Perfil terminó de perder la chaveta… ¿No es fascinante que algunos o muchos lean la muerte de Nisman en una película de 1982?
Hace
pocos días, en una nota de opinión, mencionamos como metáfora al paso y a propósito
del rol que cumplen en la sociedad tipos como Stiuso, a la novela de José Pablo
Feinmann, Últimos Días de la Víctima, obra que Adolfo Aristarain transformó en
una película, a mi entender, inolvidable.
Ayer
José Pablo publicó un artículo muy interesante en Página 12 al respecto, pero
por supuesto no con relación a esta pequeña mención nuestra, sino motivado por una
nota en la cual Perfil.com se permite hacer un análisis profundo y político
sobre la cuestión. Texto plagado de sofismas y embustes que Feinmann bien se
encarga de develar.
Se dice que Mendizábal mató a Nisman
Para
Adolfo Aristarain
Hará un mes, por ahí, no
menos, no más, y me llega un mail de mi hija Virginia. Dice: perfil terminó de
perder la chaveta! :) a ver papi si todavía te llaman a declarar jajjjj.
Presuroso, con el
soterrado temor de verme ya en el banquito de los acusados (recuerdo a Kafka,
su enseñanza esencial: cualquiera en cualquier momento puede estar en el grupo
de los perseguidos, cito de memoria), clickeo en busca del site que Virginia me
ha indicado. Ahí aparece lo siguiente: “Una película argentina muestra cómo
hacer pasar por suicidio el homicidio de un testigo. En Los últimos días de una
víctima, un sicario asesina a un testigo que complica al poder y debía declarar
al día siguiente a las 15.00 horas”. (Perfil, 25 de enero de 2015). Aclaremos
un par de cosas: ni la película que hicimos con Adolfo Aristarain ni la novela
en que se basó (mi primera novela, editada en noviembre de 1979 por
Colihue-Hachette) se llaman Los últimos... etc. sino Últimos días de la
víctima. En cuanto al estilo: es bastante feo (y sólo se explica por el apuro
que arrasa en las redacciones) poner la palabra “suicidio”, un artículo y
enseguida la palabra “homicidio”. Si alguien busca la belleza de una rima debe
escribir poemas, pero no prosa. La prosa no rima. Es de malos escritores
incurrir en eso que llamamos cacofonías. La nota de Perfil continúa: “En (Los)
últimos días de la víctima, un sicario asesina a un testigo que complica al
poder y debía declarar al día siguiente a las 15.00 horas. En medio de las
dudas e interrogantes por la muerte del fiscal federal Alberto Nisman, una
escena de la película (Los) últimos días de la víctima (1982) de Adolfo
Aristarain explica claramente cómo es el trabajo de los asesinos a sueldo para
‘crear suicidios’ y hay varios que le encuentran similitudes con el caso
Nisman”. No voy a señalar otros errores gramaticales. Ya está: la nota está mal
escrita, mal corregida y todo larga un perfume hediondo similar a las
pestilencias de las redes cloacales anónimas, impunes, mentirosas. No digo
“mentirosas” no porque no digan la verdad. Una, al menos, dicen: la del que
escribió el texto. Pero esa “verdad” es “mentirosa” porque es anónima y, al
serlo, es impune.
No lo llamé a Aristarain
para no incomodarlo con esa versión arrojada al lodo de las infinitas,
incesantes versiones sobre el caso Nisman. No sé si alguien mató a Nisman.
Tampoco sé si se suicidó. Menos aún si “lo suicidaron”. Tengo “mi” versión.
