La desobediencia
cambió el mundo y lo transforma cada día. Derribó tiranías, batió
complacencias, descompuso dogmas y hoy se enfrenta a sutiles enemigos mucho más
peligrosos que los viejos dictadores y los míticos dioses a los que sirvieron y
adoraron los siglos. En su mejor versión verbal se llama rebeldía y es el
derecho latente al ensanchamiento de la libertad real, incluyendo la
impugnación de la legalidad y la disposición a enfrentarse a las amenazas que
se ciernen sobre aquella en forma de normas abusivas y poderes intocables
revestidos de legitimidad democrática y hasta de amable apariencia. Jamás en la
historia estuvo el ser humano más controlado que ahora y nunca tan condicionado
por resortes invisibles; pero también nunca como hoy las personas tuvimos más
oportunidades de vencer. Existe el derecho al desacato.
La ley es el
problema. No la ley genérica que emana de la representación popular y sirve de
marco de convivencia y zona de equilibrio social, sino la ley cruelmente
impuesta, creada al servicio de los más fuertes, la ley castrante que consagra
la vigencia de las fechorías de la historia, la ley tramposa que juega con
cartas marcadas para beneficiar a unos y perjudicar a otros siendo iguales; la
ley que sostiene la injusticia… la ley que bloquea la democracia.
¿Y qué es hoy la
insurrección? Un oficio romántico pero impracticable. Para el sistema, a lo
más, es el aplauso y la emoción por una gesta titánica narrada en una película
o novela, pero imposible de llevar a la práctica real; un sueño, un acto de
entretenimiento. Como en la publicidad: solo es imaginable rebelarse para
cambiar de Coca-Cola a Pepsi, de marca de coche o pasar de Windows a Apple.
Juegos infantiles y devaneos bobos del espíritu democrático. Y, sin embargo,
todos los días hay subversiones: el Estado orilla sus propias normas, se
paralizan cumplimientos jurídicos, se desobedece a conciencia, se atacan los
derechos, se violenta a las personas y se ejerce la injusticia y la
desigualdad. ¿Existe algo más absurdo y surrealista que pleitear con la
Administración -el contencioso- que usa los recursos públicos como defensa y
ataque simultáneamente frente a los ciudadanos ofendidos por la ley?
Pero el derecho al
desacato es un método, no un fin. Es el impulso de una necesidad de cambio que
el poder se empeña en taponar para subsistir con sus reglas tramposas. Todas
las transformaciones históricas, sin excepción, estuvieron precedidas de
períodos de rebeldía con mucho sacrificio humano y todas se hicieron contra la
invocación de la inmutabilidad del sistema en vigor, del rey o la ley. Los
marcos legales se resisten a variar, se autojustifican en su permanencia
artificial. Los cambios tienen en el desacato su precursor. No hay necesidad de
revertirlo todo, sino lo inservible e injusto. La libertad es un impulso
poderoso que, en su lúcida inteligencia, es capaz de percibir lo que la oprime.
Y frente a ese agobio, primero es la denuncia y después, la subversión.
Es hermosa la
rebeldía cuando se tiene la razón, el entusiasmo de la libertad y el respaldo
de la mayoría. Cuando la ley se convierte en yugo y la libertad está sometida a
la perversión normativa, está justificado el desacato. Prácticamente, no hay
más alternativa.
JOSÉ RAMÓN
BLÁZQUEZ para Deia- Bilbao - España
qué raro, que no haya comentarios, justo en éste posteo, con un tema tan crucial, justo hoy... esperando el 25? jaja.
ResponderEliminarnada más claro al respecto que comparar venezuela con brasil. es tan, tan, (campana, le decían en mi pueblo) evidente que el terrorismo justifica el atraso por falta de más herramientas, y el pueblo pide adelantar el reloj...
y vale para siria y everywhere.