Este mes se celebra el quinto aniversario de su
gira de conciertos gratuitos por los barrios más humildes de Cuba. Momento
ideal para que Silvio Rodríguez haga un repaso de los retos que enfrenta Cuba
en su acercamiento a Estados Unidos, analice los desafíos de la cultura cubana
ante las reformas económicas que se desarrollan en el país y también, por qué
no, para que haga una apasionada defensa de la poesía.
–El acercamiento de Cuba y
Estados Unidos abre muchas posibilidades, pero también representa desafíos para
la cultura cubana.
–A nivel cultural siempre hubo intercambio con
Estados Unidos. Que haya condiciones para que se incremente ese intercambio
será como levantar barreras para que todo fluya con más naturalidad. Si hay
algo frustrante no es porque sea negativo el contacto, sino porque pudiera
aumentar la distorsión de los proclives a deslumbrarse acríticamente. Digamos
que el mimetismo puede volverse aún más pedestre, si tal cosa fuera posible.
–Cuba es también una potencia
cultural pero sin el poder económico de la cultura estadounidense. ¿No teme que
la cultura cubana se vea obligada a “pasar por el filtro” para acceder al
mercado de Estados Unidos?
–Siempre hubo artistas que piensan en mercados
y en conveniencias, y artistas que anteponen el arte a todo lo demás. Nunca
olvido aquello martiano de que nuestras ramas pueden ser del mundo, pero que el
tronco se mantenga nuestro. Satyajit Ray empezó su célebre trilogía de Apú con
un pensamiento muy lúcido: “Cuenta tu aldea y contarás el mundo”. Sólo la banalidad
es capaz de maquillarse de “mundo” y dar la espalda a lo propio, pensando en el
éxito fácil.
–¿Cuáles son las principales
fortalezas de la cultura cubana para enfrentar el reto del nuevo acercamiento
con Estados Unidos?
–Creo en la identidad. Sin confundirla con lo
característico a ultranza, que puede resultar caricaturesco, como esa pinturita
de lo cubano que parece seducir a tantos. Y es que la identidad también
evoluciona con la instrucción de un pueblo, como es éste el caso. Incluso
cuando no teníamos la conciencia que nos dio medio siglo de confrontación
política, Cuba resistió y siguió siendo Cuba. ¿Por qué no habría de hacerlo
ahora?
–¿Cuáles serían sus principales
debilidades?
–Supongo
que la superficialidad, que también pulula como los billetes. Y,
ocasionalmente, algunos brotes de oportunismo.
–En un momento en el que las
reformas buscan la autofinanciación de todos los sectores, ¿cómo cree que puede
hacerlo la cultura? ¿Lo pueden hacer el ballet o el cine?
–Actividades artísticas que requieren
infraestructuras más o menos complejas, como el ballet y el cine, son
impracticables en países en desarrollo. Pero mucho más si no existe la voluntad
de construirlas y sostenerlas. En Cuba se desarrollaron por la vocación
humanista de Fidel Castro y por el empuje de personalidades como Haydeé
Santamaría, Alicia y Fernando Alonso, Alfredo Guevara, Julio García Espinosa y
luego otros. Incluso países con desarrollo, como España, están en constante
lucha por presupuestos para el cine, la música clásica y otras manifestaciones.
Esto aún cuando en muchos lugares esas expresiones sobreviven gracias al
mecenazgo. Pero se supone que un Estado socialista debe ser más responsable,
más benévolo. Incluso tratándose de un Estado pobre, bloqueado, cada vez con
menos ayudas y para colmo con una crisis económica mundial, como telón de
fondo. Cabe preguntarse qué puede significar para Cuba salir del bloqueo y caer
en manos del FMI. Sea como sea, hay que ser muy valiente para declarar que no
renunciamos al socialismo.
Los cineastas
cubanos se muestran conscientes de la realidad; también de ahí sus planteos de
independencia y de una ley cinematográfica. No creo que el ballet vaya a
desaparecer, pero las instituciones difícilmente sobrevivirán sin cambios. Es
admirable que figuras como Liz Alfonso y ahora Carlos Acosta lleven adelante
sus proyectos. Por otra parte también hay otras experiencias nuevas e
interesantes, como la Fábrica de Arte, de X Alfonso.
Estructuras como las Fundaciones fueron tomadas
en Cuba con reserva, acaso por temor a que se independizaran demasiado. Así hay
proyectos que llevan años esperando por una anunciada revisión de la Ley de
Fundaciones. Pues yo creo que una forma de salvar algunas buenas actividades
que empezaron con la Revolución es transformándolas precisamente en fundaciones
o instituciones semejantes. Y que cada iniciativa pruebe en la práctica su
capacidad y su vigencia.
–El turismo en Cuba creció
mucho, dicen que muchos turistas quieren conocer el país “antes de que lleguen
los norteamericanos”. ¿Cree que realmente Cuba corre el riesgo de
americanizarse, de que los McDonald’s suplanten al pan con lechón?
