“Los que cambian sin traicionarse siempre cambian dentro de una
permanencia fundante” afirmó José Pablo Feinmann en Historia y Pasión, reciente
y formidable texto que el propio filósofo compartió con Horacio González. En el
mismo desarrollan las diversas contradicciones del campo popular en estos
últimos cuarenta años. A propósito de la coyuntura bueno es traer a la mesa una
cita de Roberto Carri, que data de fines de los sesenta, y que ambos pensadores
reconocen como deslumbrante a vistas de lo que por estas horas sucede: “El
imperialismo no es una forma de vida exterior de las naciones, sino una
estructura interna”.. Acaso la frase de Perón que titula esta humilde nota de
opinión nos coloca en el punto de partida para deconstruir las relaciones
existentes entre ese drama violento con la necesidad de cambiar sin traicionar
esa permanencia fundante que en lo personal me permito denominar Patria.
Y el dueño de la frase es el mismo Perón, aquel que supo homenajear a
Pinochet en una tarde cualquiera en la base Morón, ambos con atuendo castrense,
el mismo que afirmó que conducir es manejar el desorden, el mismo que cuando
mataron al Che sentenció que había muerto el mejor de nosotros, el mismo que
desde puerta de hierro certificaba que con varios años menos él también saldría
a poner bombas.
La liberación nacional es un drama violento y pasional, y me atrevo
agregar contradictorio. Por entonces Lanusse, el responsable de la matanza de
Trelew, desechando colaborar con la CIA para derrocar a Salvador Allende, Perón
aceptando el convite y colmando de medallas a un dictador y asesino, mientras
que las organizaciones armadas vernáculas clamaban por la patria socialista, al
grito de Perón, Perón..
Volviendo al pensamiento de Carri el peronismo es una clara muestra de
lo afirmado. Buena parte de su estructura interna está cimentada por dicha
contradicción. Su ala derecha no muestra grietas al respecto, ni la de antaño
ni la actual. Hoy la Triple A no es necesaria, su lugar está ocupado por las
corporaciones mediáticas afines. Alguna vez Ortega Peña, en la soledad de su
banca, habló sobre la necesidad de entablar acciones políticas concretas cuando
la correlación de fuerzas lo permitiese, en ocasiones la verdadera
identificación debe merecer momentos de profunda meditación, acaso de silencio.
Por otro lado si gobernar es movilizar, y sabemos al mismo tiempo que nunca
vamos a detentar el poder real para terminar con las asimetrías sociales bueno
es hacer todo el ruido posible, porque gobernar es movilizar, es
responder, es contestar, como bien decidió hacer presidencia apenas viera la
luz durante la noche de ayer una nueva falacia corporativa. Es hora de
movilizar, basta de silencio, es necesario el armado de una ingeniería
comunicacional popular que desbarate toda y cada una de las operaciones y a su
vez tenga capacidad de contraataque. Los poderes fácticos no van a ceder un
milímetro en estas cuestiones, hasta se pueden dar el lujo de cedernos la ley
de medios. Su implementación concreta (disponiblidad de capital) seguirá siendo
el factor limitante.
José Pablo Feinmann, hombre no muy querido en estos espacios pero que yo
sigo con sano interés crítico, sentencia que definirse como un K o como un
“antiK” son expresiones terribles. “Todo lo que uno es queda reducido a eso”.
Pues en lo personal acepto la reducción (inclusión). En este momento político
tal definición es la adhesión simbólica que yo hago sobre eso tan violento y
pasional que es la liberación nacional, la Patria Grande, en el marco de una
contemporaneidad compleja que evidentemente ha modificado substancialmente sus
paradigmas históricos. Muy atinadamente Horacio González nos desafía
preguntándonos a quiénes leímos y quiénes somos luego de haberlos leído...
¿Somos centralidad existencialista o simples consumidores, seres, a decir de
Sastre, carentes de toda determinación, o algo más?. La Presidenta nos escruta
a cada momento cuando habla, asuntos que irritan a la oposición debido al denso
contenido de imágenes que propone en sus discursos. En ellos formula
pensamientos tan profundos como inesperados, cosa que pone de mal humor a la
derecha ya que instala sobre la mesa la historia trágica del peronismo. ¿Es
lícito matar a tanta gente en una plaza?. Perón promueve a Villar, un
torturador y asesino notorio como Jefe de la Policía, Nilda Garré quita su
nombre de la casa de estudios de la fuerza. Eso es el peronismo: Un drama
violento, pasional, contradictorio. Según José Pablo la vanguardia no puede
existir en soledad, tiene que estar integrada a la masa, al pueblo, a las clases,
a los que sea, pero no puede existir sola porque empieza a girar en al vacío.
