LA LIBERACIÓN NACIONAL ES UN DRAMA VIOLENTO Y PASIONAL (Ensayo - Agosto 2013)






“Los que cambian sin traicionarse siempre cambian dentro de una permanencia fundante” afirmó José Pablo Feinmann en Historia y Pasión, reciente y formidable texto que el propio filósofo compartió con Horacio González. En el mismo desarrollan las diversas contradicciones del campo popular en estos últimos cuarenta años. A propósito de la coyuntura bueno es traer a la mesa una cita de Roberto Carri, que data de fines de los sesenta, y que ambos pensadores reconocen como deslumbrante a vistas de lo que por estas horas sucede: “El imperialismo no es una forma de vida exterior de las naciones, sino una estructura interna”.. Acaso la frase de Perón que titula esta humilde nota de opinión nos coloca en el punto de partida para deconstruir las relaciones existentes entre ese drama violento con la necesidad de cambiar sin traicionar esa permanencia fundante que en lo personal me permito denominar Patria.
Y el dueño de la frase es el mismo Perón, aquel que supo homenajear a Pinochet en una tarde cualquiera en la base Morón, ambos con atuendo castrense, el mismo que afirmó que conducir es manejar el desorden, el mismo que cuando mataron al Che sentenció que había muerto el mejor de nosotros, el mismo que desde puerta de hierro certificaba que con varios años menos él también saldría a poner bombas.
La liberación nacional es un drama violento y pasional, y me atrevo agregar contradictorio. Por entonces Lanusse, el responsable de la matanza de Trelew, desechando colaborar con la CIA para derrocar a Salvador Allende, Perón aceptando el convite y colmando de medallas a un dictador y asesino, mientras que las organizaciones armadas vernáculas clamaban por la patria socialista, al grito de Perón, Perón..
Volviendo al pensamiento de Carri el peronismo es una clara muestra de lo afirmado. Buena parte de su estructura interna está cimentada por dicha contradicción. Su ala derecha no muestra grietas al respecto, ni la de antaño ni la actual. Hoy la Triple A no es necesaria, su lugar está ocupado por las corporaciones mediáticas afines. Alguna vez Ortega Peña, en la soledad de su banca, habló sobre la necesidad de entablar acciones políticas concretas cuando la correlación de fuerzas lo permitiese, en ocasiones la verdadera identificación debe merecer momentos de profunda meditación, acaso de silencio. Por otro lado si gobernar es movilizar, y sabemos al mismo tiempo que nunca vamos a detentar el poder real para terminar con las asimetrías sociales bueno es hacer todo el ruido posible, porque  gobernar es movilizar, es responder, es contestar, como bien decidió hacer presidencia apenas viera la luz durante la noche de ayer una nueva falacia corporativa. Es hora de movilizar, basta de silencio, es necesario el armado de una ingeniería comunicacional popular que desbarate toda y cada una de las operaciones y a su vez tenga capacidad de contraataque. Los poderes fácticos no van a ceder un milímetro en estas cuestiones, hasta se pueden dar el lujo de cedernos la ley de medios. Su implementación concreta (disponiblidad de capital) seguirá siendo el factor limitante.

