Sólo falta en la imagen Forrest Gump, corriendo sin saber las razones, delante de una masa que tampoco sabe a ciencia cierta los motivos por los cuales lo sigue...
ENTRE
LAS VIEJAS IDENTIDADES Y LAS NUEVAS OPORTUNIDADES
La izquierda radical en tiempos electorales
Por Horacio Tarcus y Pablo Stefanoni para Le Monde diplomatique
El domingo pasado se
llevaron a cabo las PASO en la provincia de Salta, elección en la que el
Partido Obrero obtuvo el 7% de los votos para la gobernación. En este artículo,
Horacio Tarcus y Pablo Stefanoni analizan la situación de la izquierda en
Argentina.
Desde hace mucho tiempo los argentinos nos acostumbramos a encontrarnos
cada dos años, en cada coyuntura electoral, con un variopinto menú de opciones
de izquierda. Las variadas (y variables) siglas que expresan dicho menú –PTS,
PO, MST, Nuevo MAS (que en verdad es el viejo MAS), IS, AyL, CS, FOS, LSR, UST,
DS, PCR, CRCR, TPR, etc., etc.– son indescifrables para la mayoría de los
votantes, incluso para el votante politizado que no esté emparentado con alguna
de estas tumultuosas familias. Las sutiles diferencias políticas que las
separan y las mantienen en permanente estado de rivalidad son un misterio para
los no iniciados y objeto de mofa para la revista Barcelona, que suele
referirse al dirigente de Izquierda Socialista José Castillo y al diputado del PTS
(Partido de los Trabajadores Socialistas) Christian Castillo hablando de las
“graves discrepancias” que enfrentan al “castillismo” con el
“christiancastillismo”.
Durante medio siglo, el divisionismo fue un virus
que atacó a la familia trotskista, mucho más que a otras familias políticas.
“Todo trotskista es divisible por dos” fue una broma que durante décadas
circuló entre las corrientes nacionalistas así como en las comunistas, broma
con la que al mismo tiempo celebraban su férrea unidad. Pero hace ya muchos
años que estas diversas familias le vienen disputando al trotskismo el
monopolio de su capacidad divisionista. El comunismo argentino, sobre todo
desde 1986, ha sufrido incontables fracturas, la mayor parte de las cuales
fueron reabsorbidas por el frepasismo o el kirchnerismo. Las cuatro corrientes
que expresan hoy el comunismo vernáculo –el PC histórico de Patricio Echegaray,
el PC-Congreso Extraordinario, el Partido Solidario (PSOL) de Carlos Heller y
Nuevo Encuentro de Martín Sabbatella– apenas se diferencian por su grado de
integración en el proyecto kirchnerista. También el espacio del
nacional-populismo se ha fragmentado en una miríada de agrupaciones rivales,
con eventuales adentros y afueras respecto al kirchnerismo (desde el frente
Alba de Pablo Ferreyra al sabatellismo, pasando por Libres del Sur, el
Movimiento Evita, etc. además de las divisiones de la Central de Trabajadores
Argentinos (CTA) y sus brazos políticos). Sin hablar del centroizquierda no
nacionalista.
Para el espacio político que va del progresismo
hasta la izquierda, el panorama parece hoy desolador. Sin embargo, el mapa
electoral de las izquierdas ofrece algunas novedades, impensadas apenas unos
pocos años atrás.
Confluencias… a pesar de
todo
En medio del cuadro de relativo impasse
kirchnerista, fortalecimiento del centroderecha y fragmentación del
centroizquierda, algunas de las vertientes más duras e intransigentes de la
izquierda radical se presentan unidas en el Frente de Izquierda y de los
Trabajadores(FIT), que se ha convertido en un polo de reagrupamiento
político-electoral. A primera vista, se podría señalar que el frente fue un
hijo de la necesidad, una alianza electoral de último momento y de carácter
defensivo dictada por el riesgo de que sus principales socios –el Partido
Obrero (PO) y el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS)– quedaran
empantanados en las PASO.