Pregunto: ¿Existen en la actualidad vanguardias de pensamiento insertas dentro
de las masas?
Hoy la fuerza más importante de capitalismo es la ilegalidad, se
reproduce en base a ella, el capitalista está por encima de la ley, encima de
la misma constitución. Soy pesimista, lo admito. Coincido con Horacio González,
el pesimismo es una buena forma de medir fuerzas, no sólo las del antagonista
sino las propias. El optimismo es la voluntad, el pesimismo la razón. Ya lo
mencionó David Viñas en aquel cruce con Cristina cuando en plena crisis
política de comienzos de siglo la chicaneó con el "ser planglossiano"
de Voltaire. Ese drama violento y pasional que es el peronismo se percibe en
estos momentos como nunca antes. Mientras el Gobierno es atacado por varios
flancos a la vez exhibiéndose un claro intento destituyente es el propio
peronismo, mediante sus usinas más conservadoras el que promueve un nuevo y
simbólico 16 de septiembre, un déyà vu del 24 de marzo de 1976. No olvidemos
que los campos de concentración se comenzaron a construir mucho antes del
golpe...
Como mencionamos hace pocos días la estigmatización es una conducta
política asentada, forma parte de la plataforma política de la derecha
peronista y no peronista, de modo que el antagonista ideológico (corporaciones)
ha logrado modelar estructuras internas y externas al movimiento que es
necesario interpretar en su verdadera dimensión. Los “zurdos” de Moyano y de
Bárbaro son piezas macartistas de antología.
Al principio afirmamos que “los que cambian sin traicionarse siempre
cambian dentro de una permanencia fundante”, el problema es cuando esos cuadros
políticos abandonan lo fundante a favor de reemplazar metódicamente la incidencia
de las bases de los partidos populares facilitando de ese modo que el campo
fáctico ejerza su descomunal poder, ya de por sí autárquico, con absoluta
libertad....
... hoy el peronismo exhibe lo que quiero y lo que detesto al mismo
tiempo, tanto mis utopías juveniles como mis profundos desconsuelos pesimistas
le son abarcativos. Sin considerarme peronista sufro de ambas cuestiones con
siniestra encarnadura, el resto no cuenta. Mi socialismo no encuentra cobijo,
tal vez mi socialismo no existe, acaso nunca existió y sólo se trataba de una
construcción propia basada en una literatura vernácula seudopolítica tan vacía
como banal. Desde luego que no reniego de Marx, ni de Gramsci, ni de Adorno, ni
de Benjamin, ni de Sastre, de Althusser, si protesto contra aquellos
nacionales que sin leerlos “con nuestros ojos” nos quisieron hacer creer que
formaban parte del dicho pensamiento. Pero dejemos de lado la inútil catarsis.
José Claudio Escribano, fuente de toda inspiración liberal para la
oposición política argentina sostenía por 1975, desde el diario La Nación, que
“hay que abandonar la democracia en situaciones excepcionales como la que vive
la Argentina, hay mucha gente que se está yendo a España, es bueno advertirle a
España el elemento que está recibiendo”. ¿Es posible que José Claudio Escribano
sea en la actualidad un acabado y firme sostenedor del republicanismo? Pues la
derecha peronista y las demás fuerzas opositoras lo admiten como tal; abrevan
de sus discursos y se alinean incondicionalmente en pos de la destrucción del
kichnerismo. En tal caso no nos debe sorprender. Un tal Rodolfo Almirón mató a
Silvio Frondizi y al Padre Mugica siendo custodio de Perón. El deseo es que
Néstor Kirchner muera de nuevo, y que los cuadros vuelvan a colgarse, y terminar
con el delirio de la Patria Grande, el desendeudamiento y del Estado como motor
de estrategias inclusivas. Los que más tienen deben pagar lo que ellos deseen
pagar y si no alcanza a privatizar y a tomar deuda. Horacio González lo
describe de manera sangrienta: “Época muy terrible la actual, aunque
interesantísima. Desde la izquierda se dice que estamos ante un gobierno
capitalista, neodesarrollista y burgués, mientras se toman medidas estatistas
que exceden un mero programa capitalista. Por otro lado, las fuerzas opositoras
incluyen verdadero capitalismo con marcadas adhesiones por parte de la
izquierda y de los socialdemócratas. No me refiero a alianzas establecidas sino
a atmósferas compartidas. Personas que se dicen socialistas tienen programas menos
avanzados. El nombre del socialismo queda vaciado por dentro de un gobierno que
se dice capitalista pero que sin embargo toma medidas muy cercanas a una
especie de progresismo, a veces de manera muy contundente, a veces de manera
moderada”.