José Pablo Feinmann, hombre no muy querido en estos espacios pero que yo sigo con sano interés crítico, sentencia que definirse como un K o como un “antiK” son expresiones terribles. “Todo lo que uno es queda reducido a eso”. Pues en lo personal acepto la reducción (inclusión). En este momento político tal definición es la adhesión simbólica que yo hago sobre eso tan violento y pasional que es la liberación nacional, la Patria Grande, en el marco de una contemporaneidad compleja que evidentemente ha modificado substancialmente sus paradigmas históricos. Muy atinadamente Horacio González nos desafía preguntándonos a quiénes leímos y quiénes somos luego de haberlos leído... ¿Somos centralidad existencialista o simples consumidores, seres, a decir de Sastre, carentes de toda determinación, o algo más?. La Presidenta nos escruta a cada momento cuando habla, asuntos que irritan a la oposición debido al denso contenido de imágenes que propone en sus discursos. En ellos formula pensamientos tan profundos como inesperados, cosa que pone de mal humor a la derecha ya que instala sobre la mesa la historia trágica del peronismo. ¿Es lícito matar a tanta gente en una plaza?. Perón promueve a Villar, un torturador y asesino notorio como Jefe de la Policía, Nilda Garré quita su nombre de la casa de estudios de la fuerza. Eso es el peronismo: Un drama violento, pasional, contradictorio. Según José Pablo la vanguardia no puede existir en soledad, tiene que estar integrada a la masa, al pueblo, a las clases, a los que sea, pero no puede existir sola porque empieza a girar en al vacío. Pregunto: ¿Existen en la actualidad vanguardias de pensamiento insertas dentro de las masas?
Hoy la fuerza más importante de capitalismo es la ilegalidad, se reproduce en base a ella, el capitalista está por encima de la ley, encima de la misma constitución. Soy pesimista, lo admito. Coincido con Horacio González, el pesimismo es una buena forma de medir fuerzas, no sólo las del antagonista sino las propias. El optimismo es la voluntad, el pesimismo la razón. Ya lo mencionó David Viñas en aquel cruce con Cristina cuando en plena crisis política de comienzos de siglo la chicaneó con el "ser planglossiano" de Voltaire. Ese drama violento y pasional que es el peronismo se percibe en estos momentos como nunca antes. Mientras el Gobierno es atacado por varios flancos a la vez exhibiéndose un claro intento destituyente es el propio peronismo, mediante sus usinas más conservadoras el que promueve un nuevo y simbólico 16 de septiembre, un déyà vu del 24 de marzo de 1976. No olvidemos que los campos de concentración se comenzaron a construir mucho antes del golpe...
Como mencionamos hace pocos días la estigmatización es una conducta política asentada, forma parte de la plataforma política de la derecha peronista y no peronista, de modo que el antagonista ideológico (corporaciones) ha logrado modelar estructuras internas y externas al movimiento que es necesario interpretar en su verdadera dimensión. Los “zurdos” de Moyano y de Bárbaro son piezas macartistas de antología.
Al principio afirmamos que “los que cambian sin traicionarse siempre cambian dentro de una permanencia fundante”, el problema es cuando esos cuadros políticos abandonan lo fundante a favor de reemplazar metódicamente la incidencia de las bases de los partidos populares facilitando de ese modo que el campo fáctico ejerza su descomunal poder, ya de por sí autárquico, con absoluta libertad....  

... hoy el peronismo exhibe lo que quiero y lo que detesto al mismo tiempo, tanto mis utopías juveniles como mis profundos desconsuelos pesimistas le son abarcativos. Sin considerarme peronista sufro de ambas cuestiones con siniestra encarnadura, el resto no cuenta. Mi socialismo no encuentra cobijo, tal vez mi socialismo no existe, acaso nunca existió y sólo se trataba de una construcción propia basada en una literatura vernácula seudopolítica tan vacía como banal. Desde luego que no reniego de Marx, ni de Gramsci, ni de Adorno, ni de Benjamin, ni de Sastre, de Althusser, si protesto contra  aquellos nacionales que sin leerlos “con nuestros ojos” nos quisieron hacer creer que formaban parte del dicho pensamiento. Pero dejemos de lado la inútil catarsis.

José Claudio Escribano, fuente de toda inspiración liberal para la oposición política argentina sostenía por 1975, desde el diario La Nación, que “hay que abandonar la democracia en situaciones excepcionales como la que vive la Argentina, hay mucha gente que se está yendo a España, es bueno advertirle a España el elemento que está recibiendo”. ¿Es posible que José Claudio Escribano sea en la actualidad un acabado y firme sostenedor del republicanismo? Pues la derecha peronista y las demás fuerzas opositoras lo admiten como tal; abrevan de sus discursos y se alinean incondicionalmente en pos de la destrucción del kichnerismo. En tal caso no nos debe sorprender. Un tal Rodolfo Almirón mató a Silvio Frondizi y al Padre Mugica siendo custodio de Perón. El deseo es que Néstor Kirchner muera de nuevo, y que los cuadros vuelvan a colgarse, y terminar con el delirio de la Patria Grande, el desendeudamiento y del Estado como motor de estrategias inclusivas. Los que más tienen deben pagar lo que ellos deseen pagar y si no alcanza a privatizar y a tomar deuda. Horacio González lo describe de manera sangrienta: “Época muy terrible la actual, aunque interesantísima. Desde la izquierda se dice que estamos ante un gobierno capitalista, neodesarrollista y burgués, mientras se toman medidas estatistas que exceden un mero programa capitalista. Por otro lado, las fuerzas opositoras incluyen verdadero capitalismo con marcadas adhesiones por parte de la izquierda y de los socialdemócratas. No me refiero a alianzas establecidas sino a atmósferas compartidas. Personas que se dicen socialistas tienen programas menos avanzados. El nombre del socialismo queda vaciado por dentro de un gobierno que se dice capitalista pero que sin embargo toma medidas muy cercanas a una especie de progresismo, a veces de manera muy contundente, a veces de manera moderada”.