Como casi todo el mundo. Pero no interesa aquí. Sería una más. Interesa, creo,
la relación entre una novela de noviembre de 1979, una película cuyo guión se
escribió entre noviembre y diciembre de 1981 y se estrenó en abril de 1982 y
una muerte que acaece en el ardoroso (políticamente, institucionalmente sobre
todo) enero de 2015: al siglo siguiente. El protagonista de mi novela y el de
la película, cuyo screenplay escribió Adolfo Aristarain con una colaboración
que, para mi honor, él solicitó a la productora Aries, llevaba por nombre Raúl
y por apellido Mendizábal. Raúl Mendizábal, asesino a sueldo exquisito,
infalible, carísimo. Tan bueno, que requiere tres adjetivos para calificarlo
con cierto rigor. Sigo con la nota de Perfil: “Protagonizada por Federico Luppi
y Soledad Silveyra, la película basada en la novela homónima de José Pablo
Feinmann muestra una clara escena de cómo un sicario realiza un homicidio y
prepara la escena de manera tal que parezca que un hombre se quitó la vida. El
argumento sigue los pasos de un asesino a sueldo que trabaja para importantes
sectores del poder quienes le señalan diferentes víctimas”.
Raúl Mendizábal sale a
luz (como dije) en noviembre de 1979. Argentina era un país sofocado, sometido
a un control militar que segaba vidas hasta el exceso, y patrullado por
asesinos de todo tipo. Me pareció (una vez decidido a elevar la cabeza, siempre
con cautela porque cabeza que se elevaba, cabeza que desaparecía) posible recurrir
a los mecanismos de la novela policial negra en que el contract killer es una
figura insoslayable. Los lectores que descifraran la analogía sabrían que Raúl
Mendizábal era un hombre secreto al servicio del poder. Durante ese año, el
poder era el régimen de Videla. El texto planta, aquí y allá, diversos,
inequívocos significantes que nos revelan la intención del autor, de qué está
hablando, a qué se refiere. Durante un estado de terror el poder es Uno. La
verdad es una. El poder se ha encargado de eliminar o sofocar a todos los
otros. Eso es una dictadura: un régimen feroz en que el enunciador es Uno, en
que lo Múltiple ha desaparecido. De aquí que, en 1979, hablar del poder era
hablar de Videla y el régimen militar. En todo caso, los poderes se dirimían dentro
de esa corporación.
En la novela, el hombre
que mata Mendizábal en la bañadera se llama Morelli, en el film Ravenna. Cito
la novela: “Volvió a mirar las fotos de Morelli, sobre todo aquella en que
cruzaba la calle, mirando hacia atrás con temor, escapando de algo que
ignoraba, pero que sabía, con pavorosa certeza, que tenía que ver con su muerte
(...) ¿Qué había quedado en él del temor de ese hombre? (...) ¿Quién recordaba
hoy a Morelli, quién sufría por su muerte o quién mantenía intacto su odio? Mendizábal
no lo sabía, no podía saberlo. De toda esa historia, de su mejor trabajo quizá,
le quedaban apenas un par de imágenes cada vez más lejanas: un hombre cruzando
una calle, un hombre leyendo un diario, un hombre desnudo, cayendo pesadamente
contra el piso de un baño, muerto” (Ultimos días de la víctima, Legasa, Buenos
Aires, 1987, p. 97. Hay ediciones más recientes). Ya en la primera reunión con
Adolfo decidimos empezar la película con uno de los asesinatos de Mendizábal.
Elegimos el que acabo de narrar. Pasó al guión del siguiente modo que se
conservó en el film: el señor Ravenna, señalado como responsable de la quiebra
de la Cooperativa Nuevo Mundo, escapa al asedio de los periodistas y regresa a
su piso. Ahí lo espera Mendizábal. Se le presenta, revólver en mano, y le dice:
Mendizábal: “Tranquilo, señor Ravenna. No le va a pasar nada”. Ravenna: “¿Qué
quiere? ¿Cómo entró?”. Mendizábal: “Con la llave. La guita, Ravenna”. Ravenna
se resiste. Mendizábal lo noquea con la culata del revólver. Abre cuadro y
vemos a Ravenna metido en una bañera. Mendizábal se ha puesto unos guantes de
goma, como si fuera un cirujano. Ravenna: “A mí no me van a joder así nomás. En
cuanto empiece a hablar se va a caer hasta el Obelisco. Si te digo quiénes
están metidos no me lo vas a creer. ¿Para qué me metiste acá? No me digas que
sos raro, flaco (...) Decime que no, no puede ser...”. Ravenna no consigue
completar la frase. Mendizábal le ha colocado el caño del revólver en la sien.
