Derechas outdoors: la
marcha de los oposicionistas en América Latina
Por Esteban de
Gori, Camila
Vollenweider, Ava Gómez, Bárbara Ester, investigadores
del CELAG, para Revista Sin Permiso
El progresismo en
América Latina se había acostumbrado a las plazas llenas y promovió la
participación en el espacio público. La mística reactualizaba la
solidaridad entre pares como parte de un proyecto político opuesto al
neoliberalismo excluyente. La movilización ciudadana se había vinculado a las
políticas de ampliación de derechos y propuestas de estos gobiernos que
incorporaban a vastos sectores -antes marginados- a la ciudadanía. Calles y
plazas acompañaban a gobiernos que ampliaban derechos, consumo y
reivindicaciones históricas. Sin embargo, el idilio popular encontró obstáculos
propios del mundo global contemporáneo. La alianza “pos política” de los
sectores conservadores construyó un imaginario que convertía al espacio público
en un campo minado. Las redes y sus alusiones a un pacifismo blanco de “no
conflicto” y la reivindicación del derecho a circular libremente -privilegiando
la perspectiva del ciudadano “ocupado”- se opusieron a las
manifestaciones en el espacio urbano.
Su estrategia no
fue efectiva, pues la movilización de cada uno de los países latinoamericanos
no desapareció. Las manifestaciones urbanas se mantienen como una forma de
acción política reconocida como válida para torcer o modificar escenarios
políticos. Una plaza llena es más que una plaza, es una caja de resonancia de
posibles escenarios electorales o acciones futuras. Las derechas no se fueron
del espacio público, sino que se reinventaron y reconfiguraron su estrategia
utilizando las tecnologías y redes para la circulación –viralización mediante-
de sus mensajes y propuestas.
La primera gran
aparición de las derechas en las plazas ocurrió en Venezuela contra el gobierno
chavista, luego sería imitado en otros países con experiencias progresistas. En
los últimos años, las derechas lograron –ante el impacto de la crisis
internacional, la reducción de commodities y precios petroleros- organizar el
descontento. Plazas contra el aumento de retenciones a las agro-exportaciones
en Argentina; contra la ley de herencia y plusvalía en Ecuador; contra las
políticas sociales de Dilma, llegando al punto irrisorio de no sólo avalar el
juicio político sino de avalar una intervención militar en Brasil, son algunos
ejemplos de la capacidad de movilización de las derechas regionales.
Los medios de
comunicación son clave para la disputa de imaginarios y organización de
sentimientos, pero la calle es la calle. Las derechas construyen su
sociabilidad también allí. Una sociabilidad reservada a espacios sociales
identificados con las expectativas de clases medias y altas, que esgrimen como
principal distintivo el movilizarse por su “propia decisión”.
Cuentapropistas
políticos autoconvocados desde su propia individualidad y que reclaman
limitar al Estado o, al menos, las propuestas a su entender
“conflictivas”. Las derechas se presentan como un “individuo” asediado por un
proyecto estatal. Mientras que los gobiernos progresistas interpelan
–generalmente- desde políticas dirigidas a lo universal o al colectivo; las
derechas han intentado resignificar la cultura política liberal y sus discursos
del Estado minimalista. A su vez, buscan actualizar algo importante en el
mundo político contemporáneo: la sospecha permanente a la política y los
políticos.
Los sectores
conservadores han sabido leer la subjetividad actual y por ende han suscitado
la acción. Las impugnaciones apuntan a la corrupción o la inseguridad,
con razones empíricas y demostrables o no, profundizan la sospecha por la
política y por el otro. El Estado es percibido como incómodo e
intervencionista en lo económico pero laxo para delincuentes, rechazando su
“verdadera” función policiaca. Las derechas movilizan sociabilidades contra
ciertas políticas estatales para acceder al Estado, eso no es nuevo. Sin
embargo, han articulado un eficiente y paradigmático discurso de polarización
revanchista que busca suturar la grieta.
