Nos es que en el
Partido de Coronel Dorrego no se sepa lo que ocurre, lo que sucede es que no
son muchos los que se atreven a plantear cuestionamientos y debates puntuales,
chequeo responsable mediante, desde la palabra política y el compromiso social.
Tampoco creo que dicha conducta se deba a que estamos frente a una sociedad
conservadora, más allá que en muchos aspectos demuestre comportamientos
políticos afines con esa idea, los supuestos segmentos progresistas tampoco
exhiben demasiado énfasis para desentrañar y explorar nuestros más evidentes
secretos. Temo que la cuestión circula por distritos que es necesario desglosar
detalladamente, tratando de adjetivar e indignarnos lo menos posible y
brindándonos la posibilidad de comprendernos como colectivo actuante. No se
trata aquí de plantarnos en el marco de un absurdo denuncismo, inconducente e
inquisidor, menos aún colocarnos dentro de la atmósfera del “honestísimo”,
ambas teorías no sólo resultan insuficientes y torpemente testimoniales sino
además esconden un fraude superior: El no intentar comprender la complejidad de
las relaciones humanas. De todos modos y valga la paradoja, algo de este
formato resulta gratificante aunque más no sea de modo inconsciente: No existe
la burda denuncia como método de hacer política; esto es muy sano, pero al
mismo tiempo también nos permite descubrir penosamente que tampoco existen
otras maneras de desarrollarla.
Pero vayamos al
punto. Rompe a los ojos que una sociedad pequeña encierra interrelaciones
humanas que están por encima hasta de los mismos compromisos y convencimientos
ideológicos. Además lo que corresponde y lo que no se hacen profundas
concesiones en función de aquel correlato mencionado. La ética no resulta un
tema que desvela al colectivo social ya que el tamiz afectivo y las relaciones
personales son las que priman en el ordenamiento. Es probable entonces que
aquel foráneo, huérfano de vasos comunicantes históricos, pueda expresar con
mayor libertad y entusiasmo cuestiones que el natural de la localidad no puede,
no debe o ni siquiera percibe porque ha nacido, se ha criado y se ha
desarrollado buenamente en el marco de aquella lógica. Lo dicho no significa
que estemos frente a una sociedad de taxativo sesgo tribal cuyo código regente
es un conjunto de leyes tácitas, no dictadas ni escritas, pero por todos
asumidas. Me parece que es algo superior y bajo ningún concepto podemos,
aquellos que venimos de la extranjería, tratar que la cuestión sea de otro modo
por simple ejercicio de la racionalidad. Una racionalidad que nunca debe dejar
de lado al corazón como bien nos aconseja el Oriental Eduardo Galeano. El Ser
sentipensante lo suele llamar.
La gran pregunta
que nos debemos hacer es porqué razón una sociedad cuya base de sustento es la
interrelación afectiva (la de nos conocemos todos), esa misma que provoca
cierta cuota de complicidad, es tan dura con sus propios hijos, es tan poco
integradora, está tan dividida por egoísmos que aparentemente son
determinantes, cuestiones que mucho tienen que ver con una historia recordada a
medias. De todos modos es notable percibir que a pesar de las tensiones reales
y palpables la sangre nunca llega al río y que los límites de esas tensiones
están muy bien contendidos por el entramado social. Se me ocurre inferir que
esa propia característica es la que sintetiza el dilema: la lógica de la gran
familia. Esa misma lógica que provoca integraciones parciales de clanes afines
en detrimento de otros conjuntos consanguíneos no afines pero que en algún
sitio puntual del distrito encuentran coincidencias comunes, esas que permiten
que la delación no se constituya como un fenómeno.
En este sentido
observo que los foráneos, cual antropólogos, corremos con ventajas enormes a
partir de la ausencia de esos vasos comunicantes y limitantes a la vez. Eso no
implica que ostentemos percepciones más respetables que las del resto de la
población. Cada uno de nosotros también porta subjetividades que no se pueden
ni se deben soslayar; el tema siempre pasará por blanquear desde qué lugar del
mundo de los intereses uno dice lo que dice.
¿Estamos entonces
frente a una sociedad cobarde como recurrentemente solemos afirmar y aceptar?