Sin embargo, el “efecto frentista” fue mucho más
allá de las intenciones o las necesidades inmediatas de sus protagonistas. Por
ejemplo, el voto a la izquierda ya no es testimonial: sus votantes pueden
contribuir efectivamente a la elección de representantes legislativos en
diversos niveles. En 1989, cuando el entonces referente del MAS Luis Zamora
ingresó al Congreso nacional en el marco de Izquierda Unida (alianza del PC, el
MAS y otras corrientes menores), se limitó a una acción de denuncia dentro de
la cámara (como el famoso repudio al presidente Bush) y de apoyo a los
confictos obreros fuera de ella. Un cuarto de siglo después, la izquierda
conquistó cierta presencia en los parlamentos provinciales y nacional: además
de tres diputados nacionales, el FIT tiene legisladores en varias provincias.
Ya no se justifica restringir la labor del diputado de izquierda a la denuncia,
la propaganda y los grandes gestos: dentro de ciertos márgenes, ciertamente
acotados, los diputados de izquierda están en condiciones de hacer “política”
en el Parlamento: proponer leyes, tejer alianzas… Es posible que la experiencia
de la gestión parlamentaria termine por poner en tensión la vieja concepción
según la cual tales prácticas eran mero reformismo u oportunismo, y produzca
algunas modificaciones en las prácticas de la izquierda más “dura”. Por primera
vez, la izquierda crece paralelamente en el terreno electoral, sindical, universitario
y territorial.
Asimismo, otro síntoma de ciertas modificaciones
puede advertirse en la renovada estética de su propaganda, cambios en ciertos
habitus de sus candidatos, avances en la profesionalización de la comunicación
y una productiva apropiación del difuso pero efectivo significante de “la
izquierda” como un divisor de aguas entre los de arriba y los de abajo (lucha
capital-trabajo), conservadores y progresistas (temas morales como el aborto) e
incluso entre honestos y corruptos (denuncia de vínculos
políticos/empresarios/mafias y de la burocracia sindical, etc.). Este
aggiornamiento de su imagen favoreció, por ejemplo, una presencia en los medios
de comunicación que seguramente ellos mismos jamás imaginaron. Basta ver un
programa político de televisión –incluso con nuevos formatos como Intratables–,
caminar por las calles o pararse frente a un quiosco de diarios para advertir
la presencia de “la izquierda” en el espacio público. Varios de sus líderes hoy
lograron ingresar al selecto grupo de los políticos identificables por sus
nombres por los ciudadanos que no siguen el día a día de la política y en
general dejaron de ser figuras folclóricas como antaño.
Los antiguos afiches políticos en blanco y negro
que mostraban dirigentes obreros con tonalidades plebeyas han cedido su lugar a
coloridas fotos de estudio publicitario que muestran candidatos sonrientes y
reposados. Ya no están sobrecargados de texto ni plagados de consignas, sino
que invitan a votar a los candidatos de turno o simplemente “a la izquierda”.
El tiempo de las intervenciones a los gritos en los programas televisivos
parece haber quedado relativamente atrás, los otrora adversarios burgueses o
pequeñoburgueses son tratados en buenos términos –a veces como “el compañero
tal” o “la compañera cual” – y, como auténticos políticos profesionales, hasta
se permiten un trato amigable con los periodistas más reaccionarios. La vieja
cultura obrerista de la izquierda radical, el reclamo en voz airada, el ceño
fruncido, el puño golpeando la mesa, la refutación fulminante del adversario
político, se han visto parcialmente desplazados por intervenciones más
argumentativas y persuasivas, enunciadas en tono enérgico pero sin vulnerar la
amabilidad de los códigos televisivos.
¿Se trata sólo de cambios cosméticos, de
adaptaciones circunstanciales, de tácticas inteligentes para aprovechar una
brecha que se abrió en los medios? ¿O es posible que la masmediatización de la
izquierda termine por promover cambios en su discurso, en la promoción de sus
candidatos, en sus modos de debatir y de hacer política?