Hace treinta años Raúl Alfonsín pensó un socialismo bajo la veta liberal con una idea de república demasiado hacia el centro para mi gusto. No fueron pocos los intelectuales de izquierdas, muchos de ellos perseguidos y exiliados, incluso ex militantes combatientes que adhirieron al proyecto del ex presidente. De todas formas bueno sería refrescarnos un poco con aquel fenomenal discurso de Parque Norte del 1 de diciembre de 1985, excelente arenga política con la cual me quiero detener puntualmente en este inciso... Cabe destacar que a partir de esta enorme declaración de principios la figura del primer mandatario comenzó a soportar ataques mediáticos, sindicales, castrenses y corporativos de manera creciente hasta lograr su definitiva remoción con el posterior anclaje del neoliberalismo conservador...



Una ética de la solidaridad


Cambiar la mentalidad arraigada en nuestra sociedad, eliminar sus componentes de autoritarismo, de intolerancia, de egoísmo, de predisposición a la compartimentación sectorial y de ineptitud para el diálogo y el compromiso, constituye una empresa cuyo punto de llegada no puede ser otro que la construcción de una nueva voluntad colectiva. Desde el momento en que esa empresa se plantea como creación y desarrollo de una sociedad solidaria, contra los factores de disgregación que aun perduran entre nosotros, la tarea adquiere una insoslayable y decidida dimensión ética. Accedemos aquí, entonces, a otro de los pilares del trípode que define los cimientos de nuestra propuesta una ética de la solidaridad. Desde ese ángulo ético - que no es aislable de los otros y que los contiene - se enunciarán algunas de las condiciones y de los objetivos del proyecto de sociedad hacia el cual apuntamos, esto es, el de una sociedad democrática participativa, solidaria y eficiente.

Desnaturalizada por el utilitarismo clásico, rechazada como mera ideología por los varios mesianismos decimonónicos, la ética ha corrido el riesgo sea de convertirse en un mero ejercicio escolástico o antropológico, sea de degradarse en un simple recetario catequístico de las ''buenas'' y ''malas'' acciones. Pero desde el momento en que el pensamiento moderno pone al desnudo tanto los caminos sin salida del egoísmo utilitarista (y de su metafísica del mercado como modelo ejemplar), como los atolladeros de una aprehensión determinista natural de la Historia, la sociedad aparece como lo que realmente es el producto abierto de una sucesión de proyectos, de decisiones, de opciones. Así, pues, abriendo las puertas de la elección entre alternativas, el pensamiento y las políticas modernas retoman las preguntas medulares de la filosofía política acerca del orden social y su legitimidad. ¿Por qué es mejor el orden que la anarquía?, y ¿cuál o cuáles, entre los órdenes políticos, son preferibles? Estas preguntas comportan una clara dimensión moral frente a la cual toda concepción mecanicista de lo social no es más que una coartada. En muchos aspectos, la sociedad argentina ha sido y hasta cierto punto continúa siendo una sociedad fuertemente influida por el egoísmo de sus clases dirigentes; incluso un cierto pensamiento individualista cree aún que la armonía social es posible fomentando ese egoísmo. Ese egoísmo ha debilitado la solidaridad social, generando situaciones de desamparo y miedo que nos han hecho particularmente permeables a las pseudosoluciones mesiánicas, en las que el individuo aislado busca una instancia en la cual reconocerse y bajo la cual protegerse...