Dispara sin vacilar. La mitad opuesta de la cabeza de Ravenna revienta contra
los azulejos blancos (...) Mendizábal sale del baño. Coloca su navaja en el
pestillo de la puerta y la cierra. Al quitar la hoja la traba corre. La puerta
queda cerrada por dentro. (El guión de Ultimos días... está publicado en mi
libro Escritos para el cine, Punto Sur, Buenos Aires, 1988, p. 27. Nunca se
reeditó. Aconsejo ver la gran película de Aristarain. Una de las dos o tres
mejores del cine argentino. Hoy, su rigor, la maestría con que expresó en
imágenes el sofocamiento de la novela, estremece. Un grande. Uno de los pocos y
verdaderos grandes.)
Dije que no sé ni puedo
saber si alguien mató a Nisman. Para eso está la Justicia. Pero la verdad de la
Justicia será una más, la de quienes la manejan, la de quienes la tienen dominada
o comprada. No hay una verdad, hay una lucha de verdades. Si hubiera un Dios en
el que todos creyeran podría existir la Verdad en tanto la Verdad como lo Uno.
En tanto verdad revelada. Esto ocurrió durante la Edad Media y se fortaleció
por medio de la Inquisición. Hoy, la verdad es de este mundo, citando a
Foucault. Que lo sea significa que hay una lucha por la verdad. “Solamente en
esas relaciones de lucha y poder, en la manera en que las cosas se oponen entre
sí, en la manera en que se odian entre sí los hombres, luchan, procuran
dominarse unos a otros, quieren establecer relaciones de poder unos sobre
otros, comprendemos en qué consiste el conocimiento” (Foucault, La verdad y las
formas jurídicas, Siglo XXI, Buenos Aires, p. 28). Pero esta modalidad del
análisis no pertenece solamente (como plantea Foucault) a la política, sino a
la filosofía política.
Todos emiten su verdad
sobre el caso Nisman. De aquí el afán de los monopolios mediáticos por poseer
la totalidad del mercado de la información. Si hay una sola voz que informa
habrá una sola verdad. La del poseedor de los medios. Esa única voz tendrá el
poder del Dios medieval. Será la revelada por una Iglesia en la que todos
creen: la Iglesia del poder mediático. Pero éste es otro tema. Acaso el de este
texto haya sido expresar la magia de la realidad. Borges solía decir: “A la
realidad le gustan las simetrías”. También se dice: “La realidad imita al
arte”. ¿No es fascinante que algunos o muchos lean la muerte de Nisman en una
película de 1982? ¿Mendizábal mató a Nisman entonces? ¿Lo mató hace treinta y
tres años? Nunca me gustan los comentarios que pululan en la red del anonimato
y la impunidad. No los leo. A veces, cedo y les arrojo una mirada. Esta vez –al
fin– no me arrepentí. Debajo de la hoy célebre primera escena de Últimos días
de la víctima, uno de los comentarios (en lugar de agraviarme en la modalidad
de lo soez) decía: “El señor Feinmann nunca destiñe”. Gracias. Le aseguro que
el señor Aristarain (filme o no filme, y ya filmará) tampoco.
http://www.telam.com.ar/notas/201502/95828-moreno-ocampo-hay-jueces-y-fiscales-que-trabajan-para--partidos-politicos.html
ResponderEliminarEsto no es nada,un comando venezolano irani trepo las torres de Le Parc disfrazado se Hombre Araña ,le hizo la boleta a Nisman y se fugo en un helicoptero que estaba esperando en la terraza
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