“PIBES” de HERNÁN LÓPEZ ECHAGÜE - REPORTAJE – REVISTA 23



En Pibes, el periodista recuerda a los chicos que atravesaban el despertar sexual mientras se jugaban la vida. El emotivo regreso al Sarmiento, colegio de tradición “garca”, junto a Horacio González y otros ex alumnos.

"Pero caímos en la presunción, en esa cavidad morbosa del engreimiento. Suponíamos que todos nos querían. Que éramos amados. Que nuestra causa era la causa de todos (…). Éramos estudiantes. ¿Qué teníamos? Pocos años. Los viejos, no más que diecinueve, acaso veinte, veintiuno. Y nada se nos escapaba a los ojos. El cambio del mundo estaba a nuestro alcance, nosotros lo conseguiríamos, seríamos los hacedores de un mundo nuevo...”.

Año 1974. Cuatro compañeros de no más de dieciséis años del turno noche del colegio Sarmiento son atravesados por la militancia como miembros de la Unión de Estudiantes Secundarios, agrupación afín a la política del peronismo revolucionario que encabezaba Montoneros. 

Cuarenta años después, el colegio que recibe a Hernán López Echagüe para presentar Pibes, Memorias de la militancia estudiantil de los años 70 (Planeta) ya no es el mismo. Sentados junto al autor están los ex alumnos Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, y el periodista Ricardo Ragendorfer. El aula desborda de gente. Gabriela Alegre, presidenta del bloque del FPV en la ciudad –con activa participación en estas memorias–, cruza palabras con Alejandra Naftal –coordinadora del proyecto para transformar el casino de la ESMA en un sitio para la memoria–. También están Tony –uno de los personajes del libro– y trabajadores de prensa como Eduardo Blaustein, Nora Anchart, Ana Paoletti o Rodolfo Nadra.


–Su libro es una retrospectiva enmarcada por la tragedia y un testimonio fascinante…


–El paso del tiempo te permite tomar las cosas con un poco más de naturalidad. Me interesaba narrar el día a día de aquellos años, contar desde el llano quiénes éramos todos nosotros, los que sustentábamos políticamente a la izquierda. Cómo era la vida de un pibe de 15 o 18 años, que a la vez vivía revoluciones como el sexo, la relación con sus padres, la idea de vivir solo, cosas que no tienen que ver estrictamente con la militancia. Aquello era un aquelarre de revoluciones con la idea troncal de fundar una patria nueva y armar un país más digno. Entonces, uno iba con anteojeras, sin preocuparse de lo que ocurría alrededor, porque creías tener el apoyo de la gente. Mediante la militancia en los barrios uno pensaba que todo eso era factible. Además de que éramos muchos. En un colegio como el Sarmiento, con una enorme tradición garca y ubicado en un barrio como Recoleta, hubo ocho desaparecidos. En aquel entonces, uno no se imaginaba lo que podía llegar a pasar.


–¿Esa militancia trabajaba el sentimiento de lo posible, como si viviera en un mundo aparte?


–Había una cosa maquinal. Y a medida que las cosas se pusieron más peligrosas, se cambió el orden. Se alteró el producto. En el hacer veías qué pasaba y hubo una especie de militarización de las relaciones. En ese caso perdimos, aparte de la guerra general, nuestra adolescencia. Cuando Montoneros decide pasar a la clandestinidad, se cortaron una serie de situaciones y relaciones que podrían haber enriquecido más las cosas. Se respiraba tanta alegría en la militancia, tanta masividad. La manera de aislarse no fue la mejor. El trabajo de muchos pibes en los barrios dejó de hacerse y obviamente se generó un vacío en territorios clave.


–¿Por eso enarbola cierta crítica sobre la militarización?


–La idea de que alguien podía desaparecer para siempre nos parecía imposible. Ni siquiera desde la cúpula de la organización se imaginaban eso. Hay que hacer un reparo en esto. Te podían meter preso durante días, pero tus viejos te iban a ir a buscar. La noción de que no aparezcan más la tuve recién a fines de 1976. Era tan estructurado nuestro temperamento. Muchos creen que éramos unos pobres idiotas que estábamos persuadidos de hacer lo que los otros querían: nadie te obligaba a nada. Hay gente que se iba porque tenía miedo y eso generaba más compromiso. Sabías que ciertos pibes hacían tareas terribles, muy jugadas. Era imposible que determinadas personas dieran un paso al costado. Tenían una conducta intachable. Después te ibas enterando que desaparecía uno, luego otro. Antes, no veías la existencia del otro: saber que todo lo que vos hicieras influía o podía influir sobre un compañero.

Pibes recorre sin descansos días infinitos de militancia que suman secuestros, asesinatos, desapariciones, encarcelamientos y exilios. López Echagüe reflexiona “qué grado de lealtad podía a llegar a tener uno en caso de que te atraparan. Todo fue demasiado cruel. Te agarran de manera inadvertida y para evitar que alguien cante, tomás la pastilla de cianuro. Esa no era la solución. Hubo otros a los que los milicos paseaban en auto para identificar gente. Entonces los odiábamos porque era demasiada colaboración. Pero cuando pasa el tiempo uno entiende muchas cosas. Nunca sabés cómo vas actuar ante el miedo, ante una escena de tortura. ¿Qué vas a hacer si te empiezan a cortar las uñas, cómo ibas a reaccionar? No todos tenían la entereza o esa cosa de amistad infranqueable para no cantar y que te maten igual. No había certeza absoluta de nada a la hora de elegir opciones”.



–¿Qué experiencia le dejó su exilio en Brasil?


–Los primeros años fueron una mierda. La etapa del remordimiento, de los reproches, de la gente que se quedó, de aquellos a los que ayudé a entrar a la militancia –porque esa era mi tarea– y hoy están desaparecidos. Hay una responsabilidad en todo aquello porque estabas haciendo política, por más que no lo hayas obligado. Dolió. Lloré mucho ese duelo. Y si bien no se da de una manera consciente, me queda eso de que lo que hagas en tu vida debe ser un poco como eran ellos en algo, para que no desaparezcan del todo. Siento que las cosas que escribo tienen que ver con las cosas que pensábamos. Los tengo presentes. Hubo quien cantó, quien se pudo escapar... Hay en todo este asunto mucho puterío por la gente que quedó, ya que si vos abandonaste cierto lugar, colaboraste para la derrota. Por eso, nunca jamás pensé en decirle a nadie que me iba. Y me fui desesperado.


Cuatro décadas después, el aula del Sarmiento guarda su momento más emotivo. Las hermanas de Chiche –hoy desaparecido, ex alumno y compañero de López Echagüe– se acercan para que “El Enano” les firme ejemplares. Chiche tenía cinco hermanas. La que falta a esta cita también permanece desaparecida. Sin embargo, su hijo Juan está vivo. Es librero en la ciudad de Olavarría y es uno de los que convenció a Ignacio Hurban para que fuera a hacerse los análisis que dieron vida a Ignacio Guido Carlotto, el nieto recuperado 114. El nieto de Estela. 

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