Hace treinta años Raúl Alfonsín pensó un socialismo bajo la veta liberal
con una idea de república demasiado hacia el centro para mi gusto. No fueron
pocos los intelectuales de izquierdas, muchos de ellos perseguidos y exiliados,
incluso ex militantes combatientes que adhirieron al proyecto del ex
presidente. De todas formas bueno sería refrescarnos un poco con aquel
fenomenal discurso de Parque Norte del 1 de diciembre de 1985, excelente arenga
política con la cual me quiero detener puntualmente en este inciso... Cabe
destacar que a partir de esta enorme declaración de principios la figura del
primer mandatario comenzó a soportar ataques mediáticos, sindicales, castrenses
y corporativos de manera creciente hasta lograr su definitiva remoción con el
posterior anclaje del neoliberalismo conservador...
Una ética de la solidaridad
Cambiar la mentalidad arraigada en nuestra sociedad, eliminar sus componentes de autoritarismo, de intolerancia, de egoísmo, de predisposición a la compartimentación sectorial y de ineptitud para el diálogo y el compromiso, constituye una empresa cuyo punto de llegada no puede ser otro que la construcción de una nueva voluntad colectiva. Desde el momento en que esa empresa se plantea como creación y desarrollo de una sociedad solidaria, contra los factores de disgregación que aun perduran entre nosotros, la tarea adquiere una insoslayable y decidida dimensión ética. Accedemos aquí, entonces, a otro de los pilares del trípode que define los cimientos de nuestra propuesta una ética de la solidaridad. Desde ese ángulo ético - que no es aislable de los otros y que los contiene - se enunciarán algunas de las condiciones y de los objetivos del proyecto de sociedad hacia el cual apuntamos, esto es, el de una sociedad democrática participativa, solidaria y eficiente.
Desnaturalizada por el utilitarismo clásico, rechazada como mera
ideología por los varios mesianismos decimonónicos, la ética ha corrido el
riesgo sea de convertirse en un mero ejercicio escolástico o antropológico, sea
de degradarse en un simple recetario catequístico de las ''buenas'' y ''malas''
acciones. Pero desde el momento en que el pensamiento moderno pone al desnudo
tanto los caminos sin salida del egoísmo utilitarista (y de su metafísica del
mercado como modelo ejemplar), como los atolladeros de una aprehensión
determinista natural de la Historia, la sociedad aparece como lo que realmente
es el producto abierto de una sucesión de proyectos, de decisiones, de
opciones. Así, pues, abriendo las puertas de la elección entre alternativas, el
pensamiento y las políticas modernas retoman las preguntas medulares de la
filosofía política acerca del orden social y su legitimidad. ¿Por qué es mejor
el orden que la anarquía?, y ¿cuál o cuáles, entre los órdenes políticos, son
preferibles? Estas preguntas comportan una clara dimensión moral frente a la
cual toda concepción mecanicista de lo social no es más que una coartada. En
muchos aspectos, la sociedad argentina ha sido y hasta cierto punto continúa
siendo una sociedad fuertemente influida por el egoísmo de sus clases
dirigentes; incluso un cierto pensamiento individualista cree aún que la
armonía social es posible fomentando ese egoísmo. Ese egoísmo ha debilitado la
solidaridad social, generando situaciones de desamparo y miedo que nos han
hecho particularmente permeables a las pseudosoluciones mesiánicas, en las que
el individuo aislado busca una instancia en la cual reconocerse y bajo la cual
protegerse...