La política sigue
siendo división de campos adversarios o acciones dirigidas a “ganar” voluntades
y modificar escenarios. La estrategia de reorganizar las subjetividades
pos-modernas contra políticas progresistas ha puesto a las derechas como
espacios con capacidades de daño y presión. Una combinación de
intrumentalización de medios de comunicación, redes sociales y ejercicios de
“plaza” ha tenido éxito en algunos países. Ambos, plazas y medios, se
retroalimentan gracias a la potencia de la imagen y han permitido –en
determinados contextos críticos o ante ciertas políticas estatales- conformar
dimensiones que las derechas en la oposición han manejado con cierta experticia.
Recientemente, el caso argentino ha presentado una novedad: la convocatoria al
espacio público de clases medias y altas que se reconocen en sus distinciones
culturales y sociales frente a “sindicalistas”, "kirchneristas", etc.
Grupos que “envalentonan” a sus dirigentes y legitiman la continuidad de
políticas conservadoras.
Las derechas
existen en sus imágenes, en "lo que se ve". La presión electoral de
partidos conservadores, el desabastecimiento o la inflación generados por
grupos empresariales son intangibles, no se ven. Una plaza, sí.
Argentina
El 1 de abril algo
cambió. Si bien las manifestaciones de sectores de derecha en el ámbito público
pueden rastrearse desde el 2008 y el lock out -paro patronal-, despliegue de
músculo rural que el sector agropecuario utilizaría por cuatro meses para
oponerse al proyecto de ley conocido como “la 125” que, entre otros
regulaciones, modificaba el monto de las retenciones. Entre las medidas hubo
desabastecimiento, cortes de ruta y cese de actividades. En los años
subsiguientes, también salieron a la calle las clases medias urbanas pidiendo,
cacerola en mano, reclamos variopintos tales como el fin del cepo al dólar o el
esclarecimiento de la muerte del fiscal A. Nisman. Durante el gobierno de
Cristina Fernández de Kirchner, los sectores de derecha fueron incrementando
cada vez más su discurso clasista, elevando a su vez el grado de
misoginia.
¿Qué fue entonces
lo que cambió el 1º de abril? En primer lugar, no se trató de una marcha
opositora, sino oficialista. Sin embargo en todo momento estuvo presente en la
liturgia de los participantes el fantasma del gobierno anterior. En sus
cánticos los manifestantes coreaban: “No vuelven más” y “Argentina sin
Cristina”, en contra del kirchnerismo –oposición de la oposición- casi a modo
de revanchismo blanco. A pesar de bogar por el cese de la grieta y la unión de
todos los argentinos, el gobierno de Cambiemos no ha hecho más que atizar la
polarización con la actual mandataria. De este modo consigue desviar el foco de
atención, es decir que sus propios seguidores hablen de otro en lugar de la
propia gestión, artilugios al estilo de “pesada herencia” mediante. Cabe
destacar que el término “kirchnerismo” en la actualidad adquiere dos
acepciones: 1- miembros o simpatizantes del gobierno anterior, 2-recurso
discursivo que engloba como tal, cualquier crítica u oposición a la actual
gestión.
En segundo lugar,
la marcha no fue apoyada oficialmente por el gobierno por miedo a una escasa
concurrencia de adherentes. La convocatoria a la marcha viralizada mediante
redes sociales como #1A se definió a sí misma como autoconvocada y “en
defensa de la democracia” superando los mejores augurios imaginados por la
actual gestión. Cabe preguntarse entonces, ¿ante qué ataque a la democracia se
manifiesta la defensa? La implementación de políticas neoliberales del gobierno
de Cambiemos ha tenido repercusiones sociales, aumento del desempleo, aumento
de tarifas, apertura de las importaciones y un endeudamiento desorbitado.