Estimo que no. Me acerco a calificarla como acostumbrada (resignada tal vez)
que no es lo mismo, y ese acostumbramiento o esa resignación nada tiene que ver
con el conservadurismo y menos aún con la ausencia de arrojo. Considero que esa
habitualidad, ese acostumbramiento, está determinado por factores internos pero
más aún por factores externos. Existe un marco geopolítico y económico nacional
y hasta internacional, si se afina el lápiz, que hace varias décadas viene
minando la subsistencia de los pequeños centros urbanos rurales, variables
sociales en muchos casos inducidas por determinadas políticas que tienden a la
urbanidad centralista pero también potenciadas por patrones propios de
comportamiento (elecciones de vida). Para el sistema siempre va a ser más
económico administrar cuatro importantes y complejos centros de salud en una
metrópoli que tener que asumir el costo de gran cantidad de hospitales situados
en cada una de esas pequeñas localidades. Hablo de costos fijos. Reingeniería
se llama el paradigma. De modo que los procesos que tienden a la despoblación
de nuestras localidades circulan por una calzada de doble mano.
Hasta que no se
activen políticas y procesos para agregarle valor a la producción primaria es
improbable que exista desarrollo genuino y crecimiento en el Pago. El trabajo
nunca aparece por voluntarismo ni por generación espontánea, se necesitan
decisiones e imaginación al respecto. Cosa que no solamente nos cabe como
colectivo comarcal, también intervienen decisiones políticas macroeconómicas de
índole provincial y nacional. De todas formas nada garantiza que el éxito en
esa dirección finalice resultando un proceso de definitivo crecimiento. Si ese
embrionario intento no es acompañado por el necesario complemento de los
servicios, Coronel Dorrego se convertirá en una suerte de barco factoría que
irá a buscar en otros puertos lo que a bordo no tiene. De modo que repensar el
distrito, rediseñar el distrito políticamente es la primera de la urgencias
para poder modificar la inercia.
No me cabe dudas
que tenemos una enorme oportunidad para salir de nuestro acostumbramiento y resignación
si intentamos leer y comprender con sumo detalle las problemáticas reales, los
intereses colectivos y los egoísmos legítimos, potenciando ese SER
sentipensante, dejando de lado el cómodo perfil tribal que promueve una
estructura de clanes que no solamente discrimina sino que automáticamente
afirma una tendencia excluyente que hace que buena parte de la comunidad no se
entienda incluida y en consecuencia no sienta identificación con el terruño; a
la postre una sociedad segmentada sin excusas en donde parte de la misma no
intenta desentrañar aquellos secretos evidentes por cuestiones de pertenencia y
conveniencia, mientras que la otra efectiviza idéntica conducta pero motorizada
por el desinterés.
Nadie dice que es
fácil la tarea y menos aún que la misma dependa exclusivamente del ejecutivo
gobernante. Cada uno tiene una cuotaparte para ofrecer, siendo éste el
verdadero dilema del asunto. ¿Cuánto de cada uno de nuestros egoísmos
individuales somos capaces de resignar a favor del colectivo social? Se trata
entonces de solidificar una estructura solidaria, no caritativa. La caridad no
deja de ser un evento individual espasmódico y puntual motivado por una razón
específica, la solidaridad es un evento colectivo que tiene la sana pretensión
inclusiva de acotar el grado de necesidades, entendiendo a estas como un
legítimo derecho. La diferencia es abismal muy a pesar que se suelen elevar
ambos conceptos como equivalentes con suma liviandad. La real diferencia la
puede establecer el mismo Estado en su faz sentipensante propiciando
políticas solidarias a partir de la democratización de variables que hasta hoy
se manifiestan veladamente enquistadas.
Conclusión:
Sospecho que los
requerimientos, los pesares y las quejas mediáticas de nuestra población no transitan
los senderos del rompimiento, que se quede tranquilo nuestro establishment
vernáculo, ni siquiera se le discute políticamente el poder, nunca la
revolución partirá desde Coronel Dorrego, hasta nuestros cuadros más extremos e
ideologizados de la izquierda son bastantes sumisos y timoratos cuando limites
internos se trata, pululan los fronterizos, escasean los fronteras. Lo que
solicita el excluido es ser incluido, ser arropado buenamente dentro de un
colectivo sentipensante que acepte las disímiles percepciones que se tienen de
la realidad, democratizando de ese modo sus actitudes. El excluido desea ser
incluido no sólo para gozar de los beneficios colectivos de la renta sino
también para colaborar en la construcción del edificio dorreguense. Nunca se podrán
lograr esos objetivos con posturas sectarias y tribales lindantes con el
canibalismo social. La generosidad como concepto, la honestidad intelectual
como sustento, la apertura democrática como mecanismo. Tal vez si intentamos
abandonar la pretensión que una futura calle lleve nuestro nombre o que nuestra
imagen se vea reflejada en tal o cual foto comenzaríamos a confiar nuestras más
secretas ilusiones en el conjunto del colectivo social.