Contra esos callejones sin salida se impone afirmar una ética de la solidaridad, que procure poner de relieve la armonía de la creación desvirtuada tantas veces por el egoísmo. En tal sentido - y esto es fundamental - una ética de la solidaridad implica que la sociedad sea mirada desde el punto de vista de quien está en desventaja en la distribución de talentos y riquezas. Pero si no queremos incurrir en vacuidad, debemos definir los ejes fundamentales de esa ética. Dicho en términos claros en los marcos de un proyecto de modernización, la forma que ha de asumir una ética de la solidaridad consistirá en resolver equitativamente las formas de relación entre los distintos sectores en su interacción social. En una sociedad con creciente complejidad, donde chocan múltiples intereses y en la que han caducado los mecanismos corporativos de relación social, es preciso imaginar y construir un sistema de equidad social en la organización democrática de la sociedad y de igualdad en la búsqueda de la realización personal.
Es aquí donde hay que acudir a la idea del pacto democrático, esto es, de un acuerdo que, al tiempo que salvaguarde la autonomía de los sujetos sociales, defina un marco compartido en el interior del cual los conflictos puedan procesarse y resolverse y las diferencias coexistan en un plano de tolerancia mutua.
La concepción del pacto democrático aparece hoy como la mejor
alternativa para permitir la coexistencia entre una pluralidad de actores con
intereses diferentes y un orden que regule los enfrentamientos y haga posible
comportamientos cooperativos.
Pero, ¿cómo presentar una versión válida del pacto democrático
efectivamente conciliable con una ética de la solidaridad? Para ceñir este
problema basta con evocar la persistente tensión planteada, en la tradición del
pensamiento y las prácticas políticas, entre libertad e igualdad.
Como se sabe, esta tensión entre libertad e igualdad está en el centro de las discusiones y de las concepciones políticas contemporáneas piénsese en la tradición liberal, en el pensamiento social de la Iglesia, en los movimientos obreros y socialistas.
Como se sabe, esta tensión entre libertad e igualdad está en el centro de las discusiones y de las concepciones políticas contemporáneas piénsese en la tradición liberal, en el pensamiento social de la Iglesia, en los movimientos obreros y socialistas.
Al respecto, pensamos que para comenzar a superar esa tensión es
necesario enriquecer y, por lo tanto, redefinir la noción tradicional de
ciudadano -o de ciudadanía-, reconociendo que ella abarca, además de la
igualdad jurídico-política formal, otros muchos aspectos, conectados con el ser
y el tener de los hombres, es decir, con la repartición natural de las
capacidades y con la repartición social de los recursos. Es claro hay una
distribución natural desigual. Hay, asimismo, una distribución social e histórica
desigual de riquezas, status y réditos. Esas desigualdades acarrean
consecuencias que son incoherentes o contradictorias con el hecho de reconocer
a cada ciudadano como miembro con igual dignidad en el seno de la cooperación
social. Este reconocimiento amplía el significado de los derechos humanos, que
no sólo son violados por las interferencias activas contra la vida, la libertad
y los bienes de las personas sino también por la omisión al no ofrecer las
oportunidades y recursos necesarios para alcanzar una vida digna. Un pacto
democrático basado en esa ética de la solidaridad supone la decidida voluntad
de que esté sustentado en condiciones que aseguren la mayor justicia social
posible y, consecuentemente, reconoce la necesidad de apoyo a los más desfavorecidos.
La modernización que se propugna ha de estar en concordancia con las
premisas y condiciones del proyecto de sociedad aquí propuesto. No se trata de
modernizar con arreglo a un criterio exclusivo de eficientismo técnico - aun
considerando la dimensión tecnológica de la modernización como fundamental -;
se trata de poner en marcha un proceso modernizador tal que tienda
progresivamente a incrementar el bienestar general, de modo que la sociedad en
su conjunto pueda beneficiarse de sus frutos. Una modernización que se piense y