Durante el mes de marzo fueron seis las marchas convocadas desde distintos
sectores del arco popular reclamando medidas al gobierno, en su mayoría
económicas. El 6 de marzo los docentes reclamaron la apertura de la paritaria
nacional para sentar las bases de su salario en un contexto inflacionario, el 7
la movilización estuvo convocada por la Confederación General del Trabajo (CGT)
allí las bases impusieron a la cúpula dirigente la convocatoria a un paro
general en defensa del trabajo y como freno a la caída del salario real y los
despidos; el 8 fue el paro internacional de mujeres, pero el cierre de órganos
para la defensa de mujeres víctimas de violencia familiar y ante el
reposicionamiento del rol de la mujer que el oficialismo hace gala hace más de
un año el cariz de la misma fue abiertamente opositor; el 22 ante la falta de
acuerdo los docentes volvieron a insistir, el 24 de marzo como todos los años
se recuerda el último golpe de Estado y significó una batalla cultural y
discursiva con el oficialismo que ha cuestionado públicamente el número de
víctimas minimizando el genocidio, y la conmutación de penas a represores. Por
último el 30 fue la convocatoria a huelga de las dos Centrales de Trabajadores
de la Argentina reclamando el cese de los despidos y un giro de 180 grados en
el modelo económico. La continuidad del gobierno en ningún momento estuvo
amenazada, los reclamos del mes de marzo cuadran perfectamente dentro del juego
democrático. Sin embargo, las movilizaciones fueron interpretadas como
golpistas por los ciber-organizadores del #1A que entre sus cánticos
incluyeron: "Dejate de joder, Baradel" y "Los
chicos a la escuela" El anti-sindicalismo de sus organizadores se
contrapone con los valores democráticos que dicen defender quienes marchan en
su nombre.
Otra observación de la marcha apunta al corte generacional,
ya que a diferencia del patrón común de las convocatorias en el país, contó con
poca participación juvenil. El día elegido fue un sábado por la tarde, pues
parte del imaginario de los manifestantes desaprueba las medidas de acción que
afecten la libre circulación del tráfico. Además, se trató de un día no
laborable reforzando su autopercepción de “trabajadores”, no de todos por
supuesto algunos son más trabajadores que otros parafraseando a G. Orwell.
Prima la lógica subyacente de quiénes “trabajan dignamente” como parte de un
discurso xenófobo y elitista que contrapone a la gente blanca que paga
impuestos versus los “negros que no quieren trabajar”. A ellos les dedicaron:
"Hay que cantar, hay que cantar, los piqueteros a laburar".
Un Mauricio Macri sorprendido por la adhesión de una porción
nada desdeñable de la ciudadanía celebró vía Twitter el apoyo recibido, y
enfatizó el carácter de autoconvocados: “sin colectivos ni choripán”. Lo
cierto es que la muestra de apoyo legitimó al aumento de la represión a
quienes cortaron la autopista en el paro general del 6 de abril y a los
docentes que intentaron armar una escuela itinerante enfrente del Congreso, el
domingo 9. La Argentina punitiva está en marcha.
Brasil
La destitución de la presidenta electa a finales de 2014,
Dilma Rousseff, y el fin de la corrupción en el sistema político brasileño,
atribuido al Partido dos Trabalhadores (PT), fueron las principales consignas
que levantaron las manifestaciones callejeras de los sectores medios y altos
durante 2015 y 2016. La salida a la calle para movilizarse fue convocada por
grupos de ciudadanos supuestamente apartidarios, principalmente a través de las
redes sociales.
Los grupos que, conformados para la ocasión, iniciaron la
convocatoria para salir a las calles de todo el país fueron principalmente el
Movimento Brasil Livre (MBL) y Movimento Vem Pra Rua; Revoltados
Online y el Movimento Endireita Brasil, más antiguos,
también tuvieron un rol activo en la llamada a salir a protestar. Todos estos
grupos coincidieron en su rechazo al gobierno del PT y en su apoyo a la
operación judicial contra la corrupción denominada Lava Jato. Aun así, cada uno
presenta su impronta y tienen, entre ellos, algunas diferencias. El MBL,
conformado sobre todo por jóvenes estudiantes, promueve la transparencia
institucional, el libre mercado y el fin de medidas tendientes a favorecer a la
población más vulnerable: meritocráticos, abogan por el fin de programas
sociales y de medidas dirigidas a mejorar la situación de colectivos
específicos, como la población afrodescendiente, las mujeres (particularmente en
lo relativo a las cuotas) y colectivos LGBT. Vem Pra Rua fue inicialmente
creado durante la campaña presidencial de 2014 con la finalidad de apoyar al
entonces candidato, Aécio Neves (Partido da Social Democracia Brasileira,
PSDB). Es más “moderado” en cuanto a cantidad de simpatizantes que abogan por
una intervención militar y, en su momento, era más proclive al combate a la
corrupción que a la destitución de la Presidenta. Endireita Brasil, al igual
que los anteriores, es un grupo que promueve un Estado no interventor en la
economía y también está vinculado políticamente al PSDB. Finalmente, Revoltados
Online es el grupo más extremista, dado que promueve el retorno de los
militares al gobierno y tiene como referencia al Diputado ultraderechista y
misógino Jair Bolsonaro (Partido Progresista, PP).