Contra esos callejones sin salida se impone afirmar una ética de la solidaridad, que procure poner de relieve la armonía de la creación desvirtuada tantas veces por el egoísmo. En tal sentido - y esto es fundamental - una ética de la solidaridad implica que la sociedad sea mirada desde el punto de vista de quien está en desventaja en la distribución de talentos y riquezas. Pero si no queremos incurrir en vacuidad, debemos definir los ejes fundamentales de esa ética. Dicho en términos claros en los marcos de un proyecto de modernización, la forma que ha de asumir una ética de la solidaridad consistirá en resolver equitativamente las formas de relación entre los distintos sectores en su interacción social. En una sociedad con creciente complejidad, donde chocan múltiples intereses y en la que han caducado los mecanismos corporativos de relación social, es preciso imaginar y construir un sistema de equidad social en la organización democrática de la sociedad y de igualdad en la búsqueda de la realización personal.

Es aquí donde hay que acudir a la idea del pacto democrático, esto es, de un acuerdo que, al tiempo que salvaguarde la autonomía de los sujetos sociales, defina un marco compartido en el interior del cual los conflictos puedan procesarse y resolverse y las diferencias coexistan en un plano de tolerancia mutua.
La concepción del pacto democrático aparece hoy como la mejor alternativa para permitir la coexistencia entre una pluralidad de actores con intereses diferentes y un orden que regule los enfrentamientos y haga posible comportamientos cooperativos.
Pero, ¿cómo presentar una versión válida del pacto democrático efectivamente conciliable con una ética de la solidaridad? Para ceñir este problema basta con evocar la persistente tensión planteada, en la tradición del pensamiento y las prácticas políticas, entre libertad e igualdad.
Como se sabe, esta tensión entre libertad e igualdad está en el centro de las discusiones y de las concepciones políticas contemporáneas piénsese en la tradición liberal, en el pensamiento social de la Iglesia, en los movimientos obreros y socialistas.

Al respecto, pensamos que para comenzar a superar esa tensión es necesario enriquecer y, por lo tanto, redefinir la noción tradicional de ciudadano -o de ciudadanía-, reconociendo que ella abarca, además de la igualdad jurídico-política formal, otros muchos aspectos, conectados con el ser y el tener de los hombres, es decir, con la repartición natural de las capacidades y con la repartición social de los recursos. Es claro hay una distribución natural desigual. Hay, asimismo, una distribución social e histórica desigual de riquezas, status y réditos. Esas desigualdades acarrean consecuencias que son incoherentes o contradictorias con el hecho de reconocer a cada ciudadano como miembro con igual dignidad en el seno de la cooperación social. Este reconocimiento amplía el significado de los derechos humanos, que no sólo son violados por las interferencias activas contra la vida, la libertad y los bienes de las personas sino también por la omisión al no ofrecer las oportunidades y recursos necesarios para alcanzar una vida digna. Un pacto democrático basado en esa ética de la solidaridad supone la decidida voluntad de que esté sustentado en condiciones que aseguren la mayor justicia social posible y, consecuentemente, reconoce la necesidad de apoyo a los más desfavorecidos.