Si descendemos del mundo mediático, con sus imágenes felices de unidad
frentista, y aterrizamos en el nivel de los periódicos partidarios, nos
encontramos con que el PO y el PTS no han cesado de denunciarse mutuamente con
los peores calificativos, lo que mostraría que constituyen maquinarias de
disciplinamiento con años de funcionamiento y mecanismos de autorreproducción
imposibles de modificar. Consultado por estas riñas internas, Jorge Altamira
definió la unidad con honestidad brutal: “El Frente de Izquierda es un frente
oportunista. Cada uno viene por su conveniencia. En este frente te quedás
porque no te podés ir. El suicidio existe, pero a nadie le conviene”. Pero si
el suicidio existe es, en este caso, porque en provincias como Salta y Mendoza
el Frente viene obteniendo resultados de dos dígitos, cifras con las que hace
unos años la izquierda ni siquiera podía soñar.
La confesión de Altamira es interesante porque de
ella se desprende que, en su concepción, lo que separa a las fuerzas que
componen el frente son los principios, la estrategia, las trayectorias,
mientras que lo que las llevó a aliarse fue la conveniencia (dicho en términos
del viejo izquierdismo, el oportunismo). La Gran Política, dictada por la
estrategia, no debe confundirse con la política práctica, dictada por las
necesidades y las alianzas coyunturales. Lo más probable es que los dirigentes
del PTS piensen el FIT del mismo modo. Es que, con todas sus diferencias,
comparten una concepción de la política que se nutre del imaginario de Octubre
ruso de 1917: hay un solo Partido Revolucionario de la clase obrera, que no es masivo
porque expresa a su vanguardia revolucionaria. En su camino hacia la toma del
poder revolucionario, es lícito hacer alianzas tácticas y celebrar acuerdos con
fuerzas reformistas o “centristas”, siempre y cuando no comprometan la
estrategia propia, y en tanto contribuyan al fortalecimiento del Partido que,
con su programa, garantiza la “independencia política del proletariado”. De
acuerdo con esta concepción, el Frente no vale nada por sí mismo (pensarlo así
sería oportunismo puro), sino en la medida en que ayuda al Partido a
convertirse en vanguardia de la clase obrera. El crecimiento del Frente es
entonces bienvenido como la antesala del crecimiento del Partido. Pero para que
esto sea así, el Partido debe controlar el Frente. Puede negociar apremiado por
la necesidad, pero debe terminar por imponer sus candidatos, su superioridad y
su programa.
El Frente, entonces, vive tensionado por dos
pulsiones contrapuestas: la trayectoria propia, la estrategia revolucionaria,
tiende a la diferenciación y a la ruptura; la necesidad de sobrevivencia que
impuso la alianza electoral es la que empuja a la negociación, a la acción
pública, a la política misma. La primera pulsión conduce a la autoafirmación,
al reforzamiento de la propia identidad. Altamira sabe por su larga experiencia
que limitarse a la afirmación identitaria es el suicidio político. Pero también
sabe que el espacio de las alianzas, los frentes, las negociaciones, los
programas comunes, los avances y las concesiones, pone en riesgo la propia
identidad.
La izquierda tradicional no piensa la política en
términos de construcción hegemónica, dentro de la cual las identidades y los
programas no quedan fijados de antemano, sino que se reformulan en el propio
proceso de construcción e incorporación de nuevas fuerzas y nuevos sujetos
sociales. Su concepción, que privilegia la construcción partidaria, le pone un
techo muy bajo a cualquier crecimiento frentista. Sin embargo, fueron los
partidos de la izquierda más obrerista y clasista los que, empujados por la necesidad,
crearon un espacio frentista.
En efecto, los intentos de las viejas izquierdas
por volverse “nuevas” no prosperaron: Luis Zamora no logró, pese a sus buenos
resultados electorales iniciales, mantener con vida a su “no-partido”
Autodeterminación y Libertad, inspirado en las nuevas modas autonomistas; el
MST intentó salir del estrecho “espacio trotskista” abriéndose a la izquierda
multicolor –roja-verde-morada– del clasismo, el ecologismo y el feminismo, pero
también la operación resultó de difícil concreción: su deslumbramiento por las
luchas callejeras tout court llevó al partido a terminar compartiendo tribuna
con la Mesa de Enlace en el conflicto del campo de 2008, para pasar luego por
frustradas alianzas con Proyecto Sur de Pino Solanas... Todo esto terminó
fortaleciendo a las corrientes menos innovadoras, tanto en el plano teórico
como de sus prácticas militantes; una suerte de izquierda pre-gramsciana que no
ha reflexionado sobre el problema de la hegemonía. Pero frente a la crisis o
debilitamiento del resto de los grupos “renovadores”, su estructura
ultracentralizada, la construcción de un aparato y cierto dogmatismo ideológico
terminaron por ser, al menos coyunturalmente, funcionales a ocupar un espacio
vacante y crecer de manera significativa.
