropas y luce las joyas a las que ellas nunca van a acceder, pero esto no les produce enojo sino admiración, encanto, dado que, como se ven favorecidas por sus políticas, la sienten como una de las suyas, una “infiltrada”; en tanto, en las mujeres de clase media y media alta esto mismo produce desprecio y envidia…
…Y final, y terriblemente, Cristina es puta porque goza. Goza porque se la ve bien, porque tiene carácter, porque lejos de ser sometida siempre se muestra desafiante, porque ríe y sonríe mucho, porque es cálida pero a la vez tiene autoridad: goza, es decir, disfruta, con el ejercicio del poder….
http://emilianotualaetcetera.blogspot.com.ar/2012/09/cristina-las-putas-y-el-goce.html
Hace veinte años fallecían, casi al mismo tiempo, la "princesa del pueblo", Lady Diana de Gales, y la "madre de los pobres", Teresa de Calcuta.
..lo que más le gustaba era ayudar a los que más lo necesitaban y decía frases como está "Only do what your heart tells you" / Solo haz lo que te diga tu corazón…
Dos vidas totalmente antagónicas, pero unidas por una gran amistad. "He cumplido un sueño", diría Lady Di con una amplia sonrisa en las puertas del convento romano Via Casilina tras conocer a la anciana religiosa, ya en un delicado estado de salud…
…La princesa se convirtió en un apoyo mediático sin precedentes para la labor de la Madre Teresa…
http://elpandelospobres.es/noticias/lady-di-princesa-de-corazones-y-amiga-de-santa-teresa-de-calcuta
Paco Jamandreu …Le dijo: "Sabe que pasa señora...ser puto, ser pobre o ser Eva Perón, en este país despiadado, es la misma cosa"…
http://guillermodonari.blogspot.com.ar/2010/07/ser-puto-ser-pobre-o-ser-eva-peron.html
Con todo respeto sin llegar a disentir totalmente no veo una linea de discurso, o se denotan ciertas contradicciones el caso de Macri no se como lo llamaran cuando termine el mandato.
ResponderEliminarNo importa como la llame la gente que tienen el derecho llamarlas como lo sientan. Un periodista es distinto, en todo caso puede pedir permiso para llamarla Cristina, como ves a Lady Dy vos mismo le estas poniendo el titulo y en el caso de Eva el mismo Paco Jamandreu a pesar de ser tremendamente cercano la llama Seniora.Como otro ejemplo a nadie se le ocurre llamar a Broges Jorge en un reportaje sino maestro. Pero por supuesto todo es subjetivo
Javier: coincidimos, aunque no me entendiste nada.
ResponderEliminarUn abrazo