La modernización que se propugna ha de estar en concordancia con las premisas y condiciones del proyecto de sociedad aquí propuesto. No se trata de modernizar con arreglo a un criterio exclusivo de eficientismo técnico - aun considerando la dimensión tecnológica de la modernización como fundamental -; se trata de poner en marcha un proceso modernizador tal que tienda progresivamente a incrementar el bienestar general, de modo que la sociedad en su conjunto pueda beneficiarse de sus frutos. Una modernización que se piense y se practique pura y exclusivamente como un modo de reducir costos, de preservar competitividad y de acrecentar ganancias es una modernización estrecha en su concepción y, además, socialmente injusta, puesto que deja por completo de lado las consecuencias que los cambios introducidos por ella acarrearán respecto del bienestar de quienes trabajan y de la sociedad en su conjunto. Aquí se propone una concepción más rica, integral y racional de la modernización que, sin sacrificar los necesarios criterios de la eficiencia, los inserte en el cuadro más amplio de la realidad social global, de las necesidades de los trabajadores, de las demandas de los consumidores e incluso de las exigencias de la actividad económica general del país. Sin duda, esta concepción integral de la modernización, que sólo es pensable en un marco de democracia y de equidad social, planteará dificultades y problemas en ocasión de su implementación efectiva. Se sabe que no siempre es fácil conciliar armoniosamente eficiencia con justicia. No obstante, desde la óptica de una ética como la que aquí se promueve, se ha de mantener que tal es la concepción más válida de la modernización, ya que sólo hay modernización cabal donde hay verdadera democracia y, por lo tanto, donde hay solidaridad. En rigor, el razonamiento implica postular la propuesta de un proyecto de democracia -como tal opuesto a otros proyectos- y de ninguna manera afirma que democracia y modernización estén por fuerza vinculadas históricamente. El "trípode'' es un programa, una propuesta para la colectividad, no una ley de la Historia. Sólo podrá realizarse si se pone a su servicio una poderosa voluntad colectiva. En política, los términos no son neutrales ni unívocos deben ser definidos. Ya lo hicimos al precisar nuestra concepción de democracia. También son varios los significados de modernización. Nosotros la concebimos taxativamente articulada con la democracia participativa y con la ética de la solidaridad. Toda modernización es un proceso socialmente orientado, surge de una matriz cultural, responde a determinados valores - lo cual significa que rechaza a otros - y se vincula con determinados intereses. En ese sentido, es históricamente cierto que democracia y modernización no han marchado siempre juntas y que antes y ahora se han planteado proyectos de modernización económica que no se compadecen con una sociedad democrática. Bajo el capitalismo y bajo el socialismo se han dado procesos de modernización autoritaria; los ejemplos son múltiples y en general se vinculan con ideologías extremadamente liberales que confían en el egoísmo del mercado o con ideologías extremadamente estatistas que confían en la planificación centralizada y compulsiva. Frente a una modernización que se basa en el refuerzo de los poderes privados, y otra que se basa en el refuerzo de los poderes del Estado, la modernización en democracia y en solidaridad supone reforzar los poderes de la sociedad, autónomamente constituidos. ¿Cuál es el marco de referencia en el que se encuentra colocada de manera predominante en el mundo contemporáneo la discusión sobre la modernización? Parece evidente que el énfasis está colocado en los aspectos económicos y tecnológicos. Es natural que así sea, porque tras un período de crisis de las ideologías, de desideologización de los hábitos políticos, se acumulan los resultados de una revolución tecnológica de una magnitud tal-sólo comparable al producido hace dos siglos por la revolución industrial-que, además de su efectividad real como instrumento de cambio de la vida cotidiana, ha adquirido el carácter de un mito colectivo potencialmente peligroso, en tanto se constituya al margen de la democracia y de la ética de la solidaridad. El pensamiento tradicionalista, presentado como mera inversión del anterior, ofrece una respuesta simple el rechazo del progreso que la innovación tecnológica promueve y el refugio en un mundo nostálgico. Pero ni las afirmaciones simples ni las respuestas simples sirven históricamente; se hace necesario aceptar el desafío de la modernización y a la vez despojarlo de sus peligros autoritarios y de su amoralidad tecnocrática. Por razones particulares, que trataremos de despejar ahora, ese problema es crucial en nuestro presente.