En general, las manifestaciones durante esos dos años fueron
representativas de sectores medios y altos. Según estimaciones de Datafolha, la
gran protesta de marzo de 2016, por ejemplo, el perfil de los manifestantes
fue: el 73% de los manifestantes era mayor a 35 años, y 77% declaró ser de
color blanco. El dato llamativo es que el 94% afirmó no participar en ninguna
de las agrupaciones que organizaron la protesta.
Las movilizaciones oscilaron entre una tonalidad de alegría
por el encuentro de miles de personas con importantes reclamos en común
–usualmente tenían samba sonando de grandes parlantes- y de bronca, que asomaba
cuando los oradores de las agrupaciones convocantes arengaban a los ciudadanos;
la furia también aparecía con vehemencia cuando los manifestantes se acercaban
a los micrófonos que llevaban los cronistas de las cadenas de televisión. Los
organizadores de las protestas optaron por apropiarse de los colores de la
bandera brasileña, verde y amarillo, de modo que miles de personas vistieron la
camiseta de la selección nacional de futbol, llevaron banderas del país y también
pintaron sus caras de estos colores. De entre la multitud destacaron tres
gigantescos muñecos inflables: uno de Dilma vestida de rojo –color del PT-, con
un antifaz que la caracterizaba como ladrona y con una banda presidencial con
la sigla “mae do petrolao”; el segundo era un
muñeco de Lula vestido de reo y el tercero un gran pato con la consigna “chega
de pagar o pato”, emblema de la
campaña lanzada para la ocasión por la FIESP (Federación de las Industrias del
Estado de San Pablo).
Fuera Dilma, fuera PT y basta de corrupción fueron las
principales consignas elevadas por los manifestantes. El sentir de los
concurrentes era principalmente que los males del país, principalmente la
corrupción, se debían a los gobiernos del PT. Sin embargo, también hubo
consignas contra toda la clase política en tal sentido. Aun así, varios
políticos de distintos partidos, pero especialmente del opositor PSDB se
hicieron presentes en las protestas de algunas ciudades, generalmente
levantando apoyos.
Las consignas más frecuentes, además de la de “impeachment
ya”, fueron las que defendían el accionar de la Operación Lava Jato y su cara
más visible, el juez Sergio Moro (“Moro, estamos contigo”), las que demandaban
conocer el destino de los impuestos (“¿dónde están nuestros impuestos?”)
–también las que bregaban por eliminarlos (“menos Estado, menos impuestos”)-y
las que exigían una reforma política. Curiosamente, se escuchó el deseo de que
los militares retornaran al poder (“intervención militar ya”). También
existieron alusiones a la “espontaneidad” de la asistencia, contraponiéndola a
la supuesta movilización rentada, característica de las convocatorias pro
gobierno (“vine gratis”).
Ya destituida la presidenta por medio del aclamado
impeachment y con las investigaciones de Lava Jato salpicando a buena parte del
espectro político –no sólo el PT-, las manifestaciones de la derecha se
detuvieron. Volvieron a las calles el pasado 26 de marzo, pero la capacidad de
convocatoria de las organizaciones fue sustancialmente menor. Sus reclamos -en
medio de medidas gubernamentales altamente lesivas para los trabajadores, las
poblaciones indígenas, el medioambiente, para el sistema educativo y el de
salud pública- versaron en torno al apoyo de la Operación Lava Jato y el fin de
la impunidad de la clase política y no contra el gobierno del reiteradamente
delatado por corrupción, Michel Temer.
Colombia
La movilización y presencia en las calles de la extrema
derecha ha sido, durante los últimos dos años, una de las estrategias de
posicionamiento y reivindicación de sus dinámicas discursivas. En efecto, el
objetivo de las recientes manifestaciones del uribismo es posicionar una serie
de relatos de cara a las elecciones de 2018, usando como trampolín el
desencanto popular resultante de la desaceleración económica.