¿Izquierda revolucionaria
sin revolución?
Las organizaciones trotskistas, nacidas en las
duras condiciones históricas de la década de 1930 (apogeo del estalinismo,
expansión del nazismo, crisis del internacionalismo), están mejor preparadas
para resistir en condiciones de reflujo o de clandestinidad que para crecer
políticamente en condiciones de legalidad plena. Sus formas de organización,
sus medios de difusión, su retórica revolucionaria y toda su cultura política
se nutren del Partido Bolchevique, una organización forjada en la
clandestinidad bajo el absolutismo zarista.
De las fuerzas del trotskismo, el PTS es el que ha ido más lejos en
modernizar su aparato de difusión más allá de los clásicos periódicos de corte
leninista: ha creado sucesivamente una editorial, una revista de difusión
masiva (Ideas de Izquierda), un canal de televisión (TV.PTS) y últimamente un
diario digital (La Izquierda Diario). El problema es que la modernidad de los
medios contrasta de modo acuciante con la arcaísmo de los contenidos. El
catálogo editorial empieza y termina en las obras de Trotsky, y las ideas de
izquierda se agotan pronto en una formación política que, por fuera de un
puñado de abnegados acompañantes, se ha caracterizado por el
anti-intelectualismo. Un actor disfrazado de Marx explicando en una serie para
internet el abecé de la plusvalía y hablando del capitalismo como si estuviera
en el siglo XIX no es precisamente un dechado de imaginación ideológica. Sin
embargo, si es cierto que el medio es el mensaje, como decía Marshall McLuhan,
este fracaso inicial no excluye la posibilidad de que el propio medio ayude a
producir contenidos renovados y opere transformaciones sobre los mediadores.
Por otro lado, una de las paradojas del crecimiento
del FIT es este que no ocurre en paralelo a un proceso de radicalización
social. De ahí que las fuerzas que lo integran encuentran dificultades para
explicar su propio crecimiento, otrora imaginado en un marco de
insubordinaciones sociales, polarización de clases y nítidos giros hacia el
anticapitalismo (por ello, a menudo se exagera la mirada catastrofista). Uno de
los spots del Partido Obrero en Salta incluye testimonios de por qué los
salteños lo votan, y allí las apelaciones son a la honestidad, a lo nuevo, a la
defensa de trabajadores, etc. Lo más revolucionario, en todo caso, es que en
estas provincias dominadas por castas de poder tradicionales, la izquierda opera
como una posibilidad para que el pueblo sencillo –los de abajo– acceda a
espacios de poder. Lo que, desde ya, no es poco. Pero todo esto está lejos de
una visión leninista de la política en la cual el proletariado, en algún
momento, adquiere la conciencia suficiente para descubrirse en el programa
levantado por el Partido, con mayúsculas, en tanto conciencia concentrada de
esa clase a partir de un saber y de una práctica histórica.
En el crecimiento del FIT hay mucho más de
contingencia de lo que sus propios integrantes admitirían. El crecimiento
operado en este tiempo debilita hasta cierto punto el control político interno
y transforma los propios ethos militantes (retomando un término utilizado por
Maristella Svampa). El propio Altamira dijo sentirse muy feliz de que en una
oportunidad varios salteños salieran de una procesión de la virgen para decirle
que votaban por el PO (en Salta no hay FIT, porque no está constituido el PTS).
Es que la construcción de una izquierda popular va dejando caduca la figura del
viejo partido leninista pequeño pero preparado profesionalmente para el gran
momento, en el que el partido sólo debe crecer con la propia ola
revolucionaria. Más bien, un crecimiento sostenido pero sin horizontes
poscapitalistas imaginables obliga a una “larga marcha” que requiere construir,
junto con el aumento de los votos, una hegemonía política y cultural que
permita conservar esas adhesiones. Independientemente de sus aciertos o
desaciertos políticos, los partidos comunistas supieron convertirse en
poderosas fuerzas hegemónicas, sobre todo en la Europa de posguerra. Pero la
izquierda trotskista argentina sigue rechazando esas esferas (a menudo cae en
el reivindicacionismo/denuncialismo puro y duro). Si hasta los años 70 el
Programa de Transición trotskista debía conducir al poscapitalismo, hoy esa
deriva resulta más imprecisa, obligando a la izquierda revoluconaria a
comprender, al menos en la práctica política, que no toda lucha por reformas es
sinónimo de “reformismo” y a reformular la propia idea de transición.