... hasta hace pocos meses algunos de nosotros sosteníamos sobre la necesidad de reformar la constitución con el objeto de incluir en ella todos los derechos y beneficios colectivos que durante estos años se fueron incorporando, al mismo tiempo excluíamos de plano cualquier inciso que promueva una posible reelección de modo no empañar el objetivo político de máxima. Lamentablemente algunas voces del propio kirchnerismo encendieron una llama que nunca acabó de apagarse y que sirvió de plataforma para que la oposición establezca un nicho argumentativo que fue grácilmente aceptado por buena parte de la sociedad. A partir de allí la construcción del temor hegemónico fue sólo un trámite mediático que sin solución de continuidad se fue fortaleciendo en la misma medida que en paralelo las denuncias sobre corrupción sembraban con explosivos adicionales un campo que ya exhibía una buena cantidad de minas dispersas. La liberación nacional seguirá siendo un drama violento y pasional. Si la salida es por derecha un nuevo proceso inclusivo trunco se percibe en el horizonte. Luego de las PASO han cambiado notoriamente la correlación de fuerzas, y con ella el discurso. Ya no nos moviliza darle rango constitucional a los derechos ampliados sólo pretendemos llegar a cumplir con el mandato, sin que haya sangre que lamentar, algo que nadie en su sano juicio podía llegar a elucubrar pocos meses atrás. Parecemos vencidos, hemos bajado las defensas, comenzamos a dudar de nosotros mismos y de nuestras convicciones a partir de un resultado electoral no vinculante. En lo personal no soy ni más ni menos kirchnerista que en el 2005, 2007, 2009, 2011, o 2013, poco me importa el relato corporativo, siempre lo consideré un fraude intelectual, sigo teniendo el mismo compromiso militante. Nunca pensé en un antagonista derrotado; la derecha, el establishment, las corporaciones jamás se rendirán. Ni con un 55, ni con un 75 ni con un 90 por ciento en contra. Detentan el poder real en sus manos, nunca dejarán de ser peligrosos, no se detienen en los porcentajes ni en la voluntad popular, saben que con una ingeniería paralela y fáctica pueden perforar cualquier estructura política, cualquier andamiaje social. Acaso no alcanza con enumerar la cantidad de los nuestros a los que han adquirido por módicos mendrugos, en algún caso sobra con un par de fetas de salame debido a sus estúpidos egos. ¿Qué está pasando con nuestra pasión? Los verdaderos militantes se perciben en la adversidad. Se vienen tiempos excitantes y complejos, acaso contradictorios, peligrosos quizás, tiempos en donde el cuerpo juega tanto como la inteligencia, tiempos en los cuales la política y la militancia deben redimensionarse. No creo que debajo de la cama de Tenembaum se consigan esconder muchos cobardes, estimo que ni siquiera a él le servirá como lugar seguro. Se está jugando con fuego y algunos fumadores compulsivos no se dan cuenta. No nos quieren derrotar en las urnas, nos quieren eliminar fácticamente, de modo no quede vestigio de este proceso político imperfecto que sigue intentando un desarrollo autárquico e independiente de un modeló hegemónico mundial basado en el ajuste, la dependencia financiera y la concentración monopólica en cuanto a la producción de bienes y servicios.
 

La 125 fue un momento bisagra en la historia del kirchnerismo. Muchos de que adheríamos acaso pasivamente al modelo nos dimos cuenta que estábamos en peligro y salimos, salimos no sólo a bancar los trapos como vulgarmente de dice, salimos a defender nuestras esperanzas, nuestros paradigmas inclusivos, nuestros deseos libertarios. Y perdimos y volvimos. El escenario se reitera, como tristemente se reitera la historia. Lamentablemente la memoria circular hace lo suyo debiendo entender que el resignado eterno retorno que le quieren adosar a nuestra Patria tienen nombres y apellidos, y siempre son los mismos...
 

De las seis elecciones que el kirchnerismo, como oferta política nacional y popular, afrontó desde el 2003 hasta la fecha obtuvo tantas victorias como derrotas. Cae ante Menem en el 2003 (nunca hay que olvidarlo), cae en el 2009 y en las recientes PASO. Se reconstruye políticamente y triunfa holgadamente en las legislativas del 2005, en las presidenciales 2007, encontrando su clímax en los comicios del 2011. De modo que nunca el camino ha sido sencillo. Las fuerzas de la oligarquía jamás abandonaron sus apetitos y jamás lo abandonarán, es bueno tenerlo en claro. La lucha es permanente. Ciertamente duele que algunos compañeros subyugados por los cantos de sirenas hayan optado por el enfrentamiento coreuta basados en prediseñados repertorios sectarios y clasistas, va de suyo el precio que tienen y que tendrán que pagar por ser cobijados por las corporaciones. Detenerse en sus lógicas es ingresar en sus malevolentes mundos de intereses. En lo personal me abstengo. Si nos espera una derrota el 27 de octubre pues deberemos insistir en nuestros convencimientos, luego de diez años de exhibir lo que somos es muy difícil que alguien nos vea con otros ojos. Somos populistas, desarrollistas, distribucionistas, incluyentes, intentamos ser independientes, autárquicos en cuanto a nuestras decisiones intestinas, latinoamericanistas, profundamente democráticos, si este compendio de características basales no alcanzan para entender de qué lado se encuentra la liberación la seguiremos sufriendo como un drama violento y pasional y no disfrutándola políticamente como un drama violento y pasional...


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