Para colmo don Sala, la guita está tan concentrada que nadie le pone el cascabel al gato
ResponderEliminarEncomiable tu llamamiento. Uno de los temas más difíciles de plantear en las localidades chicas (pero también en las ciudades más populosas de provincia, ojo) es el de la saludable transversalidad en las relaciones políticas y sociales. Guarda cierta lógica pragmática que no se abandone, sin resistencia, un formato que fue útil para los locales - ese entramado cuerpo a cuerpo -, aún cuando truene la urgencia por su actualización.
ResponderEliminarLos extra territoriales (yo también he sido una fuereña cuando se me dio por regresar con mentalidad ampliada a mi provincia de origen) contamos con ese plus que descubre la rotunda economía de esfuerzos que produciría converger en la colaboración; conjunción que se traduciría automáticamente en solidaridades sociales (un objetivo trascendente que escabullen esas sarasas oportunistas de los planes estratégicos, tan del gusto de las autoridades de proximidad).
Pero aquí se presenta un primer escollo: el aparente desconocimiento – que no es más que morosidad encubierta y electiva, sostengo – acerca de la legitimidad para impulsar desde el Pago Chico iniciativas productivas y sociales hacia órbita nacional. Quizás esto esté enlazado con otra prescindencia atávica a la que también hacés referencia y que yo suscribo aunque con otras palabras: la evasión manifiesta a hacerse cargo, localmente, de la cuota de geopolítica incluida en la elección de tal o cual esquema productivo (y su inevitable repercusión social).
En cuanto a la política de clanes, es un hecho dado en provincias. Sean éstos tradicionales o advenedizos.
Por supuesto que una inserción productiva pensada estratégicamente (verás que pongo foco en eso, prioritariamente). podría suplir la ardua docencia que implicaría demostrar, popularmente, que todo vincula con todo. Un/unos emprendimientos instalados que repercutieran en debido esquema de industrias subsidiarias harían maravillas en la mentalidad basáltica de los pagos chicos, modernizándolas. No es casual que Sancor, Volkswagen y Techint se presentaran en 2002 para proponer en Rosario sendos Clusters (no jodamos, sus respectivas gerencias estaban en picada libre ya entonces por impericias y malversaciones variopintas y querían enamorar al empresariado local para que desarrollara industrias subsidiarias, proponiéndose estas vacas sagradas a sí mismas como ejes de tales mega unidades).
Pero ahí está la cuestión. Quién, cuándo y cómo llegan esos emprendimientos. Y volvemos a la calesita: ¿impulsamos desde la pequeña unidad, delegamos el esfuerzo creativo y político en la gobernación, o nos confiamos, sentados en la galería, a esperar que un providencial nuevo Ejecutivo nacional aterrice esa necesaria modernización de vínculos y nos llegue hasta la puerta de casa?
Hay una forma de quebrar esos lazos burocráticos de provincia asfixiantes. He sabido de contactos de ONGs confesionales con organismos internacionales que trajeron una inversión a pequeña escala que combatió con éxito las miserias localísimas. Hoy el mundo está hiperconectado y así como sobreviene éste al pago chico, subrepticiamente y con sus peores representantes, así también pueden traerse de afuera iniciativas más virtuosas que den el necesario puntapié a tanto escollo burocrático regional. Y no está escrito que deba cabalgarse sobre un solo paradigma, pueden convivir varios sin molestarse (esto es una crítica a las sirenas que susurraron durante el Kirchnerismo para priorizar industrias de punta hiperespecializadas que nunca darían trabajo masivo).
Pero de molestarse se trata el asunto. De moverse localmente. De elaborar proyectos que enamoren y hagan entender a los dueños de la pelota local, que pueden levantar rédito político al permitir que otros imaginen salidas del atolladero.
En fin, que como vos, yo también prediqué en el desierto, oportunamente. Mis saludos cordiales, como siempre, y mis disculpas por la extensión de mis comentarios.