Se acerca un nuevo 24 de marzo, y hace poco escuché a alguien afirmar: "aprovechemos ese día que es feriado" a propósito de una actividad banal, cuasi "standapera". Y de inmediato recordé que hace algunos años las
autoridades de una escuela del distrito de Coronel Dorrego me invitaron a
escribir un recordatorio sobre lo que fue la dictadura. Así lo hice, y el
texto, sospecho que por respeto fue leído, desconozco si en su totalidad. Lo
cierto es que nunca más me convocaron. Y hasta resulta lógico que haya sido así.
Primero por ausencia de talento y capacidad como escriba y segundo por la visión "(Pro)autoritaria" que tiene el establishment local. La gráfica pertenece al medio
con mayor influencia de la región..
El texto decía:
Les quiero contar una historia....
Hace muchos años, ustedes no habían nacido, acaso
alguno de vuestros padres tampoco lo habían hecho; un grupo de argentinos,
civiles y militares, creyeron conveniente desobedecer los postulados de la
Constitución Nacional y sus códigos complementarios, leyes supremas que nos
cobijan como sociedad, derrocando a un Gobierno elegido democráticamente por
sus ciudadanos instalando en su lugar un sistema dictatorial.
Dentro de ese sistema no existía posibilidad de
protesta, de libre agremiación, se derogó el derecho de huelga, no había lugar
para la libre publicación de textos y notas, la censura revalorizó su
investidura, estaba vedada toda participación político-partidaria, se prohibió
la militancia social, se castigaba con la cárcel o directamente con la
desaparición y la muerte a todo aquel que expresara disconformidad con ese
siniestro presente. Muchos otros argentinos, mayoritariamente jóvenes, que no
aceptaban ese modelo tiránico, tuvieron que exiliarse, o lisa y llanamente les
fueron robadas sus vidas. En líneas generales podemos admitir que la mayoría de
la población asumió dicho sistema con llamativa calma, acaso con silente
acuerdo, tal vez con marcada resignación. Lo cierto es que ese 24 de Marzo de
1976 el delito tomó cuerpo de legalidad transformando al Estado en la peor de
las instituciones. El poder legislativo fue abolido mientras una buena parte
del poder judicial logró mimetizarse con el nuevo modelo tan eficazmente que
aún hoy algunos de ellos siguen malamente decidiendo sobre nuestras vidas.
Para nuestra Patria fue un quiebre institucional que
todavía sigue lastimando a las buenas almas que la habitan. Aiub, Claverie,
Archenti son algunos de nuestros vecinos apellidos que sufrieron el oprobio.
Y hubo centros clandestinos de detención, y hubo vuelos
de la muerte, y hubo torturas y violaciones, hubo robo de bebes y de bienes,
hubo mundiales comprados y gente que se quedó sin trabajo por la instauración
de una política económica absolutamente especulativa. De todo esto les quiero
hablar, porque todo esto existió, aunque muchas de aquellas personas y
corporaciones involucradas por medio de la complicidad han decidido en la
actualidad banalizarlo, pretendiendo que se transforme en olvido.
Conmemorar esta fecha nos incomoda porque nos reubica,
debido a que de algún modo nos expone como sociedad. No es otra cosa que un
espejo, cristal que revela nuestros íntimos defectos: eczemas, arrugas, ojeras,
laceraciones que el tiempo siempre se encarga por develar.
Imaginemos por un rato aquel día y los siguientes,
aquellos meses, aquellos años. Hombres uniformados o no, ingresando
violentamente a escuelas, domicilios de estudiantes, delegados gremiales,
dirigentes políticos, artistas, intelectuales, militantes sociales, obreros,
amas de casa; habeas corpus no contemplados, un Estado en plena instancia de
cacería buscando sus presas en cada rincón de un país éticamente minúsculo,
sitiado. Gente tratando de escapar, aterrorizada, escondida tal vez, intentando
no ser víctima de los hambrientos chacales, especie que potencia sus apetitos
de modo proporcional a la deriva que proyecta el olor a sangre. Fratricidas
mórbidos, con la absoluta discrecionalidad que concede la impunidad.
Un clima social mucho más saludable y democrático, y el
enorme acompañamiento colectivo a favor de una decisión política al respecto,
han permitido en el presente que la mayoría de aquellos chacales deban
responder por sus actos ante la justicia. También sabemos que hay muchos otros
que nunca van a estar delante de los estrados debido a sus enormes talentos
para mimetizar responsabilidades.
De todas formas no existe mejor tarima, mejor tribunal,
que nuestra propia conciencia y memoria. De nosotros depende, recordando,
conmemorando sabia y reflexivamente aquello que nunca debió ocurrir, para que
nada de eso quede en el olvido y menos aún aceptar con inocente gracilidad que
intenten darnos lecciones de republicanismo los mismos personeros que
diligentemente le ofrecieron toda su idoneidad a los despiadados chacales de
entonces.
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