El primer ejercicio connotado y efectivo en cuanto a la
capacidad de movilización tuvo lugar durante el delicado periodo de
“preacuerdo”, el 2 de abril de 2016. Desde entonces el discurso de la negación,
No+, se convirtió en la forma de resumir las supuestas adversidades de los
ciudadanos, dentro de las cuales -desde luego-, el uribismo posicionaba sus
relatos: “No + impunidad”, “No+ entrega del país a las FARC”, relativo a la
también posicionada entrega de la patria al “castro-chavismo” y, finalmente, lo
que vincularía al ala más extrema de la derecha colombiana cercana de algunas
facciones de la iglesia católica y de la evangélica, el No a la denominada
“ideología de género”.
La primera manifestación mostró un uribismo fuerte, capaz de convencer discursivamente a diversos sectores de la
sociedad colombiana; desde los ultraconservadores, hasta aquellos insatisfechos
con el desempeño del Ejecutivo. El relato alimentó el miedo de los colombianos
de llegar a parecerse a la versión que los medios de comunicación del
oligopolio comunicacional del país (en particular los de propiedad del ultraconservador
Carlos Ardila Lülle; RCN Radio, RCN Televisión y NTN24) han inoculado sobre
Venezuela o de implantar una supuesta ideología de género, hasta ahora no
identificada en los acuerdos. Ello dio lugar a una movilización amplia en las
principales ciudades del país, siendo Medellín en la que se identificó una
mayor afluencia de personas.
Esta marcha tuvo un importante impacto en redes sociales,
donde un ejército de seguidores se encargó, al unísono con RCN, de demostrar la
fuerza de la marcha: selfies con Uribe, videos, narraciones
de la marcha a través de Twitter, fueron las herramientas de difusión.
Las manifestaciones de la extrema derecha continuaron
atrayendo cada vez más a los adalides del conservadurismo: el día de la firma
de los acuerdos en Cartagena, Alejandro Ordóñez, quien se hubiera desempeñado
como Procurador General de la Nación se sumó a Uribe y junto a estos, dos
pastores de iglesias evangélicas impulsaron una nueva protesta en contra de la
firma que estaba teniendo lugar en la ciudad caribeña.
Hasta entonces, el Gobierno parecía obviar estas
demostraciones de músculo político en las calles, difundidas fundamentalmente a
través de redes sociales. Pero poco después el Ejecutivo se enfrentaría el
traspié más importante de su administración: el No de la mayor parte de los
ciudadanos que votaron en el plebiscito del 2 de octubre a los acuerdos de paz
alcanzados con las FARC-EP, un resultado que tomó por sorpresa hasta a los
uribistas.
El cambio de la torna supuso un ajuste discursivo en la
extrema derecha: “Los del ‘No’ también queremos paz, solo que pensamos que sin
justicia no la vamos a tener”, señaló Uribe,
conforme los resultados fueron públicos, algo del todo contradictorio: ahora sí
querían la paz, pero no de la manera planteada por el Gobierno. Matizaron, ante
la avalancha nacional, pero sobre todo internacional, que refería casi como un
acto de irresponsabilidad la respuesta popular impulsada (mentiras mediante)
por el sector más retrógrado de la sociedad colombiana.
Se hizo necesario
llevar a cabo un giro y posicionar con vehemencia otros relatos lejanos de la
agresividad con la que se los estaba relacionando. Fue en este entonces cuando
estalló el escándalo de Odebrecht. Si bien el uribismo tenía varias figuras connotadas
implicadas en el escándalo de la empresa brasileña, el esfuerzo se centró en
posicionar al oficialismo como único responsable de los altos niveles de
corrupción evidentes en el país, de esta forma se fue organizando una nueva
marcha, esta vez sacarían a las calles (paradójicamente) el discurso de la
corrupción.