se practique pura y exclusivamente como un modo de reducir costos, de preservar
competitividad y de acrecentar ganancias es una modernización estrecha en su
concepción y, además, socialmente injusta, puesto que deja por completo de lado
las consecuencias que los cambios introducidos por ella acarrearán respecto del
bienestar de quienes trabajan y de la sociedad en su conjunto. Aquí se propone
una concepción más rica, integral y racional de la modernización que, sin
sacrificar los necesarios criterios de la eficiencia, los inserte en el cuadro
más amplio de la realidad social global, de las necesidades de los
trabajadores, de las demandas de los consumidores e incluso de las exigencias
de la actividad económica general del país. Sin duda, esta concepción integral
de la modernización, que sólo es pensable en un marco de democracia y de
equidad social, planteará dificultades y problemas en ocasión de su
implementación efectiva. Se sabe que no siempre es fácil conciliar armoniosamente
eficiencia con justicia. No obstante, desde la óptica de una ética como la que
aquí se promueve, se ha de mantener que tal es la concepción más válida de la
modernización, ya que sólo hay modernización cabal donde hay verdadera
democracia y, por lo tanto, donde hay solidaridad. En rigor, el razonamiento
implica postular la propuesta de un proyecto de democracia -como tal opuesto a
otros proyectos- y de ninguna manera afirma que democracia y modernización
estén por fuerza vinculadas históricamente. El "trípode'' es un programa,
una propuesta para la colectividad, no una ley de la Historia. Sólo podrá
realizarse si se pone a su servicio una poderosa voluntad colectiva. En
política, los términos no son neutrales ni unívocos deben ser definidos. Ya lo
hicimos al precisar nuestra concepción de democracia. También son varios los
significados de modernización. Nosotros la concebimos taxativamente articulada
con la democracia participativa y con la ética de la solidaridad. Toda
modernización es un proceso socialmente orientado, surge de una matriz
cultural, responde a determinados valores - lo cual significa que rechaza a
otros - y se vincula con determinados intereses. En ese sentido, es
históricamente cierto que democracia y modernización no han marchado siempre juntas
y que antes y ahora se han planteado proyectos de modernización económica que
no se compadecen con una sociedad democrática. Bajo el capitalismo y bajo el
socialismo se han dado procesos de modernización autoritaria; los ejemplos son
múltiples y en general se vinculan con ideologías extremadamente liberales que
confían en el egoísmo del mercado o con ideologías extremadamente estatistas
que confían en la planificación centralizada y compulsiva. Frente a una
modernización que se basa en el refuerzo de los poderes privados, y otra que se
basa en el refuerzo de los poderes del Estado, la modernización en democracia y
en solidaridad supone reforzar los poderes de la sociedad, autónomamente
constituidos. ¿Cuál es el marco de referencia en el que se encuentra colocada
de manera predominante en el mundo contemporáneo la discusión sobre la
modernización? Parece evidente que el énfasis está colocado en los aspectos
económicos y tecnológicos. Es natural que así sea, porque tras un período de
crisis de las ideologías, de desideologización de los hábitos políticos, se
acumulan los resultados de una revolución tecnológica de una magnitud tal-sólo
comparable al producido hace dos siglos por la revolución industrial-que,
además de su efectividad real como instrumento de cambio de la vida cotidiana,
ha adquirido el carácter de un mito colectivo potencialmente peligroso, en
tanto se constituya al margen de la democracia y de la ética de la solidaridad.
El pensamiento tradicionalista, presentado como mera inversión del anterior,
ofrece una respuesta simple el rechazo del progreso que la innovación
tecnológica promueve y el refugio en un mundo nostálgico. Pero ni las
afirmaciones simples ni las respuestas simples sirven históricamente; se hace
necesario aceptar el desafío de la modernización y a la vez despojarlo de sus
peligros autoritarios y de su amoralidad tecnocrática. Por razones
particulares, que trataremos de despejar ahora, ese problema es crucial en
nuestro presente.
...