–No se puede subestimar la chispa de los
cubanos. No hay más ver el auge vertiginoso de los restaurantes y otros
servicios. Si llega a Cuba, no dudo de que McDonald’s acabe vendiendo pan con
lechón, aunque habrá que ver cómo los hacen. Yo quisiera que no cambiáramos en
lo sano que todavía comemos: ése es un valor nuestro a defender. Algunos
listillos presionan la naturaleza para que las frutas maduren más rápido, lo
que les cambia el sabor, además del daño de los agentes químicos. Yo espero que
esos malos hábitos no se generalicen y que nunca cambiemos salud por falso
crecimiento. Puede que a cosas así se refieran con lo de “antes que lleguen los
norteamericanos”.
–Sus conciertos por los barrios
han sonado mucho a nivel nacional e internacional.
–Empezamos
haciéndolos muy discretamente; rechazábamos que el trabajo que hacíamos en esos
lugares se transformara en show. Pero con el tiempo ha sido inevitable que
trascienda. Algunos documentales han ayudado. El primero lo hizo el español
Nico García, y se llama Ojalá.
También se hizo una exposición de pasteles de Tony Guerrero y fotos mías en el
Centro Cultural Pablo de la Torriente. Fueron ocurriendo cosas que sacaron el
proyecto a la luz.
–¿Por qué decidió hacerlos?
–El primer concierto me lo pidió José Alberto
Álvarez, un policía que atendía al barriecito de La Corbata. Pero resulta que
ir a los barrios es adictivo. Llegas allí y ves a las familias, a los niños, a
los viejitos en portales y balcones, a jóvenes colgados de los techos, y te
traspasa la belleza y ves que hace falta y que la gente lo agradece. No hay
mejores razones.
–¿Cuántos realizó?
–Vamos por el concierto número 68, y el 9 de
septiembre pasado, cumplimos cinco años de gira.
–¿Cómo los financia?
–Recibo un poco de ayuda estatal. Me prestan el
escenario, la planta de electricidad y las luces, que son cosas que no tenemos.
También nos ayuda algún personal del Departamento de Giras del Ministerio de
Cultura. Todo lo demás, el sonido, los micrófonos, los instrumentos y los
sueldos de algunos trabajadores, lo pone el proyecto Ojalá. Estos gastos son un
acápite fijo de nuestra economía. Las giras al exterior nos sirven para ir
mejorando condiciones, sobre todo la calidad de los parlantes, las consolas de
sonido, los cables, que poco a poco llegaron a ser muy profesionales. No está
de más puntualizar que todos los músicos y artistas que se ofrecen para la gira
lo hacen con absoluto desinterés material.
–Sus opiniones sobre la
situación social que encontró en los barrios despertaron todo tipo de
comentarios. ¿Qué encontró realmente en esos lugares?
–No es que yo
ignorara que hubiera barrios así. El proyecto Ojalá lleva más de 20 años al
lado de El Romerillo. Todo el que vive en Cuba y quiere ver que eso existe, lo
ve. Es que el trabajo constante en esos lugares hace profundizar no sólo en las
carencias y las condiciones de vida, sino en la lucha constante contra la
indolencia y la burocracia. Por eso se hizo de esa forma Canción de barrio, el documental
de Alejandro Ramírez que resume los dos primeros años de la gira: descarnado,
como es la realidad. Y por eso el día del estreno invitamos a los dirigentes de
los lugares que iban a ser expuestos. Algunos fueron.
–¿Qué le aportan, como artista
y como persona, estos conciertos?
–Lo empecé a
experimentar desde niño, a principios de la Revolución. Yo vi ballet no por
formación familiar o por posibilidades económicas, sino porque de pronto Alicia
Alonso bailaba en una plaza. ¿Qué es lo que cuenta el primer documental de
Octavio Cortazar, Por primera vez?: la visita de un
camión proyector a las montañas, donde nunca había estado el cine. ¿Qué
hacíamos en nuestra juventud nosotros mismos, constantemente, sino cantar en
todas partes?… Yo nunca dejé de cantar así, sobre todo en mi país.
Puede que no se sepa, pero jamás cobré un
concierto en Cuba. Bueno: una vez Luis Eduardo Aute y yo cobramos uno, en el
Karl Marx, y donamos el dinero a San Antonio de los Baños, para que la alcaldía
tuviera un fondo (que decía no tener) y pudiera pagar a trabajadores que
limpiaran el río Ariguanabo. Pero también afuera canté así. Lo hice muchísimo
en México, a donde empecé a ir por aquellas Jornadas de Solidaridad con
Uruguay. Lo hice en Colombia, en Venezuela, en Angola, en República Dominicana,
en Ecuador, en Bolivia, en Paraguay. Lo hice en alta mar, durante meses, cuando
estuve con la Flota Cubana de Pesca. Lo hice en las prisiones varias veces.
Hace muy poco hicimos un concierto en Villa Lugano, en Buenos Aires. En Chile
hablé con Michelle Bachelet para que hiciera una ley que obligara a los
extranjeros a hacer un concierto gratuito. Parece que no se pudo.
Lograr la sistematización de la Gira por los
Barrios en Cuba (también conocida como la Gira Interminable) me ha dado una
satisfacción muy grande. Más que cualquier otra cosa.
–¿Cómo ve las posibilidades de
que se mantenga el proyecto social de la Revolución?
–Los proyectos sociales humanistas,
revolucionarios, se van a mantener siempre que existan quienes los lleven a
cabo.
Por Fernando Ravsberg
Fuente:
Miradas al Sur
Comentarios
Publicar un comentario