Habiéndose librado
de Oscar Iván Zuluaga, implicado en el escándalo referido, la convocatoria del
1 de abril de 2017 se centró en el “rechazo a la corrupción”. Así, el día
sábado tuvo lugar la marcha, donde Álvaro Uribe, desde su feudo político
(Medellín), pidió la renuncia del presidente Santos y llevó nuevamente a la
extrema derecha a la calle, ataviada con banderas de Colombia, camisetas de la
selección de fútbol y con un insólito acompañamiento del que fuera uno de los
sicarios más temidos de Pablo Escobar, actualmente con presencia en redes
sociales a través de su canal de Youtube, Jhon Jairo Velásquez, alias Popeye.
En esta ocasión, la extrema derecha mostró cierta capacidad de convocatoria,
aunque menor respecto a las marchas que se desarrollaron el año pasado.
La presencia de la
extrema derecha en la calle ha sido funcional para posicionar los ejes
discursivos que circundarán la campaña electoral de 2018. Los relatos y
simbología usados hacen constante alusión a una concepción particular del
patriotismo que permite a los participantes identificarse como defensores de la
soberanía nacional frente a la “invasión del castro-chavismo”, la corrupción y
la moralidad. La estrategia fue funcional en 2016, cuando el proceso de paz era
materia de discusión, sin embargo, hoy parece que el ejercicio de participación
colectiva se empieza a desvanecer, con una tendencia a la reducción de la
participación ciudadana, pasmosa ante la incertidumbre de 2018.
Ecuador
En Ecuador las
derechas construyeron sus plazas. En 2015, se probaron nuevamente en las calles
y lograron movilizar un conjunto de ciudadanos de sectores urbanos, clase
media, preferentemente, y alta. No era la primera vez que suscitaban la acción
ciudadana, pero en este caso la movilización fue importante. Lograron
apropiarse del espacio público a partir de la propuesta de ley sobre las
herencias y de plusvalía. Construyeron una oposición al gobierno sobre
algunos núcleos culturales y discursivos que reactualizaban la larga tradición
liberal ecuatoriana y algunas críticas al modelo económico que venía impulsando
el oficialismo. El debate económico y las maneras de superar los efectos
de la crisis internacional organizaron las protestas contra el oficialismo y
las defensas del mismo. Era evidente que los sectores medios no criticaban una
propuesta que tenía como destinatarios significativos a los empresarios, sino
que fueron movilizaciones donde ese reclamo pudo articularse a otros descontentos.
Ese “avanzar” del Estado sobre los individuos fue “transformado” como
“problema” para todos. El ejercicio de la autoridad presidencial fue
vinculado a una invasión sobre los bienes personales. Los conceptos que
atravesaron las manifestaciones fueron “confiscación”, “robo” y medidas de
castigo para los empresarios. En estas marchas se fue organizando la
oposición, todos los actores de éste se probaron la “camiseta”: Nebot, Rodas,
Viteri, Lasso, entre otros. A su vez, se consolidó un espectro opositor más
allá de las elites de derechas, el acompañamiento de clases medias y sectores
indígenas daban cuenta de una potente articulación en marcha.
La convocatoria a
participar “sin banderas” le otorgaba esa dimensión pospolitica que busca
expulsar o “correr” los intereses partidarios o la disputa política. Son
movilización de profundas discursividades políticas (e intereses definidos)
pero ese escenario se construye asociando “política” al Estado y “lugar vacío
de ella” a la oposición. El mito del Estado Robin Hood,
que “te saca” es algo que recorre y actualiza los miedos políticos más
profundos.
Las elecciones
presidenciales y las presiones sobre los resultados de la segunda vuelta –que
inicio Lasso- permitieron una movilización opositora que reedito la sospecha
(posmoderna y neoliberal) sobre el Estado. Ella fue articulada en torno a la
supuesta corrupción del oficialismo, como sobre el conteo final. De esta
manera, la victoria del oficialismo no clausura estos imaginarios políticos.
Todo lo contrario. Hay una plaza que puede ser puesta en marcha.
Fuenmte: Revista
Sin Permiso
cristina ni le gustaría el gol de messi y tampoco no ser la actual mandataria...."en contra del kirchnerismo –oposición de la oposición- casi a modo de revanchismo blanco. A pesar de bogar por el cese de la grieta y la unión de todos los argentinos, el gobierno de Cambiemos no ha hecho más que atizar la polarización con la actual mandataria."
ResponderEliminarpequeño esliz o fallido en el 2º párrafo de la sección Argentina
sds