hasta hace pocos meses algunos de nosotros sosteníamos sobre la necesidad de
reformar la constitución con el objeto de incluir en ella todos los derechos y
beneficios colectivos que durante estos años se fueron incorporando, al mismo
tiempo excluíamos de plano cualquier inciso que promueva una posible reelección
de modo no empañar el objetivo político de máxima. Lamentablemente algunas
voces del propio kirchnerismo encendieron una llama que nunca acabó de apagarse
y que sirvió de plataforma para que la oposición establezca un nicho
argumentativo que fue grácilmente aceptado por buena parte de la sociedad. A
partir de allí la construcción del temor hegemónico fue sólo un trámite
mediático que sin solución de continuidad se fue fortaleciendo en la misma
medida que en paralelo las denuncias sobre corrupción sembraban con explosivos
adicionales un campo que ya exhibía una buena cantidad de minas dispersas. La liberación nacional seguirá siendo un drama violento
y pasional. Si la salida es por derecha un nuevo proceso inclusivo trunco se
percibe en el horizonte. Luego de las PASO han cambiado notoriamente la
correlación de fuerzas, y con ella el discurso. Ya no nos moviliza darle rango
constitucional a los derechos ampliados sólo pretendemos llegar a cumplir con
el mandato, sin que haya sangre que lamentar, algo que nadie en su sano juicio
podía llegar a elucubrar pocos meses atrás. Parecemos vencidos, hemos bajado
las defensas, comenzamos a dudar de nosotros mismos y de nuestras convicciones
a partir de un resultado electoral no vinculante. En lo personal no soy ni más
ni menos kirchnerista que en el 2005, 2007, 2009, 2011, o 2013, poco me importa
el relato corporativo, siempre lo consideré un fraude intelectual, sigo
teniendo el mismo compromiso militante. Nunca pensé en un antagonista
derrotado; la derecha, el establishment, las corporaciones jamás se rendirán. Ni con un 55, ni con un 75 ni con un 90 por
ciento en contra. Detentan el poder real en sus manos, nunca dejarán de ser
peligrosos, no se detienen en los porcentajes ni en la voluntad popular, saben
que con una ingeniería paralela y fáctica pueden perforar cualquier estructura
política, cualquier andamiaje social. Acaso no alcanza con enumerar la cantidad
de los nuestros a los que han adquirido por módicos mendrugos, en algún caso
sobra con un par de fetas de salame debido a sus estúpidos egos. ¿Qué está
pasando con nuestra pasión? Los verdaderos militantes se perciben en la
adversidad. Se vienen tiempos excitantes y complejos, acaso contradictorios,
peligrosos quizás, tiempos en donde el cuerpo juega tanto como la inteligencia,
tiempos en los cuales la política y la militancia deben redimensionarse. No
creo que debajo de la cama de Tenembaum se consigan esconder muchos cobardes,
estimo que ni siquiera a él le servirá como lugar seguro. Se está jugando con
fuego y algunos fumadores compulsivos no se dan cuenta. No nos quieren derrotar
en las urnas, nos quieren eliminar fácticamente, de modo no quede vestigio de
este proceso político imperfecto que sigue intentando un desarrollo autárquico
e independiente de un modeló hegemónico mundial basado en el ajuste, la
dependencia financiera y la concentración monopólica en cuanto a la producción
de bienes y servicios.
La
125 fue un momento bisagra en la historia del kirchnerismo. Muchos de que
adheríamos acaso pasivamente al modelo nos dimos cuenta que estábamos en
peligro y salimos, salimos no sólo a bancar los trapos como vulgarmente de
dice, salimos a defender nuestras esperanzas, nuestros paradigmas inclusivos,
nuestros deseos libertarios. Y perdimos y volvimos. El escenario se reitera,
como tristemente se reitera la historia. Lamentablemente la memoria circular
hace lo suyo debiendo entender que el resignado eterno retorno que le quieren
adosar a nuestra Patria tienen nombres y apellidos, y siempre son los mismos...
De
las seis elecciones que el kirchnerismo, como oferta política nacional y
popular, afrontó desde el 2003 hasta la fecha obtuvo tantas victorias como
derrotas. Cae ante Menem en el 2003 (nunca hay que olvidarlo), cae en el 2009 y
en las recientes PASO. Se reconstruye políticamente y triunfa holgadamente en
las legislativas del 2005, en las presidenciales 2007, encontrando su clímax en
los comicios del 2011. De modo que nunca el camino ha sido sencillo. Las
fuerzas de la oligarquía jamás abandonaron sus apetitos y jamás lo abandonarán,
es bueno tenerlo en claro. La lucha es permanente. Ciertamente duele que
algunos compañeros subyugados por los cantos de sirenas hayan optado por el
enfrentamiento coreuta basados en prediseñados repertorios sectarios y
clasistas, va de suyo el precio que tienen y que tendrán que pagar por ser
cobijados por las corporaciones. Detenerse en sus lógicas es ingresar en sus
malevolentes mundos de intereses. En lo personal me abstengo. Si nos espera una
derrota el 27 de octubre pues deberemos insistir en nuestros convencimientos,
luego de diez años de exhibir lo que somos es muy difícil que alguien nos vea
con otros ojos. Somos populistas, desarrollistas, distribucionistas, incluyentes,
intentamos ser independientes, autárquicos en cuanto a nuestras decisiones
intestinas, latinoamericanistas, profundamente democráticos, si este compendio
de características basales no alcanzan para entender de qué lado se encuentra
la liberación la seguiremos sufriendo como un drama violento y pasional y no
disfrutándola políticamente como un drama violento y pasional...
La puta, qué texto, juro que me descolocó
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