La apertura del FIT
Como sea, la experiencia política práctica real –sea o no procesada de
manera abierta– ha ido calando en “la izquierda”. Nuevos sectores, cuya
confluencia con el trotskismo resultaba otrora impensable, pasaron a integrar
las listas del FIT. Por una parte, el Frente se benefició de la crisis del
proyecto autonomista de la llamada izquierda independiente nacida al calor del
clima de ruptura –y disponibilidad a nuevas experimentaciones– surgido con la
crisis de 2001. El piqueterismo se debilitó al calor de recomposiciones
económicas, sociales y políticas ocurridas durante la larga década
kirchnerista. La principal expresión de la izquierda independiente, el Frente
Popular Darío Santillán (FPDS), además de debilitarse, quedó dividida en la
Corriente Nacional –parte de ella aliada hoy en la Ciudad con Buenos Aires para
Todos, de Claudio Lozano– y Pueblo en Marcha, que acaba de ingresar al FIT
junto con otras organizaciones, como la del sindicalista Carlos “Perro”
Santillán en Jujuy.
Frente a la oposición del PTS, que dice bregar por un frente ideológico,
el PO cedió parte de sus candidaturas no expectantes a Pueblo en Marcha y a la
Corriente de Reconstrucción del Comunismo Revolucionario (desprendimiento del
PCR, maoísta). Incluso el Perro Santillán se sumó al FIT en Jujuy, donde las
encuestas le dan al Frente entre 10 y 15% de los votos. Aliados menores del FIT
junto a una periferia política e intelectual bregan hoy por transformarlo en un
“polo amplio de izquierda”.
Detrás del significante “la izquierda” hay
estrategias diversas, como por ejemplo, posiciones distintas frente a las
experiencias nacional-populares de izquierda que conoció América Latina en la
última década: por ejemplo, mientras la izquierda independiente hace del
chavismo casi una opción de fe, el trotskismo de corte clásico (PO, PTS) está
en la oposición de esas experiencias “bonapartistas” o “nacional-populistas”.
Ciertamente, el pronunciado declive de proyecto chavista podría ayudar a
acercar posiciones, pero es posible que los balances respectivos de ciclo
venezolano ofrezca saldos muy diversos a unos y a otros. Adicionalmente, la
cultura política más asamblearia y horizontal de algunos de los grupos
ingresantes está también en franco contraste con el centralismo de las fuerzas
de tradición leninista.
La unidad, pese los éxitos conseguidos, sigue
siendo una convivencia tensa, en la que cada partido sigue pensando en su
propia acumulación, a menudo a costa de los otros, como si la política no fuera
construcción de hegemonía hacia afuera sino un juego de suma cero hacia
adentro. Síntoma de esta concepción es que no se hayan creado espacios de
militancia frentista para quienes adhieren al FIT pero no militarían en ninguno
de sus partidos. La situación del FIT podría definirse como una doble
imposibilidad: la imposibilidad de confluir verdaderamente en un proyecto común
(un síntoma claro: no constituyen bloque de diputados, y el Frente en sí mismo
no tiene siquiera una página común en Facebook) y la imposibilidad de romper de
la que hablaba Altamira.
Pero esta doble imposibilidad hoy ha construido una
confluencia de las corrientes marxistas como nunca antes en la historia de la
izquierda argentina. Y quizás abra las puertas a una izquierda que lea mejor el
mundo que se propone cambiar.
Fuente: Le Monde diplomatique Cono Sur
Forrest y Pitrola o Altamira. No hay diferencia, los tres mienten
ResponderEliminarSuena a la discusion entre el Frente Popular de Judea y el Frente de Judea Popular en la película La vida de Brian Paco Miro
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